Foto: Dina Guaguasubera, mujer yuqui encargada de preparar los alimentos de decenas de niños del internado en Bía Recuaté. Crédito: Sara Aliaga
“Era mejor mi comunidad antes. Ahora la veo muy triste. El idioma es lo que más me preocupa”, se lamenta Dina Ie Guaguasubera.
Dina es yuqui y tiene 27 años. “Cuando era niña, mi papá y mamá me enseñaban a hablar el idioma. Y ahora hay dificultades, hasta mis hijos, no saben hablar mi idioma, si entienden, pero no hablan”, explica, quizás cargando la misma tristeza que describe en su comunidad.
De acuerdo con un estudio de la antropóloga boliviana Ely Linares, el 75 % de la población yuqui habla su lengua biaye (más conocida como yuqui).
Para el Atlas de Unesco de las Lenguas del Mundo en Peligro, el idioma yuqui se encuentra en grave peligro de extinción.
Miedo a no existir
Dina es la cocinera para los niños de un internado financiado por la comunidad, gracias a los recursos del aprovechamiento de la madera del plan de manejo de su territorio indígena. Allí viven unos 30 niños. Algunos quedaron huérfanos, por la epidemia de tuberculosis, otros tienen a sus padres trabajando fuera de la comunidad.

“Tengo miedo de que pierda mi idioma, porque los niños de ahora no saben hablar el idioma. Puro castellano nomás. Si eso pasa, es como si fuera que no vamos a existir los Yuqui”, insiste Dina.
Este desplazamiento de la lengua, tal vez encuentre su explicación en la discriminación que sufren los yuqui cuando salen de su territorio, hacia la población de Chimoré. “Hablan mal de nosotros, dicen ‘los yuqui son cochinos, los yuqui son flojos’”, reclama Dina.
Según ella, el prejuicio sobre los yuqui es constante. “Cuando uno está sentado ahí comiendo, (nos dicen) ‘por qué comen en la calle, por qué no van a su casa’ o ‘por qué no comen en una mesa’. Así nos miran. Pero la gente (yuqui) trabaja afuera. Y comen pues, no tienen una casa… trabajan, se buscan la vida”, relata Dina.
En Chimoré es fácil corroborar esta percepción sobre los yuqui.
Un hombre en la calle cuenta que, en el pueblo, intentaron sacar a todos los yuqui hace un par de años: los acusaban de robar comida de los platos en los mercados, dormir en la calle y “no respetar las reglas de convivencia de la sociedad”.
El monte
“Mi papá era cazador. Cazaba el mono con flecha. Tenía también escopeta. Del monte nos traía fruta, miel y carne. Buena gente era mi papá. Pero se ha muerto. Se ahogó en el río hace poco”, dice Dina rememorando tiempos que parecen demasiado lejanos.
“Más bonito era todo cuando era niña —cuenta Dina, con el tono de una mujer longeva, sin siquiera haber llegado a los 30—, ahora los veo tristes. La mayoría salen, abandonan su casa, su comunidad”.

Pero la pandemia provocó que muchos yuqui regresaran a la comunidad para “protegerse” de la COVID-19.
Dina lo recuerda con alegría. “Contenta paraba yo, bonito era mirar a ellos. Lleno en el río, todos a pescar. Comían bien. Harto pescaba mi gente. Íbamos al rio, harta gente bañándose. Me sentí feliz”.
Es difícil imaginar el contraste entre aquellas sonrisas en la comunidad y la hostilidad de los pueblos más cercanos. Es un cambio drástico.
¿Es por eso por lo que los yuqui sienten tanta tristeza?
Las canciones
Cuando alguien pregunta sobre canciones entre las yuqui, todas cantan en su propia lengua. La mayoría de las veces son tonadas cristianas.
Aún se siente la influencia que dejaron los misioneros de la Misión Nuevas Tribus (MNT), hasta 2005, cuando el Gobierno boliviano retiró su permiso para trabajar con los Yuqui.
A pesar de su carácter religioso, estas canciones también hablan de la tristeza yuqui.
Más allá de su contenido, estas canciones también sirven para conservar la lengua de Dina y su comunidad. Ella esta consciente de esto e insiste en que los jóvenes yuqui usen su idioma.
“Es muy importante que aprendan a hablar, porque nosotros somos poquitos y tal vez se pierda. El idioma ya nadie va a hablar. Tal vez yo me muero y mis hijos no van a saber. Si no saben, se puede perder mi idioma”, reflexiona Dina.
Migración
Claudia Bazoalto es profesora en la primaria en Bía Recuaté. Recuerda, también con tristeza, su llegada hace más de tres años a la comunidad.
“Verlos era algo triste. Siempre salían, no se quedaban aquí. Siempre los veía allá, en el pueblo (Chimoré). Estaban queriendo olvidarse de su cultura”, relata Claudia.

“Los maestros hemos trabajado bastante en concientizar (sic), en que su comunidad no debe ser olvidada, más bien debe ser valorizada, su cultura y su lengua”.
Claudia, por las tardes, tiene una rutina invariable: va al rio para bañarse y lavar su ropa.
El paisaje es bello y los atardeceres son espectaculares. Pero el ritual diario tiene que ver más con una carencia. “Aquí faltan los servicios básicos: luz eléctrica, agua potable”, explica la maestra.
“Ellos todavía carecen de esto. Tienen derecho a tener energía eléctrica, de vivir cómodos. Por falta de servicios básicos, emigran al pueblo y prefieren estar allá”, concluye Claudia.

Los primero bachilleres
El año pasado salieron los dos primeros bachilleres de Bía Recuaté. Toda la comunidad se sintió orgullosa. Al verlos en Chimoré decían “mira, ahí están nuestros bachilleres”.
Este fue un gran logro para los yuqui.

Pese a la buena noticia, la profesora Claudia aún guarda muchas preocupaciones. Una de ellas es la baja asistencia de las niñas yuqui a la escuela.
“Las mujercitas en la etapa de adolescencia están desertando de la escuela. Piensan que ya tienen que formar familia y que no es tan importante el estudio. A sus 13 o 14 años algunas ya están embarazadas”, relata Claudia.
Pero no es el único problema que acecha a las yuqui más jóvenes. Claudia también cuenta, apenada, la historia de tres hermanas huérfanas que, presuntamente, “venden el cuerpo de una de ellas a los hombres” en Chimoré.
Dina sueña

“Quiero que ayuden a la comunidad. Sueño que un día va a haber una buena carretera, que va a haber plaza y tienda aquí “. Así comienza Dina a enumerar sus deseos.
“Sueño que va a mejorar la comunidad. Tienen que imaginarlo, les digo a mis hijos”, continúa la joven madre.
Dina cuenta que sus hijos le responden que sí, que lo imaginan.
“Va a haber plaza, mamá, cuando seas abuelita”, le responden.
Publicado originalmente en Muy Waso