México, Distrito Federal. La Colmena es un espacio de jóvenes y vecinos que se encuentra en la Colonia Portales de la Ciudad de México, a unos pasos del metro Ermita. Es tanto un colectivo en movimiento como un espacio físico, donde un grupo de artistas y activistas comparten su pasión por experimentar con formas alternativas de organización y enseñanza-aprendizaje en talleres, lectura, creación artística y filosófica. Buscan fomentar ideales de solidaridad y apoyo mutuo, rechazando todo tipo de opresión y explotación e impulsando la toma de decisiones comunitaria.
Hacer comunidad es lo que buscan integrantes del recién inaugurado espacio alternativo La Colmena. Vamos a poner como principio la unidad, algo que nos junte de manera distinta, que no sea una obligación, que no sea sacar dinero. Juntos buscaremos alternativas y un bienestar común, más allá de los lugares de donde vivimos o venimos, explica Mariana Roa.
Las actividades son abiertas al público. No hay pagos específicos por participar en La Colmena. Comenzamos a trabajar con una lana, que no es mucha, de una compañera que ganó una beca para impulsar un proyecto comunitario en barrio de la Ciudad de México, cuenta Alejandra. Mariana presentó, a una universidad de Estados Unidos, el proyecto de hacer una casa donde se puedan hacer talleres gratuitos como base principal del proyecto, y retribuir a la comunidad de la Colonia Portales, de donde es ella.
Mariana Roa, iniciadora del proyecto y estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recuerda que participó en un colectivo que no tenía espacio físico de trabajo. Minehaha Free Space, que se opone a la guerra y al racismo, necesitaba un espacio donde reunirse y reconocerse entre colectivos.
Con su poquito de dinero, empezaron a buscar una casa para rentar. En las primeras pláticas, los talleristas pensaron en hacer una escuela alternativa dónde compartir los conocimiento que tenemos y que sirvieran a todos, señala Alejandra.
A través de una red de mensajes de Facebook, se invitó a participar a amigos y conocidos. Entre más gente le llegue la propuesta, más ideas para el proyecto, resume Alejandra. Al primer grupo se unieron el Pato, Luis y el Chelas, así como otros amigos de Mariana. Después de muchas ideas de todos, relata Alejandra, decidimos empezar, conseguimos la casa y nos apuramos a concretar las ideas, porque la banda de Minnesota estaba por llegar a México.
Los jóvenes tomaron como ejemplo a otros colectivos, como el Colegio Experimental de la Ciudades Gemelas (ESCO), que dan clases gratuitas y son apoyados por la comunidad.
Ángel, tallerista de La Colmena y estudiante del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM, recuerda que a mí me invitaron a un taller de encuadernación y después de hidroponia. Así caí en las redes de La Colmena, un espacio siempre abierto y una casa que se plantea como un proyecto, donde vamos aprendiendo todos.
Yo llegué simplemente buscando vivienda, vengo de Guadalajara, relata Zacks, mujer que también se incorporó al proyecto. Vine justo un día después que ya teníamos la casa. En una reunión platicamos lo de los talleres y me gustó lo de compartir y que fuera autosustentable. Un mes después, ya estábamos trabajando.
Patricio, estudiante oyente en la Facultad de Filosofía y letras de la UNAM, toma clases en varias licenciaturas más. Me dije, qué coños voy hacer con mi vida, comparte el autodidacta, y de repente salió este proyecto de educación alternativa y autosustentable. Yo no voy a tener un título, tengo que trabajar en alguna parte, y éste es el espacio alternativo que estaba buscando. Desde la primera junta me incorporé, y después todos los planes se convirtieron en más trabajo.
Yaqing Wen, de Estados Unidos, recibió la invitación por Facebook. Desde hace tiempo quería hacer un proyecto con un equipo, indica la estudiante de ciencias y humanidades. Es muy importante continuar el arte y la colectividad, por eso queríamos tener un espacio donde intercambiar con libertad las ideas.
La Colmena, celda a celda
En La Colmena hay cien mil libros donados, y estamos trabajando en el espacio de una biblioteca, con la hidroponía y el huerto, y vendemos mermeladas, relata Patricio, que señala que imparten ya 20 talleres. Tratamos de ser sensibles con los talleres a los problemas y los horarios que traen los vecinos, y hacer de la cultura y la sociedad una sola cosa, menciona Ángel.
Los integrantes del espacio ya piensan en impulsar una radio por internet a partir de una donación de equipo y de un estudio.
Algunos participantes de La Colmena viven en esa misma casa pues, explica Ángel, a los jóvenes les es difícil acceder a vivienda por los altos precios.
La Colmena también extiende sus redes. Queremos no que se unan si no quieren, sino que nazcan más colmenitas, aclara Mariana. Hacen intercambios entre jóvenes de distintos países y quieren hacer una red de contactos entre personas interesadas en cuestiones similares. Yaqing Wen comenta que ella trabaja con La Colmena Estados Unidos.
Los jóvenes y sus nuevas formas de vivir
Lo que hacemos responde a las carencias e inconformidades que tenemos de manera particular y colectivamente, tanto en la escuela como en los núcleos familiares, con los amigos y en general, en nuestras relaciones con el otro, explica Alejandra.
Vamos por el camino de vivir de otra forma y de generar tu propio trabajo. Queremos coordinarnos para que nuestra lucha no esté fragmentada, relata Zacks. La política partidista está muy desgastada y no es una opción para los que queremos otra vida. La única vía es la de abajo, la pequeña, agrega Ángel. Tenemos que experimentar con lo que tenemos, hacer un camino y no esperar que alguien lo haga por nosotros o nos diga cómo hacerlo, añade Alejandra.
Patricio explica que se enfrentan a darle la bienvenida a personas de 50 años, que de repente te dicen es que no tengo en qué creer. Zacks indica que, como jóvenes, intentan pensar fuera de su burbuja y llegar a los vecinos, sin importar su edad o su ideología. La condición de jóvenes no hace la esperanza, aclara la activista. No importa cuántos años tengas, se trata de hacer cosas. No podemos dejar de hacer, finaliza Alejandra.
Publicado el 21 de octubre de 2013