Porque queremos la lucha, pero también el descanso

Testimonios recogidos por Adelaide Massimi Fotografía: Alessandro Toscano

Roma, Italia. Lucha y Siesta es, antes que todo, un espacio: un edificio de dos plantas con un pequeño jardín, en medio de un barrio lleno de carros y caos. Hace más de 10 años era una oficina de la sociedad del transporte público de la ciudad. Cuando quitaron la línea del tranvía que pasaba por el barrio, cerraron la oficina y el edificio se quedó abandonado muchos años. Luego llegamos nosotras.

Nosotras formamos parte de una organización de lucha por la vivienda, llamada Action, que desde hace muchos años lucha en contra de la especulación, para que la vivienda sea un derecho para todos. Nuestra lucha consiste en ocupar edificios vacíos que son abandonados, dejados a la espera de que su precio suba, mientras la ciudad se llena de mujeres, hombres y niños que viven en la calle o en pequeños departamentos y que trabajan sólo para pagar la renta: los proletarios de la especulación edilicia.

Trabajando en esta organización nos dimos cuenta de que la mayoría de las personas que se unían al grupo eran mujeres, y que además del problema de la casa tenían muchos otros. Tenían historias de mujeres, habían vivido esa forma específica de violencia y desprecio que el mundo y la sociedad ejercen sobre nosotras. Así fue que pensamos en ocupar una casa sólo para mujeres. Para encontrar caminos y caminantes. Para encontrar otras soluciones a los problemas. Para encontrar otra forma de búsqueda entre nosotras misma.

Soñamos con una casa para acoger a todas las mujeres: las que tuvieron historias difíciles, las que simplemente por ser mujeres tienen sueldos más bajos que los hombres o las que por no ser italianas son discriminadas y trabajan en casas como esclavas. Queremos una casa donde podamos tomarnos un tiempo para organizar la propia vida, un lugar de tránsito sin plazos determinados.

Al principio pensamos “qué bien, entre mujeres seguro nos vamos a entender”, pero a dos años de la ocupación de Lucha y Siesta podemos afirmar con seguridad que nos equivocábamos. Aprender a hablar entre nosotras fue muy difícil. Gritamos, lloramos, peleamos. Unas se fueron y no regresaron; otras tomaron pausas. Es difícil explicar por qué nos peleamos tanto. Tal vez sólo así aprendimos a vernos como mujeres y reconocernos como hermanas.

Cuando vimos el edificio de la Calle Lucio Sestio nos enamoramos de él. Lo quisimos desde la primera mirada. Pero cuando vimos el interior de la casa nuestro pensamiento cambió. Estaba lleno de basura, pájaros muertos y olía muy feo. Era algo horrible. Pronto empezamos a limpiar, acomodar, pintar las paredes, pegar lonas y carteles. El día de hoy, después de dos años, seguimos haciéndolo y nos llena de orgullo que una jovencita que recién llegó con su mamá y su hermana escriba: “aquí tenemos un cuarto nuestro, donde nos sentimos cómodas”.

En dos años empezamos a hacer muchas cosas: abrimos una ventanilla para las mujeres de la ciudad que se encuentran con dificultades; empezamos a dar clases de italiano para las mujeres migrantes; estamos intentando abrir un taller de sastrería; proyectamos películas; hicimos marchas, plantones y todo lo que pudimos hacer para reivindicar nuestros derechos. Pero sobre todo, hemos vivido aquí juntas.

“Me dio mucho alivio llegar aquí, porque siento que puedo decidir sola sobre mi vida, sin que otras personas me presionen para que haga lo que ellos quieren. Pero la convivencia es difícil: compartir el baño, la ducha y la cocina con las demás. Cada una de nosotras tiene una cultura diferente, una manera de pensar diferente. Hay quien hace la limpieza y quien no la hace, quien cuida el jardín y quien no hace nada. Aquí la lucha no es nada fácil, pero eso es bueno porque me hace crecer y fortalece mi personalidad, me hace sacar lo mejor de mí”.

Para organizar mejor la convivencia creamos turnos para la limpieza. Dividimos las tareas y las responsabilidades. Al principio fue muy difícil. Tuvimos que organizar la defensa del lugar, porque vivíamos con miedo de que llegara la policía a sacarnos. Todos los lunes en la noche hacemos nuestra asamblea para la gestión de la casa y los viernes por la tarde nos vemos para seguir adelante con los proyectos y las propuestas políticas. La convivencia y la autogestión siguen siendo difíciles, pero esta es nuestra lucha, esto es nuestro esfuerzo para participar en la construcción de otro mundo.

Somos muy diferentes entre nosotras y cada una tiene sus problemas:
“Llegué a Lucha y Siesta una noche de enero, después de haber ido a la oficina de Action del barrio San Lorenzo. Solo quería ver cómo era el lugar, porque no sabía si podía vivir ahí. Ya era muy tarde y al encontrar el lugar toqué, creyendo que nadie abriría. Me preguntaba cómo sería aquel lugar detrás del portón e intentaba ver algo más allá de la luz que iluminaba el jardín al fondo. Poco tiempo después tuve que dejar mi casa y me mudé a la ocupación.

Por suerte tengo un trabajo y soy italiana. Mi sueldo es muy bajo, como el de muchas mujeres que trabajan, y vivir aquí me permite no tener muchos problemas. Me siento orgullosa de vivir en esta casa, a pesar de que las dificultades son muchas. Somos muchas y tenemos orígenes muy diferentes. Las mujeres que viven conmigo tienen más problemas que yo; muchas porqué viven en un país diferente de donde nacieron, porque tienen que encontrar un trabajo que les permita obtener el permiso de residencia o por tener hijos y no saber dónde dejarlos cuando tienen que ir a trabajar”.

Podríamos hablar mucho sobre lo que hacemos. La verdad es que por necesidad nos encontramos aquí, viviendo juntas e intentamos hacer algo bueno a partir de lo que tenemos. Intentamos entendernos, pero no hablamos el mismo idioma. Una siempre grita y la otra musita. Algunas, al principio, sólo querían solucionar su problema personal: tener un techo sobre su cabeza. Ir a las marchas, hacer las asambleas y las reuniones es “la renta” que tienen que pagar para quedarse en la casa. Apenas hemos empezado a ser solidarias, a entender que nuestros problemas son los mismos de muchas mujeres que viven afuera. Apenas empezamos a hablar de “nosotras”.

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