La Caravana por la Paz rompe el silencio en Estados Unidos

Laura Carlsen

Nueva York, Estados Unidos. En su caminar por Estados Unidos, la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad hermanó a las víctimas de la guerra contra las drogas a ambos lados de la frontera, y denunció el carácter racista y reaccionario de la estrategia, patrocinada por los Estados Unidos.

La Caravana llegó a Nueva York el 7 de septiembre a toda marcha. Al inicio de la tarde, en la Iglesia de Riverside se encontraron cientos de integrantes de la Caravana con simpatizantes neoyorquinos para escuchar testimonios de la devastación de la guerra contra las drogas de ambos lados de la frontera.

La colosal estructura neogótica, erigida por la familia Rockefeller, tiene una larga historia en abrigar causas de justicia social. Es aquí donde, el 4 de abril 1967, Martin Luther King pronunció, en uno de sus últimos discursos antes de su asesinato, una deslumbrante acusación contra la Guerra de Vietnam. En el discurso, titulado “Un momento para romper el silencio”, King enunció sus argumentos para oponerse a la Guerra de Vietnam. Sus palabras se aplican asombrosamente a la guerra contra las drogas.

A pesar de los contextos históricos distintos y de las diferencias entre las dos guerras, sus semejanzas y la veracidad de sus palabras resisten no sólo al examen del tiempo, sino también al examen de las conciencias. Ambas guerras fueron, y siguen siendo, mortales, poco convencionales para su época y se combatieron por motivos distintos a los anunciados a los pueblos.

El primero de los argumentos enunciados por King es que “la guerra es el enemigo del pobre”. Observó con atención la manera en la que los avances contra la pobreza fueron desmantelados para alimentar la máquina guerrera. El sacrificio se presentaba descarnadamente: Sabía que América nunca invertiría los fondos y energías necesarias para la rehabilitación de sus pobres mientras aventuras como Vietnam siguieran absorbiendo hombres, habilidades y dinero como un tubo destructivo y demoniaco.

Eso lo sabemos también hoy. Con un presupuesto en crisis, los programas sociales han sido desmantelados en una reducción histórica de los derechos sociales y de la calidad de vida, mientras el presupuesto para defensa no solamente se mantuvo, sino que aumentó. Con los conflictos en Medio Oriente perdiendo atención, la guerra contra las drogas se convirtió en la justificación del insaciable anhelo del militarismo.

En México, donde la crisis financiera, el libre comercio y la indiferencia gubernamental crearon 12 millones de pobres más en pocos años, la guerra contra las drogas consume una parte enorme del presupuesto. La economía de guerra tiene en ambos países potentes patrocinadores, y la guerra contra las drogas tiene para ellos la ventaja de que, además de dejar pobres a los pobres, elimina una gran parte de ellos detrás de los barrotes o en fosas comunes.

Ése es, por supuesto, el segundo argumento de King:

(La guerra) mandaba sus hijos, hermanos y maridos a pelear y a morir en proporciones sumamente altas en comparación con el resto de la población. Tomábamos a los jóvenes negros que habían sido incapacitados por nuestra sociedad y les mandábamos a ocho mil millas para garantizar en el sureste de Asia las libertades que ellos no conocieron en el sureste de Georgia o al este de Harlem.

La guerra contra las drogas de nuestros días ni siquiera tiene que enviar a hombres y mujeres jóvenes a millares de kilómetros. Los sacrifica justo aquí en casa, por millones y con el mismo criterio discriminatorio con el que mandó a los pobres y a los afroamericanos a pelear y morir en Vietnam.

La Caravana por la Paz marchó, en una vigilia de luz de velas, a través del corazón del Harlem, una de las zonas más pobres de Manhattan; un lugar del que cotidianamente los jóvenes son arrancados para llenar las celdas y las arcas de un sistema de cárceles privadas, donde las leyes contra las drogas hacen el trabajo sucio para justificar una criminalización basada en la raza y la pobreza, que trata a las víctimas como villanos.

Carol Eady, del colectivo “Mujeres en crecimiento contando su historia” (WORTH, por sus siglas en inglés), una exprisionera por cargos sobre drogas que las dejó para ser educadora y activista comunitaria, explicó en la iglesia:

Muchas mujeres en Nueva York, y probablemente en todo el mundo, están encarceladas por cargos no violentos relacionados con las drogas. La mayoría de las veces comenzaron a consumir drogas debido a un pasado de abuso, de abandono familiar, discriminación o ataques sexuales. En vez de tratar estos acontecimientos en términos de un problema de salud -cuando usamos drogas para aliviar nuestro dolor-, nos encarcelan.

Más de 400 personas marcharon por Harlem gritando “Alto a la guerra contra la drogas” y exigiendo justicia. La “cruel manipulación de la pobreza” de la que habló King es el modus operandi de la guerra contra las drogas, y las cárceles son los nuevos campos de batalla donde se pierden vidas jóvenes.

El tercer argumento de King venía de su profundo compromiso con la no violencia:

Sabía que no podría levantar nuevamente mi voz contra la violencia de los oprimidos en los guetos sin antes haber hablado claramente al mayor generador de violencia en el mundo hoy, mi propio gobierno.

De la misma manera, si no nos oponemos a la guerra contra las drogas no podremos proclamar ser no violentos y levantarnos con credibilidad contra las guerras o invasiones más convencionales. La Iniciativa Mérida del gobierno de Estados Unidos promueve la violencia y la militarización como solución contra el narcotráfico. Podemos aprobar esto y abandonar todas nuestras pretensiones de no violencia u oponernos, a pesar de su popularidad política, y ser congruentes con nuestras creencias.

Al permanecer callados cuando Bush lanzó la Iniciativa Mérida en 2007, hemos permitido la expansión del modelo militarizado de guerra contra las drogas. Ahora, los políticos de ambos partidos han elevado los esfuerzos antinarcóticos al nivel de asunto de seguridad nacional, como si el polvo blanco que se usa para ponerse pudiera hacer estallar el mundo, o como si el camello de la esquina fuera tan peligroso como un terrorista. Es una mentira descarada. Estamos apoyando un modelo prohibitivo en la que el pueblo mexicano sufre la presencia de fuerzas de seguridad violentas y corruptas y de cárteles, ambos financiados y armados, directamente o no, por nuestro país. La violencia se convirtió en norma y la indignación moral se embota por la repetición sin fin.

Otro argumento es la “vocación de fraternidad”, un llamado religioso cuya demanda es hacer causa común y entender al dolor de los demás. La Caravana por la Paz ha forjado durante el mes pasado esos vínculos y ha buscado hacer causa común. Las víctimas, con sus fotos de seres queridos asesinados o desaparecidos y sus historias de dolor, han retado al pueblo estadunidense a plantearse la devastación generada por el apoyo a la guerra sin fin contra el narco.

Las historias en Riverside –45 años después del discurso de Martin Luther King contra la guerra de Vietnam– rompieron otra vez el silencio, no a propósito de una guerra en un continente lejano sino de una guerra transfronteriza que ruge furiosamente en nuestras comunidades, desde Harlem hasta Jalisco. Mientras el gobierno estadounidense extiende la fallida guerra contra el narco desde Colombia y México hasta Centroamérica, el Caribe y África, las palabras de clausura de King son tan certeras hoy como en ese entonces:

Todavía tenemos una elección hoy: la coexistencia no violenta o una co-aniquilación violenta. Debemos cambiar nuestra pasada indecisión por acción. Debemos encontrar nuevas maneras de hablar a favor de la paz en Vietnam (o en la guerra contra las drogas) y por justicia en todo el mundo desarrollado, este mundo cuyas fronteras son nuestras puertas.

Este modelo de aniquilación nos lleva a más violencia. Tenemos alternativas. Mientras centenares de manifestantes caminaban a través de Nueva York con fotos de las víctimas, pidiendo -otra vez- el fin de la guerra, nos acercaban a lo que King llamó “un salmo creativo de paz”.

Y esta vez, el silencio se rompió en dos idiomas.

*Texto publicado originalmente en inglés, en el Programa de las Américas

Publicado el 17 de septiembre 2012

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