Foto: Prensa INTA-Barrow
Martín Zamora es investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). No tiene dudas de que el agronegocio es un modelo agotado y que el camino es la agroeología. Cuestiona a gobiernos y universidades por no apoyar un agro sin transgénicos ni agroquímicos. Aporta estadísticas y pruebas de por qué la agroecología es imprescindible.
Se puede producir sin agroquímicos con rindes similares al modelo agropecuario actual y a costos mucho más bajos para las y los productores. Se puede producir con un modelo más diversificado, no monocultivo, e integrarlo a la ganadería para generar más trabajo y arraigo en el campo. Se puede recuperar la biodiversidad de los suelos y retener carbono, bien preciado en tiempos de discursos sobre el cambio climático. El modelo es la agroecología. En el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) lo saben porque, desde 2010, el ingeniero agrónomo Martín Zamora realiza estudios en la Chacra Experimental-Barrow, en la localidad bonaerense de Tres Arroyos, comparando el modelo agroecológico con el modelo de la “revolución verde” —siembra directa más paquete de agroquímicos— y acompaña a unos 50 productores en transición. “Veo lo que hace mi vecino con la siembra directa y los insumos y me parece insostenible”, le dicen los productores que ya dieron el paso hacia la agroecología.
Sin embargo, Zamora señala que la agroecología está lejos de estar arraigada en el INTA —por ejemplo, la Red de Agroecología (Redae) dejó de tener categoría de programa nacional en 2018, situación que aún no se revirtió—, que en las universidades nacionales los ingenieros agrónomos continúan estudiando con una currícula que responde al modelo de la “revolución verde”, que “el 99 por ciento de la investigación se hace para el actual modelo” y que las empresas multinacionales de insumos cuentan con marketing y un equipo de profesionales que visitan los campos diciendo que si no se aplica el paquete agroquímico no podrán volver a cultivar en la próxima campaña.
La sequía de los últimos dos años —que llegó a la agenda mediática con la marcada escasez de lluvias de este verano y el drama provocado para los productores— demostró que el paquete de agroquímicos no asegura la rentabilidad. Por eso, Zamora —avalado por las investigaciones y trabajos presentados para el INTA y en diversos congresos— habla del “riesgo productivo” que implican los costos del actual modelo de agronegocio.
“Con un costo de 700 dólares por hectárea, como tuvo el trigo en la campaña 2022, si no se cosecha bien para cubrirlos por sequía, por heladas, por plagas, el productor no tiene espalda financiera para volver cubrir los costos para sembrar. Esos productores venden el campo o lo arriendan y se tienen que ir a la ciudad. Es una problemática muy fuerte que está viviendo el campo hoy. Productores cada vez más grandes, cada vez menos productores”, dice el investigador del INTA y pone el número de los costos por hectárea que tuvo el trigo agroecológico en la campaña pasada: 200 dólares.
“Cuando hablamos de sustentabilidad una de las patas es lo productivo, pero también tiene que ser lo económico, lo ambiental y lo social, la agroecología plantea todos estos problemas y tiene respuestas. Bajar los costos, mantener los rendimientos, darle más rentabilidad al pequeño productor —o sea, menos “riesgo productivo”—, eso hace que el productor se mantenga en el campo y se valorice la vida rural. Esto fue lo que nos impulsó a comenzar a pensar desde la agroecología, pensar otra agricultura frente al actual sistema agrícola que no es sustentable”, sentencia. Y convoca: “No se puede permanecer muchos años en esta forma de producción porque vamos a terminar destruyendo nuestros recursos naturales e instituciones como el INTA o las universidades nacionales tienen que plantearlo estos desafíos”.
Por el momento, la respuesta de la agroecología se construye desde los productores que se dan cuenta que “mañana pueden no volver a sembrar” como lo reflejan los más de 1.000 productores nucleados en los grupos de Cambio Rural, que trabajan junto a la Dirección Nacional de Agroecología, y los grupos de productores agroecológicos que ya comienzan a generar valor agregado como las harinas de trigo integral. Incluso despierta el interés empresarial, como ocurrió con los productores de cebada agroecológica —asistidos por el INTA-Barrow— que alcanzaron un acuerdo con la cervecería Quilmes (AB InBev) para abastecerlos de la materia prima para la producción de la cerveza 27Eazy, promocionada por el baterista de Soda Estéreo “Charly” Alberti.
Ante las medidas del Gobierno que avalan a las empresas del agronegocio, como es el caso de Trigo HB4, Zamora señala: “Me parecía que era algo no se iba a aprobar nunca. Hasta ahora, en esta zona triguera, aún nadie vio como algo positivo su aprobación”. Y advierte: “Las plantas, en mayor o menor medida hacen cruzamientos, y una vez que sucede no se puede frenar. ¿Cómo vamos a hacer si queremos comer una harina sin trigo transgénico? Me preocupa porque es algo que no estuvo muy analizado”.
La transición agroecológica de la chacra experimental INTA-Barrow
—¿Qué lo impulsó a iniciar la investigación con cultivos agroecológicos en el INTA-Barrow de Tres Arroyos?
—Por el año 2007 hicimos un relevamiento con productores, ingenieros agrónomos, contratistas y docentes rurales para conocer las necesidades y problemáticas de la región. Ya hace 16 años nos plantearon las problemáticas las dudas sobre la sustentabilidad del modelo de siembra directa y agroquímicos que aplicaban: la resistencia de las malezas, por las que cada vez necesitaban más herbicidas, más dosis y más cantidad de pasadas de fumigación. También nos decían que tenían que aplicar más fertilizantes, pero el suelo se degradaba y los rendimientos no mejoraban, lo que evolucionaban eran los costos de producción. Entonces, notamos que ni el INTA ni otras instituciones que trabajan en investigación y desarrollo, como el Conicet o las universidades públicas, estaban desarrollando o pensando en un sistema alternativo.
—¿Cuál fue el desafío que se les planteó?
—En el INTA-Barrow habíamos hecho un curso de agroecología y agricultura sustentable con Santiago Sarandón. Veíamos que la teoría era muy buena, pero siempre estaba aplicada a zonas muy diferentes a la región pampeana. Eran experiencias de Colombia, México, Cuba, experiencias de productores pequeños, muy diversificados, y no aplicada a cultivos extensivos. Comenzamos a trabajar, con el acompañamiento de Eduardo Cerdá —fundador de la Renama y actual titular de la Dirección Nacional de Agroecología—, para aplicar la agroecología a las formas de producción de la región pampeana, para pensar cómo aumentamos la biodiversidad, cómo generamos la asociación y cooperación entre especies, cómo le damos vida al suelo. Para el modelo de agricultura actual todas son “malezas” a destruir y fertilización química, que minimiza los procesos naturales. En 2009, conocimos el campo La Aurora de Juan Kiehr, en Benito Juárez. Un campo de 650 hectáreas, donde ya hacía más de 15 o 20 años que producían sin uso de agroquímicos ni fertilizantes ni plaguicidas. Como ingenieros agrónomos, desde que nos recibimos en la facultad, pensábamos que no se podía obtener buenos rendimientos si no se utilizaban fertilizantes y agroquímicos. Nos dimos cuenta que algo no nos habían contado en la facultad.
—¿Cómo modificó esa experiencia su trabajo en la Chacra Experimental-Barrow?
—Nunca habíamos visto una forma de producción agroecológica en campo. Empezamos a estudiar los sistemas, las rotaciones, qué cultivos se hacían, cómo integraban la ganadería, empezamos a analizar el suelo y notamos que, pese que no usaba fertilizantes, tenía mucha más materia orgánica y nutrientes disponibles para las plantas que en los campos vecinos, con rendimientos iguales. Con dos diferencias clave: no tenía problemas de malezas y lo hacía a un costo muchísimo menor. Un 50 por ciento menos de costos que quienes realizaban el método convencional.
Agroecología, modelos extensivos y rentabilidad: la evidencia
Lo que Zamora observó en el campo de Juan Kiehr lo puso a prueba en un módulo demostrativo en la Chacra Experimental-INTA Barrow, con dos campos paralelos, uno donde se produce con el modelo agroecológico y otro con el modelo actual. En más de una década, el trabajo experimental permitió probar científicamente la rentabilidad y la eficiencia de los sistemas agroecológicos. En el Segundo Encuentro Nacional y Congreso Científico «Periurbanos hacia el consenso» —convocado por el entonces Ministerio de Economía, INTA, Conicet, otros organismos estatales y universidades públicas—, el ingeniero agrónomo presentó dos trabajos que funcionan como síntesis del trabajo a realizar en Tres Arroyos.
Una presentación mostró los resultados sobre “Rendimientos, costos y márgenes brutos comparados del cultivo de trigo”, entre ambos modelos de agricultura. La comparación, en base a las campañas 2014, 2015, 2016, 2018, 2019 y 2020, no arrojaron diferencias respecto de los costos de las labores, pero el modelo denominado “Industrial” cuadriplicó los costos en insumos que el modelo “Agroecológico”. De acuerdo a la presentación, el Costo Directo Total del trigo “Industrial” fue un 85 por ciento superior al del trigo “Agroecológico”.
De esa manera, con 1431 kilos por hectáreas, el modelo “Agroecológico” cubrió los costos de producción, mientras que en el modelo “Industrial” se precisaron 2584 kilos. Así, el margen bruto del trigo “Agroecológico” representó una mejora del 90 por ciento en los ingresos de los productores agroecológicos con respecto a los que aplicaron el modelo de agronegocio actual, luego de pagar los costos directos del cultivo.
En otra presentación para el mismo Congreso, Zamora mostró la diferencia de eficiencia energética entre los dos sistemas. Por un lado, el modelo agroindustrial, que se basa en el uso de elevadas cantidades de insumos derivados del petróleo, directos e indirectos como producción de agroquímicos, fertilizantes, maquinaria y semillas.
Por otro lado, el modelo agroecológico que cuenta con mayor utilización de tecnologías de procesos, mayor diversificación productiva, el reemplazo de ciertos insumos (como los fertilizantes nitrogenados) por funciones ecológicas tal como la fijación biológica de nitrógeno y disminución progresiva del uso de plaguicidas. Luego de 13 cultivos, la energía demandada por hectárea cultivada en el sistema actual fue 246 por ciento superior a la energía demandada por el modelo agroecológico, sentencia el la presentación.
El modelo del agronegocio se mantiene a pesar de la evidencia de la agroecología
—A pesar de esta evidencia, en un reciente informe sobre el uso de agroquímicos, el INTA sostiene que “los productos fitosanitarios constituyen una herramienta para el manejo de plagas de la cual, actualmente, la agricultura no puede prescindir completamente sin poner en riesgo el volumen y la calidad de la producción de alimentos”. ¿Qué consideraciones haría?
—Muchas veces se ve una parte de la realidad cuando se habla de estas cuestiones. Quizá no hay suficientes casos aún de producción agroecológica como para que todos vean que sí se puede producir sin utilizar agroquímicos. En la medida en que la agroecología se amplíe en cantidad de productores, se va a poder ver en todas las regiones, que es posible. Los agroquímicos podrían utilizarse en algún caso puntual, como una plaga de insectos focalizada en una región. Pero la diferencia es que, actualmente, quienes sostienen que no se puede no hacen planteos agronómicos para que no se necesiten estos plaguicidas o “fitosanitarios”, como los llaman.
—¿Está en desacuerdo con esa denominación?
—”Fitosanitarios” debería ser un producto que busque darle sanidad a las plantas. Si tengo una plaga y utilizo un insecticida puede resultar ser un fitosanitario, porque le elimino un problema a la planta, pero, en general se incluyen en ese término también a los herbicidas. Y el glifosato, el glufosinato de amonio o el paraquat, no son fitosanitarios porque matan todo. Son biocidas, plaguicidas, pesticidas o agroquímicos.
—El impacto de estos biocidas o agrotóxicos queda oculto por el debate económico. Bajo frases como que la “Argentina es un país que produce alimentos” y que la agroecología todavía no da respuestas a los productores de las zonas núcleo del país, volcados al monocultivo de soja y maíz…
—Utilizando los principios de la agroecología se puede producir y lo demostramos. Hay que diseñar los planteos agronómicos de los cultivos para que no tengan deficiencias nutricionales ni efectos negativos de malezas ni de plagas, en el cultivo de esta campaña y de las que van a venir. En agroecología para lograrlo usamos muchas leguminosas, usamos policultivos –la mezcla de especies– e integramos la ganadería. Con ese sistema de producción, al cabo de dos a cuatro años, que es la etapa de transición, no se requiere más uso de insumos. Diseñamos sistemas para que los cultivos rindan lo mismo que los sistemas actuales y con un menor costo. O sea, más rentables para el productor, de menor riesgo y con un impacto más positivo sobre el ambiente.
—La discusión persiste en quedar atrapada en los rindes para la exportación de granos y el ingreso de dólares al país…
—¿Vale la pena mejorar el rinde con un costo cinco veces mayor o es mejor tener un poco menos con un tercio del costo? Lo único que se ve es el rinde, sin importar a qué costo, porque la lógica es la de que se necesita más producción para generar más commodities para la exportación. Commodities cuyo valor se pone en el exterior. Si lográramos producir alimentos de forma agroecológica, con un volumen un poco menor debido a la integración de la ganadería a los cultivos: podríamos tener más carne para exportar y, por otro lado, podríamos certificar de manera orgánica nuestras exportaciones, que hoy internacionalmente se están pagando hasta el doble. El ingreso de dólares podría ser mayor sin la gran exportación de nutrientes que hacemos por las cosechas más grandes, lo que estamos haciendo es minería no agricultura, porque extraemos nutrientes de la tierra y lo exportamos. Hay otras posibilidades, no está todo dicho.
—Habla de la agroecología y un menor impacto en el ambiente. ¿Qué pudieron demostrar con el seguimiento en el Inta-Barrow y otros trabajos?
—El sistema agroecológico mantiene y aumenta la materia orgánica de los suelos mucho más de lo que lo puedo hacer el sistema convencional con siembra directa. Esto también está demostrado e implica la retención de más carbono en el suelo, con lo que eso significa respecto de la emisión de gases de efecto invernadero. El secuestro de dióxido de carbono, a partir de retenerlo en los suelos a través de la materia orgánica, solo se puede hacer de manera eficiente con los sistemas agroecológicos. Además, el no uso de insumos químicos también impactan positivamente en el ambiente: no contaminamos los suelos, el agua ni el aire ni los alimentos. Actualmente, la experiencia del INTA-Barrow está enmarcada en el proyecto Sprint, que a nivel internacional se hacen mediciones de plaguicidas en trabajadores rurales, productores, pueblos rurales, consumidores, animales de producción y domésticos, peces y agua. Los plaguicidas aparecen en todos lados.
—Además de la captura de carbono en la materia orgánica de suelos más vivos, se refiere a la agricultura industrial como “minería”. ¿Por qué?
—Hay un informe reciente de INTA que evidencia que, entre 2011 y 2018, se perdió entre el 30 y el 50 por ciento de la materia orgánica de toda la región pampeana. También existe un balance negativo de nutrientes en los suelos, porque lo que se extrae con las cosechas no se cubre con los fertilizantes. No es agricultura, no es sustentable, es minería.
La transición hacia la agroecología y la oposición corporativa del agronegocio
—Ante la evidencia que pudieron generar de los beneficios del sistema agroecológico, ¿cómo describe la situación entre los productores y los propios técnicos del INTA respecto de la idea de la transición agroecológica?
—En 2010, al único que conocíamos que trabajaba de esta manera era Juan Kier en La Aurora. Con nuestro trabajo en la chacra de Barrow logramos generar información necesaria para empezar a llamar a los productores y eso comenzó a interesarlos. En la actualidad, en la zona sur de Buenos Aires, trabajamos con unos 25 productores y asistimos a unos 50 en total, que están en transición a la agroecología. Los productores se acercan por los altos costos, por el “riesgo productivo”, porque están preocupados por el suelo, el ambiente y su salud. Hay trabajos muy fuertes en Guaminí, Pigüe, Olavarría, Bolívar, 25 de Mayo, Bragado; en La Pampa, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos. Son productores que no vuelven más al sistema actual de producción convencional porque lo ven como algo ilógico. Yo hablo con los productores de nuestra zona y me dicen: “Veo lo que hace mi vecino con la siembra directa y los insumos y me parece insostenible”.
—¿Está recibiendo más consultas de asistencia técnica para iniciar procesos de transición?
—En este momento estamos recibiendo muchas consultas, porque con la sequía del año pasado los productores de trigo sufrieron muchísimo, ninguno alcanzó a salvar los gastos. Tenemos todas las semanas entre dos o tres productores que nos llaman para cambiar su sistema productivo, porque no aguantan más la forma de producción, no aguantas los costos. Y, como indica Eduardo Cerdá, desde la Dirección Nacional de Agroecología se está trabajando con los grupos de Cambio Rural y ya existen 100 grupos, que nuclean a 1.000 productores que están pensando en cambiar el sistema de producción para no fundirse e irse del campo.
—¿Cuál es la propuesta que desde la agroecología le acercan a los productores para iniciar?
—Lo que nosotros hablamos con los productores que se interesan es que hay cuestiones que no se resuelven de un día para el otro, como puede hacer un herbicida, que a la larga te genera otros. Sino que el rediseño de un sistema productivo hacia la agroecología lleva un tiempo de transición. Hay que fortalecer los procesos biológicos y fertilidad natural de los suelos, pensar en un proceso integral. Arriesgar una producción al inicio de la transición hasta que se equilibran los procesos naturales, dejar de hacer una aplicación de un día al otro por el solo hecho de no aplicar puede ser contraproducente. Es mucho más difícil para los productores que hacen agricultura pura, que no hacen ganadería. La ganadería minimiza riesgos y, a su vez, brinda muchos servicios ecosistémicos. Tenerla integrada permite una transición más rápida a la no utilización de agroquímicos. Este es un sistema que se rediseña con el verdadero productor, con el que vive en el campo y cuyo trabajo es su principal fuente de subsistencia.
—¿Es necesaria una política de financiamiento para la transición agroecológica?
—Por las cifras que nosotros tenemos estudiadas, cuando se arranca la transición, quizá baje un poco los rendimientos, pero como bajan también los costos el margen bruto para el productor es el mismo. No es que el productor deja de producir y de obtener ganancia. Por eso creo que la agroecología no precisa de un subsidio a la producción para avanzar si puede ser necesario un subsidio para mejorar las instalaciones ganaderas, por ejemplo. En el norte de Buenos Aires y el sur de Santa Fe la ganadería casi ha desaparecido y con ello los alambrados, los bebedores, las mangas. También podría haber incentivos para la producción de pasturas. Serían políticas públicas que impulsen la diversificación de la producción, otro modelo de producción. Son políticas que pueden pensarse, pero mirando a los productores genuinos, a los que siempre vivieron en el campo, no a sociedades anónimas o pooles de siembra, que toman las decisiones en otro lado y no viven en el campo. La agricultura la podés manejar desde un celular, pero la ganadería no, el manejo de policultivos no. Tenés que estar en el campo y tener gente. La agroecología plantea una forma diferente de pensar la ruralidad, con vida en los pueblos y sus ciudades..
—¿Cómo influye la presión de las corporaciones del agronegocio en el día a día del campo?
—Las multinacionales empujan la agricultura hacia otro lado. Necesitan vender insumos y semillas transgénicas, e incluso muchos agrónomos viven de la venta de esos agroquímicos y semillas. Entonces, el planteo de la agroecología genera una resistencia del propio sistema. Todas las empresas tienen agrónomos que visitan los campos para decirles que lo que van a hacer, si cambian a la agroecología, está mal o que se van a fundir. Nos pasó que un productor estaba interesado en transicionar y nos consultó. Le dijimos que comience a sembrar trigo junto al trébol rojo –una gramínea asociado a una leguminosa que genera fijación biológica de nitrógeno y compite con malezas– y cada 40 días lo visitábamos. En octubre, cuando el trigo ya estaba por espigar, llegamos al campo y dejamos de ver el trébol rojo sembrado junto con el trigo. Nos respondió que “el agrónomo de la cooperativa le dijo que si no aplica herbicida se iba a fundir”.
—¿Y qué pasa con el apoyo institucional? En una exposición en el Senado, por el debate de una Ley de Agroecología, dijo que el 95 por ciento del presupuesto destinado a investigación es para el modelo actual…
—Aquella vez dije el 95 por ciento por ser benevolente, creo que es el 99 por ciento. Mientras no se desarrolle investigación para sistemas agroecológicos es más difícil avanzar, porque aparecen problemáticas, podemos pensar en las distintas variedades de cultivos pero no podemos resolver con las mismas herramientas que utiliza agroquímicos para resolver sus problemas. Necesitamos investigaciones para adaptar los agroecosistemas de cada región, no es un modelo que se pueda estandarizar como ocurre con el actual que la soja se produce igual en Chaco que en Buenos Aires. Además, no hay agrónomos en territorio capacitados para acompañar a los productores. En la currícula de las universidades puede haber una materia, en algunos casos, el resto de las materias mantienen la mirada de la agricultura actual. Mientras que en INTA tampoco está arraigada la agroecología.
—Como parte de esas investigaciones enfocadas al actual modelo de agricultura, el Gobierno apoyó y aprobó un nuevo evento transgénico, el Trigo HB4. ¿Qué espera que cambie desde esta campaña a partir de su liberación comercial?
—Me parece lamentable que se haya aprobado el Trigo HB4. Ya tenemos muchos inconvenientes por introducir variedades resistentes de otras especies. Me preocupan los entrecruzamientos. Como ejemplos en la región en la que trabajo se me ocurre el de un grupo de productores que adquirieron semillas no transgénicas de soja para realizar un emprendimiento, pero cuando las fueron a analizarlas todas estaban contaminadas y no pudieron comercializarlas. O la aparición de una maleza denominada “nabolza” –mezcla de colza con un nabo silvestre– que se produjo por la introducción de una soja transgénica que se cruzó con los nabos naturales de la zona. El cruzamiento entre las plantas puede ser menor o mayor, pero ocurre por cuánto vuela el polen o porque las cosechadoras pasan del lote de vecino a vecino. Una vez que eso ocurre no se puede parar más. ¿Qué va a pasar si mañana quiero comprar una harina libre de transgénicos? Hoy puedo porque voy a comprar a los productores agroecológicos, pero en siete, ocho o diez años…
—¿Y qué opina respecto de la supuesta resistencia a la sequía y la incorporación de un gen resistente al glufosinato de amonio?
—Nunca ví un trigo HB4, pero por lo que se conoce no existió un rendimiento rotundo de la HB4 por sobre el trigo convencional. En cuanto a la resistencia al glufosinato de amonio, un herbicida similar o más perjudicial que el glifosato, podrían no haber incorporado ese gen y solo hacerlo resistente a la sequía si no existieran detrás otras intenciones. En esta región, que es tradicionalmente triguera, todos se pusieron en contra de la aprobación, incluso entidades como CREA, Aapresid y la Sociedad Rural. Aún nadie lo ve como algo positivo su aprobación. Me llamó mucho la atención que se haya aprobado y comercializado tan rápido.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva