Lima ha sido el principal destino de los migrantes internos del Perú. Sin embargo, con el coronavirus, miles de familias retornaron a sus lugares de origen, desplazadas por el hambre y el miedo.
La tercera noche que Elizabeth durmió en la calle con su familia, a un costado de la Carretera Central de Lima, escuchó el ruido de las ratas caminando cerca de los eucaliptos donde habían acampado. Fue una noche larga y fría como las dos anteriores, y para calentarse prendieron una fogata con ramas secas y papel periódico. Hubo muchos zancudos que espantar y les fue difícil conciliar el sueño debido a los llantos de los bebés que permanecían envueltos en colchas en los alrededores, tendidos sobre el suelo. Esa noche Elizabeth pensó que sería la última, que al día siguiente ella, su familia y el resto de migrantes que huían de Lima, expulsados por el hambre, el desempleo y el coronavirus, abordarían un bus que los llevaría a su natal Huánuco. Cerró sus ojos imaginando que eso ocurriría.
La historia de Elizabeth es similar a la de la mayoría de personas que migraron a Lima u otras ciudades capitales para trabajar, o a otros a los que la cuarentena los alcanzó en medio de algún trámite o una consulta médica. Ahora, en medio de la emergencia sanitaria por el Covid-19, con el transporte interprovincial interrumpido y luego de haber agotado sus escasos ahorros, miles buscan volver a sus regiones.
El número de familias que buscan regresar se ha incrementado durante las últimas semanas. A la mayoría de ellas, como a Elizabeth, se le han agotado los ahorros que tenían; a otros los han desalojado de las habitaciones que alquilaban, y muchos más son los que temen quedarse sin alimentos los próximos días. Expulsados por la incertidumbre, se han organizado en grupos de WhatsApp para iniciar un largo camino a pie. Los testimonios recogidos por Ojo Público resumen la desesperación.
“Yo también estoy aquí, sola con mi bebita. A veces pienso que la vida se nos agota”, escribe una mujer desde uno de los campamentos improvisados que se construyó en la Carretera Central, para los que intentaban salir de Lima.
“No digas eso, sé que Dios nos va a sacar de esto. Soy padre soltero, no puedo con esto pero tenemos que salir de aquí”, le responde alguien.
“Estoy con mi hija de cinco años, estoy embarazada”, comenta alguien más.
Los tres están en un grupo de personas que fueron alcanzados a la salida de Lima y durante unos días permanecieron en carpas. Pero con el paso de los días, su desesperación los hizo reorganizarse para continuar su camino hacia Huánuco, Junín y Ayacucho.
El gobierno ha confirmado que hasta el momento se han registrado 167.856 personas que solicitan el retorno. Sin embargo, hasta ahora apenas se han habilitado servicios para cinco mil migrantes priorizados por su condición de vulnerabilidad: niños, adultos mayores, embarazadas, y enfermos.
Una de las principales preocupaciones de las familias en los grupos de WhatsApp es la información. “¿Saben cuándo saldrá la lista de los habilitados para viajar?”, “¿Les han dicho cuándo habrá más carros?”, preguntan con frecuencia. Muchos incentivan el inicio del viaje a pie, organizándose en los puntos de salida, para luego alquilar por tramos los servicios de algún camión u ómnibus que los acepte y los traslade unos kilómetros más. Pero la travesía es dura, advierten todos. Los que llevan días avanzando recomiendan a los demás llevar agua, alimentos y solo lo necesario. Deberán acampar donde la noche los alcance.
“No es fácil salir con niños, porque aquí hace mucho frío. Mi familia está allí y están pasando sufrimiento”, escribe uno de los migrantes en el grupo de quienes se organizan para volver de Lima a Apurímac.
“No han encontrado carro que los jale y ya se está regresando un grupo”, comenta una mujer.
En todos los grupos de WhatsApp, la recomendación es permanecer juntos, aunque no todos tengan dinero y a muchos apenas les quede algo. Los que se dirigen hacia el norte, a Lambayeque o La Libertad, por ejemplo, cuentan que algunos tramos los realizan con algunos camiones que cobran entre 200 y 300 soles, y lo demás, a pie. Hay casos reportados dentro de los grupos donde algunos autos han llegado a cobrar hasta 400 soles por persona para trasladarlos de Lima a Lambayeque.
“Pero sí o sí tienes que tener coraje para meterte este trayecto”, comenta uno de ellos, luego de explicar que varios tramos se realizan a pie.
“Tienen que mantenerse en grupo y compartir lo que tiene”, escribe otro, aconsejando una medida que definirá una adecuada travesía: “Lleven también colchas para que se tapen cuando caiga la noche”.
En los campamentos instalados por el gobierno, han prometido someterlos a todos a las pruebas rápidas para que luego, con el apoyo de los gobiernos regionales, sean trasladados en ómnibus hacia su destino. “No queremos que la gente acuda en una corriente masiva a sus regiones”, dijo el presidente del Consejo de Ministros, Vicente Zevallos, refiriéndose a que los casos de Covid-19 están en aumento en el país, y es urgente contener la propagación del virus.
El viaje para estas personas y familias desplazadas por la pandemia y el desempleo los expone a un tránsito peligroso. Hace una semana, un joven de 25 años, identificado como Maykol Pariona Carbajal, murió ahogado en el río Pampas, en la frontera entre Apurímac y Ayacucho, cuando buscaba volver a su casa. Había caminado desde Ica, e intentaba cruzar el río nadando para retornar a su lugar de origen, en el distrito de Cocharcas, Apurímac. Su compañero de viaje, sí logró atravesar el río y fue llevado a la comisaría de la provincia de Chincheros, donde declaró que se conocieron en las alturas de Ayacucho, mientras caminaban hasta la frontera con Apurímac. Ambos querían volver a sus hogares.
Elizabeth, 53 años, migrante que, presionada por la falta de recursos económicos, agarró a los suyos, llenó unos maletines de ropa e inició su viaje a pie por la Carretera Central. “Más le temo al hambre que al coronavirus”, dice por teléfono. Teme no poder regresar a su natal Huánuco, porque está contando todo lo que ha vivido estos cuatro días con sus noches desde que salió de El Agustino, donde alquilaba un mini-departamento junto a su familia. Hace dos años llegó a la capital peruana, como miles de ciudadanos de regiones, empujada por la necesidad de trabajo.
Hasta antes de la pandemia, cada mañana se levantaba muy temprano, agarraba su mototriciclo cargado de frutas y recorría las calles de su distrito. Esa rutina cambió el domingo 15 de marzo, cuando el presidente Martín Vizcarra declaró el Estado de Emergencia por el coronavirus. Entonces pensó: “¿Cómo hago mañana? Si voy a trabajar, ¿dónde dejo mi mototriciclo? ¿Y si me detiene la policía?”.
Al inicio, creyó que solo serían dos semanas. Por eso echó mano de los pocos ahorros que guardaba en su cuarto. Pero los días avanzaban, el dinero se reducía y los casos de coronavirus aumentaban. “Cuando me di cuenta que ya no tenía ahorros, dejamos la casa alquilada. Vivía con mi esposo, mis dos hijos y mi yerno. Aunque hace poco se sumaron también mi sobrina y mi hija, que llegaron a pasar vacaciones”, cuenta. Fue así que el miércoles 15 de abril decidieron dejar Lima y comenzaron la caminata.
Después de evitar a la policía, que intentó varias veces detenerlos, llegaron hasta Huaycán, donde pasaron la noche escuchando a las ratas, corriéndose de los zancudos y calentándose con una fogata. Al día siguiente, Elizabeth y su familia se levantaron muy temprano creyendo que vendrían a recogerlos para llevarlos hasta Huánuco. Les habían dicho que el gobierno regional de Huánuco había gestionado buses para regresarlos. Pero no ocurrió así, y entonces debieron caminar hasta Huampaní. Allí durmieron.
Al día siguiente, funcionarios del Ministerio del Ambiente seleccionaron a un grupo de cincuenta personas vulnerables (adultos mayores y niños), y los llevaron a un albergue temporal ubicado en el Colegio de Alto Rendimiento (COAR) de Huampaní, en Chaclacayo. Les hicieron la prueba rápida, entregaron alimentos y una habitación donde quedarse. Elizabeth, su sobrina e hija durmieron allí. El resto de su familia continuó a pie.
“Mi sobrina con sus hijos y mi yerno ya llegaron a Huánuco. Pidieron ayuda y los fueron trasladando en algunos carros, hasta que llegaron a La Oroya, y después a Huánuco”, cuenta. Ella aún no sabe cuándo podrá volver. Dice que está en cuarentena y que le han dicho que pronto llegarán los buses para Huánuco. “Allá tengo lo que es mío: mi familia, mis hijos mayores que me pueden alcanzar algo siquiera, pero estando en Lima ¿quién me ayuda? Nadie me va a dar nada. No he sido beneficiada ni con un kilito de arroz ni con el bono del gobierno”, comenta.
En la página web del Gobierno Regional de Huánuco se inscribieron 10 mil personas que buscan volver de Lima a esta región. De acuerdo a la información que la Red Investigativa Regional de Ojo Público ha sistematizado a nivel nacional, las regiones que tienen más solicitudes de retorno son Piura (23.000), La Libertad (19.000), Cusco (16.670), Lambayeque (11.500) y Apurímac (13.400).
Desplazados por el coronavirus
Migrar: dejar tu lugar de origen para vivir en otra ciudad. En el Perú, la migración está asociada a la búsqueda de mejores oportunidades. De acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), hasta 2017, había 5.961.295 personas que habían migrado. Más de la mitad de ellos se concentraban en Lima (3.404.581), seguida de Arequipa, La Libertad, Lambayeque y Junín, regiones con ciudades que han experimentado un sustancial crecimiento económico durante los últimos años.
Para Aldo Pecho Gonzáles, antropólogo del Instituto de Defensa Legal (IDL), la migración en el país ha sido un proceso continuo desde la década de 1940, cuando gente de regiones empezó a poblar Lima; luego, en 1980 hubo otro movimiento desde la zona sur andina asociado a la violencia terrorista de aquellos años. Sin embargo, sostiene, que este nuevo fenómeno migratorio interno se produce en un contexto donde la gente le tiene más miedo al hambre y a la pobreza que al coronavirus.
“Las personas que están en Lima y en regiones temen quedarse sin recursos y no poder afrontar la pobreza. Por eso están en las calles, duermen allí, corriendo muchos riesgos, y solo quieren regresar, no importa que no tengan trabajo, porque se sienten más seguros en sus casas, con los suyos”, dice Pecho. Añade que quienes están regresando son personas que no tienen casa propia, o estaban fuera de sus lugares de origen por trabajos estacionarios, y que ahora ya no pueden sostenerse económicamente, en un contexto donde todo está paralizado.
En realidad, se trata de un proceso de retorno, o lo que el sociólogo urbano Mario Zolezzi Chocano, del Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, llama el desborde popular inverso. “Estamos revirtiendo un proceso de años. Ahora, desde Lima la gente regresa a las tres regiones del país. La gente se ve obligada a buscar refugio en provincias, en sus lugares de origen. Pero esta realidad solo ha expuesto la falta de empleo formal, pues el 70 por ciento de trabajadores son informales”, explicó a Ojo Público.
Añadió que este movimiento hacia las regiones también ha revelado la falta de viviendas dignas, y la inexistencia de cualquier tipo de seguro de desempleo o de emergencia al que puedan acogerse los migrantes. “No es un proceso como el de repatriación de peruanos en el extranjero, donde se regresó a personas de clase alta y media alta; ahora los gobiernos regionales están inscribiendo a muchas familias de los sectores más pobres”, precisó.
Falta de albergues y centros de acogida
La Resolución Ministerial 097-2020 PCM contempla las directivas para el retorno y cuarentena de las personas que buscan regresar. Uno de los requisitos primordiales es que los gobiernos regionales deben buscar albergues y centros de acogida para que los migrantes cumplan la cuarentena antes de volver a sus hogares. Estos lugares deben cumplir las normas sanitarias para evitar el contagio del Covid-19. Las autoridades deben de entregarles alimentación y kits de limpieza.
El último 17 de abril, llegó a Piura un grupo de 200 personas que estaban varadas en Lima, y fueron llevados hasta el Instituto Pedagógico de la ciudad, donde se había implementado un albergue temporal. Sin embargo, los que volvieron denunciaron que al inicio los habían amontonado en un solo lugar, y que los baños no tenían jabón ni papel higiénico. Recién al día siguiente fueron enviados a hoteles de la ciudad.
Funcionarios del Gobierno Regional de Piura dijeron a Ojo Público que no podían traer a más piuranos desde Lima, porque no habían más hospedajes en la ciudad ni tampoco albergues temporales. “Los hoteles están ocupados. Tampoco tenemos dinero para seguir alquilando lugares donde deben quedarse 14 días los que retornan”, respondieron.
En Huánuco ocurre una situación similar. Las familias son acogidas en siete lugares: cinco hoteles y dos complejos deportivos, que ahora mismo están ya llenos. “No tenemos capacidad para albergar a más personas, no hay espacios disponibles. Las empresas hoteleras no prestan sus instalaciones por temor”, declaró el gerente general del Gobierno Regional de Huánuco, Luis Briceño.
Más al norte, en Áncash, el gobierno regional ha previsto albergar a las personas en el Estadio Centenario de Chimbote, aunque un grupo de pobladores se opone y ha salido a protestar porque tienen miedo de “contagiarse”. En la Amazonía, en Puerto Maldonado, las autoridades tampoco han logrado concretar suficientes albergues y hospedajes. Por ese motivo, les han pedido a las personas que deseen volver que cumplan antes una cuarentena de 14 días en Lima.
“En Puerto Maldonado la capacidad hotelera es para 350 personas aproximadamente, por eso los varados están haciendo la cuarentena en Huampaní, para que cuando regresen a Madre de Dios vayan directamente a sus hogares”, dijo Manuel Ruiz, gerente de Desarrollo Social. Antes de viajar, las personas deberán someterse a la prueba rápida. Si el resultado es positivo serán trasladados a la Villa Panamericana.
En Apurímac, Rosendo Echeverría Ayquipa, gerente regional de Recursos Naturales, le dijo a Ojo Público que solo tienen un soporte hotelero para 1.200 personas, y que hay 13.400 personas que quieren regresar desde Lima. “No hay más oferta hotelera. Estamos buscando otros mecanismos, pero eso implica abrir colegios y estadios para atenderlos. Mientras no se abran más espacios no vamos a seguir trayendo a más personas”, afirmó.
La migración que no se ve
“Mamá, cuándo vas a venir, te extraño”, le ha dicho su hijo de 5 años a Yianita Ramos López, una joven madre soltera de 23 años que hace más de un mes está lejos de casa, de sus hijos, y de su madre enferma. Hace un tiempo, ella abandonó Parobamba, una zona pobre ubicada en la provincia de Pomabamba, en Áncash, y migró a Chimbote para trabajar en la chacra, cosechando algodón. Desde ahí iba y volvía a ver a sus hijos. Hasta que la crisis sanitaria comenzó.
Ahora está en Chimbote, sin empleo y sin dinero para volver. Al inicio, junto a un grupo, intentó regresar caminando los 280 kilómetros de distancia hasta su pueblo, pero la policía los detuvo, primero, y después, los ronderos.
“Es la otra migración, la que no se ve, porque no ocurre en Lima. Y es igual o más dramática. Ocurre entre regiones, gente de Ayacucho, Arequipa, Juliaca, que está en las capitales y quiere volver a su pueblo. En Cusco la cosa es dramática: la gente que trabajaba en turismo (mozos, choferes, cocineros de restaurantes) se han quedado en la calle, y están volviendo a las provincias de Cusco”, dice el sociólogo Zolezzi.
En Chimbote, el municipio acoge a unas 50 personas migrantes de otras regiones. Hay dos de la Amazonía, un adolescente de 16 años y una mujer trabajadora del hogar que fue despedida, sin beneficios, cuando empezó la cuarentena. En Huaraz, hay 10 personas refugiadas en carpas instaladas en un campo deportivo.
En el sur peruano, Elva Huamán Vidal, de 52 años, dice que su único anhelo es volver a Junín y abrazar a sus hijos. La emergencia nacional por el Covid-19 la agarró en Puno, donde se ganaba la vida vendiendo carteras de cuero. Cuando las cosas se complicaron, comenzó a caminar junto a otros hasta Arequipa. Aquí se inscribió para un vuelo humanitario que aún sigue esperando.
Grover Delgado, Gerente Regional de Transportes de Arequipa, explicó que son 8.635 las personas que buscan salir de esta región con destino a Cusco, Puno y Lima, principalmente. “Es otra dinámica, no solo la de Lima hacia las regiones, sino también debemos comprender el movimiento entre las regiones y capitales de provincia. Lamentablemente son menos visibles porque no tienen los reflectores de los medios de Lima”, sostuvo el antropólogo Aldo Pecho.
Comunidades indígenas en Lima
Cansado de esperar ayuda, el 16 de abril Marcelino Yampis Daekat, awajún residente en Lima, envió una carta a una conocida radio exponiendo la situación de 82 indígenas de Amazonas que quieren retornar a su región. Pidieron inscribirse en un vuelo humanitario que los regresara a casa, pues muchos se habían quedado sin vivienda y empleo, y no tenían acceso a alimentos. Muchos estaban durmiendo en las calles, luego de haber sido expulsados de sus cuartos de alquiler.
Isaías Mashigkash, natural de Nieva (provincia de Condorcanqui) es uno de los 82 indígenas awajún que espera en Lima. Él, su esposa y sus tres menores hijas fueron desalojados el 20 de abril del cuarto que alquilaban. Deambularon por la ciudad hasta que fueron acogidos en la Asociación La Florida, en Huachipa, donde armaron unos cuartos en base a triplay y cartón. Días después albergaron en aquella improvisada vivienda a otros dos amigos de Urakusa y Nieva, que también fueron desalojados.
“A más de un mes desde que empezó la cuarentena, no hemos recibido ni un sol de los municipios provinciales o distritales de Condorcanqui. No podemos sobrevivir sin alimentos”, dijo Hammery Mashigkash. “Yo soy mayor y puedo aguantar el hambre, pero mis hijos no”, contó con la voz quebrada.
Yampis Daekat le contó a Ojo Público que hace unas semanas el Ministerio de Cultura los apoyó con alimentos, pero que la leche que les entregó vencía ese mismo día. “No hemos recibido más del gobierno. Quienes nos han apoyado han sido otras personas, que nos han enviado un poco de dinero para los hermanos awajún y wampis de Lima”, dijo. Ahora han emprendido otra campaña de donaciones para soportar las dos semanas más de la emergencia nacional por el coronavirus.
*Por Red Investigativa Regional (Ralph Zapata, Geraldine Santos, Magali Estrada, Alicia Tovar, Yanua Atamaín, Karin Chacón, Jorge Carrillo, Claudia Chávez, Gustavo Callapiña y Clarys Cárdenas) / Foto de portada: Diego Ramos
Publicado originalmente en Ojo Público
Tomado de La Tinta