Fto: Una de las salas de trabajo del centro de arte La Escocesa. (Álvaro Minguito)
La Escocesa ha vivido siempre en los límites de Barcelona. Si no más allá. Los mapas de la época dicen que, cuando se levantó sobre un solar en los años 50 del siglo XIX, este recinto industrial se ubicaba varios kilómetros al noreste de la Ciutadella, el punto que marcaba entonces la frontera entre la ciudad y el campo.
El crecimiento de la capital catalana acabó engullendo a la antigua fábrica y la integró en el Poblenou, la nueva ciudad de chimeneas y obreros que casi tocaba con el río Besòs. Desde hace dos décadas, La Escocesa es un espacio de arte y creación. A finales de la década de los 90, un grupo de artistas encontró aquí su lugar tras ser expulsados de otro local del barrio, en plena excitación urbanística de la Barcelona postolímpica.
Juan Francisco Segura fue uno de los integrantes de aquella expedición. Este pintor de risa fácil recuerda sentado en su estudio “el curro de meses” que afrontaron al llegar a la histórica fábrica de productos químicos para la industria textil. Aquí se encontraron maquinaria antigua, mucho polvo y un enorme espacio donde seguir trabajando.
Estas naves, propiedad durante casi un siglo de una familia de empresarios de origen escocés —de ahí su nombre—, acabaron en manos de un antiguo trabajador de la fábrica, que aceptó alquilar dos de ellas al grupo de artistas y artesanos que llamaron a su puerta. “Había un chatarrero, unos hermanos que hacían muebles, pintores…”, rememora Juan Francisco. Así comenzó la segunda vida de La Escocesa. Hoy, este recinto se integra dentro de la red de Fábricas de Creación del Ayuntamiento de Barcelona, un plan de política cultural impulsado a comienzos de la actual década para recuperar antiguos espacios fabriles, y del que también forman parte centros culturales muy conocidos en la ciudad como Fabra i Coats, Hangar o la Sala Beckett.
Las particularidades de La Escocesa, sin embargo, comienzan con cómo se llama a sí misma. Esta “fábrica abierta de creación analógica” cuenta con 21 talleres para artistas visuales, tanto nacionales como internacionales, que acceden al centro a través de un concurso público. A diferencia de otros centros parecidos, los artistas aquí no se presentan con un proyecto concreto bajo el brazo, sino que lo desarrollan una vez están dentro.
Durante su estancia, además de un espacio físico para trabajar, reciben apoyo para difundir su obra. También cobertura para lograr acuerdos con otras entidades que les permitan darse a conocer. Adicionalmente, al conseguir plaza en uno de sus talleres, los artistas se integran de manera automática en la Associació d’Idees, la entidad sin ánimo de lucro que gestiona de modo asambleario todas las decisiones relacionadas con el centro.
En los 80 entra en crisis y le ocurre lo que a muchas fábricas en Catalunya y en el Poblenou: hay un empoderamiento de los trabajadores, que se acaban cohesionando como una cooperativa
El filósofo y escritor Enric Puig Punyet dirige La Escocesa desde junio de 2017. Puig Punyet explica el actual funcionamiento de este lugar vinculándolo a su pasado. “En los años 80 la fábrica de productos químicos entra en crisis y le ocurre lo que a muchas fábricas en Catalunya y en el Poblenou: pasa por un momento en el que hay un empoderamiento de los trabajadores, que se acaban cohesionando como una cooperativa”, relata. Este proyecto de autogestión, aunque no logró su objetivo de salvar la actividad de la fábrica, supone para Puig Punyet un momento particularmente interesante, al entroncar a La Escocesa actual con los últimos días de su pasado fabril. “El plan político [de la red de Fábricas de Creación] se ideó con un tinte marcadamente liberal, muy enfocado a la producción. Es interesante reivindicar este concepto si nos centramos en esa etapa en los 80. […] Hacer ese ejercicio y decir: aquí el patrón y la mano de obra se dan la mano, porque hay ese empoderamiento”, reflexiona.
LA REIVINDICACIÓN DE LO ANALÓGICO
Otra idea que se repite con insistencia desde este espacio ubicado en el antiguo Manchester catalán tiene que ver con lo “analógico”. Entre las dos decenas de artistas que hoy desarrollan aquí su obra abundan los pintores, los muralistas, los escultores y, en general, los artesanos de la baja tecnología. Es decir, creadores muy vinculados a la “recuperación de tecnologías obsoletas”, según la definición de Puig Punyet.
La reivindicación de lo analógico no es inocente. Un paseo por la desconchada nave que acoge los talleres de los artistas permite ver multitud de folletos, fanzines, pósters y otras publicaciones, algunas de ellas impresas con una vieja imprenta recuperada para su uso.
“La gracia de utilizar estos elementos es que te permite una mirada en perspectiva del tiempo en que esas tecnologías eran punteras y te abre una visión crítica acerca del propio desarrollo tecnológico, que va de la mano del cultural y artístico”, apunta el director de La Escocesa.
Esta reflexión tiene unas connotaciones muy especiales aquí. Colindante con el 22@ —“el distrito de la innovación” de Barcelona, según los responsables políticos que lo impulsaron hace década y media—, este centro de creación parece querer llevar la contraria a su entorno, una red de edificios novísimos y calles muy pulcras que acogen a corporaciones, empresas y startups vinculadas a las nuevas tecnologías. Así es el mapa del Poblenou en nuestros días.
El carácter rebelde de La Escocesa respecto a su contexto urbano también se observa en su pasado más reciente. En 2006, con el ladrillo hirviendo a borbotones, la inmobiliaria Renta Corporación compró el recinto y proyectó un complejo de viviendas de lujo. “Nos dijeron a los artistas y a la gente que vivía aquí enfrente [en las viviendas anexas al viejo espacio fabril] que nos teníamos que ir”, recuerda Juan Francisco de aquellos días.
Nosotros le dijimos al Ayuntamiento que seguiríamos pagando el alquiler. Y ese dinero se invirtió para que La Escocesa siguiese funcionando bajo su supervisión
Sin embargo, un grupo de ellos halló un recoveco legal que obligó a los nuevos dueños a ceder al Ayuntamiento dos de las antiguas naves de la fábrica, catalogadas desde entonces como patrimonio industrial. La maniobra, relata Juan Francisco, echó abajo los planes del grupo inmobiliario y convirtió al Consistorio en el nuevo casero de los artistas que resistían. “Nosotros le dijimos al Ayuntamiento que seguiríamos pagando el alquiler. Y ese dinero se invirtió para que La Escocesa siguiese funcionando bajo su supervisión”, explica.
El último movimiento que garantiza la supervivencia de esta fábrica de creación, al menos por ahora, tuvo lugar hace dos años. En el verano de 2017, el gobierno de Ada Colau se hizo con las tres parcelas del recinto que todavía estaban en manos de la banca, una herencia de los tiempos del boom del ladrillo.
Los planes del Consistorio, que todavía han de hacerse efectivos, pasan ahora por rehabilitar las tres naves del recinto e impulsar proyectos de economía social y sostenible en los espacios hoy inutilizados, explican fuentes del Ayuntamiento de Barcelona. También por convertir en vivienda pública el edificio restante, hogar originario de los antiguos obreros de la fábrica y habitado aun a día de hoy por varias familias.
CAPITAL TECNOLÓGICO Y HOTELES
La azotea de esta vieja fábrica de tejidos, hoy coloreada con murales, grafitis y un pequeño jardín, ofrece una vista completa de la zona norte del Poblenou barcelonés. A diferencia de los terrenos al sur de la avenida Diagonal, más cercanos al mar y completamente urbanizados, en esta parte del barrio siguen existiendo amplios solares cubiertos de hierbajos que se combinan con edificios altos de viviendas y antiguas fábricas, algunas de ellas rehabilitadas.
Una de las últimas intervenciones de este tipo se encuentra enfrente de La Escocesa. En 2018 se reabrió parcialmente el recinto de Ca l’Alier, una industria de pinturas levantada en el siglo XIX. Allí se ubican desde hace meses, compartiendo espacio, un centro de innovación urbana gestionado por el Ayuntamiento y una sede de la multinacional de telecomunicaciones Cisco.
El aterrizaje de Cisco simboliza bien, en opinión de Puig Punyet, el proceso gentrificador en el que está inmersa esta zona de la ciudad. “Las empresas tecnológicas traen una población que reinventa el barrio, pero de una forma que no tiene en absoluto en cuenta su historia. Y que está completamente desvinculada de la realidad del lugar y de sus capas”, reflexiona.
La transformación de esta parte del Poblenou está muy vinculada a los esfuerzos de la administración pública y la empresa privada para atraer capital del sector tecnológico. Pero, como en todo el centro de la capital catalana, la industria turística también ha encontrado aquí un terreno fértil para sus negocios.
La plataforma vecinal Taula Eix Pere IV pelea, junto a otras entidades del barrio, desde el verano pasado contra la construcción de un hotel de trece plantas en la calle Cristóbal de Moura, a apenas una manzana de La Escocesa. El establecimiento, de dos estrellas y 400 habitaciones, ya ha recibido luz verde desde la comisión de Urbanismo del Consistorio. El Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT), que impone una moratoria a cualquier nuevo hotel en buena parte de Barcelona, sí permite su construcción en esta zona.
ARTE CONECTADO CON EL ENTORNO
Daniel de la Barra es uno de los artistas residentes más jóvenes del centro. Originario de Lima (Perú), al llegar a Barcelona se sorprendió del efecto devastador del turismo sobre la memoria histórica de la ciudad. En la búsqueda de respuestas se topó con una antigua revista de comienzos del siglo XX editada por la Sociedad de Atracción de Forasteros —una entidad pionera en la promoción turística de la ciudad— que vendía “una imagen idealizada de la Barcelona de la época, negando su realidad social”, explica.
A partir de la reedición en formato fanzine de este boletín y de intervenciones públicas en lugares icónicos de la ciudad como el Castillo de Montjuïc, este artista busca una aproximación crítica a los orígenes de la Barcelona actual y sus problemas. “Esta Sociedad de Atracción de Forasteros estaba financiada con el capital de los indianos catalanes, quienes hicieron parte de su fortuna a través del tráfico de esclavos”, asegura De la Barra.
Es un espacio viejo que no es fácil. Lo quieras o no, el espacio te va a contaminar en un sentido muy real, no solo desde una concepción poética
Los talleres de La Escocesa se reparten por los dos pisos de la nave hoy en uso. Pasillos estrechos, marcos sin puerta y amplios espacios dibujan el lugar de trabajo de los 21 artistas de esta fábrica. Aquí no hay calefacción en invierno ni aire acondicionado en verano. Y, cuando llueve, las goteras son habituales. “Es un espacio viejo que no es fácil. Lo quieras o no, el espacio te va a contaminar en un sentido muy real, no solo desde una concepción poética”, reflexiona Puig Punyet. “Que tu taller haya sido una fábrica textil del siglo XIX te condiciona para siempre. Es un recinto que no ha sido reformado y en el que se han hecho reestructuraciones básicas para que siga estando en pie”, comenta De la Barra.
Como demuestran las chimeneas y las paredes de ladrillo que han sobrevivido al paso del tiempo, La Escocesa ya estaba allí antes de que Barcelona extendiese sus tentáculos hacia el río Besós. Desde entonces, esta zona de la ciudad ha pasado de ser un barrio obrero sin interés para el gran capital a una zona codiciada por sus amplios solares vacíos y su cercanía con el centro.
Dentro de este contexto, la antigua fábrica textil aparece, en opinión de Jordi Callejón, miembro de la Taula Eix Pere IV, como “un foco de defensa del barrio” y “un punto de encuentro” para los vecinos. Callejón insiste aun así en la necesidad de abrir aun más al público espacios como este, que representan una “resistencia a las megaoperaciones capitalistas” que tienen lugar en el entorno del 22@.
El director de ‘La Esco’, como la conocen artistas, vecinos y la gente vinculada al centro, entronca esta idea de “resistencia crítica” con la manera en que se trabaja aquí y con cómo se organizan. “Un espacio como éste crea las condiciones para que sean posibles otras formas de pensamiento, más críticas, y otras formas de establecimiento comunitario, de hacer frente a la precariedad sin pasar por las exigencias de una lógica de industria cultural”, reflexiona.
Francisco Segura, el más veterano de los residentes, reivindica también la voluntad que La Escocesa ha tenido siempre para que el barrio la considere suya. Y recuerda una anécdota curiosa sobre cómo este lugar ha resistido las arremetidas que han tratado de tumbarlo.
A mediados de la década de los 2000, en su intento por echar al grupo de artistas que entonces había y de construir pisos de lujo en el recinto, Renta Corporación contrató a varios guardias de seguridad. El objetivo era vigilar una de las puertas de acceso a la antigua fábrica para impedir el acceso de sus inquilinos. Con lo que no contaban en la inmobiliaria, cuenta riéndose Francisco Segura, es con que al cabo de un mes los guardias estarían del lado de los artistas. “Entraban a tomar café con nosotros y nos explicaban todo. Nos decían: si viene alguien, tranquilos, que os avisamos”, rememora.
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