Olimpiadas, creadoras de elefantes blancos

S.E. Smith Traducción: Lindsey Hoemann

Con cada Olimpiada viene la promesa de enormes sitios espectaculares y de vanguardia para el evento. Los países anfitriones quieren causar una buena impresión a los atletas, y dicen que el gasto se justifica por los beneficios para la comunidad, que durarán mucho tiempo después de terminarse los eventos –por fin, la gente tendrá arenas, piscinas, pistas y demás sitios increíbles para entrenar, competir y disfrutar los deportes.  Además, la economía local tendrá un resurgimiento. Pero, ¿qué pasa en realidad con esos sitios, y de verdad valen la pena? La evidencia sugiere que los sitios olímpicos caen en el abandono y se convierten en montones peligrosos que tienen que ser destruidos y removidos, a veces tan sólo unos años después de la realización de los Juegos.

Adiós a los beneficios para la comunidad

En Grecia, se estima que 21 de los 22 sitios construidos especialmente para los Juegos Olímpicos de 2004 (hace apenas diez años) se deterioraron tanto que ya no se pueden usar, en un país que lidia con deudas masivas y conflictos sociales.  Después de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sarajevo, en 1984, el podio se convirtió en un lugar para realizar ejecuciones públicas; ahora es el testimonio triste de una historia de guerra y miseria. Los sitios levantados para los Juegos de verano de Beijing, en 2008, también sufren daños, y algunos ya se están derrumbando gracias a su construcción apresurada. Con decoraciones de grafiti y montañas de materiales de construcción, son zonas de peligro, no sitios para realizar deporte. Mientras tanto, la Villa Olímpica de Turín está cerrada al público con cercas reforzadas, una indicación de la falta de vida en su interior.

Ya en 1960, los sitios olímpicos se abandonaban y destruían casi al terminar los eventos. Es suficientemente malo que las ciudades gasten millones en los preparativos para los Juegos y construyan estructuras, a veces al costo de su parque habitacional existente, pero es todavía más impactante ver cuántos sitios olímpicos fueron desechados cuando cumplieron con su uso.  Estadios, viviendas y otras áreas no deben de considerarse desechables, tomando en cuenta cuánto se gasta en ellos.

Algunos economistas investigaron la afirmación que ser anfitrión de las Olimpiadas lleva consigo cambios económicos positivos para las ciudades anfitrionas, y encontraron que simplemente no es cierto. En comparaciones aleatorias entre ciudades similares en términos de situación, población y otros factores, no encontraron ninguna diferencia sustantiva entre los anfitriones de las Olimpiadas y ciudades que no alojaron los Juegos. En sus investigaciones también encontraron que las ciudades muchas veces se quedan con elefantes blancos si no planean cuidadosamente lo que va a pasar después de los Juegos: ¿qué se hace con estadios, viviendas, pistas, y otros sitios construidos para recibir muchísimos más espectadores de los que jamás se podría esperar en un día cualquiera? ¿Y qué hay de los deportes que no se practican mucho en el país anfitrión, y por lo tanto no atraerán jugadores ni espectadores?

Estas son preguntas importantes para los organizadores de las Olimpiadas, quienes deben rendir cuentas a los ciudadanos de los países anfitriones. En el proceso de planificar un evento internacional importante como éste, también deben pensar en cómo hacer que beneficie a la gente mucho después de que se hayan ido los visitantes – si es que es posible hacerlo.

Mientras los economistas dejan claro que no quieren disuadir a los países de recibir las Olimpiadas, advierten que las competencias alentadas por el Comité Olímpico Internacional tal vez haya creado un ambiente económico y social no saludable en ciudades que concursan para ganarle a las demás durante el proceso de postulación.  ¿Será ya hora de limitar las Olimpiadas a un nivel más razonable?

24 de febrero 2014

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