El Festival Internacional del Clown ha trasladado una caravana de risa y reivindicación a los territorios palestinos. 43 artistas han actuado durante diez días en hospitales o campos de refugiados. Su director, Iván Prado, repasa 14 años de circo en los lugares más hostigados de la tierra.
Risas y acrobacias contra la ocupación en Palestina
Sembró humor en mitad de la segunda intifada palestina, en 2003, mientras escuchaba los ataques con mortero de Israel sobre Gaza, episodios que no le impidieron realizar 28 espectáculos circenses en 26 días de abril de aquel año, y fundar ‘Pallasos en rebeldía’ a su vuelta a España. En 2009, las autoridades israelíes le amenazaron con expulsarle del país si no entraba en su cuenta de correo electrónico desde el ordenador que le indicaba una funcionaria del aeropuerto y sin que ella apartase la vista mientras él tecleaba. Un año después, esa misma empleada cumplió aquella advertencia y, nada más poner los pies en el aeropuerto de Ben Gurión, fue detenido, interrogado, trasladado a prisión y, al día siguiente, expulsado con sus zapatones y narices de payaso. La lista de vicisitudes y agravios es más larga, pero el director del Festival Internacional del Clown (Festiclown), Iván Prado (Lugo, 1974), nunca se ha planteado desistir de una de las causas que le espolean: luchar contra la ocupación de Israel sobre Palestina con la poderosa arma de las artes circenses.
Acaba de regresar de la última edición del Festiclown en tierras palestinas y, sin separarse mucho de su equipo, formado entre otros por las compañías Kanbahiota, Tchyminigagua, Circo no ato y La academia de tontos, charla frente a un tercio de cerveza en una cafetería de la localidad madrileña de Rivas sobre la experiencia que les ha llevado a impartir talleres y a exhibir acrobacias o pasacalles durante diez días en hospitales, escuelas, universidades y campos de refugiados de Jerusalén, Belén, Hebrón, Ramala y Nablus.
«Están muy cansados. Hay mucho descrédito ante la comunidad internacional”
Este año, la comitiva internacional, formada por 43 artistas de España, Colombia o Brasil, coincidió allí con el anuncio de Hamás de su intención de reconciliarse con Al Fatah y poner fin a la división en la resistencia palestina. “La gente estaba contenta pero ya nadie lanza las campanas al vuelo. Como vamos cada año, también coincidimos cuando les dieron la silla en la ONU, y aparentemente hubo un momento de efusividad popular que no llegó a ningún lado. Están muy cansados. Hay mucho descrédito ante la comunidad internacional”, percibe Prado.
Risas y acrobacias contra la ocupación de Palestina
El circo como terapia ante la ocupación
Los años que estos payasos llevan recalando en las ciudades palestinas han dejado huella entre su población. “La gente se queda con una necesidad enorme por que volvamos. No podemos ser mejor recibidos ni pueden tener más ansia con nadie de fuera como por Festiclown”, detecta. Por ello, uno de los objetivos de esta iniciativa de solidaridad internacional es “fortalecer pequeños proyectos artísticos” para que funcionen de forma autónoma. “Ya tienen dos escuelas grandes de circo con bastante circuito interno con las que colaboramos cada año en actuaciones y formación”, señala.
En uno de estos proyectos locales, la escuela de circo de Birzeit, cerca de Ramala, trabaja el joven palestino de 23 años Mohammad Abu Sakha, encarcelado por Israel durante 20 meses sin cargos ni acusación, bajo la fórmula de “detención administrativa”. En este último viaje, el director del Festiclown pudo volver a abrazarle. “Le di un taller en Jenin en 2009. Tenía entonces 16 años y estaba con su cuadrilla de amigos que nunca se separan, salvo las veces que han encarcelado a Abu. Fue mágico verle a él, a toda su familia y a su entorno”, describe. Amnistía Internacional lanzó una campaña para solicitar la liberación del artista que fue detenido el 15 de diciembre de 2015 por soldados israelíes mientras salía de casa de sus padres. Iván Prado organizó el pasado mayo un peregrinaje por el Camino de Santiago desde Gijón informando a todos los caminantes del caso de Abu Sakha.
“Nos piden que volvamos cuanto antes porque la alegría que genera nuestro paso alimenta su resistencia y la posibilidad de creer que mañana puede ser un día mejor”
“El sistema terror de global funciona a partir del miedo, y el miedo funciona desde la desinformación”, defiende, y explica el giro que dio su organización cuando en 2003 quisieron trascender el espectáculo circense y denunciar, además, lo que sucedía en Palestina y otros lugares hostigados del planeta. “Donde la gente lucha por cambiar el mundo hay historias más enriquecedoras e importantes que las noticias negativas que desde allí nos llegan. Por eso, nuestro objetivo prioritario es ampliar la visión que el mundo tiene de estas realidades como los movimientos sin tierra en Brasil, comunidades indígenas en América Latina, el Sáhara o Palestina”, explica. Al final de cada misión circense, “nos piden que volvamos cuanto antes porque la alegría que genera nuestro paso alimenta su resistencia y la posibilidad de creer que mañana puede ser un día mejor”.
Risas y acrobacias contra la ocupación de Palestina
La rebeldía que nació en mitad de las bombas
El epicentro de esta revolución se sitúa en un viaje a la Chiapas (México) zapatista de 1995. A su vuelta, un año después, Iván Prado fundó los colectivos gallegos Boas Xentes y, con ellos, la cooperativa de gestión cultural Cultura Activa. “La idea era crear un palanca de transformación social que colaborase con gobiernos de izquierdas que no viesen la cultura como un lugar donde se gasta el dinero, sino como una herramienta revolucionara de construcción de comunidad, de democracia y de alegría”, detalla. En ese contexto emergió el Festiclown, y pronto se configuró como una de las patas más importantes del proyecto de Prado. “Movíamos a un público de 50.000 personas. Cada año dedicábamos las taquillas a un proyecto, como las Madres de Plaza de Mayo, radios zapatistas y, en la tercera edición, decidimos mandar payasos a Palestina. Hablamos con Payasos sin fronteras, y esa fue nuestra primera visita”, rememora.
“En Gaza descubrí la importancia del payaso en ese contexto, entendí la relevancia de la risa y la magia y la utopía del circo”
Era el año 2003, y apenas había payasos que quisieran embarcarse hacia una zona en conflicto. “Actuamos bajo los bombardeos en la franja de Gaza. Caían los morteros al lado del ayuntamiento. Vimos cómo le rompían el brazo al conductor de la ambulancia que nos sacaba clandestinos de Ramala, y cómo nos perseguía un tanque al dejar Belén. No podíamos impartir talleres porque los toques de queda eran aleatorios y la gente no llegaba, así que improvisamos”, relata el clown gallego. “En Gaza descubrí la importancia del payaso en ese contexto, entendí la relevancia de la risa y la magia y la utopía del circo”. Así nació ese otro colectivo que adosa el festival, ‘Pallasos en rebeldía’.
Risas y acrobacias contra la ocupación de Palestina
De aquella experiencia, Prado regresó “renegando de la humanidad”, “descreído” y con una diferente visión del mundo. “Vimos cómo sacaban a los enfermos de las ambulancias para registrar sus camillas y los dejaba tres horas a 40 grados al sol. Era el momento de mayor represión”, describe sobre la segunda intifada.
Con todo, el humor se configura en las zonas más oprimidas como la última pertenencia a arrebatar. En Gaza, según relata Prado, en aquellos días de plomo solían los palestinos emular el ruido de los aviones en el oído de algún payaso que pillaban despistado, con el propósito de asustarle y reír. “Cada noche se escuchaba cómo cruzaban las balas, y ellos decían que eran fuegos de artificio, su hilo musical nocturno”. “La gente que se juega la vida cada día es mucho más generosa, viva, entregada, alegre y empática que quien vive en sociedades de consumo”, resume. Así, para estos artistas, hacer reír en un campo de refugiados “es un acto de amor revolucionario”.
«En esas realidades donde no sabes si vas a comer mañana, te van a detener o te va a caer una bomba está la gente más generosa, espontanea, alegre y divertida»
Otro ejemplo que refuta sus conclusiones lo halló en el campo de Indomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia, el año pasado. “Habría unas 5.000 personas en tiendas de campaña. Y muchos niños descalzos. Yo me quité mis zapatos porque sentía que era un agravio como payaso, y un niño se acercó a darme sus tenis. Ese es el nivel. En esas realidades donde no sabes si vas a comer mañana, te van a detener o te va a caer una bomba está la gente más generosa, espontanea, alegre y divertida”.
Risas y acrobacias contra la ocupación de Palestina
El aprendizaje obtenido en cada misión azuza a estos payasos y artistas circenses a seguir. Las taquillas de sus actuaciones o galas, junto con los talleres y cursos que imparten, mas alguna ayuda de entidades locales, les facilita la financiación de los proyectos, que muchas veces cuentan con la voluntariedad de los artistas que sufragan costes de los vuelos. Las próximas citas antes de que acabe el año, el Sáhara, Chile, Colombia y Brasil.
Publicado originalmente en Público – España