Qué pasa ahora en Egipto

JORDI PÉREZ COLOMÉ / Blog Obama world

La transición egipcia sigue su camino torturado. En los últimos diez días han pasado dos cosas importantes.

Primero, el 21 de noviembre, el presidente, Mohamed Morsi, emitió una declaración constitucional -tiene los poderes legislativos- donde ordenaba sobre todo lo siguiente: uno, blindar la Asamblea Constituyente de una posible anulación por parte del Tribunal Constitucional; dos, cambiar el fiscal general -algo que había intentado sin éxito en octubre- y ordenar nuevos juicios a los acusados por violencia durante la revolución de 2011, y tres, otorgarse la opción de hacer lo que le diera la gana “para defender la revolución”.

Era una decisión impopular. El presidente se situaba por encima de la ley. En un país que acaba de salir de una dictadura, no es el mejor camino. Pero a la vez prometía que solo sería así hasta que Egipto tuviera una nueva Constitución. Morsi se volvía un dictador, pero solo “por un ratito”.

Lo más difícil de criticar era los nuevos juicios por la revolución y nuevas pensiones a heridos. Para la gente que va a Tahrir, eso es insuficiente, pero para la mayoría silenciosa puede querer decir que el presidente va de buena fe.

La oposición más militante se lanzó en seguida a la calle. El martes fue su mejor día en Tahrir. Pero el fervor de la revolución no se mantuvo y el viernes hubo menos gente.

El sábado los islamistas montaron una manifestación en apoyo del presidente y había bastante gente. La conclusión es sencilla: Morsi no es Mubarak y derrotarle solo en la calle será difícil.

La segunda cosa que ha ocurrido estos días fue en la madrugada del viernes. En una sesión agotadora y larguísima, la Asamblea Constituyente aprobó el borrador de Constitución. No fue un trabajo lleno de ilusión ni atento a los detalles. Querían acabar rápido -quizá para acortar los máximos poderes que se había otorgado Morsi- y, antes, más de 20 miembros de la oposición -seculares y cristianos sobre todo- abandonaron la Asamblea de cien miembros.

Egipto votará el 15 de diciembre en referéndum un borrador lleno de artículos ambiguos y oscuros. No es un texto fundacional y consensuado que inaugure un nuevo Egipto. Es más bien, como todo en esta transición, una opción mala ante otra desconocida.

Por qué ahora y tan rápido

Entramos aquí en la especulación. Parece que el temor principal de Morsi, su partido de la Libertad y la Justicia y los Hermanos Musulmanes, era que los tribunales anularan la Asamblea Constituyente como habian hecho con el Parlamento en junio.

No hay pruebas de la presunta conspiración y el problema era relativo: le hubiera tocado al presidente nombrar una nueva Asamblea. Pero la transición se alargaba, la Constitución debía acabarse ya, y a pesar de que Morsi le concedió dos meses más, han preferido tirar adelante sin tanto consenso. Habrá elecciones dos meses después de la nueva Constitución y el problema real de Egipto -el que hará ganar o perder elecciones- es económico, no político.

El Fondo Monetario Internacional aprobó de momento un préstamo de casi 5 mil millones de dólares a Egipto. El 19 de diciembre deben reunirse y ratificarlo. El dinero forma parte de un plan mayor del Fondo y puede suponer la vuelta a una cierta normalidad económica con nuevas inversiones extranjeras. Quizá Morsi busque la estabilidad ya al precio que sea, aunque pueda ser muy caro políticamente.

Qué dice la Constitución

Los islamistas obtuvieron tres cuartas partes de los escaños en el Parlamento derogado. Tienen la presidencia del país. Creen que disfrutan aún de un gran apoyo popular -es cierto, pero puede ser menor de lo que era-, y no están para discutir detalles ni conceder demasiado a los liberales. Aquí uno que sabe dice que está probado el temor islamista de que los liberales alargaban el proceso solo para minimizar su derrota en las urnas.

Entre los islamistas, por su lado, hay divisiones. Los más moderados y con más poder -los Hermanos Musulmanes- temen que si ceden mucho ante las exigencias seculares, los radicales salafistas les coman terreno electoral. Entre la rapidez y los equilibrios imposibles ha quedado una Constitución rara. Tiene 236 artículos (la española tiene 169) y da mucho juego a interpretaciones. Aquí está en inglés. Estos son algunos puntos principales.

El islamismo. La Constitución es más islamista que la anterior, pero no lo es de una manera radical. Mantiene el artículo 2 sobre la sharia como “principal fuente de legislación”, pero añade otro, el 219, donde establece que los principios que los jueces usen para regular deben inspirarse en “escuelas establecidas de la doctrina suní”: esto evita tanto interpretaciones más progresistas como más radicales.

Las mujeres. No hay nada que proteja específicamente a las mujeres. El artículo 9 dice: “El Estado deberá asegurar la seguridad y las mismas oportunidades para todos los ciudadanos sin discriminación”. No especifica por “sexo” ni nada más. Según Human Rights Watch, no facilitará la defensa de los derechos de la mujer en los tribunales.

En otro artículo dice que el Estado debe “permitir la reconciliación entre los deberes de una mujer con su familia y su trabajo”. ¿Cómo hará eso? Misterio.

Las libertades. Las dos libertades más adaptadas a Egipto son la de expresión y la de culto. El artículo 45 garantiza la libertad de expresión. Pero el 44 dice: “El insulto o abuso de todos los mensajeros religiosos y profetas está prohibido”.

El artículo 81 aún lo complica más: “Ninguna ley que regule la práctica de los derechos y libertades debe incluir algo que limite su esencia”. Bien, pero sigue así: “Tales derechos y libertades deben practicarse en un modo que no entren en conflicto con los principios que pertenezcan al Estado y la sociedad incluidos en la Parte I”.

Si vamos a la Parte I hay, por ejemplo, esto: “El Estado debe salvaguardar la ética, la moralidad pública y el orden público, y promover un nivel alto de educación y valores patrióticos religiosos”. Es fácil imaginar cómo la libertad de expresión puede pisar esos valores.

Está por ver qué aceptan los tribunales que esté por encima de los derechos fundamentales. En esa Parte I hay otros artículos curiosos. En el 12 se dice que el Estado debe promover “la arabización de la educación, la ciencia y el conocimiento”.

La defensa de las religiones se limita a las abrahámicas -judaísmo, cristianismo e islam. Las minorías religiosas lo tendrán difícil. Los bahai son los que más he visto citar. No es extraño esta interpretación débil de los derechos universales.

El ejército. Los militares salen bien parados. Su presupuesto no tendrá vigilancia civil, seguirá habiendo juicios militares a civiles cuando el asunto lo requiera y obliga a que el ministro de Defensa sea un militar.

El sistema de gobierno. El presidente solo podrá serlo durante dos mandatos de cuatro años y el Parlamento tendrá más poderes que hasta ahora. Podrá por ejemplo vetar el gobierno que proponga el primer ministro escogido por el presidente. Pero los gobernadores de las provincias seguirán en manos del presidente; no serán elegidos directamente.

Las mejoras. La nueva Constitución aporta también cambios saludables: prohíbe la tortura, protege ante detenciones arbitrarias y garantiza las libertades de asociación, movimiento, la privacidad en las comunicaciones.

Como se ve, no es una Constitución que, si es aprobada, sirva para una transición firme a una democracia sólida.

Qué problemas tiene Egipto

En esta larga transición, Egipto no ha solucionado muchos problemas. En los próximos días y meses surgirán de nuevo. He escogido estos tres:

1. El referéndum será difícil. El presidente anunció la fecha del referéndum el sábado por la noche.

El domingo un grupo importante de jueces anunció que iban a boicotear el referéndum. Según la declaración constitucional vigente, los 12 mil jueces egipcios deben supervisar los 13 mil colegios electorales. Si no están ellos, el presidente deberá inventarse unos sustitutos. Encontrarlos sin perder legitimidad será un reto.

Si el referéndum se celebra, lo más probable es que salga que sí. Los números dirían lo contrario: en las presidenciales el candidato islamista y el candidato del ex régimen quedaron casi empatados. Si hubo quien votó a Morsi, el islamista, para evitar que ganara el último primer ministro de Mubarak, ahora debería votar que no a la Constitución y serían por tanto casi mayoría.

Pero son cálculos imposibles. Es probable que las ganas de estabilidad y de tener ya un sistema más estable venzan. Las fuerzas seculares no están tan bien organizadas como los islamistas, que llegan a todos los rincones de Egipto. Además, la alternativa si sale “no”, no está clara: ¿Morsi mantendría sus poderes extraordinarios durante meses hasta que se redactara y aprobara otro texto?

2. Un país dividido. Una transición es consenso. En Egipto no lo hay. Los islamistas creen en conspiraciones judiciales, pero han roto ya varias veces sus promesas: primero, no presentarse a más de un tercio de escaños en el Parlamento; segundo, no aspirar a la presidencia para no monopolizar el poder.

Es lógico que los no islamistas sean suspicaces. Es menos lógico que se alegren de medidas judiciales poco democráticas que perjudican a los islamistas o que quieran convencer al presidente de que debe dimitir tras la nueva Constitución.

Esto no es algo menor que dependa solo de luchas de poder en pasillos. Fuera de Cairo ha habido ataques a sedes del partido de los Hermanos y peleas y pedradas entre ambos bandos, con al menos un joven muerto.

3. El paternalismo. La Constitución, la comunicación pésima de los nuevos decretos, la falta de diálogo con la sociedad civil, indican que unos de los grandes males del modo de hacer política en Egipto sigue ahí: el paternalismo.

Muchos políticos creen que no hay nadie mejor que ellos para decidir por los demás. Así actuaba Mubarak y la cultura política no cambia tan rápido. Tengo un amigo egipcio que está agotado de serlo. A pesar de ser una época fascinante, es fácil entender por qué.

Publicado el 10 de diciembre de 2012

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