Los kurdos resisten sin ayuda de Occidente

Alejandra Gaitán Barrera

14 de octubre de 2014. El cantón autónomo kurdo de Kobane en el Kurdistán Sirio (Rojava[1] en idioma kurdo) lleva hoy más de 29 días sitiado por las fuerzas del radical y fundamentalista Estado Islámico (ES) o “da’esh” como se le conoce por sus opositores en Medio Oriente. Anunciando su llegada con el reiterativo grito de “Allah hu Akbar”, los militantes islámicos árabes, turcos, chechenos y demás musulmanes (desde Tunisia a Indonesia) cometen graves atrocidades; por doquiera sus humvees y tanques americanos infligen terror inigualable. Cometen crímenes de lesa humanidad en su brutal y regresivo aniquilamiento de opositores y minorías y su esclavización de por lo menos 500 mujeres y niñas yazidi kurdas—quienes hoy se asume fueron vendidas en el mercado negro de esclavitud sexual para satisfacer los placeres de los militantes islámicos, concepto denominado Jihad Al-Nikah.

El Estado Islámico no sólo ha forzado el desplazamiento de 1.8 millones de personas en Iraq desde junio de 2014, incluyendo a las históricamente oprimidas minorías: los yazidis, los asirios y los chiítas; tan sólo en las últimas semanas, el avance del Estado Islámico, a través de la superioridad de su armamento—confiscado al ejército iraquí en junio—causó que el alarmante número de 160 mil kurdos hayan abandonado sus lugares de origen en Rojava, dejando atrás no sólo sus tierras y propiedades sino el territorio colectivo que por miles de años defendieron sus ancestros ante inminentes invasiones, desde Alejandro Magno y Gengis Kan hasta árabes y europeos. Tan desesperada es la situación humanitaria en Rojava, que los kurdos buscan refugiarse donde menos hubiesen deseado, en la militarizada y colonizada región del Kurdistán turco (Kurdistán norte).

La pugna por el autónomo cantón kurdo de Kobane hizo evidente ante la comunidad internacional la fortaleza unitaria, la determinación política y la singular estrategia militar de los kurdos en el Kurdistán Occidental (Kurdistán Sirio) o Rojava, como ellos mismos le denominan. Esta autonomía de facto, declarada en febrero de 2013, es testimonio de la larga lucha por parte de fuerzas kurdas en Siria por re-tomar su propio espacio político, un espacio que les fue arrebatado al caer el imperio Otomano y con él, el multicultural sistema del millet donde autogobierno local constituía la expresión de lo político.

Con la creación del Estado Sirio (mandato francés) en 1924 y la sucesiva declaración de independencia en 1945, los kurdos no sólo fueron despojados de sus territorios ancestrales sino que fueron sometidos a un régimen sistemático de discriminación y marginación. Constituyendo entre el 10 y 15 por ciento de la población nacional de Siria, gran parte de los 2.5 millones de kurdos fueron privados del derecho humano universal a la nacionalidad. Sin nacionalidad, los kurdos fueron sujetos a un vacío legal permanente utilizado por gobiernos consecutivos en Siria, especialmente por el Baazismo, para privarlos de su derecho a la vida, a su idioma vernacular, a una vida estable y digna, y a la educación, entre otros derechos fundamentales.

Así como en Iraq, Irán o Turquía, la identidad kurda fue sometida al yugo de un proceso de exterminación, prohibiendo el uso o la referencia a cualquier símbolo kurdo, ya fuera el idioma, bandera, libros, música y demás arte. El investigador kurdo de Macquarie University, Govand Khalid Azeez, en su análisis sobre la situación actual expone que “en esta coyuntura, la subjetividad kurda se encuentra entrampada en un amalgama de múltiples formas de poder: disciplinario, biopolítico y necropolítico. Por una parte, las fuerzas occidentales hegemónicas e imperiales. Por la otra, poderes regionales invasores.”

Sin embargo, ante esta abyecta destitución cultural, política y social, la histórica resiliencia que caracteriza a la nación kurda aflora nuevamente. Tejida en el imaginario político kurdo está esa frase que se repite desde Kermanshah hasta Kirkuk, Kobane y ?irnex en Kurdistán del este (Irán), sureste (Iraq), oeste (Siria) y norte (Turquía) respectivamente, “berxwedan jiyane” o resistencia es vida.

Cuando a principios de agosto, los militantes islámicos sitiaron la ciudad  de Sinjar en el norte de Iraq, los yazidi kurdos enfrentaron el genocidio número 73 en su historia. Refugiándose en la inhabitable y desértica montaña de Sinjar, los yazidi kurdos, rodeados por fuerzas del Estado Islámico, permanecieron por semanas sin alimento ni agua. En medio de este valle de la muerte, los gritos de los yazidis fueron silenciados por la comunidad internacional, quien se limitó a proveer únicamente de exigua asistencia humanitaria vía área. Ante esta situación de inminente genocidio, las fuerzas kurdas de Yekîneyên Parastina Gel o Unidades de Protección Popular (YPG por su acrónimo en kurdo) y Yekîneyên Parastina Jin o Unidades de Protección de la Mujer por la Mujer (YPJ por su acrónimo en kurdo), ambos batallones asociados al Partiya Karkeren Kurdistan o Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK por su acrónimo en kurdo)—este último quien ha luchado por la liberación kurda contra la opresión del Estado turco por más de tres décadas—actuaron conjuntamente para abrir paso y liberar a cada uno de los Yazidis y acompañarlos hasta encontrar refugio en los cantones kurdos autónomos de Rojava, completando la operación hacia finales de agosto. Por supuesto, el rol del PKK fue oscurecido por medios de comunicación masiva, quienes atribuyeron la liberación de más de 40 mil yazidis a operaciones áreas conjuntas entre Estados Unidos, el gobierno autónomo kurdo en Iraq y el gobierno central Iraquí.

De las fuerzas de YPG y YPJ, sin embargo, podemos aprender lecciones que van más allá de su estrategia militar. Recientemente, estas dos fuerzas han instaurado uno de los gobiernos más progresistas y democráticos no sólo en la región sino en la arena internacional. Desarrollado por el líder nacional kurdo Abdullah Öcalan del PKK, este liberatorio y secular proyecto es definido como “democracia sin un Estado”. Re-imaginando la implementación de auto-gobiernos locales y dejando atrás la democracia occidental moderna, este confederalismo democrático ha sin duda emancipado a los pueblos de Rojava. Los representantes hoy en Rojava gobiernan a los tres grupos más importantes: los kurdos, los árabes y los asirios, asegurándose que por lo menos un tercio de los representantes sean del género femenino. Esta revolucionaria forma de gobierno es construida conforme a los principios embebidos en la consigna: “Jin, Jian, Azadi”, que se traduce como “mujer, vida y libertad”.

La lucha por Kobane hoy no sólo es la lucha por territorio ni la lucha por contener el avance del Estado Islámico sino la pugna por la humanidad, por salvar un proyecto que abraza la libertad y que impulsa coexistencia en la diversidad. Desde tiempos inmemoriales, los kurdos hacen referencia al refrán “los kurdos no tenemos amigos, sólo las montañas”. Desafortunadamente las planicies de Kobane se encuentran lejos de altitud alguna. Aún así, Kobane resiste, ¡berxwedan jiyane!

[1] Alejandra Gaitán Barrera es investigadora en la Escuela de Gobierno y Relaciones Internacionales en Griffith University, Australia. Sus investigaciones se enfocan al estudio de las diversas interpretaciones y articulaciones con respecto a autonomía, especialmente por parte de naciones indígenas en América Latina y en Medio Oriente. 

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