El año pasado estalló en las redes sociales la campaña #MeToo (Yo también), que sirvió a las mujeres para compartir los abusos que habían padecido a manos de hombres poderosos. Las mujeres en el mundo occidental están aprovechando internet en su lucha por la igualdad de género y, las del resto del mundo, utilizan los medios sociales para desencadenar en sus sociedades debates imprescindibles.
A pesar de haber recibido 23 puñaladas, a Khadija Siddiqi, una joven paquistaní de 22 años, estudiante de Derecho y activista de los derechos de las mujeres, le resultó imposible encontrar un abogado que la defendiera. Cuando les presentaba su caso —“el 3 de mayo de 2016 un compañero de clase, hijo de un influyente miembro de la comunidad jurídica, me acorraló y me apuñaló 23 veces”— los abogados le negaban su ayuda. El estrecho círculo de la comunidad jurídica pakistaní cerró filas para defender a uno de los suyos y dio la espalda a Siddiqi.
“Estuve a punto de tirar la toalla”, recuerda Siddiqi en una entrevista con The Guardian, en octubre del año pasado. “Las normas sociales prevalecen sobre la justicia, incluso para los abogados”.
Noor Zafar, activista pakistaní y abogada, describe la hermandad de los abogados pakistaníes como “un colectivo con aires de superioridad insuflados por la testosterona”, cuyos miembros —los supuestos bastiones del sistema judicial— suelen respaldar la ilegalidad.
“El nepotismo se ha convertido en un entramado latente en esta profesión, en la que la lealtad a los miembros más veteranos del club está por encima del imperio de la ley, del derecho a un juicio justo y a una defensa”, explica a Equal Times.
Sin embargo, los obstáculos con los que tropezaba en la vida real parecían disolverse en el espacio digital. Ahí una comunidad de activistas pro derechos humanos la ayudó a lograr una insólita condena contra su agresor, el pasado julio.
“La redes sociales convirtieron mi caso en un movimiento nacional”, afirma.
Siddiqi es una de las numerosas jóvenes pakistaníes que recurren a las redes sociales para lucha por la igualdad de género. Aunque internet es un espejo que magnifica los problemas de la vida real y las dinámicas del poder, se ha convertido en una plataforma desde la cual el activismo feminista lucha contra el patriarcado y la injusticia.
Después de meses implorando a distintos abogados que la representaran, Siddiqi respiró aliviada cuando uno de ellos accedió a defenderla. Lamentablemente, el estricto patriarcado volvió a lanzar sus dardos contra ella. Durante su encuentro, el abogado entregó a su padre un CD con fotos de Khadija en compañía de varios chicos amigos suyos, en eventos de la universidad y almuerzos informales. Fotos totalmente inocuas, pero que permitían a los círculos pakistaníes más conservadores arrojar a la ligera críticas a la “moralidad” de la mujer y poner en duda su denuncia.
“Nos dijo que si manteníamos la demanda las fotos saldrían a la luz y la reputación de nuestra familia quedaría por los suelos”, recuerda Siddiqi. Otro abogado intentó disuadirla durante una mediación religiosa e instó a su padre, hombre de fe, a llegar a un acuerdo extrajudicial conforme a la tradición islámica, que anima a los fieles a perdonar a los malhechores como gesto de buena voluntad o a cambio de una compensación económica por el derramamiento de sangre. Su padre le dijo al abogado que consideraría perdonar al agresor de su hija cuando observara un remordimiento sincero en él. No fue el caso.
En los meses siguientes llamó a muchos abogados y, sistemáticamente, recordaron a Siddiqi que “la castidad” es una virtud mayor que el pecado del asesinato. “En cierto modo, no se juzgaba lo que había hecho mi agresor sino a mí”, afirma. “Sentí que llevaban a juicio mi alma, mi persona, mi paciencia”.
Mientras tanto, a su agresor se le concedió la libertad bajo fianza para que pudiera presentarse a sus exámenes de Derecho, el mismo día y en la misma sala que Siddiqi. El British Council, el organismo examinador, le ofreció acomodarla en sus oficinas, pero Siddiqi se negó a perder su derecho a sentarse con sus compañeros de estudios, mientras su atacante podía sentarse en la misma sala, sin consecuencia alguna. A raíz de una petición online que logró casi 5.000 firmas, el British Council trasladó a Hussain para que hiciera los exámenes en otra sala.
El refugio de las redes sociales
En sus momentos más difíciles Siddiqi se refugió en los chats de los activistas de derechos humanos, que la asesoraron y animaron. Uno de ellos, un abogado llamado Hassan Niazi, se ofreció a llevar su caso. Le propuso una estrategia poco convencional: lanzar una campaña en las redes sociales para contrarrestar la parcialidad judicial, suscitando un clamor en la opinión pública.
Niazi era consciente de que “el valor perturbador” de su estrategia podía resultar contraproducente. Los jueces tienden a sentir aversión hacia los abogados que celebran juicios paralelos en los medios. Pero decidió asumir el riesgo, afirma, porque “Khadija ya había intentado todas las opciones convencionales en su mano”.
Aunque su plan suponía un último recurso, Niazi sabía bien lo que hacía.
Había adquirido una amplia experiencia diseñando campañas online como activista de Pakistan Tehreek-e-Insaaf (PTI), el tercer partido político de Pakistán. El PTI, liderado por el exjugador internacional de cricket Imran Khan, debe su éxito, en parte, al apoyo de una población urbana y con conocimientos tecnológicos, que ha construido un plataforma digital para su movimiento anticorrupción. Como abogado, Niazi aportaba al caso de Khadija su bagaje político, además de sus 28.000 seguidores de Twitter.
“Siendo activista desarrollé un sexto sentido para los casos con potencial de resonancia”, explica Niazi. “Nuestros medios generalistas habían ignorado el caso, así que se nos ocurrió darle impulso desde los medios sociales, para conseguir llegar a las plataformas generalistas”.
Niazi preguntó a Siddiqi si estaba dispuesta a publicar las fotos de sus heridas.
“Las imágenes eran muy cruentas y traumáticas. Cuando las vi me dieron de lleno en el corazón”, explica. “Sentí que el mundo tenía que ver la brutalidad a la que nos enfrentábamos”.
Publicar las fotos como prueba exponía a Siddiqi a la mirada voyerista de toda la nación. Su sufrimiento sería examinado, juzgado y, probablemente, negado. Siddiqi se preparó para las angustiosas críticas de sus detractores y de quienes estaban convencidos de que ella misma había provocado la agresión.
“No fue fácil”, afirma, “pero la gente estaba ya muy escéptica y se preguntaban “¿Cómo puede alguien ser apuñalada 23 veces y vivir para contarlo?”. Siddiqi quería mostrar a la opinión pública que no había exagerado su agresión y que su trauma innegable —que comparten millones de mujeres pakistaníes— merecía no sólo solidaridad, sino justicia.
El día en que Niazi subió las fotos de sus heridas a Facebook, el caso de Siddiqi dio un vuelco. Las condenas y condolencias lograron acallar las soflamas de los apologistas y de los detractores. Se crearon grupos de Facebook reclamando ‘Justicia para Khadija’. La etiqueta #FightlikeKhadija (Lucha como Khadija) se coronó como tema del momento en Twitter.
Siddiqi apareció en programas de televisión de máxima audiencia y su juicio se convirtió en el catalizador de un insoslayable debate nacional, en el que convergieron cuestiones sobre desigualdad de género, el Estado de derecho, la política de clases y la democracia. «Justicia para Khadija» se convirtió en el grito de guerra de activistas, ONG y periodistas por igual.
Desbordada por la campaña de Siddiqi, cada vez más poderosa en las redes sociales, la defensa la amenazó con otro intento de asesinato, esta vez contra su persona. Aseguró tener fotos comprometedoras, que desacreditarían sus argumentos.
Pero Siddiqi no se arredró: «Todas sus conjeturas demostraban que no tenían nada en lo que basarse», recuerda, y los tribunales le dieron la razón: Su atacante fue condenado a siete años de cárcel por intento de asesinato. El veredicto deja mucho que desear, dada la brutalidad del delito, pero se trata de una victoria sin precedentes, en un país donde la violencia contra las mujeres es casi siempre ignorada, sobre todo cuando la perpetran hombres influyentes.
Un espacio vital y rodeado de enemigos
El caso de Siddiqi demuestra que internet puede servir a las activistas como plataforma para superar los obstáculos del mundo real. Aunque internet también es un espejo de la realidad social. Las mujeres son víctimas de acoso y violencia en las redes y en la vida diaria y sólo las que viven en las zonas urbanas tienen acceso a internet, por razones técnicas y culturales.
Un estudio publicado por Digital Rights Foundation (DRF), considera internet un espacio vital para las mujeres, aunque plagado de enemigos. Sextorsión, pornografía vengativa, comentarios humillantes por el físico o campañas de difamación son algunos de los innumerables agravios que obligan a las mujeres a “retirarse del diminuto espacio que han conseguido conquistar o labrarse a sí mismas”, concluye el estudio.
Además, los esfuerzos del Gobierno por controlar internet han dado como resultado una legislación de doble filo, que ofrece cobertura legal al ciberacoso y, al mismo tiempo, deja un excesivo poder discrecional en manos del Estado.
En los últimos dos años se han multiplicado los recortes a las libertades digitales, tras la desaparición de varios activistas que criticaron al Ejército y su actitud hacia los grupos militantes. Todos ellos utilizaron internet para difundir sus opiniones. Cuando reaparecieron algunos de ellos (algo inédito en estos casos) acusaron a los notorios Servicios Secretos de Pakistán de secuestrarles y torturarles. El Ejército niega todas las acusaciones.
Raza Mehmood Khan, miembro de Aghaz-i-Dosti (Estrella de la amistad) –una asociación que trabaja por la paz entre dos eternos rivales, Pakistán y la India–, es el último activista desaparecido después de publicar varios comentarios en Facebook críticos con el Ejército y su supuesta vinculación con islamistas radicales, que entonces protestaban contra el gobierno civil.
Nighat Dad, fundadora de DRF, el primer servicio de ayuda contra el ciberacoso en Pakistán, afirma que las leyes están redactadas para criminalizar la disidencia, bajo el pretexto de proteger a las mujeres en el ciberespacio.
“La legislación define vagamente términos como ’actividad inmoral’, que podrían dar pie a criminalizar manifestaciones de la igualdad de género en internet, sobre todo porque en Pakistán se suelen aplicar normas morales distintas y más estrictas a las mujeres que a los hombres”.
Siddiqi anima hoy a las jóvenes pakistaníes a “romper sus cadenas, a romper el silencio”. Son muchas las jóvenes de zonas rurales que contactan con ella través de internet para pedirle asesoramiento y apoyo moral. Aunque sus circunstancias no les permite recibir una defensa de primer orden, Siddiqi cree que se está construyendo una nueva red de apoyo.
Hace poco estalló en Pakistán un clamor enfurecido por la violación y asesinato de una niña de siete años, Zainab Ansari. Tres celebridades pakistaníes –utilizando la etiqueta #JusticeforZainab (Justicia para Zainab)– respondieron revelando públicamente los abusos sexuales que habían sufrido en su infancia e instando a los pakistaníes a hablar abiertamente sobre la prevalencia de la violencia sexual en el país. También usaron la etiqueta #MeToo, y vincularon sus testimonios con la lucha internacional contra la violencia patriarcal.
Siddiqi está convencida de que este auge de activismo en las redes ofrece una fuerza sin par a las campañas por la justicia hacia las mujeres en Pakistán, a pesar de que el país presenta una de las mayores brechas digitales de género del mundo.
Las mujeres, sobre todo las de extracto socioeconómico bajo, tienen difícil acceder a internet debido a las barreras culturales, los abusos cibernéticos, los problemas económicos, de infraestructuras y el analfabetismo. Tendrán que superarse para que más mujeres puedan aprovechar las posibilidades que internet les ofrece para difundir su movimiento. “Cuando lucho por los derechos digitales de las mujeres”, afirma Dad, “estoy luchando por su igualdad”.
Publicado originalmente en Equal Times