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Los cuidados: la crisis contra la que no hay decreto ley ni medidas estrella

SARAH BABIKER

Antes de la crisis del covid-19, estaba la crisis de los cuidados. Una emergencia permanente, la dificultad de garantizar la reproducción de la vida, alcanzar parámetros mínimos de bienestar social y ejercer el derecho a cuidar y ser cuidados. Una expresión, la de “crisis de los cuidados”, que en los últimos quince años se ha definido y desarrollado en textos académicos, se ha discutido e investigado en ambientes feministas y emerge, cada vez más, en los titulares de los medios. 

Tantos años son muchos para llamar a una crisis crisis; el dañino desajuste en este ámbito tiene rango de problemática estructural. Y a esta precariedad permanente compuesta de largas jornadas de trabajo, escasas políticas de cuidados, servicios públicos en declive y privatización de las tareas relativas a la reproducción en el hogar se le ha sumado una nueva crisis que, a pesar de parecer —por ahora— solo coyuntural, podría dejar efectos a largo plazo en un escenario ya complejo, ahondando en la desigualdad. Es lo que pasa cuando las pocas herramientas de las que disponían las familias para remar entre las aguas del empleo remunerado y el gratuito de los hogares, la escuela y los abuelos, quedan descartados por fuerza mayor.

“El confinamiento ha agravado la tensión entre trabajo y cuidados y, sin embargo, ha sido bastante eficaz ocultando esa tensión agravada, al menos durante los primeros dos meses”, reflexiona la doctora en Sociología Inés Campillo. Para ella, esta invisibilización se entiende en el marco de la concepción, por parte de la ciudadanía, de que la conciliación es un problema privado. Con el fin de apostar por otro modelo, la investigadora ha participado en el documento Hacia un sistema estatal de cuidados, junto a otras feministas como Yayo Herrero, Amaia Pérez Orozco o Carmen Castro, en el marco del debate para la reconstrucción postcovid impulsado por Izquierda Unida.

Estas “zonas de vida”, en palabras de Carolina León, “se han vuelto más opacas y ocultas todavía”. La autora de Trincheras Permanentes. Intersecciones entre Políticas y Cuidados (Pepitas de Calabaza, 2017) teme que esta situación esté por agravarse. “Se ha confiado ciegamente en el ‘hogar’ como proveedor, y no sabemos a qué precio”. En todo caso, avisa, todo parece apuntar a que quienes están pagando este peaje son las mujeres.

Lo de Carolina León no es una intuición. Las alertas son unánimes y describen esta creciente desigualdad desde múltiples frentes: la crisis está radicalizando inercias y, si bien está exponiendo a madres y padres a más horas de trabajo reproductivo, no lo está haciendo en la misma proporción. Un estudio realizado por investigadoras de la Universidad de Barcelona y la Pompeu Fabra señalaba que son las madres las que están dedicando más tiempo a la limpieza, la ropa o las comidas, mientras ellos tomaron como responsabilidad en mayor medida ir a la compra, la única actividad en el espacio público que se pudo realizar, de hecho, en las semanas más estrictas de confinamiento.

“El confinamiento ha agravado la tensión entre trabajo y cuidados y, sin embargo, ha sido bastante eficaz ocultando esa tensión agravada, al menos durante los primeros dos meses”

Sindicatos como UGT o CSIF coinciden en que la brecha salarial se agrandará, pues serán las mujeres las primeras en renunciar a su trabajo o reducir su jornada laboral para atender necesidades de cuidados. Según otro estudio de la Universidad de Valencia, han sido las mujeres las que sufren mayor estrés y agotamiento al teletrabajar durante el confinamiento pues, además de cumplir con las tareas propias de su empleo, asumen en mayor medida el trabajo doméstico, a lo que se suma el apoyo educativo de hijas e hijos y, hasta en ocasiones, facilitar que sus parejas trabajen.

Muchas mujeres tendrán que reincorporarse presencialmente a sus trabajos y los colegios seguirán cerrados

En este contexto, Esther Vivas, autora de Mamá Desobediente. Una mirada feminista a la maternidad  (Capitán Swing, 2019), aprecia una doble dinámica en la que en realidad sí que se visibiliza “la ingente carga de trabajo de cuidados que las mujeres seguimos llevando a cabo en el interior de los hogares” y las consecuencias del cierre de escuelas y el apartamiento —al menos durante las semanas de confinamiento— de los abuelos y abuelas. “Sin embargo, al mismo tiempo, no se está haciendo absolutamente nada para revertir esta situación”, añade.

Y es que el balance de la medidas relativas al cuidado de menores en ocasión de la crisis no es positivo para quienes fueron consultadas para este reportaje. En sus respuestas, que redactaron una vez acostados los niños o en un hueco del turno de teletrabajo negociado con sus parejas —en caso de tenerla—, que grabaron en mensajes de audio en un momento de descanso, o que proporcionaron en llamadas telefónicas donde se oían voces infantiles de fondo, señalan casi a coro un hecho: el Gobierno fue rápido aplicando medidas para paliar la crisis en el ámbito productivo, pero se olvidó de los cuidados.

“Se asumió sin problemas que la infancia quedara totalmente confinada y que madres y padres se las tenían que arreglar para cuidar a sus criaturas, a pesar de tener que trabajar o teletrabajar”, resume Campillo. A diferencia de lo que ocurrió en otros países, aquí “la única medida que se reconoció fue la posibilidad de reducción de jornada por motivos de cuidados, una medida bastante regresiva (y, por tanto, ineficaz) si no va acompañada de prestación alguna, pues ¿quién puede permitirse perder parte de su salario?”. Campillo resume la situación en una frase que hasta ahora es un diagnóstico: “El Estado no ha asumido ninguna responsabilidad”.

Después de tres meses, el futuro inmediato no se presenta muy esperanzador. Aunque a medida que se produce la desescalada se prevé la reapertura gradual de los centros, no hay ninguna certeza en ese ámbito ni parámetros comunes a los que atenerse. Mientras, el teletrabajo, difícil de compatibilizar con los cuidados, es además una opción limitada a ciertas profesiones y atravesado por un evidente sesgo de clase. “La crisis profunda se empezará a abrir cuando la cuerda de cada hogar se vaya cortando por los cabos más delgados: son las mujeres las que acumulan empleos temporales, horarios parciales, puestos de menor remuneración… ¿Quién se va a poder reincorporar al comercio, al turismo, a los servicios o a los horarios de puestos fabriles sin escuelas?”, plantea León. 

BUSCARSE LA VIDA EN UN SISTEMA INSOSTENIBLE

Elegir entre salario y cuidados no es una opción para las cerca de dos millones de familias monoparentales que hay en el Estado. Son estas unidades familiares las que, en palabras de Campillo, “ejemplifican la insostenibilidad de nuestro sistema”.

Desde la Federación de Asociaciones de Madres Solteras (FAMS) llevan tiempo señalando este abismo que arrastra a miles de madres —son mujeres la gran mayoría de quienes están al frente de familias con un solo adulto a cargo— al agotamiento y la precariedad en condiciones normales, madres que en estas circunstancias excepcionales rondan el colapso y la pobreza.

“Hemos pedido al Gobierno que tengan en cuenta a nuestras familias. Nos nombran pero nos dejan fuera de las políticas”, valora Carmen Flores, presidenta de la federación. Ante la ausencia de medidas que vayan más allá de la imposible elección entre salario o tiempo, las madres tuvieron que habilitar soluciones en los márgenes del estado de alarma, en muchos casos, recurriendo a abuelas y abuelos, aún siendo estos grupos de riesgo, o haciendo red entre otras madres y amigos: “Las asociaciones hemos hecho salvoconductos para ir entre casas: las madres se han buscado la vida”, apunta Flores.

“Las asociaciones de familias monomarentales hemos hecho salvoconductos para ir entre casas de unas y otras para ayudarse: las madres se han buscado la vida”

Pero las circunstancias cambian y las ideas se agotan. Muchas tendrán que reincorporarse presencialmente a sus trabajos y otras empezarán uno nuevo en las próximas semanas. Los campamentos de verano son fundamentales para estas madres, pero a finales de mayo aún no había noticias, a pesar de que, como recuerda la presidenta de FAMS, estas actividades de ocio necesitan de cierta preparación, especialmente en estas circunstancias. Aún son muchas quienes se preguntan si podrán contar con este tipo de alivio.

Preguntas no faltan: las peticiones de información que les llegan son múltiples y constantes. Para Flores esto es, en parte, consecuencia de las medidas que se anuncian pero cuyas condiciones concretas no acaban de quedar claras. Hay dudas respecto a los derechos laborales y el acceso a ayudas económicas, interrogantes que revelan situaciones muy diversas. Y es que “la realidad es mucho más compleja de lo que la norma dice”, recuerda.

“Todo el día para arriba y para abajo con el niño”, le espetó un vecino a Elena durante las primeras semanas del confinamiento al verla llevar a su pequeño de tres años al supermercado o a sacar la basura. A ella no le quedaba otra que hacerlo así: la mirada desaprobatoria de gente poco sensible a realidades complejas marcó las primeras semanas de su confinamiento.

Respecto a lo demás, las cosas han sido igual de difíciles que siempre, ironiza. Su arreglo personal consiste en que una persona vaya a su casa unas pocas horas al día para encargarse del pequeño mientras ella, que es profesora de FP, teletrabaja. En realidad solo tuvo que enfrentar once días de teletrabajo en soledad y llegó a una conclusión: “Es imposible”. Elena se considera privilegiada, pero antes de la crisis se le rompió el coche y necesitó ayuda de sus padres para arreglarlo. “Cobro 1.400 euros y me dejo 510 en que me ayuden unas horas, eso junto a la hipoteca me deja poco margen”.

A falta de abuelos o de dinero para externalizar el trabajo de cuidados, otras trabajadoras, las de los cuidados, tiran de red para resolver el problema. Es el caso de Darly, integrante de la Asociación Intercultural de Profesionales del Hogar y de los Cuidados de en el País Valencià.

Como Elena, ella también se considera una privilegiada, pues tiene un horario de 9 a 16 horas, así que cuando hay colegio “solo” necesita pagar a alguien para que lleve a su hija de nueve años a la escuela, pero a la salida puede recogerla. Eso cuando había escuela. Ahora es una amiga, que acaba de tener un bebé, la que se encarga en ese horario de estar con su hija.

LOS HOTELES ESPERAN

Si hay un sector económico estratégico para la economía española es el turístico. Prueba de ello es que las habitaciones de los hoteles se abrirán antes que las aulas. Y alguien tendrá que limpiarlas. En ese momento, para muchas mujeres, volverán, aunque escasos, los ingresos a casa, si es que consiguen resolver qué hacen con sus hijos.

Silvana, del colectivo de kellys de Fuerteventura, espera poder trabajar pronto. Lleva más de dos meses sin ingresos, ha solicitado varias ayudas, sin éxito por ahora, y espera una llamada que le confirme que todo está bien y que podrá cobrar el ingreso mínimo vital ya en junio. Aunque cuenta que hasta ahora el trabajo nunca le ha faltado, no es fija y los salarios del sector no le han alcanzado para ahorrar, así que trabajar toda la vida no le ha librado de la incertidumbre. Ahora al menos no le preocupa tanto el cuidado de sus hijos que, con 11 y 15 años, podrán apañárselas solos si vuelve a trabajar.

“No se puede pasar tiempo con los hijos en el tipo de trabajo que tengo, era camarera de piso y después me iba a otro trabajo, pero dentro de todo tener colegio era una ayuda muy grande”

Eugenia, de las kellys de Madrid, al menos afrontó la crisis con derecho a paro. De momento sigue en su casa con su hija de 16 años y su hijo de 8. Una novedad para ella, que antes del estado de alarma salía de casa a las 7 de la mañana y regresaba a las 10 de la noche. Entonces, entre que su hija se iba al instituto y alguien llegaba para llevar a su hijo al colegio, el menor quedaba un rato, no mucho, solo en casa.

“No se puede pasar tiempo con los hijos en el tipo de trabajo que tengo, era camarera de piso y después me iba a otro trabajo, pero dentro de todo tener colegio era una ayuda muy grande”, apunta Eugenia. Volver a trabajar ahora no será un problema en lo referente a cuidados: ahí estará su hija para ocuparse. Pero de lo que gane en ese eventual nuevo trabajo que aún espera, ya sabe que una parte tendrá que ir al apoyo educativo que ella ya no podrá brindar.

SIN HOJA DE RUTA

“Me choca que las familias con niñas y niños no estemos en la calle protestando”, cuenta María desde Barcelona. Se dice ella también privilegiada, por teletrabajar, por conservar prácticamente el mismo salario —cosas de funcionaria— y sin embargo confiesa que no puede más. Su hijo de 11 años es autista, tiene un 85% de discapacidad. “Dudo si mi visión está sesgada por un niño complicado y una posición de privilegio en general. Parece que reclamar colegios abiertos es como si los quisiéramos colocar en un armario. Pero no hay tribu. Al menos no con un niño autista”.

“Dudo si mi visión está sesgada por un niño complicado y una posición de privilegio en general. Parece que reclamar colegios abiertos es como si los quisiéramos colocar en un armario. Pero no hay tribu. Al menos no con un niño autista”

Ni la red familiar, ni las cuidadoras a domicilio, ni una eventual ayuda económica puede aliviar su situación y la de su hijo. Lo que necesita María, una demanda que va emergiendo en las conversaciones, aún conscientes de las dificultades que entraña la crisis sanitaria, es la reapertura de los colegios.

“La vuelta a las aulas con cuidado y despacio. Entiendo a las maestras. Necesitan recursos. Espacios. Hay que contar con más espacios como las ludos y los centros cívicos de barrio. Y hay que reforzar personal”, apunta María, pero piensa que, ante todo, lo que se necesita  es voluntad política: “Si se pueden triplicar las UCI también se puede hacer esto. Solo hay que pensar cómo. Es una inversión en salud y es una inversión en personas que están en ERTE o pierden sus trabajos porque no pueden cuidar”.

Los colegios de educación especial, como el que precisa el hijo de María, estaban entre aquellos que deberían reabrir en la fase 2, según los planes del Gobierno. Sin embargo, son varias las comunidades autónomas que han manifestado sus reparos para seguir esta hoja de ruta, mientras que las plantillas profesionales muestran su preocupación.

Campillo no es optimista respecto a la vuelta a las aulas: “Temo que entre la resistencia de las administraciones a invertir más en educación y el miedo del cuerpo de docentes a que no se asegure su salud en el trabajo, no avancemos en la reflexión y en la implementación de políticas que puedan garantizar el derecho a la educación en estas nuevas circunstancias”.

Para las madres de la Federación no se puede esperar mucho más, y por eso llevan semanas presentando sus propuestas a las administraciones, desde plantear otras formas de campamentos y colonias, a organizar grupos de cuidados con un ratio muy reducido. Pero apuntan que para eso son necesarios los colegios. Urgen, además, otras medidas económicas que cubran el pago de suministros o alquileres. “No la moratoria, sino la condonación, porque sino va a ser una acumulación de deudas”, recalca Flores: “Lo mismo pasa cuando se plantean permisos remunerados recuperables, nosotras no tenemos horas para devolver y menos si los coles estarán cerrados”.

Junto a la vuelta ordenada y segura a las escuelas, poder reducir la jornada laboral sin que se reduzca el salario parece una medida clara. Por ella apuestan tanto Vivas como Campillo, quien alerta que se trata de una condición fundamental “para que no se ahonde en las desigualdades”.

OPORTUNIDAD PERDIDA

Como hace el covid-19 con las patologías previas, esta crisis sanitaria y las medidas tomadas para afrontarla han agravado con su aparición las crisis precedentes. En toda esta conjunción de crisis, no parece fácil avistar ninguna oportunidad, no al menos en materia de conciliación. 

Sí, la crisis ha hecho emerger de nuevo la “urgencia de una reorganización socialmente justa de los cuidados”, valora Campillo. Pero el Gobierno, contrapone, va por el camino contrario. Para León el problema reside en no haber conseguido “politizar” o sacar del ámbito de lo individual la cuestión de los cuidados, más allá de en “entornos muy concretos”. Así, “niños y niñas siguen sin ser vistos como responsabilidad colectiva” y esto se traduce en la forma en la que se piensan las soluciones a la crisis. Ante el silencio de la institución, son otras redes, resume León, las que se activan, “emerge un crisol de necesidades y dependencias y gente que pone su tiempo y energía en proveer lo que puede”.

Para Vivas es la incidencia de las movimientos sociales la que debe presionar a los poderes públicos para reencauzar este camino: “Aquellas que somos críticas con las políticas adultocéntricas y anticuidado que se están implementando tendremos que alzar la voz”. Pero para ello, piensa que es necesario ampliar las bases de estas reivindicaciones, y entender que maternidad y derechos de la infancia son materia de lucha feminista.  

Este material se comparte con autorización de El Salto

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