El Gobierno británico anunció que se comprometerá ante el Parlamento de Westminster a no lanzar un ataque militar contra el Gobierno sirio antes de conocer los resultados de la misión de expertos de la ONU sobre el terreno, y que investigan un supuesto ataque químico el pasado 21 de agosto en el extrarradio oriental de Damasco controlado por los rebeldes.
«El secretario general de la ONU, (Ban Ki-moon) debe poder dirigirse al Consejo de Seguridad inmediatamente después del fin de la misión del equipo», reza la declaración que el primer ministro, David Cameron, presentará hoy a la Cámara de los Comunes. La moción añade que «el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debe tener la oportunidad de conocer el informe y todos los esfuerzos deben estar dirigidos a obtener una resolución que apoye una acción militar antes de que finalmente tenga lugar».
El anuncio desmiente en principio los rumores que apuntaban a que el ataque comenzaría hoy mismo, tal y como adelantaron a principios de semana varios diarios estadounidenses y británicos y parece romper -o frenar- la secuencia de movimientos que presagiaban una precipitación de los acontecimientos hacia un inminente ataque contra Damasco.
El propio Cameron aceleró su regreso de vacaciones y forzó la convocatoria del Parlamento. Su aliado liberaldemócrarta y vicepresidente, Nick Clegg, tuvo que salir a la palestra la víspera para asegurar que, en todo caso, el ataque sería corto y no buscaría el cambio de régimen. Más oposición encuentra Cameron en los laboristas, que con 257 de un total de 650 diputados, anunciaron que pondrían como condición esperar a que los expertos presenten su informe ante el Consejo de Seguridad.
Los laboristas saben que el 74% de los británicos se opone a una intervención militar sea cual sea su formato y Londres fue escenario de una primera manifestación de protesta.
Pero parece ingenuo pensar que Cameron ha tomado esa decisión impelido solo por cuestiones internas y sin contar con el aval de EEUU.
La estrategia de Obama
Mientras algunos equiparan la estrategia de Obama con la de Bush en Irak, no falta quien apunta a que el inquilino de la Casa Blanca habría caído en su propia trampa cuando aseguró en abril que el uso de armas químicas sería una «línea roja» que no permitiría cruzar, lo que le forzaría a actuar «a desgana». Junto a los análisis que apelan a la «necesidad de Obama de recuperar su credibilidad» ante el stabilshment estadounidense -la población es otra cosa, ya que solo el 9% apoya una intervención y alcanzaría el 25% en caso de que se confirmara que Damasco atacó con armas químicas-, otros anteponen un cálculo político y presentan la amenaza de ataque contra el Gobierno sirio como un intento de debilitar su posición ante unas eventuales negociaciones en Ginebra de cara a forzar un acuerdo de transición controlada para poner fin a la crisis siria. Ese objetivo instrumental explicaría, según esos análisis, el hecho de que el ataque haya sido presentado como quirúrgico y de una duración de pocos días.
Sea como fuere, horas antes del anuncio de Londres, Ban Ki-moon aseguró que los expertos sobre el terreno necesitan cuatro días para terminar el trabajo. «Déjenles terminarlo», señaló. Un portavoz de Ban precisó que el recuento de los días comenzaría desde el lunes, cuando iniciaron la misión. «Luego, los expertos deberán hacer análisis científicos y después deberemos hacer un informe para el Consejo de Seguridad para que tome las acciones que juzgue oportunas», señaló Ban.
Tras desistir de moverse de su hotel por cuestiones de seguridad, el equipo de expertos llegó ayer a Ghuta oriental, en la periferia de Damasco -en manos de los rebeldes armados- para trabajar por segundo día recogiendo muestras y testimonios.
Mientras, las potencias occidentales y el Gobierno sirio se acusaron mutuamente de un ataque químico, el del 21 de agosto en el extrarradio de Damasco, que ya nadie pone en duda. El enviado de la ONU en Siria, Lajdar Brahimi, deploró el uso de una «suerte sustancia que mató a muchas personas».
Downing Street insistió en invertir la carga de la prueba al asegurar que «las fuerzas del régimen llevaban a cabo una operación militar para retomar el control de la zona y no hay pruebas de que la oposición tenga la capacidad de perpetrar semejante ataque químico».
Las dudas sobre la capacidad de los rebeldes de lanzar tres o cuatro ataque químicos casi simultáneos son uno de los argumentos que se manejan estos días. Por contra, informes oficiales sirios sobre la confiscación de barriles con productos químicos a los rebeldes o el hecho de que varios milicianos de Hizbullah que luchan junto al Ejército sirio hayan sido hospitalizados con síntomas de envenenamiento por armas químicas son utilizados en sentido contrario. A falta de pruebas, «The Washington Post» aseguraba que los servicios de inteligencia habrían conseguido establecer el modo en que las fuerzas regulares sirias habrían «almacenado, ensamblado y lanzado» las armas químicas.
La revista «Foreign Policy» señala como una de las pruebas una llamada interceptada de un responsable del Ministerio sirio de Defensa a un responsable de una unidad de armamento químico pidiéndole, «presa del pánico«, explicaciones. La revista subraya que la supuesta llamada plantearía dudas sobre si el presunto ataque habría sido obra de un oficial sirio que se saltó la cadena de mando o si habría respondido a la orden directa del Gobierno. «No está claro quién tenía el control».
A falta de que la Casa Blanca presente esas supuestas «pruebas», quizás hoy mismo, Damasco aseguró que ha presentado al Consejo de Seguridad «pruebas» que vincularían a los rebeldes con el ataque químico.
El viceministro de Exteriores sirio, Faisal Maqdad, fue más allá y acusó a las potencias occidentales que amenazan con atacar de ayudar a los «terroristas» a usar armas químicas en Siria.
En paralelo, Damasco pidió a los expertos de la ONU que investiguen tres supuestos ataques químicos rebeldes los días 22, 24 y 25 de agosto en la periferia de Damasco que habrían afectado a soldados sirios.