Brasil. Niñas y mujeres de los más distintos contextos sociales sufren con la sensualización impuesta por la sociedad. Las mujeres negras, sin embargo, necesitan lidiar con estereotipos raciales que las hipersensualizan no sólo por su género, como también por su color. Cuando a la mujer negra no se le considera repulsiva debido a su piel, es blanco de una objetificación racista es considerada exótica. Estos estereotipos acaban por naturalizar la violencia sexual contra las mujeres negras y limitar su existencia a un limbo de rechazo y falta de deseo.
La mayoría de las mujeres negras sufren violencia desde la infancia. Aprenden desde temprana edad que sus cuerpos no son valiosos y viven con el conocimiento de que no son deseadas. Muchas niñas negras crecen con la seguridad de que cada aspecto de su cuerpo es considerado feo y creen que la única forma de llegar a un nivel de igualdad con las mujeres blancas es corregir sus características con la ayuda de la tecnología. La hipersensualización del cuerpo femenino negro, que enfatiza algunas características consideras excéntricas y diferentes de lo convencional, promueve una falsa valorización de las niñas negras, que dejan de ser completamente rechazadas para que se les acepten, desde que sus cuerpos sean transformados en lo exótico.
Esta hipersensualización del cuerpo femenino negro añade muchos escalones en la trayectoria que una mujer negra necesita recorrer para garantizar sus derechos más básicos. Es natural la idea de que las mujeres negras son tan sólo objetos sexuales exóticos para el consumo ajeno idea que promueve la marginación. Esto trae grandes obstáculos para que las mujeres negras puedan conquistar algún crecimiento profesional y ocupar lugares de relevancia en la sociedad. Las mujeres negras necesitan luchar para ser reconocidas como seres humanos de verdad, con gustos, personalidades y características individuales, y dejar de ser los seres excéntricos que pueden ser usados sexualmente por los que quieran probar algo distinto.
Son consideradas exóticas cosas que huyen de un padrón y son parte de culturas distintas. En el occidente, el padrón establecido es el de la supremacía racial blanca, que ve con ojos etnocéntricos todos los rasgos de etnias o culturas no-blancas. El modelo dominante en los medios, en las artes, en la ciencia y en la política elimina cualquier pista de la negritud; reduce y transforma objetos, valores o hasta individuos importantes para la cultura negra en fetiches, exhibidos como algo bizarro.
Reducir seres humanos a símbolos de extravagancia es más que falta de respeto: es deshumanizarlos. Las mujeres negras son vistas como una especie de souvenir comprado en viajes internacionales, como ropas que entran y salen de moda y que están disponibles para el consumo de los que quieren ser diferentes.
Las mujeres negras no son exóticas, tan sólo porque los seres humanos no pueden ser exóticos. Cualquier intento de separar seres humanos entre personas convencionales y excéntricos, basado en sus expresiones culturales y características físicas, es etnocentrismo y racismo. El hecho de que mujeres negras todavía necesiten ser consideradas diferentes para que sean atractivas es una evidencia de una cultura contaminada por un racismo institucional, en la cual ser negra significa no tener oportunidades ante las mujeres blancas.
La violencia frecuentemente es disfrazada bajo la forma de cumplidos que enfatizan la supuesta excentricidad de la mujer negra. Sin embargo, mientras muchos dicen que los cumplidos muestran que la diferencia es apreciada, para las mujeres negras que luchan por conquistar su espacio en la sociedad, ser considerada una belleza exótica no es un cumplido, sino una forma de segregación. Las mujeres negras no deberían ser consideradas un sabor o una variedad de mujer, sino seres humanos completos y plenos, capaces de existir, expresarse y transformar el mundo.
En la lucha por la igualdad racial, es necesario recordar las sutilezas de la cultura y como se perpetran los valores racistas. No es suficiente sacar a las mujeres negras del limbo del rechazo y pasarlas a las máscaras de la falsa admiración; es más que dejar la imposición del laceado de los cabellos rizados. Para combatir el racismo, es necesario mucho más que el fetiche.
Jarid Arraes es educadora sexual, especialista en sex toys. Escribe en Mulher Dialética y en el Guia Erógeno.
Publicado el 29 de julio de 2013