En el año 2010, durante una cena organizada por su amigo y aliado Berlusconi, el dictador Gadafi declaraba ante 800 invitados: “Europa se volverá negra sin mi ayuda”. A cambio de 5.000 millones de euros al año se comprometió a construir nuevos campos de internamiento y torres de vigilancia en las playas, prolongando así el acuerdo firmado en 2009 que estipulaba el patrullaje conjunto y las devoluciones en caliente de cualquier migrante, con independencia de su nacionalidad, a la policía libia.
De todos los crímenes de Gadafi, quizás el más grave y el menos conocido fue su complicidad en la política migratoria de la UE, particularmente la italiana, como verdugo de migrantes africanos. Quien quiera una amplia información sobre el tema puede leer Il Mare di mezzo (2010), del valiente periodista Gabriele del Grande, o acudir a su página web, Fortresseurope, donde se recogen algunos documentos espeluznantes. Ya en 2006, Human Rights Watch y Afvic denunciaban los arrestos arbitrarios y torturas en centros de detención libios financiados por Italia.
El acuerdo Berlusconi-Gadafi de 2003 inauguró una década de colaboración criminal –con el establecimiento de una red de lager en el desierto– cuyas consecuencias se resumen sucinta y dolorosamente en el grito de Farah Anam, fugitiva somalí de los campos de la muerte libios: “Prefiero morir en el mar que regresar a Libia”.
Seis años después del linchamiento del dictador y de los bombardeos de la OTAN, muy poco ha cambiado en este aspecto. Las recientes imágenes de la CNN han señalado a quien quiera mirar hacia este lado la situación de entre 400.000 y 700.000 migrantes y refugiados extranjeros atrapados en Libia: trabajos forzados, secuestros, abusos sexuales, violencias arbitrarias que a menudo conducen a la muerte. Poco importa si las imágenes del escándalo revelan un caso de esclavitud en sentido estricto; todo hace pensar, más bien, en una “reventa” entre traficantes.
Lo cierto es que en Libia, como en otros muchos lugares de África y de Asia, hay un “mercado” de humanos en el que la desgracia y la fragilidad, disueltas a menudo en sangre, dejan también un reguero de beneficios sin fronteras. En Libia ese “mercado” involucra a passeurs transnacionales –negros y árabes–, a milicias locales y grupos armados, así como a los tres gobiernos que se disputan desde hace tres años la hegemonía, incapaces de controlar las cárceles secretas y campos de internamiento que, de Sabha a Trípoli, jalonan el territorio.
Gadafi, por así decirlo, retenía el monopolio del terror en un país redundante de funcionarios racistas; hoy el caos libio reparte franquicias privadas entre exfuncionarios armados que no reciben su sueldo. Antes y ahora, sus víctimas son miles de africanos que prefieren morir en el mar que trabajar en Libia.
El beneficio de este «mercado» de la explotación y la muerte es en Europa invisible e intangible: son los hombres y mujeres que no vemos y no tocamos
Ahora bien, como en tiempos de Gadafi, el beneficiario último de este “mercado” es la UE, que no distingue bien –conjuntivitis humanitaria– entre dictaduras, democracias y caos mientras garanticen por igual sus intereses; es decir, mientras sirvan para impedir que migrantes y refugiados lleguen a sus costas. El beneficio de este “mercado” de la explotación y la muerte es en Europa invisible e intangible: son los hombres y mujeres que no vemos y no tocamos porque nuestros cancerberos del norte de África, pagados o tolerados, los detienen –y a veces los torturan y matan– en el camino.
Como en tiempos de Berlusconi, Italia, pionera, ha sido acusada de haber alcanzado acuerdos con redes de traficantes –ahora que no hay un dictador al que dirigirse– a fin de bloquear las salidas desde Libia. Por otro lado, la financiación europea de los guardacostas libios dependientes del GNA (el irrelevante Gobierno de Unidad Nacional con sede en Trípoli) se ha traducido ya en naufragios inducidos y asaltos a naves de organizaciones como Médicos sin Fronteras o Sea Watch, un grupo de admirables activistas dedicados a la localización y rescate de pateras a la deriva.
“La UE –ha declarado Mehdi Ben Youssef, de Amnistía Internacional– debe dejar de privilegiar las soluciones que pasan por detener a los migrantes en Libia”. Pero eso es tanto como pedir a un león que deje de privilegiar las soluciones digestivas que pasan por devorar gacelas o –para no parecer demagógico– como pedir a una multinacional en quiebra que deje de privilegiar las soluciones económicas que pasan por despedir empleados y bajar salarios. Si algo une todavía a los países que forman la UE es esta gran vocación leonina (o empresarial).
No nos escandalicemos de la “esclavitud” en Libia. Escandalicémonos más bien de la complicidad de nuestros gobiernos. Cruzar fronteras no es delito; defender los derechos de los que las cruzan tampoco. Mientras escribo estas líneas Helena Maleno, valiente periodista y activista que se juega la vida por salvar las de otros, estará respondiendo por ello ante un tribunal marroquí. Tan inquietante como por desgracia elocuente es el hecho de que el juez –del reino amigo y vecino– ha llamado a declarar a Maleno como resultado de investigaciones emprendidas hace cinco años por la policía… española.