Escucha una entrevista, realizada a un integrante de la tribu, por Acción Social Sindical Internacionalista, donde relata su diferendo por el agua con el gobernador Guillermo Padrés Elías.
Los yaquis ya no se enfrentan con armas al ejército para defender su territorio; ahora, con las armas legales y las movilizaciones, sostienen una batalla en defensa de su agua, deseada por el gobierno y empresas automotrices, refresqueras y constructoras.
Giovanni Velázquez, miembro del comité de solidaridad con el pueblo yaqui, conecta la historia de esta tribu indígena con la lucha que llevan contra el gobierno mexicano y las empresas del saqueo para conservar el agua de su río Yaqui.
Los primeros habitantes del territorio yaqui fueron los surem. Según cuenta la leyenda, fueron seres pequeñitos, barbudos, muy longevos y de gran inteligencia. A los surem les habló un día un árbol de mezquite pero no entendieron su lenguaje; tuvo que ser una mujer, Yamomuli, quien les tradujo el significado de sus palabras. El mensaje era un advertencia: estaban por llegar forasteros de tierras lejanas para dividirlos y convertirlos en cristianos o dejarlos ser surem, pero alejados de sus territorios. Después de muchas discusiones, quienes decidieron hacerse cristianos se convirtieron en seres humanos grandes y fuertes pero vulnerables ante la enfermedad. Por su parte, los surem se convirtieron en hormigas, lagartijas y peces, o se adentraron en los bosques como seres animados a los que los humanos ya no pueden ver. Los yaquis no se olvidan de sus antepasados surem y siguen recordándolos en sus ceremonias.
La tribu yaqui es un pueblo indígena que se asienta desde hace más de 4 mil años en el estado de Sonora, al noroeste de México. Actualmente son unos 45 mil integrantes de la etnia, y parte de su población vive en reservas en el estado de Arizona en los Estados Unidos. En su lengua se autodenominan yoeme, habitantes del río Yaqui, explica el geógrafo. Su territorio está compuesto por tres regiones: la sierra, de gran biodiversidad y con recursos mineros poco estudiados; el litoral, en el sur del golfo de Baja California, con abundante fauna marina; y el valle, por donde pasa el río Yaqui, una zona muy fértil y propicia para la agricultura, donde tradicionalmente se cultivan el trigo, el maíz, el algodón y toda clase de frutas y hortalizas. La cultura e identidad de los yaquis están ligadas a su entorno y especialmente al río, no sólo por sus recursos materiales sino también espiritualmente. Su geografía es sagrada. Existen zonas físicas donde habitan sus muertos, en los que se diferencian lugares concretos para los que se portaron bien y para los que lo hicieron mal, explica Velázquez.
Debido a la riqueza del territorio, se entienden los repetidos intentos de conquistarlo a lo largo de su historia. Para los yaquis, un ataque a su tierra lo es a su existencia y a su propia identidad, por lo que su cultura se ha construido como una cultura de resistencia ante el invasor y recelosa de su propia intimidad. Su organización político-social también refleja esta circunstancia: los yaquis nombran a sus gobernadores, pueblo mayor, capitanes, comandantes y al secretario que es el traductor, encargado de las relaciones con otros pueblos. Son cargos elegidos por el pueblo y tienen funciones civiles y militares.
Como advirtió el mezquite, los extraños invasores llegaron a sus tierras. En 1533, el ejército español cruzó por primera vez el río Yaqui. Los yoeme, que eran seminómadas, establecieron por vez primera los límites de su territorio e hicieron un frente común para enfrentarlos. Nunca perdieron una batalla, pero permitieron la entrada a los jesuitas por sus técnicas agrícolas; así llegó el cristianismo. Empezaron a formarse nuevas formas de entender su religión. Utilizaron aspectos del cristianismo que les servían para mantener su identidad, sin olvidar nunca su historia ancestral. Aunque a día de hoy tienen celebraciones como la Semana Santa, se representan rituales muy particulares, como la danza del venado, protector del pueblo. Hicieron adaptaciones a su cultura y la gran mayoría de la doctrina cristiana, tal como se conoce, no está presente en su ceremonias ni en su cosmovisión, detalla Velázquez, acompañante de la tribu en su resistencia frente al Acueducto Independencia.
En el siglo XIX, con el México independiente, comenzaron de nuevo las incursiones en territorio yaqui por parte del ejército. En un principio la intención no era la invasión, sino aprovecharse de ellos como mano de obra esclava, pero más tarde el gobierno trató de establecer asentamientos y colonos blancos dentro de su territorio. Porfirio Díaz inició una campaña para construir un proyecto agrícola y sistemas de riego destinados a las élites del país. Comenzó una larga guerra entre 1880 y 1940, con la sublevación armada de los yaquis y el sistema de guerra de guerrillas.
La llamada Guerra del Yaqui fue en realidad una masacre, un genocidio. Los generales iban a Sonora para hacer méritos y ascender en su carrera política. Así, Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles llegaron después de sus sangrientas campañas a la presidencia de México. Para sus soldados, el panorama era muy diferente, ya que combatir en Sonora era un verdadero infierno. Sufrieron los rigores del clima y el territorio al que los yaquis estaban totalmente adaptados, y estos hicieron gala de su famosa rebeldía. La represión fue brutal y se les colgaba de los árboles para dar ejemplo, relata Velázquez. Hubo miles de deportaciones de yaquis a Yucatán, al extremo opuesto del país, en travesías que duraban entre dos y cinco meses y cuyo destino eran los trabajos forzosos. Se calcula que entre 8 y 10 mil yaquis fueron deportados, incluidas mujeres a quienes les robaban los niños para dárselos a familias de bien.
Hubo también quienes, ante la crudeza de la guerra, huyeron al norte, a Arizona. Los yaquis llegaron hasta los Estados Unidos para comprar armas, pero muchos acabaron exiliados allí. Durante la llamada conquista del oeste por los estadunidenses, los yaquis fueron confinados en reseras donde perviven al día de hoy. Tras un largo proceso lograron ser reconocidos como pueblo originario estadounidense: Mantienen su identidad, pero han perdido gran parte de su cultura originaria ante la presión del modo de vida estadounidense. Siempre piden a sus hermanos de Sonora que vayan a cantarles y bailarles en sus celebraciones. Así mantienen el contacto y se apoyan en sus diferentes reivindicaciones. Los yaquis de Arizona se reclaman como una nación indígena, mientras que en Sonora la lucha es por la autonomía de su territorio.
La Guerra del Yaqui redujo la población indígena de 50 a 10 mil habitantes, la mayoría de los cuales se refugió en las montañas. Los yoeme perdieron dos tercios de su territorio -ocupados en gran parte por la ciudad de Obregón y por el granero más grande del país destinado a la exportación, el Valle del Yaqui. Ya a finales de los años 30, los huídos volvieron para refundar sus pueblos y empezar una nueva guerra, esta vez burocrática, por el derecho a la autonomía y el agua.
Cuentan que el montículo de la Bocabierta fue hace mucho tiempo una serpiente gigante que se alimentaba devorando yaquis. Estos se aliaron con la golondrina y el chapulín (saltamontes) para lograr vencerla. El chapulín consiguió decapitar a la serpiente y ésta reconoció su derrota. No he podido vencer a los yaquis pero sigan en la lucha, sigan preparados porque otros más fuertes y más numerosos vendrán contra ustedes, advirtió el reptil. El montículo donde quedó la cabeza es hoy uno de los límites del territorio yaqui.
Agua, la guerra yaqui de la actualidad
Sonora es un territorio semidesértico donde el agua resulta vital. Esto no es impedimento para que se hayan levantado grandes ciudades como Obregón o Hermosillo, con proyectos industriales potentes que demandan grandes cantidades del vital líquido. Estas ciudades necesitan traer el agua de algún lado, y ya desde los años cuarenta la industria se centró en la apropiación de este recurso. La política hidráulica mexicana es construir grandes presas, ya que su discurso es que toda el agua que llega al mar se pierde, sin entender que debe existir un equilibrio ecológico, explica el experto en geografía e historia El río Yaqui sufre enormemente estas políticas, hasta el punto de que está seco y a punto de morir. Los yaquis ya no pueden enfrentarse con un ejército como tiempo atrás. Su lucha se centra ahora en la batalla legal y en la búsqueda de apoyos de otros pueblos indígenas y de la sociedad civil.
El primer proyecto al que se enfrentaron fue al de la llamada Escalera Náutica, un proyecto turístico que pretendió establecer diversas escalas en la costa sur de Baja California para cruceros estadunidenses. El proyecto afectaba, por sus dimensiones, a todo el noroeste mexicano. Los yaquis comenzaron a buscar apoyos y encontraron la convocatoria del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que desembocó en el Congreso Nacional Indígena (CNI), donde se llamó a todos los pueblos a organizarse y defender su autonomía. Esta convocatoria buscó visibilizar la situación de los diferentes pueblos indígenas que existen en México, ya que la sociedad civil, aparte de lo que sucede en Chiapas, tiene un desconocimiento total de la existencia del resto de comunidades del país. La marcha que realizaron Marcos y los zapatistas por todo México tuvo como uno de sus objetivos hacer visible toda esa otra realidad, relata el joven investigador.
A partir de este encuentro, los yaquis hospedaron en Vicam, en octubre de 2007, el Encuentro Intercontinental de los Pueblos Indios de América. Llegaron personas de todas partes del continente, desde esquimales del Canadá hasta mapuches de Chile, además de colectivos y miembros de la sociedad civil. A partir de entonces su lucha se reforzó y existe un apoyo constante. Los yaquis conocieron otras luchas similares a las suyas y comprendieron que deben unirse. El próximo encuentro está previsto que se realice en Brasil.
Si bien el conflicto del agua comenzó con un proyecto en Hermosillo a mediados de los años noventa, la cosa se recrudeció en el año 2010. Entonces Guillermo Padrés Elías, gobernador actual de Sonora, emprendió la construcción de un acueducto que, desde una presa levantada al norte del río Yaqui, recorre 175 kilómetros hasta llegar a la capital, Hermosillo. La legislación mexicana no permite este tipo de trasvases porque alteran el equilibrio ecológico; este kilométrico tubo roba el agua a los yaquis antes de que ésta llegue a su territorio. Operan cinco bombas que mueven 75 millones de metros cúbicos, con una potencia de 120 metros por segundo. El acueducto favorece a las empresas y no a la población, a quienes se les subieron las tarifas del agua. Controlan el líquido a su antojo abriendo y cerrando el tubo cuando quieren. Además, durante el recorrido existen válvulas de escape con las que se desvía el agua directamente hacia ranchos particulares, denuncia Giovanni Velázquez. Mientras tanto, los yaquis no tienen agua potable. Deben sacar el agua de pozos, pero este líquido no es bueno ya que, debido a la sequía del río, el agua del mar se adentró y saló todo a su paso, provocando también que los cultivos se echen a perder.
El consorcio de empresas que promovieron este tubo es realmente potente. Empresarios locales de Sonora y Sinaloa, el llamado Consorcio Mineras del Desierto (extraño nombre para un proyecto hidráulico) y otras empresas más grandes con nombres importantes, como el del omnipresente Carlos Slim o la familia Coppel. Esta familia tiene tiendas de todo tipo por todo el país, incluso bancos, y un importante afán inmobiliario. Actualmente edifican una zona residencial Lomas del Pitic, en mitad del recorrido del famoso tubo, con lago artificial incluido. Otras empresas implicadas son BigCola, Pepsi, la Ford, una de las mayores consumidoras de agua, y cementeras. No está muy claro quién está exactamente detrás de todos estos proyectos, existen multitud de contradicciones, confusión y desinformación, detalla Velázquez.
El gobierno promueve la llegada de empresas extranjeras y la batuta en el asunto la lleva el gobernador Padrés Elías, que apropiándose de los medios de comunicación, proclama que el desarrollo llegó para que Hermosillo no muera de sed. El tubo no tiene los permisos medioambientales correspondientes, y varios de los implicados están buscados por la ley, aunque prevalece la impunidad.
Los yaquis reclaman que al menos el 50 por ciento del caudal del río les pertenece y así se le ha reconocido legalmente, no obstante, en la práctica siguen sin poder disfrutar de esta agua. Anterior al presente acueducto, se les dijo que iban a construirles uno para hacerles llegar el agua; permitieron las construcciones dentro de su territorio, pero el agua no les llegó sino que fue a parar a las zonas turísticas de la costa de Guaymas.
Según el Convenio 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo), y de acuerdo con la ONU (Organización de las Naciones Unidas), cualquier intervención en territorio indígena debe ser informada y consultada al pueblo, pero sólo les dan folletos informativos para decir que cumplieron.
Aunque la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) dio la razón a los yaquis, y la lucha se ganó legalmente, no es así en la práctica. Ante la incapacidad para hacer cumplir la ley, los yaquis se lanzaron a hacer manifestaciones y protestas. Durante casi un año, cortaron la carretera internacional México-Nogales, que atraviesa todo México, permitiendo sólo pases intermitentes. Al principio se les ignoró, pero luego los medios se les echaron encima acusándolos de perjudicar la economía. Sufrieron toda clase de presiones y ataques, les quitaron las ayudas sociales y las becas a sus jóvenes. El estado de Sonora comenzó una campaña de criminalización contra dos de los voceros del movimiento yaqui, un verdadero montaje político, explica el entrevistado. Pero la sociedad civil mostró su rechazo no sólo al proyecto del acueducto, sino también a la corrupción de sus gobernantes. Cuando el alcalde de Hermosillo decidió hacer un monumento al tubo como símbolo del progreso en una de las principales calles de la ciudad, no tardó en manifestarse el descontento ciudadano. El tubo se llenaba de pintadas contra los corruptos hasta que fue retirado definitivamente, sostiene el investigador.
El Acueducto Independencia se encuadra dentro de los megaproyectos que se planean en todo México. La cuestión del agua lleva emparentadas situaciones de violencia, y son muchos los pueblos desplazados o amenazados por estos planes. Además está el desamparo ante leyes que no se respetan. El descaro con que se practica la corrupción alienta a los empresarios del saqueo y desanima a otros pueblos que ven cómo la vía legal no funciona. Se avecina un mal panorama con este tipo de modernidad que se vende progresista, y está resultando devastadora, lanza Giovanni Velázquez. Los yaquis viven un exterminio y hay quienes ya se plantean la posibilidad de volver a las armas. Como su historia indica, nunca van a rendirse. Tienen un lema: aunque quedara un solo yaqui con vida, en él estaría representada toda la cultura de su pueblo.