Los abuelos cofán cuentan que las cordilleras y las montañas tienen dueños: la gente invisible. Aunque pueden tomar la forma del jaguar, la guacamaya y la boa, se trata de espíritus que protegen al territorio. Se llaman Tsampi a´i y son los guardianes de la naturaleza, aquella que habita en los sitios a los que prácticamente no ha llegado el ser humano.
Esto ocurre en el occidente del piedemonte andino-amazónico de Colombia. Es un oasis situado en medio de Putumayo y Nariño, departamentos que se encuentran en un acelerado proceso de deterioro por la ampliación de la frontera agropecuaria, la deforestación, la siembra de cultivos ilícitos y la construcción de infraestructura para la explotación de recursos naturales.
Los curacas o sabedores de la medicina tradicional indígena cofán decidieron luchar por ese espacio y así proteger, sobre todo, a sus plantas sagradas y medicinales que corrían un inminente riesgo. A partir de 1999, trabajaron hasta lograr la declaratoria —el 16 de junio del 2008, en los municipios de Orito, en Putumayo, y en Funes y Pasto, en Nariño— del Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi – Ande, como un área única en el país para asegurar la conservación y permanencia a futuro de estas especies, así como el mantenimiento de su cultura y su sistema tradicional medicinal.
“Nuestros territorios se han deforestado mucho. La visión de nuestros abuelos fue buscar el lugar en donde había más montañas, el mismo lugar en donde están las plantas medicinales, para tener un espacio en donde se puedan conservar y mantener para nuestras culturas”, cuenta María Taima, facilitadora indígena cofán del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
Para los cofán —así como para otros pueblos indígenas, como los inga, siona, coreguaje, secoya y kamëntza— la protección del yagé o ayahuasca (Banisteriopsis sp.), fue un factor decisivo. Es la planta más importante para su cultura, ya que en ella, a partir de su uso ritual y medicinal, basan toda su cosmovisión.
“Son los abuelos quienes, por medio de esta planta sagrada, orientan el pensamiento, la espiritualidad y la palabra del pueblo cofán. El yagé es un guía espiritual, es una escuela de conocimiento”, explica Wilfrey Criollo Tisoy, técnico administrativo en estrategias especiales de manejo del Santuario y además originario del pueblo cofán.
Hoy este Santuario, un espacio promovido por la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonía Colombiana (Umiyac) —a la que también pertenece el pueblo cofán— conserva 10 204 hectáreas de bosques, que van desde los 700 hasta los 3 300 metros de altitud, y es un área reconocida y adscrita al Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
“Esta área es declarada con objetivos bioculturales. Eso es increíble, porque las áreas protegidas se declaran con objetivos biológicos, ecosistémicos y de servicios ambientales, pero esta es la única área en el mundo destinada a la conservación de plantas medicinales, asociadas a la cultura del Yagé, la planta orientadora de las comunidades de la Amazonía. Es un espíritu de señal. Orito Ingi Ande, son palabras en cofán que significan ‘nuestro territorio’”, describe el biólogo Walker Hoyos, jefe del Santuario desde el año 2016.
La farmacia de la naturaleza
El piedemonte andino amazónico es una región de casi 15 800 kilómetros cuadrados. Abarca una zona de escarpadas montañas del sur occidente de Colombia, rodeadas también por complejos volcánicos, cuevas, cerros, serranías y valles. Descrita por Parques Nacionales, esta región es abundante en sistemas hídricos, variedad climática y diversidad de ecosistemas que ofrecen condiciones especiales para la supervivencia de, cuando menos, 977 especies de aves, 254 de mamíferos, 101 de reptiles y 105 de anfibios.
Todo esto sin contar todavía la gran diversidad de plantas medicinales y rituales. Sólo en el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi – Ande, ubicado en el interfluvio de los ríos Orito y Guamuéz, la riqueza vegetal y de plantas medicinales es excepcional.
En el 2005, un estudio del Instituto de Etnobiología recopiló los resultados de diferentes expediciones realizadas por científicos junto a los médicos tradicionales en el área de influencia del Santuario. En ese momento fueron identificadas 35 familias y 60 géneros de plantas reconocidas por su uso medicinal.
Sin embargo, a partir del 2012, el Santuario comenzó con el desarrollo de un proceso de investigación y conservación que ha permitido no sólo reconocer específicamente a las plantas medicinales, sino los sitios y rutas por las que es posible encontrarlas. Hasta el 2023, el número de plantas medicinales ascendió a más de 240 especies distintas, sostiene Walker Hoyos.
Así es que, a partir de este vasto conocimiento, también se han podido colectar ejemplares para propagarlos y llevarlos a las comunidades cofán para su uso y manejo. Todo esto bajo la guía de las abuelas y los abuelos indígenas.
“Cuando vamos a subir al área protegida, debemos primero sentarnos a hablar con los mayores y hacer una armonización o una ceremonia para poder ingresar. Esta área protegida tiene códigos culturales y conocimientos de nuestros abuelos que debemos respetar. Pero también tenemos a ‘los invisibles’, los animales que nos representan y que son los guías de la selva: la guacamaya, la boa y el jaguar, que son nuestros seres espirituales”, describe Leider Queta, facilitador indígena cofán.
Para los abuelos y abuelas, la selva “es la farmacia de la naturaleza”, agrega Queta, pues allí se encuentra toda la medicina que no sólo el pueblo cofán necesita. “Por eso nuestros mayores tuvieron esa visión en la cordillera, en donde están todas las plantas. Decidieron cuidar ese espacio para compartirlo”.
Bajo esta premisa, también durante el 2012, se empezó a profundizar en el conocimiento y fortalecimiento de la nasipa sehepa, la huerta de plantas medicinales cofán, en lo que consideraron un escenario ideal para preservar la cultura y el conocimiento sobre la medicina tradicional, desde el diálogo con las abuelas. Así buscaron colaboradores dentro y fuera de la comunidad cofán —sobre todo jóvenes— para colaborar en la colecta de plantas medicinales maduradas en el área y luego llevarlas a los resguardos en donde las abuelas tienen sus huertas medicinales, que ahora son 35 —cada una de 15 por 20 metros— y que cuentan con entre 50 y 85 ejemplares de distintas especies.
“Antes todo el territorio era medicina, pero hoy en día estamos utilizando las nasipa sehepa, a donde llevamos las plantitas que las abuelas nos piden. Hemos hecho un diagnóstico sobre qué plantas necesitan nuestras abuelas y ahí es donde nosotros entramos, para apoyar en su colecta”, agrega María Taima.
Entre la variedad de especies, además del yagé (Banisteropsis caapi) y el yage uco (Diplopterys cabrereana), destacan variedades de yoco (Paullinia spp.) —una planta igualmente importante para la cultura cofán, pues se considera hermano del yagé, con propiedades estimulantes, purgantes y medicinales—, la oreja de negro (Geogenathus ciliatus) y el shishitushe (Dracontium sp.), entre otras.
“Los abuelos usan la planta sagrada del yagé para la ritualidad, pero las abuelitas usan las plantas medicinales para el dolor de muela, de estómago y para solucionar la vida de su gente. En ese proceso logramos hacer un trabajo muy lindo. Son cosas sencillas, pero poderosas, como los recorridos con las abuelitas para la colecta de plantas, para que estas enriquezcan sus jardines botánicos o huertas de medicina. Las colectamos, hablamos de la planta y las traemos a la oficina de Parques para, una vez que están arraigadas, regresarlas a las abuelas”, explica Walker Hoyos.
Suena sencillo, dice el biólogo, pero el proceso implica el encuentro con las abuelas, hablar con ellas, escucharlas y que sientan que realmente están acompañadas.
El futuro de la medicina ancestral
En este proyecto, los cofanes han trabajado como hormigas. Pequeñas acciones organizadas han desencadenado logros importantes desde los primeros años, como la propia declaratoria del Santuario. Lo que sigue —sostienen quienes trabajan en él— es incentivar a que más personas dentro y fuera de las comunidades se sumen a las iniciativas. Finalmente, los beneficios serán colectivos.
“Los cofanes somos botánicos por naturaleza. Nuestro conocimiento en plantas medicinales, así como su uso y manejo, son para mejorar la salud y la vida no solamente de nuestras comunidades, sino de toda la humanidad. Nuestros abuelos suelen decir eso: que nuestro conocimiento sea siempre útil para el beneficio de la humanidad”, afirma Wilfrey Criollo.
La tarea es seguir con el legado de los abuelos que ya no están: que sea un espacio de permanencia para el conocimiento cultural asociado al yagé, sostiene.
“Que esto sirva también como un espacio para que, cuando nosotros tampoco estemos, nuestros hijos y nuestros nietos sigan generando conocimiento”, concluye Criollo. “Tenemos un área protegida que es, verdaderamente, única en el mundo”.
Imagen principal: Las sabedoras cofán y sus seguidoras. Foto: PNN Colombia
Publicado originalmente en Mongabay Latam