A corazón abierto

Oscar Olivera

Villa Flor de Pukara, donde Quechuas y Aymaras trabajan para re-vivir el Pueblo

Casi 100 Kilómetros desde el centro urbano de Cochabamba, Bolivia, para llegar a un poblado que se llama Villa Flor de Pukara, donde antes había una escuela con niñas y niños, maestros y maestras, es decir existía alegría, donde antes existía un molino, es decir, había pan, donde antes antes cantaban los pájaros, es decir habían conciertos al amanecer y al atardecer.

Hoy sólo quedan unas pocas parejas de ancianos y ancianas, es decir queda la sabiduría, la generosidad, la solidaridad del Pueblo, las bancas de la escuela han sido repartidas en las casas y el viejo molino, en calidad de préstamo, esperando puedan ser ocupadas, alguna vez, por los cuerpos y la bulla de los niños y niñas.

Pukara, que quiere decir FORTALEZA QUE DA VIDA, es una palabra Aymara y Quechua, al mismo tiempo.

Me puse a pensar en el nombre y creo que el nombre original, debió ser BELLA FLOR DE PUKARA, la falta de la vocal “e” en el quechua, puede haber producido un cambio fonético en el nombre de esta Comunidad.

Y realmente es una Bella Flor el lugar donde existen unas cuarenta casa, la mayoría abandonadas o que sirven como domicilios temporales de muchas familias que migraron a los pueblos mas cercanos para sobrevivir y que algunos, semanalmente, otros mensualmente y varios originarios anualmente llegan al Pueblo para sembrar, para plantar producir, para ver a las abuelas y abuelos, a los animalitos, que hay muchos, como gallinas, conejos y palomas.

Ancianos y ancianas que no tienen agua potable para beber, su única fuente segura es el agua que cae del cielo, como bendición de las hermanas nubes y el Tata Inti, ahora mas escasa que antes, es que, como dicen don Julio y doña Ricarda, nos olvidamos de hablar con el viento para que no se la lleve, como los vientos de la “modernidad” y del consumo se llevaron a los jóvenes, niñas y niños, de Bella Flor, la Fortaleza Aymara.

Recorrer la montaña, la quebrada del río, que sirve para regar la tierra y de manera muy precaria para saciar la sed de los pocos que quedan, caminar por las calles del poblado, descansar bajo la sombra de los centenarios árboles de durazno, sentarse a escuchar hablar las enormes, pesadas y viejas piedras del molino de agua, que junto con don Ricardo nos cuentan cómo llegaron a la Fortaleza, traídas de mas de cien kilómetros de distancia, hacen mas de doscientos años, rodando, caminando hablando con la gente que las trajo y que hoy aun conservan ese relato los nietos y nietas de esas abuelas y abuelos que hoy lloran viendo el paisaje del pueblo.

Pero fueron el ímpetu y “ajayu” (ánimo y espíritu), de la pareja de ancianos, don Julio y doña Ricarda que visibilizaron la situación de su Comunidad, de su Pueblo, de su Territorio, la sed de agua y la sed de alegría en el Pueblo motivó que la asamblea de comunarios y comunarias mas un puñado de gente común, como ellos y ellas, se dispusieran a trabajar con la comunidad para “cosechar” el agua del cielo y llevarlas a las gargantas de la comunidad, llevar la alegría, otra vez, al territorio de la Fortaleza Aymara, cuyas ruinas son testigos casi inaudibles, allá lejos, en la cumbre de la montaña.

Al principio fueron tres ancianos, que impulsaron re-construir su Comunidad, su pueblo, ya hemos dicho, doña Ricarda, su esposo don Julio y el maestro de escuela Zacarías, a ella y ellos en plena jornada de trabajo, de siembra y plantación, se incorporó el dirigente del sindicato agrario: Beltrán, si, un nombre que parece apellido, pero que es su nombre al final, hombre que heredó las tierras de su padres y abuelos y que prometió no abandonarlas, pero que no solo heredó la fertilidad de esos campos, sino que además heredó su amor por el Pueblo, por sus arboles, por sus animales y ante todo es un digno hombre que organiza, que impulsa, que trabaja, que inventa, que motiva al conjunto de hombres, mujeres, jóvenes, niños, niñas, ancianos y ancianas, que poco a poco en el transcurso de un mes, la casi disuelta comunidad volvió a verse los ojos, cara a cara, corazón a corazón, sudor a sudor en el trabajo, en el hablar, en la necesidad, en el recordar, en el implícitamente haber decidido re-construir, re-constituir su comunidad, que ya no solo es de ellos y ellas, sino también de los otros y otras hermanas y hermanos que se involucraron en las faenas de construir no solo el colectivo, otra vez, sino también de construir un cisterna, un enorme tanque, que se llenará con las gotas de agua de lluvia, una a una como se anda llenando ahora el pueblo, una a una, gentes que vienen a trabajar para poder tomar agua fresca y cristalina.

Poco a poco, en el silencio bullicioso de la montaña, en el viento frío de la quebrada, bajo el cielo limpio de día y estrellado de noche, cinco, diez, quince, veinte, treinta comunarios, trabajan, ríen, juegan, lloran, recuerdan, deciden y ejecutan lo que la asamblea había determinado, lo que doña Ricarda, don Julio, el profesor Zacarías y el Beltrán habían soñado, la enorme generosidad construida por manos campesinas, obreras, de jóvenes, de niños, de ancianas y ancianos, de mujeres, de investigadores, de organizadores, de activistas, de estudiantes, de gentes del otro lado del planeta.

Afuera del poblado, muy lejos no sólo por la distancia, sino por la sordera de una institucionalidad y los malos gobiernos, se habla coincidentemente, del denominado “cambio climático’, donde se habla en difícil e incomprensible, donde se dice que es una “cumbre” de los pueblos para luchar contra este enemigo, nosotros y nosotras, la gente sencilla y trabajadora del campo y la ciudad, que colocamos en el pasado cercos y barricadas al capital, a los malos gobiernos, entendemos que los males que aquejan a nuestros pueblos, a nuestros territorios, son males a quienes es difícil colocar un cerco, un NO con nuestros cuerpos, los cambios en la naturaleza, que nosotros percibimos son casi invisibles, pero sentimos cómo nos atacan, nos agreden, nos matan.

Enfrentarlos es volver a la tierra, reconstruir nuestros territorios, construir comunidad, recuperar nuestra memoria, nuestra historia, devolverle, en reciprocidad, el saludo y la generosidad a la Pachamama, al hermano, a la hermana, al compañero y compañera, al amigo y amiga, al tata Inti(Sol), a la mama Quilla (Luna), a los y las Acahachilas(las montañas), a lo que nos rodea, porque somos parte del todo.

Bella Flor de Pukara, es lo que pasa en cualquier parte del mundo, donde las gentes van construyendo, de manera silenciosa, muy abajo y a la izquierda, es decir con sencillez y con cariño esa sociedad que la sentimos y que la vivimos con el trabajo, con la lucha, con el re-encuentro.

Oscar Olivera Foronda

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