“La ciudad de los dos mares”, como es llamada la sureña Taranto, en la región de Puglia, finalmente se rebeló contra la enfermedad que la ha afectado y sometido por décadas: el establecimiento siderúrgico ILVA, el más grande de Europa, donde se emplean alrededor de 15 mil trabajadores, y que la hace también la ciudad más contaminada de Europa. Pero muchas más son las personas que han sido y son afectadas por la contaminación que en todos los ámbitos produce la empresa: es altísima la incidencia de asma y cáncer, sobre todo entre los niños.
Una orden judicial que acusa a los directivos de desastre ambiental y omisión de la seguridad en el trabajo, entre otros cargos, ha destapado el entramado de colusiones y corrupción entre los las autoridades -locales y federales- y los empresarios, que no escatimaban sobornos con tal de mantener altos niveles de producción y escabullirse a la normativa de seguridad ambiental y laboral. Ahora, el ex presidente está detenido por masacre y devastación ambiental, pero es evidente que esto no necesariamente cambiará la suerte de una ciudad que por 50 años ha padecido las consecuencias de la impunidad.
Tras la posibilidad de que parte de la fábrica cerrara temporalmente, se generó un profundo conflicto entre la mayor parte de la ciudadanía, que reclama el derecho a la vida sana, y una parte de los trabajadores, apoyados por los sindicatos, que menoscaban el derecho a la salud y afirman la primacía del trabajo, que faltaría si cerrara la fábrica. Esta visión, en la que el derecho al trabajo –que significa una muerte más rápida- es puesta en aparente contradicción con el derecho a la salud, representa un verdadero chantaje por parte de un sistema económico que, en crisis, quiere enganchar a los trabajadores con la amenaza de la falta de alternativas. Los trabajadores son amenazados para aceptar la ocupación, bien tan escaso en la Europa de hoy, a cualquier precio, aunque sea el de la vida.
Un debate novedoso y muy rico se ha desarrollado en la ciudad, donde la reivindicación de “sí ai diritti, no ai ricatti” (si a los derechos, no a los chantajes), de que el trabajo y la salud son derechos complementarios y no contradictorios, se une a una profunda crítica al papel de los sindicatos, siempre más funcionales a los intereses de las patronales y menos dispuestos a reflejar la complejidad de los problemas que involucran a los trabajadores. En las asambleas ciudadanas que, a partir de la primera gran movilización realizada el 2 de agosto, se realizan diariamente en las plazas, se están generando espacios de discusión y propuestas sobre la posible alternativa para el sustento económico de la ciudad, que tiene una gran tradición en la agricultura y la pesca, además de un potencial turístico inestimable. Porque a todos les queda claro que, aunque el gobierno y los directivos del ILVA sostengan lo contrario, no es posible producir acero y proteger el territorio: no existen medias medidas, y la acerera tiene que cerrar. La vida puede seguir y el cielo dejar el tono rojizo de las humaradas de óxido para permitir el desarrollo de nuevas maneras de pensar y de vivir, que valoricen las potencialidades del territorio y de la cultura local.
No obstante la determinación de la gente, el gobierno sigue apoyando medidas “paliativas”, destinando millones de euros a la adecuación del establecimiento y evitando así el cierre: así lo decidieron los ministros el 17 agosto, mientras en las calles de la ciudad miles reclamaban “Salud, salario, ambiente y ocupación”.
Taranto, Italia. Hay una fotografía, una instantánea, una imagen de lo que sucede en estos días en Taranto. En esa imagen está Maurizio Landini, secretario de la Federación de Empleados Trabajadores del Metal (FIOM, por sus siglas en italiano) que es el sindicato más grande de ingeniería italiana; él abandona el palco de la Plaza de la Victoria junto con los secretarios locales y nacionales de la triada: Confederación General Italiana de Trabajo (CGIL); Confederación Italiana de Sindicatos de los Trabajadores (CISL); y la Unión Italiana del Trabajo (UIL), impugnada y abucheada por la ciudad que ya no está para los chantajes y que se niega a elegir entre dos derechos constitucionalmente gratuitos, el de la salud, que es reconocido por el artículo 32 y el de trabajo, sobre el cual está “fundada” la república italiana.
En otra fotografía instantánea aparecen Aldo, Massimo, Rocco y Stefano, quienes quieren hacer uso de la palabra para explicar a sus compañeros de trabajo de la empresa ILVA y a la ciudadanía en general, qué significa vivir en la ciudad más contaminada de Europa por emisiones industriales y al mismo tiempo trabajar en esa fábrica que posee algunos récords, como incidentes de trabajo, altas emisiones de dioxinas, furano y residuos de la producción del acero, en el cual ILVA permanece, no obstante la crisis mundial, en la élite económica europea y mundial. Ese monstruo marrón y oscuro que no duerme nunca, donde deben cruzar por las puertas en la mañana, la tarde o de noche, dependiendo el turno, esperando salir vivos de trabajar. Quieren explicar su “humanidad”, que se divide entre la necesidad y la negativa, entre los derechos y los chantajes. Pero más allá del daño y el engaño, se descubre muy pronto a los sindicalistas abandonando el palco. Después de haber firmado a lo largo de los años todo tipo de acuerdos de propiedad, reduciendo los derechos de los trabajadores a nada, ahora hacen suya la libertad de la palabra. “Se roban todo estos sindicalistas vendidos”, mientras tanto, entre los trabajadores y los ciudadanos discuten de qué bando ser parte.
Esa empresa ha contribuido durante cincuenta años al envenenamiento de un territorio entero, de sus mantos acuíferos, de toda la cadena alimenticia y ha creado un desastre social y ambiental que no tiene precedentes en la historia de Italia.
En estas fotografías instantáneas -magistralmente inmortalizadas por el activista Andrea Rotelli- se entrevén las caras de los verdaderos trabajadores, los de carne y hueso, esa entidad que naturalmente se opuso al enemigo de clase.
En las jornadas de Taranto se hace hincapié en la historia, que se convierte en el sujeto, en el significado hegeliano del término. Trabajadores sociales, que en esta plaza entran juntos al espacio del nuevo “Comité Trabajadores-Ciudadanos de libre pensamiento”, y al cual se unen otros trabajadores, en el momento en que para todos es claro que la empresa y los sindicatos están sólo de una parte, y los trabajadores y ciudadanos en la otra.
“Estamos escribiendo la historia”, dice Aldo, quien finalmente toma la palabra, “pedimos disculpas a los demás trabajadores ya presentes en la plaza por la manera tan radical en la que entramos. Habíamos pedido a la FIOM hacer una intervención en el palco a nombre de nuestro Comité formado pocos días antes, un Comité que pide para la ciudad de Taranto un futuro diferente, con salud, mayores ingresos ciudadanos y un modelo de desarrollo diverso que salvaguarde bienes comunes como el territorio”.
Después, Aldo recuerda que ese día es 2 de agosto, aniversario de una masacre por parte del Estado, que sucedió en la estación del tren de Bolonia en 1980, una tragedia que causó gran revuelo. La de Taranto, a diferencia de aquella, es una masacre silenciosa que ha durado 50 años; una exposición a los venenos que no sólo han provocado enfermedades o tumores, sino que “han causado fenómenos degenerativos en el organismo de los ciudadanos, que se traducen en enfermedades y muertes. Efectos debidos, seguramente, a la intoxicación en el complejo siderúrgico, pero no sólo de ahí, sino también de las cementeras, la refinería y la Marina, que se suman a la omisión y a la complicidad político-institucional. De este desastre ambiental descrito por documentos científicos, la plaza indica claramente a los culpables, a los mandatarios y los cómplices, y nada a partir de ese día será como antes.
Son las mismas fotos las que señalan la crisis ahora irreversible de la representación sindical, tal como alguna vez fue conocida en el siglo pasado. Es verdad que el tema de Taranto es complejo, es dramático, no hay soluciones fáciles, pero hay un dato político que apareció ese día y que antes no se tenía en las manos. Las soluciones no pueden ser más que aquellas expresadas e indicadas por la ciudadanía, de los movimientos sociales y sobre todo de los trabajadores que son la fuerza que mueve al acero. Serán ellos lo que tendrán que buscar medidas necesarias, hipótesis, esquemas de razonamiento y nuevas formas de vida para esta ciudad. No podrán ser más los políticos y los administradores, los sindicatos, la Confederación Nacional de la Industria Italiana (Confindustria) y los docentes universitarios, que de unas semanas para acá, constantemente nos recuerdan una parte de la realidad local y nacional: que esta fábrica cuenta con cerca de 15 mil dependientes, y eso es muy importante no sólo para la ciudad, sino para la nación entera. La empresa ILVA es un tesoro que produce acero y mueve la economía italiana. Un tesoro construido detrás de las casas de la localidad de Tamburi, un lugar en el cual, a los niños, por órdenes del alcalde, les está prohibido jugar en las calles, por la alta exposición al berilio (metal) y otros minerales.
Esa jornada fue histórica para Taranto. Si pensamos en términos de sugestiones colectivas, podríamos recordar aquel febrero de 1977, cuando a Luciano Lama, secretario de la CGIL, le impidieron hablar a los estudiantes en la Universidad La Sapienza.
La crónica de ahora, sobre todo de las vertientes cercanas al centro-izquierda, se ejercitan en nutrirse de cuentos fantasiosos, de los Comités de Base (COBAS), que habrían impedido a los sindicatos hablar. Hay en lugar de eso, en el medio de la recomposición de nutridos segmentos de la ciudad, segmentos que pugnan en el sector salud por condiciones dignas. Éste es el dato político significativo de la jornada, y en general de las diez jornadas en Taranto. ¿Decir la verdad se convierte en un acto revolucionario?
Es este recuento de un día que fue increíble y que permanecerá en la memoria, en donde las voces se unen a las imágenes, en un mosaico lleno de facetas y tan complejo como esta historia. La debilidad de las fotografías es que no poseen un significado en sí, pero llegan a significar algo en ciertos momentos. Y ese algo somos nosotros y son ellos; el 99 por ciento contra el 1 por ciento que da beneficios a nuestras vidas. Es esto lo que desea ser comprendido. Depende de nosotros estar a la altura del desafío, que significa ser capaces de dialogar, porque así se construye un imaginario colectivo en común.
Si tuviéramos que narrar con una canción ese día podríamos decir “que este ruido rompe el silencio, este silencio que es así de fuerte por masticar. Que es la gente quien hace la historia y es por esto que la historia da escalofríos, porque ninguno la puede detener. La historia somos nosotros, son nuestros padres e hijos, la historia no los ha excluido, la historia no pasa la mano. La historia somos nosotros, somos nosotros, cada granito de arena”.
Publicado el 20 de agosto 2012