Foto: Planta de reciclaje de plástico en Kartepe, Kocaelion (Turquía). (Ozan Kose/AFP)
“Colonialismo de la basura”. Así denominan activistas y científicos a la exportación de basura de la Unión Europea a Turquía, principal comprador de unos residuos que acarrean graves consecuencias para la salud humana y el medio ambiente.
Una basura que es difícil de esconder debajo de la alfombra turca, ya que tiene camino de ida y vuelta. Turquía contribuye a un 16% de la contaminación por plásticos en el Mediterráneo oriental. Y las sustancias tóxicas de estos desechos se transfieren a alimentos que son consumidos dentro y fuera de Turquía.
El plástico es el principal problema medioambiental y sanitario de toda la basura europea que recibe Turquía. Y eso que tan solo representa un 4% –o 400.000 toneladas– de un total de 14 millones de toneladas de residuos compuestos en su mayoría por chatarra (13 millones de toneladas) y papel (400.000 toneladas).
A esto hay que añadir que el país euroasiático es también uno de los principales productores de plástico del mundo.
Cifras que crecen exponencialmente
La proximidad geográfica de Turquía y su membresía común dentro de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), junto con una política medioambiental de débil implementación, han convertido a Turquía en el vertedero de la UE desde que en 2018 China rechazó las importaciones de basura extranjera. En 2021, Europa exportó 33 millones de toneladas de desechos, casi la mitad a Turquía. Una cifra que duplica la que se registraba antes de la prohibición china.
Se trata de un problema de dimensiones globales, ya que los países más desarrollados, como EEUU, Canadá, Japón, Reino Unido y los países de la Unión Europea, que cuentan con políticas medioambientales estrictas, envían su basura a países en desarrollo como Turquía, Malasia, Indonesia o Vietnam. El plástico engulle el planeta y es uno de los principales obstáculos para frenar el cambio climático.
Además de plástico de la UE, Turquía recibió 122.898 toneladas de residuos plásticos del Reino Unido, o un 27% de las exportaciones británicas de este producto. Al mismo tiempo, y tomando como referencia todo el continente europeo, Turquía es el segundo fabricante continental –solo por detrás de Alemania–, y el séptimo del mundo en el sector del plástico, con unos 10 millones de toneladas al año, según datos de 2021 de PAGEV, la organización sectorial del plástico en Turquía.
Respecto a los residuos nacionales, una investigación de la ONG británica Environmental Investigation Agency reveló que en 2021 Turquía generó 3,9 millones de toneladas de desechos plásticos domésticos, e importó un total de 682.208 toneladas.
“El hecho de que Turquía siga comprando residuos plásticos a la UE mientras [aquella] produce muchos plásticos por sí misma se debe al crecimiento del sector del reciclado. Pero aquí también hay otro problema. Las investigaciones demuestran que sólo el 9% del plástico producido hasta la fecha puede reciclarse”, explica a Equal Times Gözde Sevinç, responsable de Desarrollo de Proyectos de Greenpeace Turquía.
El 90% restante termina en vertederos ilegales en las playas, en los ríos, en los campos y, en consecuencia, en hortalizas y productos del mar.
“La UE envía a Turquía lo peor de su basura, sin preocuparse en absoluto de los factores medioambientales ni de las condiciones laborales [de los trabajadores del reciclaje]. Esto es lo que llamamos colonialismo de residuos”, señala Kıvanç Eliaçık, director del departamento de Relaciones Internacionales de DISK, la Confederación de Sindicatos Revolucionarios de Turquía.
Un reciclaje peligroso y descontrolado
Los contenedores con basura europea llegan a los puertos de Estambul y Mersin, y de allí se distribuyen a las plantas de reciclaje del país. Unas 2.000, o una décima parte de las que cuentan con licencia, se concentran en la ciudad meridional de Adana.
La ONG Human Rights Watch (HRW) hizo sonar la alarma en 2021 sobre los efectos de la basura plástica europea en Turquía al publicar los testimonios, análisis químicos e informes médicos de los trabajadores y vecinos de estas plantas procesadoras. Bajo el título Es como si nos estuvieran envenenando, el informe detalla cómo muchos de estos trabajadores sufren enfermedades como asma y pérdida de voz.
“La mayoría de los trabajadores del sector no están registrados y carecen de seguro social. Los sindicatos luchamos por una jornada laboral limitada, normas de seguridad, normas sanitarias y salarios decentes”, explica el sindicalista Eliaçık. En algunas de estas plantas se han registrado accidentes graves e incluso fallecimientos, según han denunciado refugiados sirios y afganos que trabajan en ellas.
Tanto HRW como un informe paralelo de Greenpeace detallan cómo en el proceso de reciclaje se liberan una serie de químicos tóxicos que pueden originar enfermedades endocrinas y respiratorias, como el asma, incluso mutaciones genéticas y cáncer. Además, estos tóxicos, en su mayoría dioxinas, metales pesados y polímeros, acaban en las frutas y verduras que se producen en el valle de Çukurova, uno de los más fértiles del mundo, y que se distribuyen para consumo interno y exportación.
Tras la ira popular desatada por estas publicaciones, el gobierno de Ankara detuvo en 2021 la importación de residuos europeos, pero, debido a la presión de la floreciente industria del reciclaje, se reanudó al cabo de dos meses.
¿Por qué Turquía importa residuos de la UE?
En Turquía no existe una clasificación de residuos en la recogida municipal. De esto se encarga un ejército de medio millón de recogedores de basura callejeros, el eslabón más bajo de la cadena de reciclaje turca. Son los más pobres de entre los pobres. Tradicionalmente provenían de ciudades como Niğde o Hakkari. Ahora se pelean por el negocio refugiados sirios y afganos que huyen de los conflictos en sus países. Trabajan de sol a sol y venden la colecta a las plantas de reciclaje por apenas 10 o 20 céntimos de euro el kilo. Los mejores beneficios acaban en los bolsillos de los intermediarios y de las procesadoras.
Por este motivo las plantas prefieren el residuo plástico europeo, que en teoría ya llega limpio y clasificado, por lo que su rendimiento es superior. Aun así, una buena parte del plástico europeo termina en vertederos ilegales cercanos a las procesadoras, donde a simple vista se pueden leer envoltorios de queso francés o patatas chips alemanas.
El biólogo marino Sedat Gündoğdu, de la Universidad de Çukurova, indica en su informe académico que el precio del residuo plástico europeo y local es similar (unos 0,2 euros por kilo).
“Este aumento de las importaciones de basura de plástico en los últimos años levanta sospechas sobre cuánto cobran las empresas de reciclado si importan plástico”, señala el científico. En declaraciones a Equal Times, Gündoğdu asegura que los exportadores europeos falsifican la documentación, ya que el producto no está en realidad clasificado como consta en los documentos de exportación, por lo que él cree que hay un beneficio no declarado –o una venta por debajo del precio declarado– de “entre 50 y 100 euros por tonelada, porque las empresas exportadoras –concretamente las europeas– envían contenedores con material que es imposible de reciclar a cambio de ese dinero, por eso lo llamamos comercio ilegal, etiquetado erróneo y documentación fraudulenta”.
Además, asegura que solamente un 1% de la producción nacional de plástico se llega a reciclar. El resto acaba en el mar. La costa sur de Turquía, famosa por las aguas turquesa que dan nombre al país, es la más contaminada del Mediterráneo, con 3 o 4 veces más micropartículas en el mar que el resto de la cuenca.
Eliaçık, del DISK, añade que la crisis económica es otro motivo por el que el gobierno mira hacia otro lado. “Turquía está tomando todo tipo de medicinas amargas para reactivar la economía. Estas recetas incluyen invitar a las multinacionales diciendo ‘invierte aquí, la mano de obra es barata, no hay sindicatos y sí largas jornadas laborales’, y termina con el vertido de basura. Así es como el gobierno intenta superar su crisis económica, social y política”.
Pequeños avances en la dirección adecuada
Mientras la basura se acumulaba en los últimos días de verano en las otrora hermosas playas de Turquía, su presidente, Recep Tayyip Erdoğan, firmaba el 18 de septiembre en la cumbre de la ONU la Declaración de Buena Voluntad Basura Global Cero, con el fin de conseguir “un mundo más limpio, verde y habitable para las generaciones futuras”. Las fuentes consultadas para este reportaje no han comentado acerca de este anuncio. Sobre el papel, indican los grupos ecologistas, los objetivos de la legislación turca son correctos. Pero son necesarias más leyes específicas y mayor implementación.
DISK exige a Bruselas que los acuerdos de unión aduanera y libre comercio contengan artículos que garanticen los derechos sociales y laborales, en sintonía con las prioridades de los sindicatos europeos para una posible adhesión de Turquía a la Unión.
Desde el Partido Verde turco indican que es necesaria no solo una gran inversión en reciclaje y gestión de residuos, sino también en educación civil, ya que la propia población carece de una cultura de respeto por el entorno. Por su parte, Greenpeace exige a Ankara que cesen las importaciones y se centre en gestionar y clasificar los propios residuos municipales.
En línea con la presión de los ecologistas, el Parlamento Europeo aprobó a principios de 2023 la prohibición de exportar basura europea fuera de la OCDE y reducir la venta dentro de este grupo en el plazo de cuatro años, lo cual en teoría liberaría a Turquía de la basura comunitaria en la segunda mitad de esta década. No obstante, los ecologistas turcos no son muy optimistas acerca de la implementación de las medidas europeas y locales contra los residuos plásticos.
Publicado originalmente en Equal Times