La guerra contra Siria marca el fin de la ética

Ricardo Martínez Martínez

A Hisham Wannous, donde quiera que se encuentre

Se cumplen 12 años de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas y El Pentágono, en los cuales perdieron la vida miles de inocentes. Al mismo tiempo, se cumplen 12 años de la doctrina de la “guerra preventiva” de los Estados Unidos, que inauguró un nuevo ciclo de guerras anticipadas, intervenciones, invasiones y conspiraciones militares con el fin de imponer un orden mundial bajo su dominio, con un saldo también de millones de víctimas fatales y refugiados.

Afganistán, Irak, Libia, Siria e Irán han sufrido la guerra abierta o encubierta. Invasiones, paramilitarismo, conspiraciones psicológicas, operaciones secretas y acciones de desinformación son el modus operandi de las continuas guerras de rapiña con un único fin verificable: controlar el Medio Oriente, sus recursos naturales estratégicos y sus mercados de producción, comercialización y consumo.

Iniciado el siglo XXI se pone de relieve el fin de la ética como posibilidad de comportamiento que procure la vida humana en comunidad. No hay un solo respiro de paz y tranquilidad en estos años. No hay ética posible. La “guerra permanente”, es decir, el estado de guerra que inauguraron los Estados Unidos -Estado síntesis del capitalismo corporativo-, es la condición actual del mundo.

La dinámica económica del sistema capitalista en su actual etapa prefigura el siglo de la oscura noche de la barbarie.            

 

La condición imposible de la ética  

 

En el sistema capitalista no hay ética material universal posible, si entendemos a ésta como garantía de producción y preservación de la vida humana en comunidad, pueblo, nación o mundo. Ética es el principio de la posibilidad, formal y material, de la vida humana. En el capitalismo, en su etapa corporativa, aparece como horizonte utópico porque la realidad la niega y sucumbe.

Intersubjetivamente podemos compadecernos del dolor, podemos pensar en la aflicción del otro, podemos sentir la tristeza y la muerte del otro, pero ya no es una condición generalizada a menos que hagamos colapsar al sistema que lo impide. Con la pérdida de millones de personas en una guerra permanente desde 2001, perdimos parte de nosotros y parte de la ética como condición de sobrevivencia.

Ante la creciente amenaza de invasión a Siria, los preceptos humanos vuelven a quedar vacíos, se reitera su condición sólo de derecho, idea abstracta, y no de hecho. Queda al descubierto, entonces, el vacío ético, y la barbarie ocupa su lugar.

Estados Unidos, potencia y piedra angular del sistema mundo capitalista, dicta las condiciones de la barbarie, de la cual tampoco escapa. Comenzó un ciclo de guerras permanentes desde el fin de la Guerra Fría y suma víctimas fatales que se cuentan por cientos de miles. Ha hecho el terror y despertado el odio contra él mismo, en aras de dominar al mundo y resolver las necesidades del capital que reclama vidas humanas.

Lo que marca la regla en la cuestión de Siria es la muerte de lo esencial de la ética, que cada minuto se  pierdan vidas humanas, sobre todo inocentes. La guerra, entonces, es sinónimo de despojo, explotación, represión y discriminación. Es guerra capitalista, la fase de realización del capital que busca mercados a toda costa y bajo cualquier medio con la motivación de centrarse y concentrarse. Es inversión, porque es destrucción que abona a la tasa de ganancia para los articuladores del sistema.

Comprender lo que pasa en este momento con los movimientos militares de gran envergadura en el Mar Mediterráneo, Canal de Suez y el mar Rojo, en los territorios de Israel, Jordania, Irak, Qatar, Turquía y Arabia Saudita, es saber que los Estados Unidos centraron sus recursos para aplastar a la población siria en aras del enriquecimiento y creación de nuevos mercados, controlados por ellos y sus conglomerados corporativos, durante la destrucción y reconstrucción del país.

Iniciarán con un ataque “limitado” (se habla de 72 horas) para extender la guerra ilimitadamente.  Allí se encuentran los intereses geopolíticos codiciados del siglo actual: gas, petróleo, venta de armas y la banca pública.

El gasoducto trinacional de Irak, Irán y Siria está en la mira de los agresores, puesto que conectaría a toda la región de Medio Oriente, posicionándola como la potencia gasera más importante del planeta. También los yacimientos de petróleo sirio son un objetivo. Los recientes descubrimientos de oro negro en las costas del país árabe secular, lo ubica como una potencia en producción de energéticos, después de Irak y Arabia Saudita.

Empresas fabricantes de armas como Raytheon Corporation, productor de misiles Tomahawk y sensores de drones, en estos días duplicaron sus  ganancias en la bolsa de valores financieros. El gobierno estadunidense adquirió 196 misiles, la misma cantidad que utilizaron en la destrucción de Libia, por un costo de 325 millones de dólares.

El complejo corporativo financiero de Wall Street y el Tesoro estadunidense continúan promoviendo la superprivatización del sistema financiero mundial. Algunos países como Irán, Irak, Libia y Siria se opusieron a desregular su banca. Las consecuencias fatales todos las sabemos. Mientras los inversores en las guerras hicieron crecer sus ganancias, niños y civiles murieron. Siria es hoy una inversión en los mercados bursátiles.

Mientras los cinco destructores, portaviones y lanzamisiles de crucero Tomahawk y misiles de aire superficie apuntan a Siria, se sentencia a muerte a la ética, que es lo mismo que a la vida humana. Hoy lo saben millones de sirios que sobre ellos apuntan, por mar y tierra, misiles de largo alcance, después de padecer por dos años el terrorismo paramilitar de la guerra irregular seguida por una oposición armada entrenada por Washington y sus aliados. Esta guerra desigual deja al descubierto el Estado global de excepción vigente.

Guerra y Estado global de excepción

 

El 7 de octubre de 2001, Estados Unidos bombardeó Afganistán en la operación llamada Justicia Infinita, que después adquirió el nombre de Libertad Duradera. Se basó en el uso estratégico de la doctrina de agresión positiva o guerra preventiva promovida por el régimen de George W. Bush en la llamada Ley Patriota (Patriot Act), la cual sentencia y justifica deponer gobierno, Estado o régimen que pusiese en peligro la pax americana. Se autoproclamó así a la Unión Americana como la nación defensora de la libertad. Su plataforma militarista global se arrogó “el derecho” de intervención declarando un estado global de excepción.

Nació la Coalición Internacional contra el Terrorismo, una gelatinosa alianza terrorista de potencias europeas y satélites incondicionales. Las libertades civiles dentro y fuera de ellas quedaron suspendidas, cualquiera podría ser detenido o interrogado sin juicio, cualquiera podría ser espiado y acusado sin fundamento de delitos nunca cometidos. La terrible pesadilla kafkiana de la que jamás se ha despertado.

Este clima permitió (y permite) cercenar las libertades democráticas, promover el miedo, dejar en suspenso la libertad de expresión y perseguirla, por ejemplo, contra los activistas de Wikileaks; despidos masivos de empresas arruinadas, pero anunciadas como blancos del terrorismo internacional; cuantiosas inversiones a la industria bélica en detrimento de los gastos públicos y sociales; acoso a minorías étnicas y religiosas. Es decir, el Estado de Excepción en boga.

El 8 de octubre de 2001, la prensa internacional consignó las palabras del Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush: “Somos una nación pacífica”. Los resultados del pacifismo estadunidense se tradujeron en cientos de miles de pérdidas humanas, millones de refugiados, un país destruido y reconstruido, y lo más importante para los responsables de aquellos actos de excepción: millonarias inversiones multinacionales con el abrazo de la Coalición Internacional, transformada hoy en La Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), conformada por 48 países y el despliegue de  casi 140 mil tropas militares.

La paz es el Estado de Excepción. Resulta lógica la tremenda y pavorosa idea del fin de la ética.

La Operación Libertad Duradera en Afganistán adquirió un nuevo  matiz transnacional. El fin fue alcanzar a otras naciones y pueblos. Irak se convirtió en el objetivo de la paz duradera, al señalarla como parte del “Eje del Mal” y productor de armas de destrucción masiva – loque nunca fue probado, aunque sirvió de discurso justificativo para la acción militar de “choque y pavor”.

La lógica apuntó a que habría que sembrar el terror e imponer la paz de los sepulcros en el primer país productor de petróleo. El 20 de marzo de 2003, los cielos iraquíes fueron violados por la Coalición que nombraron eufemísticamente “Coalición de la Voluntad”, compuesta por Estados Unidos, Inglaterra, Italia, España, Polonia, Dinamarca, Austria, Hungría y Portugal. Bombas teledirigidas desde buques y submarinos y ataques aéreos con caza bombarderos fueron arrojadas. Durante dos meses las tropas multinacionales invasoras tomaron los suelos iraquíes. El 1 de mayo, el despreciable George W. Bush declaró la frase: “Misión Cumplida”, fin de la primera fase de su invasión.  De allí comenzó a imponer un gobierno de transición que hasta la fecha sigue inestable.

Llevar la democracia, la paz y la libertad significó llevar al autoritarismo, la guerra y la censura. Aplastar el principio ético de la vida.  La violación a los derechos humanos marcó la pauta. El oficial Bradley Manning mostró al mundo la carnicería que Estados Unidos realizó en Irak. La compulsiva oferta de la muerte en nombre de la paz mundial. A Manning le ha constado la libertad y hoy purga una sentencia sin cometer delito alguno.

Afganistán e Irak siguen en guerra. Los dividendos son a favor de las empresas de la reconstrucción, de armas y de energéticos. ¿Quiénes ganaron y quiénes perdieron? La respuesta resulta lógica cuando se sabe de la guerra es un negocio.

Libia fue el siguiente objetivo. La Organización del Atlántico Norte (OTAN) fue el vehículo de las naciones aliadas en la cruzada militarista de Washington ahora liderado por el Presidente Barack Obama.

Aprobada una zona de exclusión aérea con la resolución 1973 de las Naciones Unidas, comenzaron el 19 de marzo de 2011 los ataques a ciudades con bombardeos sistemáticos. Una lluvia de misiles cayó sobre ciudades libias. El llamado “grupo de contacto”, integrado por los ministros exteriores de los invasores,  se convirtió en la bisagra para abatir Libia. Desde el exterior se organizaron bandas de mercenarios que ingresaron a territorio libio y marcaron guerra sin cuartel a las familias inocentes. Más de dos millones de personas sufrieron crisis humanitaria.

Los resultados de la guerra Obama fueron la destrucción casi total de las ciudades, el apoderamiento del petróleo libio y el control de África del Norte como nuevo mercado en expansión.

En Siria la guerra de intervención sigue la línea de demarcación de la Ley Patriota. Otro miembro del “Eje del Mal”, catalogado así por los poderosos países imperiales, es el país ubicado a la puerta de Medio Oriente. La guerra, iniciada hace más de dos años y medio, cuenta con particularidades. Países aliados de los Estados Unidos, con su apoyo y beneplácito, promueven acciones con tropas irregulares terroristas. La táctica empleada es derrocar al gobierno de Al Assad desde adentro con la cobertura externa. La estrategia es apoderarse de los recursos energéticos, posicionarse geopolíticamente contra China y Rusia y completar su gran objetivo de dominación militar del mundo.

Las consecuencias de esto son más de 110 mil muertos, 40 mil de ellos civiles, además de la catastrófica cifra de 3 millones de refugiados. La “paz” y la “ética”, salieron sobrando en los objetivos.

En este contexto, los Estados Unidos se preparan para atacar Siria y ahondar la crisis, para pasar de la guerra irregular a la guerra total. El presidente Obama hace lo imposible por ganar tiempo y consenso político, social e internacional. Medios afines despliegan su parafernalia de desinformación, mientras otros medios menos penetrantes reproducen la matriz guerrerista.

La cuestión Siria hace introducir otro elemento de análisis. Las llamadas “guerras humanitarias” o guerras paramilitares. La doctrina de guerra preventiva, es decir, guerras anticipadas, son moldeadas según los intereses de los promotores. Para el caso sirio, la doctrina de “guerra humanitaria” abre un paraguas de acción militar y mecanismos operativos de grupos paramilitares, llamados “civiles”, que están generando el terror en ese país.

 

Guerra Humanitaria y paramilitarismo contra Siria

A finales de la década de los noventa, los servicios de inteligencia occidentales promovieron la expansión del concepto “nuevas guerras”, como condición lineal a las guerras clásicas antes de la confrontación de la guerra fría (este-oeste) y post clásicas, después del 11 de septiembre de 2001 (occidente-oriente).

Aunque todos los últimos conflictos representan el resultado de las condiciones exacerbadas del capitalismo, estas fueron encubiertas por la manipulación del discurso. Los llamaron “conflictos étnicos”, “revanchismo cultural” o “choque de civilizaciones”. En ese marco se inscribieron las guerras de Sudán, Etiopía, Ruanda, Angola, Somalia, Sierra Leona, Kosovo y Afganistán.

En todos ellos, Estados Unidos y países occidentales intervinieron activamente erigiéndose como gendarmes o detentadores del monopolio de la violencia global, con el fin de diseñar un orden mundial adecuado a sus intereses.

En 1999, la OTAN elevó a sus estatutos el nuevo concepto estratégico del monopolio de la violencia, al señalar que los poderes dominantes actuarían ante “riesgos militares y no militares muy diversos, que proceden de diversas direcciones y a menudo son difíciles de prever.” (Aprobado por los jefes de Estado y de gobierno que participaron en la reunión del Consejo del Atlántico Norte celebrada en Washington los días 23 y 24 de abril). Echaron mano de los conceptos tecnocráticos de “prevención de la crisis” y “manejo de conflictos” en una suerte de gerencia del terror administrado. Estos términos dieron materia ideológica al concepto de “guerras humanitarias” que inauguraron en la llamada “guerra de los Balcanes”.

La administración del entonces presidente Bill Clinton manufacturó el “consenso” de un conflicto étnico en la ex Yugoslavia, dejando a un lado los motivos más hondos de la invasión y de los “bombardeos humanitarios” de los Estados Unidos y la OTAN, que sumaron 15 mil ataques sistemáticos: control geopolítico de Europa Oriental y la activación de la industria bélica.La destrucción de la ex Yugoslavia estuvo anclada principalmente en la estrategia de movilizaciones de unidades irregulares de combate y paramilitares, abrazadas por la intervención desde los cielos por la OTAN.

Desde 1991 proliferaron bandas armadas. En Eslovenia, Croacia, Bosnia Herzegovina, Macedonia, Kosovo y también del lado serbio se emplearon tropas paramilitares a gran escala. La desregulación de la guerra devino en una suerte de sátrapas locales mientras la lluvia de bombardeos cocinó a los civiles que aumentaban por miles cada día.

Una comisión de la ONU registró 83 grupos paramilitares a lo largo de la guerra. Según datos consultados en ese informe presentado a la Corte Internacional de Justicia de la Haya, 56 eran serbias, 13 croatas, 14 bosnia musulmanas, además de la sangrienta agrupación paramilitar ELK albanesa. Sus integrantes alcanzaron a sumar 70 mil hombres, verdaderos ejércitos irregulares constituidos. ¿Quiénes les vendieron las armas para operar? En mayo de 1996, el diario The Washigton Post reveló que la red de traficantes de armas fue articulada por los aliados de Estados Unidos en la región: Arabia Saudita, Pakistán y Hungría. Las armas fueron traídas desde los Estados Unidos y sus empresas del ramo.

En la actualidad, Arabia Saudita es promotor del terrorismo en Siria, de las bandas paramilitares que actúan con total impunidad contra el pueblo asesinándolo y, según reportes de testigos como el periodista y científico Maran Musin, son las responsables del uso de armas químicas de destrucción masiva, que buscaban culpar al gobierno de Al Assad y con ello justificar una “intervención humanitaria” liderada por Washington.

Desde hace dos años estas bandas paramilitares actúan como los Señores de la Guerra, en lugares donde generan el terror. En un video difundido por cadenas internacionales, los paramilitares reconocieron el uso de armas químicas para “matar a mujeres y niños”, dijeron. El integrismo, dogmatismo religioso y terrorismo envuelven las acciones contra la población civil.

Estados Unidos patrocina su accionar y, según revelaciones de medios estadunidenses, estaría dispuesto a canalizar “armas más avanzadas” al Ejército Libre Sirio, el cual se alimenta del terrorismo de la red Al Qaeda y mercenarios de Arabia Saudita, Turquía y Jordania. Según The New York Times, “desde la crisis” por el uso de armas químicas, una célula de 50 integrantes “rebeldes” fue estrenada por la CIA y dispuesta a infiltrarse en territorio sirio. Se trata de un grupo de fuerzas especiales con tácticas de terrorismo estatal y terrorismo paramilitar.

La oleada del paramilitarismo se agiganta en Siria y cada día parece seguir el patrón de guerra humanitaria de la ex Yugoslavia. Mientras mercenarios de toda calaña alimentan tropas irregulares, los Estados Unidos se preparan a tacar por aire objetivos “humanitarios” en nombre de la paz, la libertad y la democracia, que revelan las acciones antiéticas. Los civiles son los que padecen la atroz guerra humanitaria.

 

Terrorismo y represalia

Esta guerra contra Siria incluye la desinformación. Se trata de llevar al nivel de la confrontación la mentira y la manipulación de los acontecimientos. Todos los medios de comunicación adscritos a occidente se han plegado a la “lucha contra el terrorismo” identificando a Siria como terrorista, y la apresuración de “represalias” contra el gobierno de Al Assad ante un improbable caso de uso de armas químicas (otra vez el discurso como en el caso Irak).

Terrorismo y represalia son conceptos moldeables para el momento. Estados Unidos los ha utilizado en aras de generar un consenso ideológico que califique de “terrorismo” un acto real o imaginario, cualquiera que sea, con pruebas o sin ellas. La respuesta a ese “terrorismo” lo  ha nombrado como “represalia”, aunque este último sea un acto verdadero de terror, como los bombardeos inteligentes masivos que roció sobre Afganistán en octubre de 2001, Irak en 2003, y Libia en 2011.

El término “represalia” pasó durante todo ese tiempo a ser titular de los diarios occidentales, discursos políticos, tácticas militares e imaginarios sociales que permitieron un “adecuado” sistema de creencias para justificar la intervención vía aérea en Afganistán, del 7 de octubre al 10 de diciembre de 2001, con 12 mil bombas que dejaron más de 3  mil muertes civiles y dos millones 481 mil refugiados afganos, según datos de la ACNUR, sobre todo en Irán y Pakistán.

En Irak, “la represalia” contra el régimen de Sadam Hussein por su supuesta producción de armas de destrucción masiva -jamás probada- ha costado la vida de 70 mil civiles, según datos de Wikileaks, y ha dejado 4 millones de refugiados iraquíes.

En Libia, los bombardeos y acciones militares de la OTAN en 2011 sumaron la muerte de más de 30 mil civiles, las cuales fueron el resultado de los “principios humanitarios” a los que invocó la alianza atlántica tras la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En Siria el pretexto es intrascendente, porque los promotores de una invasión están ocupados en hacer la guerra y no les interesa saber quién realmente usó las armas químicas, sino cómo comenzar la guerra total contra Siria.

La paz es la guerra. El terror es represalia. Así debemos entender el juego de conceptos cuando se trate de analizar la acción antiética de los Estados Unidos. Los  actos terroristas de la potencia bélica no serán nombrados como tal de ahora en adelante, sino como “castigo”, “represalia”, “ataque preventivo”, “guerra humanitaria”, “paz”.

¿Y qué de la ética?

Muchas veces la ética, producción social de normas de comportamiento humano para su existencia vital (material) y espiritual, parece sobrevivir, sobre todo en periodos de excepción. Es como la esperanza, está allí aunque parezca lo contrario.

Su condición de resistencia a la violencia del capital que adquiere muchas caras, explotación, despojo, desprecio y guerra, la hace posible como horizonte utópico, pero en más de las veces su situación es desigual. La ética padece y resiste al capital que le hace la guerra sin concesiones.

El siglo XXI parece ser el siglo del fin de la ética material y el principio de la barbarie. Como hemos visto desde 2001, las guerras del capital han sido la norma con diversas geografías y tiempos en el reloj de la historia.

Las guerras del capitalismo corporativo son la antítesis de la ética porque, entre otras razones, la ética se opone la reproducción del capital. Mientras haya guerra, la ética será siempre su enemiga, porque la guerra es la condición del sistema en este siglo que apenas cumple poco más de una década.

Los Estados Unidos, superpotencia militar, ha movilizado su industria bélica en Medio Oriente. Ahora cualquier zona del mundo permanece insegura y puede correr con la misma suerte. No hay lugar donde el terrorismo estatal estadunidense no se pueda manifestar.

Los escenarios físicos y virtuales son ocupados por comandos del ejército imperial. Los efectos son devastadores. Se cuentan cientos de miles las pérdidas humanas, familias aterrorizadas y vilipendiadas, desplazados de guerra, huérfanos y refugiados, quienes son parte del escenario catastrófico de lo que podemos describir como el infierno: el fin de la ética.

En esta década de inicio de siglo, hemos perdido como género humano una parte de nosotros mismos: la posibilidad de la ética. La posibilidad de poder vivir,  de hacerlo en paz. No hay vida sin ética y no hay ética sin vida humana. Hay barbarie.

Mientras se pierden vidas humanas se pierde al mismo tiempo, sepámoslo o no, la ética. Mientras esté amenaza la vida humana en cualquier región del planeta, también está amenazada la ética como esperanza de otra oportunidad. Dice Arundhati Roy que “la guerra se cierne amenazadora en el horizonte. Todo cuanto quede por decir, habría que decirlo lo más rápidamente posible”. Y todo acto de paz que se oponga a la guerra es un acto ético, que a la vez es anticapitalista.

La iniciativa ahora la tiene el resto del mundo, ciudadanos y gobiernos, pueblos y naciones. ¿Será posible la ética encarnada en muchos movimientos masivos globales y locales para detener la barbarie y construir la verdadera paz? Quizá ésta sea una de nuestras últimas oportunidades.

Publicado el 30 de septiembre de 2013

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