El 11 de marzo de 1911, un núcleo campesino encabezado por Emiliano Zapata tomó la plaza de Villa de Ayala y proclamó el inicio de su levantamiento armado. La revolución del sur irrumpió entonces en el escenario de la revolución mexicana. Pero, en ese momento, el futuro era incierto y no se podía conocer cuál sería la suerte de los insurrectos. Hoy, sabemos que dos de los principales organizadores de la sublevación, Pablo Torres Burgos y Rafael Merino, perdieron la vida en el transcurso de las cinco semanas siguientes. En Ayala, sin embargo, los rebeldes expresaron sus anhelos y de ese modo significaron, muy temprano, lo que habrán de ser en nuestra historia.
¡Abajo haciendas! ¡Viva pueblos!, gritaron los insurgentes de Villa de Ayala, aquel día. Al año siguiente, cuando la rebelión ya era multitudinaria, liquidaron el régimen colonial de propiedad de la tierra, que se implantó en México cuatro siglos atrás. En efecto, luego de una tenaz campaña contra las haciendas, en Morelos, después de 1912 nunca más se volvió a sembrar la caña de azúcar bajo el régimen de los terratenientes.
El grito de Ayala anticipó, así, un hito dentro de la historia mexicana de larga duración. Bajo las condiciones de incertidumbre que imperan en la guerra, con palabras sencillas y la mano empuñada, los sublevados indicaban desde el comienzo la dirección principal de su lucha.
Asimismo, en Villa de Ayala, simbolizaron el lazo histórico que unía sus convicciones con la gesta de la independencia. Decidieron levantarse a las once de la noche, abrir la cárcel y arengar a la población en la plaza, tal como indica la tradición para recordar el Grito de Independencia de 1810.[1]
¡Abajo haciendas! La rebelión de Villa de Ayala manifestaba un antagonismo y, al mismo tiempo, la solución, ¡Viva pueblos! Señalaba el objetivo de resolver por la vía de los hechos el prolongado conflicto histórico. Ese grito no enunciaba una petición, manifestaba una voluntad y una estrategia. Con este acto inició la revolución del sur.
Pocos días después, el 24 de marzo de 1911, el núcleo de Ayala se unió con otros rebeldes de la región, originarios de Morelos, Puebla y Guerrero. El nuevo agrupamiento eligió un jefe, Emiliano Zapata Salazar, y tomó un nombre para definir su identidad política: Ejército Libertador.
Maíz y azúcar: la lucha por la tierra y la libertad
La usurpación primordial de las tierras y la formación de la clase terrateniente se hizo, en México, por medio de la guerra colonial. El propio Hernán Cortés recibió de la monarquía española el Marquesado del Valle, un título de propiedad que comprendía tierras, montes, aguas y decenas de miles de vasallos en Tuxtla, actual estado de Veracruz; Jalapa de Tehuantepec; Oaxaca; Coyoacán, Tlalpan y San Angel, Distrito Federal; Toluca, Estado de México; Charo, Michoacán, y Cuernavaca, Morelos.
Al mismo tiempo que la usurpación y el vasallaje, para destinar las tierras a la caña de azúcar, Hernán Cortés llevó a cabo el desplazamiento del cultivo del maíz de los pueblos. Hacia 1524, estableció dos ingenios azucareros en Tuxtla y, en 1532, otro ingenio en Tlaltenango, en las cercanías de Cuernavaca. Al oriente de Morelos, en 1582, la hacienda del Hospital montó un cañaveral en territorio usurpado, entre otros, al pueblo de Anenecuilco.[2]
Allí nació Emiliano Zapata, tres siglos después, y creció en un ambiente de conflicto con esa misma hacienda. El régimen agrario colonial no había desaparecido. Por el contrario, continuamente potenció sus efectos destructores sobre la economía de los pueblos. La producción algodonera, que se hacía en Morelos a escala considerable antes del colonialismo, desapareció por completo. Los pueblos fueron despojados también de agua, para regadío de los cañaverales y para generar energía hidráulica en los ingenios. Asimismo, fueron despojados de bosques, a fin de facilitar otra fuente energética a las haciendas, el carbón. La producción de azúcar, además, aumentó por la explotación de esclavos capturados en Africa y luego, durante el porfirismo, a raíz de la introducción del ferrocarril y la maquinaria industrial pesada en los ingenios.
Este sistema agrario que traspuso la declaración de independencia, a finales del porfiriato representaba la forma predominante bajo la cual se efectuaba la explotación de los trabajadores del campo. No era un régimen homogéneo, pero en conjunto las haciendas de todo el país detentaban 16.6 millones de hectáreas y tenían el control de los principales productos agrícolas a excepción del más importante de todos, desde el punto de vista económico y civilizatorio: el maíz.
En segundo y tercer grado de importancia, alternándose por años, la caña de azúcar y el henequén eran los cultivos más importantes por el valor de la cosecha y estaban monopolizados por las haciendas. Lo mismo ocurría con otros cultivos importantes, como el tabaco, algodón, café y trigo.
Al final del porfiriato, la importancia estratégica de las haciendas de Morelos puede observarse considerando que, además, eran unidades capitalistas de alto rendimiento, cuya fuerza radicaba, por un lado, en el monopolio de la tierra y, por otro, en un elevado nivel tecnológico de los ingenios azucareros. En Morelos, el 46 por ciento del territorio estaba en manos de las haciendas y 79 de cada 100 hombres, entre 11 y 60 años, eran peones. Ambos datos fueron los más altos del país, salvo en Guerrero.
Con la tecnología moderna, al interior de las economías azucareras del mundo, se produjo la separación de la propiedad de la tierra y la propiedad del ingenio industrial; sin embargo, en México no ocurrió así.[3] Aquí se aplicó la maquinaria moderna —a gran escala, en el caso de Morelos— al modelo terrateniente colonial. Más aún, se agudizó el monopolio de la tierra y también la centralización de la fase industrial, en manos de los hacendados. Es decir, la hacienda porfirista combinó la apropiación de una renta absoluta, derivada del monopolio de la tierra, con la apropiación de plusvalía, derivada de la explotación del trabajo asalariado. Esto produjo una clase híbrida —terrateniente y capitalista industrial a la vez— con métodos exacerbados de explotación, humillación y despojo.
Las formas de sujeción se multiplicaron con esa modernización. Pero los asalariados de las haciendas no eran trabajadores “libres”, sino peones sometidos por medio del endeudamiento y la vigilancia especial de los capataces. Para mayor control, con frecuencia los trabajadores vivían “acasillados” dentro de la hacienda.
De hecho, toda la gente pues era zapatista, de ideas zapatistas, porque era una causa justa.
Ibamos a pelear, desde luego, la causa de defender que lo que está en México sea pa’ los mexicanos.
¡Por qué la tierra iba estar en poder de manos extranjeras!
¡Por qué el mexicano iba a ser la bestia de carga y a fuerza, a rigor, el que no iba a trabajar lo agarraban a chirrionazos! ¿eh?
El que se comía un pedacito de caña, chiquito, de dos canutos o tres, casi que lo mataban los guardacaña del campo…
Capitán 1º José Alarcón Casales, Ejército Libertador.[4]
Según el hacendado Luis García Pimentel, los campesinos independientes debían ser reducidos a jornaleros: ni pequeño propietario ni arrendatario, peón de hacienda “bajo la dirección de un propietario capitalista”.[5] La ley de vagancia, durante la dictadura porfirista, apoyaba el dispositivo para subyugar a los campesinos. Decían los hacendados, en aquel tiempo: “todo vago es una amenaza a la propiedad y el orden”. En enero de 1910, el propio Emiliano Zapata fue hecho prisionero, sometido a incomunicación y consignado al ejército, bajo la acusación de vago.[6]
Bajo el nuevo impulso industrial del capitalismo, surgieron nuevas formas de esclavitud, genocidio y dominación imperial sobre los pueblos del mundo. En el inicio del siglo XX, los campesinos percibieron la transformación que estaba ocurriendo, no en fuentes teóricas sino en forma directa, por los hechos.
— ¿Entonces, ustedes cómo se organizan o quién es el que forma este contingente de hombres de Juchitepec?
— Como le digo a usted, la necesidad que teníamos. Eso fue todo lo que nos hizo a nosotros ir a la revolución, eso.
— ¿Alguien, en ese momento, los organizó, les dijo que se unieran?
— Nadie, señorita. Nosotros de nuestro dictamen ya no quisimos estar esclavizados de peones. Nosotros nos fuimos.
Teniente de caballería Macedonio García, Ejército Libertador.[7]
En la historia de larga duración, el cultivo del maíz operó como eje de la autoorganización en la comunidad campesina de México y, desde una perspectiva mayor, fue soporte de uno de los procesos civilizatorios de la humanidad.[8] Esa historia es la raíz profunda de la revolución del sur.
Tal importancia del cultivo de maíz deriva de procesos complejos, en diferentes niveles. La planta tiene una gran capacidad para aprovechar la energía del sol y eso permite su rápido crecimiento, uno de los rasgos característicos de la milpa, entre todas las plantas cultivadas. A la vez, los granos de maíz son mucho más grandes que los demás cereales, lo mismo que su rendimiento por cada semilla cultivada (en años normales, hasta 150 nuevas semillas en cada mazorca).[9] Otra cualidad decisiva es que el maíz no monopoliza los nutrientes de la tierra sino que, por el contrario, incrementa su productividad cuando es sembrado junto con otros cultivos, como el frijol, la calabaza y el chile; en unidades que también producen tubérculos, cereales, agaves, hortalizas o frutales. El autoabastecimiento de los bienes necesarios, como sabemos, ha sido una barrera de resistencia a la monetarización y mercantilización de todo.
Desde ese punto de vista, es posible considerar que la diversidad —tanto en la producción como en el aprovechamiento del maíz— y la autoorganización constituyen el sustento material y organizativo de la autodeterminación de la comunidad campesina, como práctica cotidiana. Para los zapatistas, la economía del maíz era el sustento de la vida y, a la vez, la base material de su vocación de libertad.
Es lo que peleábamos nosotros: Tierra y Libertad. Libres, sin capataces, sin amo. Para todos.
Fíjese usted señorita, el lema del general Zapata, si él hubiera sido alguna otra persona, hubiera dicho: la tierra nada más es para los que andan… para los que empuñaron las armas.
Pero no; mire, la tierra libre para todos.
Teniente de caballería Macedonio García, Ejército Libertador.[10]
El conflicto nuclear de la revolución del sur, entre las haciendas y los pueblos, puede considerarse, también, como la confrontación violenta entre la economía del azúcar, con sus formas de sometimiento, y la economía del maíz, con sus formas de autoorganización y libertad. Desde esta perspectiva, es posible observar también la respuesta feroz que dio el poder a la acción revolucionaria de los zapatistas.
Durante el gobierno de Madero, la dictadura huertista y bajo el carrancismo, el poder aplicó la estrategia de tierra arrasada en contra de los pueblos del sur. Consideró que su enemigo no sólo era el Ejército Libertador, sino también la población civil, mayoritariamente indígena. La estrategia de guerra se dirigió en contra del México profundo y se empleó a fondo para negar a la civilización del maíz por la vía militar, como desde hacía cuatro siglos. La destrucción de las siembras, el incendio de los pueblos, el control de la población y de los alimentos, las ejecuciones sumarias de ciudadanos pacíficos produjeron una catástrofe humanitaria en el territorio zapatista. Durante el periodo carrancista, el encargado de asuntos mexicanos del Departamento de Estado, Leon Canova, fue uno de los principales promotores de la guerra económica, en especial del control y uso de los alimentos con fines militares.
Existe un testimonio documental del general Emiliano Zapata, en que habla acerca de las primeras acciones de la guerra de exterminio, realizadas en 1912, durante el gobierno de Francisco Madero. Se trata de una entrevista que Zapata concedió a un reportero de El Imparcial, en su campamento revolucionario del estado de Guerrero. Esta entrevista de dos folios no fue publicada por el diario y carece de fecha aunque, por los acontecimientos que relata, se puede suponer que ocurrió entre el 6 de abril y el 22 de mayo de 1912. El texto del diálogo es legítimo, la firma del jefe suriano tiene el propósito evidente de autorizarlo. Este es un fragmento:
Emiliano Zapata: Inmensa cantidad de pueblos de Morelos y Puebla que sería largo enumerar han sido incendiados y antes de ser incendiados, han sido robados o asesinados sus moradores; las casas han sido incendiadas y las familias han sido despojadas hasta de sus vestidos; en fin, hasta los graneros de maíz y frijol han sido condenados a incendio, para devorar a los pueblos por el hambre. Los soldados de Juvencio Robles no hacen ya el papel de soldados sino de verdugos.
Reportero: ¿Y pudiera usted informarme quienes sostienen a la revolución del sur?
Emiliano Zapata: La revolución del sur cuenta con el apoyo de todos los pueblos, y esto basta para que sostengamos la guerra al tirano Madero hasta derrocarlo.
El general en jefe Emiliano Zapata (rúbrica).[11]
Los escasos datos del genocidio disponibles hasta ahora —la tendencia dominante, avasalladora, es minimizarlo— esbozan apenas el trazo de la matanza ocurrida en el sur. “En el peor caso, el de Morelos, la pérdida total excedió 60 por ciento para varones y mujeres nacidos antes de 1910”.[12]
¿Cómo se podría hacer un balance serio de la Revolución Mexicana, si no se tiene en cuenta esta gigantesca destrucción humana que llevaron a cabo los gobiernos de Madero, Huerta y Carranza? ¿Cómo podrían explicarse los resultados finales, si tenemos presente sólo el asesinato de dirigentes, mientras olvidamos la enorme matanza del pueblo? Sin percibir tal estrategia de exterminio, ¿se podría aspirar a que el genocidio no se repita? ¿Habría que esperar un siglo más a que se disiparan sus terribles efectos?
Se sabe que la mayor devastación demográfica ocurrió en Morelos, pero falta entender con precisión las distintas formas del desastre humano. Junto con ello, es necesario observar y analizar algo que es decisivo para entender el genocidio: que sólo ahí y en los estados vecinos, que también eran zapatistas, se aplicó la guerra contra la población civil indígena, estrategia que los poderosos llamaron con total cinismo guerra de exterminio. Zapata respondió:
Y la lucha sigue: de un lado, los acaparadores de tierras, los ladrones de montes y aguas, los que todo lo monopolizan, desde el ganado hasta el petróleo. Y del otro, los campesinos despojados de sus heredades, la gran multitud de los que tienen agravios o injusticias que vengar, los que han sido robados en su jornal o en sus intereses, los que fueron arrojados de sus campos y de sus chozas por la codicia del gran señor, y que quieren recobrar lo que es suyo, tener un pedazo de tierra que les permita trabajar y vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones y sin miserias.
El general en jefe Emiliano Zapata.[13]
El petróleo y la lucha por México
El 24 de noviembre de 1914, a tres años de que fuera proclamado el Plan de Ayala, las tropas zapatistas tomaron la capital de la república. Más tarde, llegaron los villistas y el gobierno de la Convención Revolucionaria, designado en Aguascalientes, se estableció en la ciudad de México. Las fuerzas del sur y del norte desfilaron por las calles, en medio de un ambiente de fiesta. En seguida, Emiliano Zapata tomó la ciudad de Puebla y Pancho Villa tomó Guadalajara. Las tropas de Venustiano Carranza, que desconocieron los acuerdos de la Convención, se replegaron sobre las costas del Pacífico y el Golfo de México, así como algunos puntos de la frontera con Estados Unidos.
A finales de ese año, el triunfo definitivo para la revolución del sur y del norte parecía estar muy próximo. Sin embargo, esa coyuntura sólo fue una gran fluctuación de la crisis en que se debatía el futuro de la nación. En breve, los carrancistas recuperaron Puebla, Guadalajara y la ciudad de México. La Convención se refugió en Cuernavaca, a finales de enero de 1915.
En Morelos, zapatistas y villistas debatían acaloradamente sobre el programa revolucionario; mientras que, en el Valle de México, zapatistas y carrancistas combatían por la capital de la nación. Una vez más, en poco tiempo, se produjo otro viraje: Pancho Villa recuperó Guadalajara y Emiliano Zapata, la ciudad de México; la Convención volvió a establecerse en la capital del país, en marzo de 1915.
La crisis revolucionaria estaba en curso y, bajo tal amplitud de las fluctuaciones, se aproximaba el momento de la decisión en la guerra.
Se combate encarnizadamente en los estados de Puebla, Tlaxcala, Coahuila y Tamaulipas. Los comerciantes esconden las mercancías. El tráfico ferroviario está paralizado por falta de combustible, lo que agrava los problemas de abastecimiento y la movilización de tropas. El hambre y las epidemias de tifo, pulmonía y viruela azotan a los habitantes del Valle de México. Se preparan las huelgas de telegrafistas, telefonistas, tranviarios, electricistas y textiles, en demanda de aumento de salarios.
El gobierno de Estados Unidos movilizó barcos de guerra a Veracruz y advirtió que podría enviar a toda la flota del Atlántico, si fuera necesario. El New York Times señalaba que el objetivo de este nuevo despliegue armado era llamar la atención de Carranza sobre la gravedad de la situación. Esa manifestación de fuerza —añadió el diario— era una ‘insinuación’ de que Carranza era quien debía dar protección a los extranjeros en la ciudad de México.[14]
En medio de ese caos, el general zapatista José Sabino Díaz, integrante de la División Antonio Barona del Ejército Libertador, propuso a la Convención nacionalizar el petróleo. “Ahora o nunca”, escribió desde su campamento, “o salvamos a México con el petróleo, o lo hemos perdido para siempre”. En febrero de 1915, su iniciativa no fue tomada en cuenta y, por segunda ocasión, insistió el 1º de marzo: “espero que esta vez esa Convención acogerá con la entereza que las circunstancias exigen la iniciativa de nacionalizar el petróleo, dándole la aprobación justa y legal”.[15]
En forma paralela, el general José Sabino Díaz informó a Emiliano Zapata acerca de esta iniciativa. El documento se encuentra en uno de los archivos de la revolución del sur y, gracias a esto, podemos conocer el texto completo que presentó a la Convención Revolucionaria. Dice así:
1º. Universalmente está reconocido que la república mexicana es una de las primeras naciones del mundo como productora de petróleo.
2º. Igualmente está reconocido que el petróleo es un artículo de primer orden, dada su importancia en las aplicaciones que tiene en las industrias modernas.
3º. También está demostrado que la producción de combustible líquido es o puede ser en pozos como el de La Corona, en el Pánuco, de 180 mil barriles diarios, con un valor de 5.4 millones al mes, o sea, 60 millones de pesos anuales.
4º. Que a los productos de La Corona deben adicionarse los de Potrero del Llano, Juan Casiano, Mexican Oil Co., El Alamo y otros muchos más que existen en nuestro resto territorial.
5º. Que no es equitativo que un país que tiene tales fuentes de riqueza, su gobierno sólo pueda percibir un 20 por ciento de la producción total y más aún en los críticos momentos actuales.
6º. Que para evitar los préstamos forzosos que siempre son onerosos, así como el papel moneda defectuoso, que facilita en alto grado la criminal labor de los falsificadores, el gobierno se incaute de la explotación del expresado combustible. Con cuyo hecho se remediará la actual situación, salvándose a la patria, recordando las celebres frases del licenciado Sebastián Lerdo de Tejada, cuando nuestra querida patria se encontraba en peligro por la intención de Maximiliano de Habsburgo, “Ahora o nunca”. Pues dadas las actuales circunstancias, o salvamos a México con el petróleo o lo hemos perdido para siempre.
General de brigada José Sabino Díaz, Ejército Libertador.[16]
Esta iniciativa para nacionalizar el petróleo se presentó a la Convención Revolucionaria en medio de la turbulencia de la guerra y fue archivada, 23 años antes de la expropiación realizada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas. En aquel tiempo, la extracción de petróleo mexicano era de 26 millones de barriles, aproximadamente, la mitad de la producción anual de 1937.[17] Las principales compañías que aprovechaban los recursos de México eran los monopolios petroleros de Gran Bretaña y Estados Unidos, con socios de la oligarquía colonial como los Creel, Escandón, Pimentel y también el hijo de Porfirio Díaz.
Pero sabemos muy poco del general zapatista José Sabino Díaz. Operaba en el estado de Puebla, entre Texmelucan y Río Frío; sus campamentos estaban ubicados, al momento que hizo la propuesta de nacionalizar el petróleo, en Ixtapalucan y Tlalancaleca. Según informó el general Everardo González a Emiliano Zapata, el 28 de agosto de 1916, José Sabino Díaz fue asesinado por Domingo Arenas, quien fuera general zapatista de Tlaxcala y, en aquel tiempo, se pasó al carrancismo.[18]
Teniendo presente esa limitación historiográfica acerca de la trayectoria de vida del general José Sabino Díaz, sólo podemos formular en términos generales el siguiente problema, con el propósito de comprender mejor la experiencia de la revolución del sur. ¿Cómo fue posible la emergencia tal discurso? ¿Cuáles fueron los códigos del zapatismo necesarios para producir la iniciativa de nacionalizar el petróleo?
Hemos visto, anteriormente, cómo concibe el conflicto aquel manifiesto de Emiliano Zapata dirigido al pueblo de México. De un lado, los acaparadores de tierras, los ladrones de montes y aguas, los que todo lo monopolizan, desde el ganado hasta el petróleo. Y del otro, los campesinos despojados, la gran multitud de los que tienen agravios, los que han sido robados en su jornal; quienes quieren recobrar lo que es suyo.
Esa es la primera clave. En el discurso público del Ejército Libertador está inscrito el problema de la monopolización del petróleo y la necesidad de recuperar lo que es propio, para vivir como hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones ni miserias.
Pero también fue una certeza en la base de la rebelión, como lo expresa el capitán 1º José Alarcón Casales: íbamos a pelear, desde luego, la causa de defender que lo que está en México sea pa’ los mexicanos. ¡Por qué la tierra iba estar en poder de manos extranjeras!
Esa convicción firme y directa se explica por la colonización de México y la lucha tenaz de los pueblos contra las haciendas, a lo largo de cuatro siglos. Se funda en la experiencia práctica, sistematizada en el pensamiento de los campesinos como una causa justa, sin mediación estatal.
La liberación que plantearon los zapatistas —vivir como hombres libres, sin humillaciones ni miserias— está ligada estrechamente a la necesidad de transformar la propiedad. Esto constituye la base material de su radicalidad.
Tierra y Libertad es lo que peleábamos nosotros, explicó don Macedonio García, teniente de caballería del sur. Pero hay algo más, porque los campesinos no sólo peleaban para sí. Francamente, sería absurdo creer que alguien puede hacer la guerra por diez años, asumiendo todas sus consecuencias, solamente para conseguir tres o cinco hectáreas de labor. Los zapatistas nunca redujeron su lucha a una parcela.
Peleaban para México y esto constituye la clave fundamental. Don Macedonio llama la atención sobre ello, haciendo ver que eso es lo que distingue al zapatismo. Libres, sin capataces, sin amo. Para todos. Fíjese bien, mire: la tierra libre para todos. En la lucha por la justicia para todos los mexicanos se inscribe la estrategia de nacionalización.
Los manifiestos en náhuatl que emitió el general Emiliano Zapata, en 1918, expresan mejor el sentido de unidad entre la lucha por la tierra y la lucha por México. Lo que ahí dice es que los zapatistas luchan por “nuestra querida Madre Tierra, México” (“to tlalticpac-nantzi, México”).
No es casual que la mayor nitidez política de la causa zapatista se produjera en lengua mexicana. Con el propio sistema de códigos de la civilización que dio origen al zapatismo, el Ejército Libertador proclamó su orientación fundamental: “huei tequitl tlen ticchihuazque ixpan to tlalticpac-nantzi mihtoa Patria”, es decir, convocó al “gran trabajo que haremos ante nuestra querida Madre Tierra, que se dice Patria”.
Tierra-Patria es el símbolo de la revolución zapatista. En todos los aspectos, la revolución del sur imprimió este sello a la lucha social y se puede estudiar detenidamente en infinidad de documentos, imágenes, canciones y testimonios orales. Tierra-Patria operó como principio articulador de su identidad política. En él convergen todos los antagonismos que resultan de la colonialidad del poder, sea entre los pueblos y las haciendas o entre México y los monopolios extranjeros. Es el código de justicia más firme dentro de la cultura política zapatista. Constituye un sistema compartido de sentido profundo, con larga historia. Une la causa justa de la revolución del sur con la lucha por la independencia nacional, en un solo proceso de descolonización y liberación social.
Se entenderá, así, por qué fue posible que el zapatismo se desplegara con fuerza masiva y por qué, para estos hombres y mujeres, la guerra fue un recurso serio para alcanzar objetivos serios.
Estrategia del Plan de Ayala
A fin de ampliar el horizonte de la iniciativa zapatista para nacionalizar el petróleo, ahora puede reformularse el problema: ¿Qué otras bases hicieron posible tal discurso revolucionario?
El Plan de Ayala autorizaba la iniciativa del general José Sabino Díaz. Desde el inicio de la revolución, estableció la necesidad de expropiar los monopolios de la agricultura y la industria, “en virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son mas dueños que del terreno que pisan sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social” (artículo 7º). Asimismo, el Plan de Ayala determinó nacionalizar los bienes de los enemigos de la revolución, a fin de auxiliar a las víctimas que sucumban en la lucha (artículo 8º).
En el manifiesto al pueblo de México, emitido en Milpa Alta, Distrito Federal, Emiliano Zapata explicó la importancia de la nacionalización y su contenido estratégico. Rechazaba que la paz pudiera ser asegurada por un gobierno despótico militar. La paz sólo podía lograrse en la medida que la revolución pudiera reducir a la impotencia a los contrarrevolucionarios. En este sentido, el manifiesto de Milpa Alta actualiza la experiencia histórica de la lucha encabezada por Juárez.
La primera labor, la de poner al grupo reaccionario en la imposibilidad de seguir siendo un peligro, se consigue por dos medios diversos: por el castigo ejemplar de los cabecillas, de los grandes culpables, de los directores intelectuales y de los elementos activos de la facción conservadora y por el ataque dirigido contra los recursos pecuniarios de que aquellos disponen para producir intrigas y provocar [contra] revoluciones; es decir, por la confiscación de las propiedades de aquellos hacendados y de aquellos políticos que se hayan puesto al frente de la resistencia organizada contra el movimiento popular…
Quitar al enemigo los medios de dañar, fue la sabia política de los reformadores del 57, cuando despojaron al clero sus inmensos caudales que sólo le servían para fraguar conspiraciones…
El general en jefe Emiliano Zapata.[19]
La estrategia de confiscación y nacionalización fue recuperada por los zapatistas, explícitamente, de la lucha juarista. Cuando proclamaron este manifiesto, en agosto de 1914, los zapatistas percibían que, después de derrocar la dictadura de Huerta, el triunfo no estaba asegurado. Por ello, había que eliminar los soportes materiales de la reacción. Las propias condiciones en que estaba la revolución hicieron necesario recuperar la experiencia histórica.
Los pueblos del sur encontraban, en su propia situación y en las enseñanzas de la historia, el contenido y el material de su actuación revolucionaria: enemigos que vencer y medidas que adoptar, impuestas por las propias necesidades de la lucha. Las consecuencias derivadas de sus propias acciones impulsaban al Ejército Libertador a seguir adelante, empleando la memoria de las luchas.
En apoyo de esta confiscación, milita la circunstancia de que la mayor parte, por no decir la totalidad de los predios que habrán que nacionalizarse, representan intereses improvisados a la sombra de la dictadura porfirista, con grave lesión de los derechos de una infinidad de indígenas, de pequeños propietarios, de víctimas de toda especie, sacrificadas brutalmente en aras de la ambición de los poderosos.
La segunda labor, o sea la creación de poderosos intereses afines de la revolución y solidarios a ella, se llevarán a feliz término, si se restituyen a los particulares y a las comunidades indígenas los inmuebles terrenos de que han sido despojados por los latifundistas y si este gran acto de justicia se completa, en obsequio a los que nada poseen ni han poseído, con el reparto proporcional de las tierras decomisadas…
El Plan de Ayala, que traduce y encarna los ideales del pueblo campesino, da satisfacción a los dos términos del problema…
El general en jefe Emiliano Zapata.[20]
La estrategia de nacionalización juarista y zapatista, igual que la Convención Revolucionaria de México, pertenecen a un horizonte más amplio de la historia. Están ligadas a las experiencias de la revolución mundial. El representante de Emiliano Zapata en la Convención, Antonio Díaz Soto y Gama, lo expresó así: “Los que estábamos al frente de la delegación del Sur (Santiago Orozco, Luis Méndez, Otilio Montaño y yo) nos hallábamos saturados de lecturas e impresiones acerca de la revolución francesa y fuertemente impresionados también, con excepción de Montaño, por las doctrinas derivadas del concepto ácrata de Kropotkin, Reclus, Malato y demás teóricos del anarquismo”.[21]
Esta vertiente internacional del zapatismo es uno de los aspectos menos estudiados por la historiografía, debido al prejuicio dominante que impuso la escuela folklórica de Estados Unidos, acerca de los campesinos mexicanos y el zapatismo.
Cuando la revolución expulsó y confiscó a los hacendados, el Ejército Libertador transformó las antiguas haciendas en Fábricas Nacionales. Esa estrategia, incluso la designación, también representa la actualización de los Talleres Nacionales de la revolución de 1848, en Francia. Está en una situación de dialogía con las luchas de su época; también, con el programa de acciones propuesto por Carlos Marx y Federico Engels, en ese mismo año. Entre otras medidas, la “multiplicación de las fábricas nacionales”.[22]
Es notable la correlación entre los argumentos zapatistas y el planteamiento de Carlos Marx, cuando éste abordó la cuestión de la nacionalización de la tierra, en 1872. Los defensores de la propiedad privada sobre la tierra —escribió Marx— han realizado no pocos esfuerzos para disimular el hecho de que los conquistadores, por medio de la fuerza, impusieron leyes de propiedad, designándolas como “derecho natural”. En este sentido, expuso: “Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado”.[23]
Emiliano Zapata planteó el mismo problema y solución, en una carta que dirigió a un compañero, en 1913:
¿Cómo se hizo la conquista de México? Por medio de las armas.
¿Cómo se apoderaron de las grandes posesiones de tierras los conquistadores, que es la inmensa propiedad agraria que por más de cuatro siglos se ha transmitido a diversas propiedades? Por medio de las armas.
Pues por medio de las armas debemos hacer porque vuelvan a sus legítimos dueños, víctimas de la usurpación.
El general en jefe Emiliano Zapata.[24]
La nacionalización de la tierra, observó Marx, debe producir un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y, a la postre, debe acabar por entero con el modo capitalista de producción, tanto en la industria como en la agricultura. Este papel histórico de los despojados por la guerra de conquista sería posible debido a que la nacionalización revolucionaria elimina la base económica en que descansan las diferencias y los privilegios de clase. En particular, la nacionalización de la tierra significa abolir la renta absoluta, que constituye el soporte económico de la clase terrateniente.
Pero los zapatistas no sólo nacionalizaron la tierra. Además, nacionalizaron la industria del azúcar y eliminaron de un solo golpe a esa clase híbrida del terrateniente-industrial, generada bajo la dictadura porfirista. En Morelos, la antigua hacienda y el ingenio de Zacatepec se convirtió en la Fábrica Nacional número 7; la ex hacienda de Calderón, Fábrica Nacional 22; la ex hacienda de Hospital, Fábrica Nacional 23, y así sucesivamente en los demás casos. Por acuerdo de la Convención de Morelos, en enero de 1916, todas las Fábricas Nacionales pasaron a ser administradas por la Caja Rural de Préstamos, una institución de la revolución del sur establecida para apoyar a todos los trabajadores del campo. En la ex hacienda de Atlihuayán, también se estableció la Fábrica Nacional de Cartuchos y se acuñó moneda zapatista de cobre y de plata. La Fábrica Nacional 22, en diciembre de 1915, albergó la escuela militar del Ejército Libertador, donde se procuró impartir cursos trimestrales sobre manejo de armas, reparación de material, servicio de campaña, nociones de trigonometría y topografía, entre otras materias, a jóvenes de Morelos, Guerrero, Distrito Federal, Estado de México, Puebla, Tlaxcala y Oaxaca. Precisamente, José Sabino Díaz, el zapatista que propuso a la Convención nacionalizar el petróleo, fue uno de los generales convocados para que enviara muchachos de su brigada a prepararse en esta escuela.[25]
En ese horizonte de los procesos revolucionarios del mundo —las correlaciones sin fronteras de una época insurgente— los delegados zapatistas impulsaron la política agraria del Ejército Libertador en la Convención. Así, por ejemplo, con insistencia sostuvieron “la tierra es del que la trabaja”, una frase popular en aquel tiempo, que proviene de la traducción de “La Internacional”, el poema de la Comuna de París de 1871 que se convirtió en himno revolucionario mundial.
El 6 de febrero de 1915, en la Convención, el teniente coronel Reynaldo Lecona señalaba que la confiscación del latifundio “es el primer paso que el socialismo va a dar en beneficio del pueblo, al que le han robado sus tierras”. Lecona fue uno de los integrantes del equipo de trabajo del Cuartel General de Emiliano Zapata. Por su parte, el general Otilio Montaño sólo una vez —en la sesión convencionista del 31 de enero de 1915— habló de Emiliano Zapata con referencia al socialismo: “Zapata, como socialista y como redentor del pueblo de Morelos, llevará a sus legiones al triunfo”. Con más frecuencia, Montaño empleó el término colectivista.[26]
En aquellos días, Emiliano Zapata nombró a Prudencio Casals Rodríguez, internacionalista cubano y coronel del Ejército Libertador, como encargado de la nacionalización de bienes. Más tarde, lo ascendió a general y, como tal, fue comandante de la Brigada Roja, en la División Zapata del Ejército Libertador. Estuvo al lado del general en jefe hasta el final, en Chinameca, y murió en la ciudad de México, el 9 de octubre de 1949.
Nací en La Habana, soy hijo de Cuba, y no tengo nacionalidad. Mi nacionalidad es la tierra y la humanidad. No vine de la Luna ni de Marte. Lucho por la libertad humana y no por gente de color azul o rojo.
Desde el momento en que existen las ideas socialistas, considero como patria cualquier lugar en que pueda prestar mi ayuda a la humanidad que lucha por la causa de la libertad.
Coronel Prudencio Casals, Ejército Libertador.[27]
En la historia de México, las prácticas internacionalistas no son extrañas. Considérese que Juárez tuvo a dos cubanos como ministros de Guerra, los generales Anastasio Parrodi y Pedro Ampudia, quienes además combatieron en nuestro país en la guerra de 1847-1848, contra la invasión y usurpación de territorio mexicano por parte de Estados Unidos. Asimismo, hubo mexicanos internacionalistas que ayudaron a la formación del Ejército Libertador de Cuba, organizado por José Martí; entre ellos, el general José Inclán Rico, originario de Puebla, fusilado por los españoles cerca de La Habana, en 1872.[28]
* * *
1. El proceso civilizatorio del maíz y sus códigos de la tierra, autoorganización y autodeterminación de hombres libres, sin capataz y sin amo, sin humillaciones ni miserias; 2. Hidalgo y Morelos, Juárez y la experiencia anticolonial; 3. La Convención y la Comuna de París, Kropotkin y Marx, la dialogía de una época revolucionaria mundial. Estas fueron, a grandes rasgos, tres de las vertientes que nutrieron a la revolución del sur. Con ellas podrá comprenderse mejor cómo fue posible la iniciativa zapatista para nacionalizar el petróleo.
Pero el intento de dar respuesta al problema señalado nos ha enfrentado a un nuevo desafío. Si bien es cierto que la revolución del sur estuvo en relación dialógica con la historia insurgente de México y con otros procesos revolucionarios del mundo; asimismo, en la práctica, no se limitó a sus enseñanzas y fue más allá de ambos. A modo de ejemplo, la guerra de independencia no abolió el régimen colonial de las haciendas y la Comuna de París no contó con la fuerza organizada de los pobres del campo en un Ejército Libertador.
En otras palabras, la revolución del sur no recibió simplemente la influencia desde otros espacios y tiempos de la insurgencia. El zapatismo fue un proceso activo, que generó una práctica política extraordinariamente radical y rompió fronteras. En ese sentido, habría que pensar a la revolución del sur como parte constituyente de los procesos de liberación en el mundo; como una irrupción desde la civilización del maíz, con capacidad de generar nuevas posibilidades de emergencia rebelde en otros espacio-tiempo. De modo que, para recuperar plenamente la memoria zapatista, es necesaria la ruptura con la versión dominante de la historia que reduce, aísla y simplifica la gesta que protagonizaron los pueblos de México y su Ejército Libertador.
Va a ser necesaria una revolución más formidable de la que hemos pasado para arrebatar, no ya unos cuantos pedazos de tierra, sino algo más: la maquinaria, los medios de producción, los medios de transporte, los instrumentos de trabajo.
Todos debemos ser dueños de la tierra, lo mismo que del subsuelo. Todos debemos ser dueños de las máquinas, los medios de transporte y los instrumentos de trabajo, por una razón sencillísima: todo es obra de los trabajadores…
No queremos que el gobierno reparta todo, porque sería pedirle peras al olmo. Somos nosotros mismos, los trabajadores, los que debemos hacerlo.
Luis Méndez, sastre, fundador de la Casa del Obrero
y delegado zapatista en la Convención.[29]
[1] “Tierra y Libertad”, Tiempo de México número 25, ciudad de México, noviembre de 1910 a junio de 1911, reedición de la Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas de la SEP, 22 de noviembre de 1982.
[29] Luis Méndez, representante del general zapatista Jesús Navarro, pronunciamiento en la Convención Revolucionaria, México, D. F., 24 de marzo de 1915, versión taquigráfica en Florencio Barrera, Crónicas y Debates de las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria, INEHRM, México, 1965, tomo III, pp. 390-391.
Publicado el 6 de agosto 2012
Excelente información muchas gracias, VIVA MÉXICO, TIERRA Y LIBERTAD, PATRIA O MUERTE!!
VIVA LA REVOLUCION