Dos acontecimientos vinculados al mal llamado conflicto palestino-israelí estuvieron recientemente en los titulares: el (previsible) fracaso de la última ronda de negociaciones auspiciada por Estados Unidos (EEUU) a través de su secretario de Estado, y la reconciliación entre las principales facciones palestinas: Hamas (que gobierna en la bloqueada y agonizante Gaza) y Fatah (cuya ficticia Autoridad Nacional Palestina, ANP, gestiona los millones que recibe de Occidente para hacerle los mandados a Israel en Cisjordania).
Dejando de lado el escepticismo inevitable de quienes pensamos que la causa palestina -y sobre todo sus perspectivas de liberación- no dependen de estas dinámicas, tratemos de ponerlas en perspectiva; sobre todo para mirar más allá de ellas.
La ronda Kerry y su final anunciado
Como dijimos al comienzo de esta ronda, que duró de agosto a abril, las perspectivas no podían ser más sombrías, pues por primera vez los desprestigiados dirigentes de la ANP cediendo a las presiones de EEUU- aceptaron sentarse a negociar sin ningún tipo de pre-condiciones, es decir, sin que Israel suspendiera la imparable expansión de sus colonias en el territorio que supuestamente algún día tendrá que devolver a los palestinos.
Para evitar especulaciones estériles sobre la voluntad política de Netanyahu, estas cifras muestran que Israel no perdió el tiempo mientras negociaba la paz: en estos nueve meses, anunció la construcción de 14 mil nuevas viviendas para colonias judías en Cisjordania y Jerusalén Este; asesinó a 61 personas (incluyendo niños y mujeres) e hirió a mil 751 (recordemos que actualmente no hay enfrentamientos en Palestina); arrestó a 3 mil 300 jóvenes (incluyendo cientos de niños y algunas mujeres); permitió 660 ataques impunes de colonos judíos contra personas y propiedades árabes, destruyó 508 estructuras palestinas (viviendas, escuelas, mezquitas, medios de producción) y desplazó por la fuerza a 899 personas (la mayoría familias beduinas).
El analista Ali Abunimah resumió gráficamente el accidentado y ficticio proceso de paz que EEUU puso en marcha hace más de 20 años con esta imagen: dos personas negocian sobre cómo repartirse una pizza mientras una de ellas, armada hasta los dientes y agrediendo a la otra, se come la pizza frente a ella. Y cuando ésta protesta porque no está quedándole nada, el agresor la acusa de no tener voluntad de dialogar.
Quizás la única novedad al final de esta ronda fue que esta vez, John Kerry acusó claramente a Israel de ser responsable del fracaso. Los detalles fueron revelados por el principal diario israelí Yedioth Ahronoth, en una entrevista anónima realizada por el prestigioso periodista Nahum Barnea al equipo negociador norteamericano (Haaretz reveló después que se trataba de Martin Indyk, el jefe del equipo negociador, ex embajador en Israel, y un peso pesado de AIPAC, el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel).
La entrevista dejó claro que Mahmoud Abbas se mostró como de costumbre dispuesto a ceder en la mayoría de los puntos, excepto uno: reconocer a Israel como Estado judío. En cambio, Netanyahu se negó a frenar la expansión de las colonias y a definir las fronteras del posible Estado palestino, y exigió mantener un control absoluto e indefinido sobre el territorio asignado al mismo. Lo único que aceptó en estos meses fue liberar presos políticos con más de 20 años detenidos; algo que no tiene costo para Israel, porque o bien los deporta a la cárcel abierta de Gaza o al poco tiempo vuelve a detenerlos. Y aun así, Netanyahu se negó a liberar al último grupo de presos como estaba acordado.
Kerry anunció dramáticamente que esta ronda era quizás la última oportunidad de salvar la solución de dos Estados. Entiéndase bien: no es que a EEUU le interese que los palestinos tengan un Estado independiente, como tampoco le importa que los derechos palestinos más elementales sean respetados; lo que quiere asegurar es la continuidad de Israel como Estado judío (manteniendo a los árabes afuera).
En una conferencia ofrecida enseguida de regresar a EEUU, Indyk criticó duramente la continua colonización israelí de Cisjordania. Dijo que llevaría a Israel hacia la realidad irreversible de un Estado binacional. Y poner en peligro mortal la idea de Israel como un Estado judío sería una tragedia de proporciones históricas.
Según revelaron algunos medios, en una reunión privada Kerry afirmó que, al negarse a permitir la existencia de un Estado palestino, Israel arriesgaba convertirse en un Estado de apartheid. Esto generó comentarios sarcásticos de quienes consideran que ya desde hace mucho tiempo Israel es un Estado de apartheid, y la solución de dos Estados está muerta. No obstante, la filtración provocó la indignación del gobierno sionista, y su habitual patoteo obligó a Kerry a retractarse. Y es que aunque parezca broma en los círculos más reaccionarios israelíes, Kerry e Indyk (al igual que su jefe Obama) fueron acusados de buscar la claudicación de Israel ante los intereses palestinos; y no faltó quienes los acusaran de antisemitas.
¿Movidas estratégicas o manotazos de ahogado?
Poco antes del inminente fracaso de esta ronda (concluida el 29 de abril), Mahmoud Abbas hizo dos jugadas que admiten más de una interpretación. Por un lado, haciendo uso del estatus de Estado observador en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Palestina solicitó la adhesión a 15 tratados internacionales y sus correspondientes órganos de vigilancia (incluyendo las principales convenciones de derechos humanos y derecho internacional humanitario).
Algunos analistas vieron esta movida como un paso más en el fortalecimiento de la vía diplomática a la que la ANP apuesta desde 2011 (aunque sin renunciar a las negociaciones con Israel, y siempre subordinada a ellas). Otros más escépticos calificaron la iniciativa de Abbas como un intento de presionar a Israel de último momento para evitar el fracaso de la ronda, pues se sabe que el camino de la ONU implica potencialmente denunciar a Israel ante La Haya por crímenes de guerra; una amenaza recurrente que Abbas no ha querido concretar hasta ahora para evitar la ruptura con su enemigo y las anunciadas sanciones económicas de EEUU.
La otra medida de último momento exactamente seis días antes de que venciera el plazo fue la firma del acuerdo de unidad con Hamas, casi tan poco novedoso y creíble como el proceso de paz. Desde la ruptura de 2007 no faltan anuncios y acuerdos de reconciliación (en 2011 en Cairo, en 2012 en Doha y de nuevo en Cairo) que nunca pasaron del papel.
El acuerdo incluye la formación de un gobierno de unidad en cinco semanas y elecciones nacionales seis meses después. Se espera también que Hamas se integre por fin a la OLP (hoy controlada por Fatah), y que ésta realice elecciones para reconstituir el Consejo Nacional Palestino, con la pluralidad que hace años perdió.
Mucho se especula sobre las razones y el momento de esta jugada, pero todos los analistas coinciden en un punto: las dos partes se encuentran en una situación de extrema debilidad y necesitan desesperadamente tener algo que ofrecer a su gente. Hamas, porque el bloqueo impuesto por Israel y agudizado por el régimen militar egipcio (clausurando el paso de Rafah y los túneles que abastecían a Gaza), llevó a la Franja a una situación insostenible. Y el Fatah de Abbas porque el nuevo fracaso de las negociaciones y la negativa de Israel de liberar a los presos lo dejó con las manos vacías y a punto de perder el último resto de legitimidad que le queda ante su pueblo (y ante su propio partido).
Razones para el escepticismo sobran: en primer lugar, porque hasta ahora cada parte demostró tener más interés en preservar su magro poder y golpear a su rival que en reconstruir un proyecto de liberación nacional (no olvidemos que la ANP, cumpliendo el papel de agente de la ocupación que aceptó en Oslo, no deja de arrestar a militantes de Hamas en Cisjordania; y otro tanto aunque en menor medida hace Hamas en Gaza con sus rivales de Fatah); y en segundo lugar, porque resulta difícil imaginar de qué manera ambas partes resolverán sus no pocas diferencias políticas (la principal de ellas, la colaboración de la ANP con Israel para eliminar la lucha armada, y el hecho mismo de seguir negociando; dos cosas a las que Abbas no renuncia).
Quienes se esfuerzan en ver señales positivas señalan que esta vez es diferente: éste es el primer acuerdo que se firma directamente entre las partes y en terreno palestino; los anteriores fueron firmados por Khaled Meshaal, el principal representante de Hamas en el exterior, mientras que esta vez lo firmó el mismo primer ministro Ismail Haniyeh, en Gaza. La ANP incluso logró que Israel permitiera la participación de Mustafa Barghouti, dirigente del partido al-Mubadara (Iniciativa Nacional Palestina) para darle mayor representatividad al acuerdo. Y las diferencias podrían no ser tan irreconciliables después de todo, pues si bien Hamas no renunció a la lucha armada como lo hizo la ANP (no digamos Fatah), lo cierto es que actualmente cumple el acuerdo de alto al fuego que firmó en 2012 (que el mismo Israel viola periódicamente) y trata de controlar a las otras facciones armadas. El Hamas que gobierna en Gaza desde 2007 está lejos de ser la organización terrorista que Israel, EEUU y Europa satanizan.
En definitiva, sólo una cosa podrá determinar la validez de este último acuerdo: su efectiva implementación. Habrá que esperar al menos seis meses para evaluarlo. Lo cierto es que la gente no festejó masivamente, quizás porque le suena a que esta película ya la vio; y porque sus dirigentes hace demasiado tiempo que no le dan motivo para hacerlo.
Tres de los miembros del casi difunto Cuarteto (la Unión Europea, Rusia y la ONU) recibieron positivamente la noticia, probablemente con la esperanza de que signifique la capitulación de Hamas a las tres condiciones impuestas por el Cuarteto que la OLP aceptó hace tiempo: reconocer a Israel, renunciar a la violencia y aceptar todos los acuerdos firmados anteriormente por la OLP. Sólo EEUU expresó su decepción por el acuerdo de unidad, mientras que Netanyahu afirmó que Abbas eligió a Hamas en lugar de la paz.
Pero ya nadie toma en serio sus reacciones histéricas, que no fueron diferentes cuando la ANP solicitó adhesión a los 15 tratados de la ONU: en lugar de celebrar que Palestina muestre su voluntad de ser un miembro responsable de la comunidad internacional, el gobierno israelí (secundado por el de Obama) afirmó que la iniciativa diplomática unilateral alejaba la posibilidades de una solución negociada (léase: de sometimiento a sus reglas de juego). Y por supuesto, de paso ya volvió a anunciar que no entregará a la ANP los impuestos que recauda en su nombre.
La realidad es que cualquier excusa sirve para acusar a los palestinos de hacer fracasar un acuerdo que Israel no tiene el menor interés en alcanzar. Antes Netanyahu decía que Abbas no era un interlocutor confiable porque no representaba (ni controlaba) a Hamas; ahora que la unidad palestina podría darle esas garantías, afirma que no se puede negociar con quien se alía con terroristas.
¿Y entonces qué?
La ruptura definitiva del proceso de paz será la mejor señal de que la causa palestina está bien encaminada y que por fin los ocupados y colonizados han decidido dejar de bailar al ritmo de su opresor. La liberación y autodeterminación del pueblo palestino sólo podrá resultar de una combinación de lo que Richard Falk, Relator Especial de la ONU para los derechos palestinos llama la guerra de legitimidad:
– En el territorio que va del Mediterráneo al Jordán, profundizar y generalizar la resistencia popular de base para exigir algo tan elemental como incuestionable: derechos humanos, libertad, igualdad y justicia (también para el retorno de las y los refugiados). La primeraintifada sigue siendo la mejor referencia para esa lucha (tan efectiva fue que Israel y EEUU inventaron el proceso de Oslo para desarticularla).
– Multiplicar las iniciativas diplomáticas que fortalezcan a Palestina como un actor internacional, y presionar a la ONU para que haga respetar las resoluciones y tratados que Israel viola sistemática y diariamente;
– Expandir la creciente campaña global de boicot, desinversión y sanciones para aislar a Israel y hacer que el costo de mantener la ocupación colonial de Palestina sea insostenible. Los éxitos indudables de esta campaña y el impacto que ya está teniendo sobre la economía y la imagen pública de Israel indican que es una estrategia eficaz.
Y es que en términos históricos el actual Estado judío tiene los días contados. Un régimen colonial, represivo y racista, que necesita un sistema de apartheid para mantener la supremacía etno-religiosa sobre la que fue fundado, no tiene lugar en el siglo XXI. El desenlace podrá ser similar al de Argelia, Irlanda del Norte o Sudáfrica; pero llegará.
El historiador israelí Zeev Sternhell advirtió recientemente que la pretensión de su gobierno de una rendición incondicional de los palestinos (que en realidad es su única propuesta) traza inexorablemente el camino hacia Sudáfrica. Y hasta los negociadores norteamericanos reconocieron estos días: Parecería que necesitamos otra intifada para crear las condiciones que permitan un cambio.
(Una versión ligeramente resumida de este artículo fue publicada en el semanario Brecha el 9/5/14).
Fuentes: Electronic Intifada, Al-Monitor, Al Jazeera, Middle East Monitor, Haaretz, Mondoweiss, The Times of Israel, YNet, Maan News, The Palestine Chronicle, Middle East Research and Information Project, +972 Magazine, Rebelión, Público.
18 de mayo 2014