En febrero de 2015, el Ayuntamiento de Gotemburgo votó a favor de llevar a cabo durante 18 meses un experimento en su residencia de ancianos de Svartedalen. El personal pasaría de una jornada laboral estándar de ocho horas a sólo seis horas diarias, sin recortes salariales. Bajo una creciente atención mediática, se trataba de dilucidar si era posible, incluso en un país progresista y avanzado como Suecia, reducir las horas de trabajo manteniendo la productividad.
«El cambio es posible. Podemos trabajar sólo seis horas al día, indudablemente», declara aEqual Times Daniel Bernmar, concejal de Gotemburgo por el Partido de la Izquierda. Bernmar fue uno de los impulsores del proyecto piloto de reducción de jornada realizado entre 2015 y 2017. «Al fin y al cabo, ya pasamos hace unas décadas de una semana laboral de 48 horas a una de 40 horas semanales».
No es la primera vez que Suecia realiza experimentos a pequeña escala con horarios de trabajo menos ortodoxos.
El fabricante de automóviles Toyota ya adoptó hace casi 13 años una jornada laboral de seis horas en sus plantas de producción suecas. La ciudad minera norteña de Kiruna redujo la jornada laboral durante casi 16 años, en los años noventa y 2000, pero el programa fue recortado porque los datos brutos no condujeron a ninguna prueba concluyente sobre la eficacia real de la reducción de la jornada laboral.
Esta vez, sin embargo, el resultado puede ser diferente. Los datos recogidos durante el experimento en la residencia de ancianos Gotemburgo podrían responder a los interrogantes de experimentos anteriores, como el de Kiruna.
No es casualidad que el proyecto piloto de Gotemburgo tenga como campo de pruebas la residencia de ancianos de Svartedalen. Casi una quinta parte de la población sueca tiene más de 65 años y se prevé que el número de personas mayores de ochenta años se eleve de medio millón a 800.000 en las próximas dos décadas. El personal de atención sanitaria, tradicionalmente mujeres, se ve obligado a menudo a trabajar turnos agotadores, que repercuten significativamente en su salud y productividad.
«Queríamos comprobar cómo repercute la reducción de cada turno en la forma en que las enfermeras cuidan a sus pacientes», dice Benmar. En este sentido, los resultados fueron impresionantes: «La interacción diaria mejoró cuando el personal estaba menos estresado. Los invitados y el personal interactuaban más. Medimos la cantidad de actividades diarias organizadas para nuestros huéspedes y descubrimos que aumentaron un 60%. El número de días de baja por enfermedad también cayó en picado».
Una jornada laboral más corta, ¿a qué precio?
Una jornada laboral más corta no sólo beneficia al trabajador, también podría tener repercusiones positivas para el gasto público social, de acuerdo con un análisis preliminar de los datos.
«Si se implementa de forma generalizada, el impacto fiscal sería muy positivo», agrega Bernmar. «Contratar a más personas implica reducir el desempleo, por ejemplo, y su consiguiente coste social. Acortar los turnos de trabajo y hacerlos menos estresantes se traduce en un menor número de bajas por enfermedad, lo cual disminuye la carga para el sistema sanitario».
Pero no todo son ventajas. «En general, la contratación de más personas aumenta los costes de las autoridades locales entre un 20% y un 30%», admite Bermar. «Pero a largo plazo, reduce en un 15 % los costes colaterales asociados al desempleo y la salud».
Aunque el proyecto fue diseñado y ejecutado a escala local, el Gobierno nacional cosecharía los beneficios de la generalización de una jornada laboral más corta. «Lo interesante es que los costes de la ejecución del proyecto los asumió la autoridad local, pero los beneficios fiscales van a parar al Gobierno central, a través de la reducción de los costes de sociales y de sanidad», explica Benmar.
Los costes inmediatos asociados a la jornada laboral más corta son, de hecho, un factor que impide que el mercado laboral considere seriamente la implantación de las 30 horas semanales de trabajo. Según Joa Bergold, investigadora de Políticas de Bienestar e Igualdad de la Confederación Sindical Sueca (LO), la resistencia a la implantación de una jornada laboral de seis horas es también una cuestión de prioridades y de visión.
Para Bergold, la política del Gobierno parece centrarse en poner a trabajar a más personas según el modelo tradicional de empleo. «En este momento, la reducción del trabajo a tiempo parcial y la aplicación por norma del tiempo completo per cápita ocupan un lugar prioritario en su agenda. Porque un día estándar de ocho horas se percibe como el principal indicador del crecimiento económico y de la sostenibilidad social».
A pesar de que sería posible generalizar el experimento realizado en Gotemburgo, la reducción de la jornada laboral sigue siendo un tema delicado en el ámbito político. El proyecto piloto fue aprobado e implementado bajo el liderazgo de la alcaldesa de Gotemburgo, Ann-Sofie Hermansson, una exfuncionaria de la LO. El Partido de la Izquierda logró aprobar la iniciativa gracias al apoyo decisivo de sus socios de coalición.
Sin embargo, el proyecto piloto no se libró del aluvión de críticas que le lanzaron los grupos de la oposición, sobre todo porque los costes inmediatos superaron los beneficios percibidos. La oposición de centro-derecha presentó una moción solicitando la interrupción del experimento antes de lo previsto, en mayo del año pasado, y destacó la injusticia que supone en su opinión gastar el dinero de los contribuyentes en un proyecto inviable económicamente.
Sin embargo, el proyecto piloto logró mantenerse dentro del presupuesto, con un gasto total de 12 millones de coronas suecas, que equivalen aproximadamente a 1,2 millones de euros. Pero desde que finalizó el experimento, la composición política del Ayuntamiento ha cambiado: «Nuestros socios de coalición perdieron sus escaños y ahora nos encontramos en minoría, lo cual dificulta la renovación del proyecto», dice Bernmar.
Para algunos, y ciertamente para Bernmar, el mayor logro del proyecto piloto de Svartedalen va más allá de sus repercusiones positivas y prácticas. Su verdadero éxito radica en el debate público que ha suscitado sobre la validez de la jornada laboral estándar en Suecia. «Hay una parte creciente de la población interesada en reducir las horas del trabajo. Estamos recibiendo mucha atención de medios de comunicación internacionales y de actores apolíticos interesados en nuestro experimento», admite el concejal.
¿Y qué sucede con el sector privado?
El experimento de Gotemburgo no sólo ha afectado al sector público. Se constata un cambio en la cultura corporativa, sobre todo de las empresas más jóvenes y de las start-ups. Varios empleadores privados han introducido una jornada más corta, aunque con resultados desiguales.
Maria Brath es la consejera delegada de la compañía SEO Brath. Desde que fundó la empresa con su hermano, en 2013, introdujo una jornada laboral de seis horas. «Creíamos en los beneficios de trabajar cada día un poco menos pero más eficientemente», explica Brath a Equal Times. «Hicimos una lista de pros y contras, y decidimos darle una oportunidad a las jornadas más cortas».
Brath y sus empleados estudiaron cómo mejorar la productividad disponiendo de menos horas. «Construimos un software específico que nos ayudó a organizar nuestras tareas de la manera más eficiente posible. Trabajamos para alcanzar los objetivos de producción programados. Siempre contamos con la participación de nuestros empleados cuando analizamos cómo mejorar el flujo de trabajo».
Pero la productividad y la eficiencia no están garantizadas cuando se acorta la jornada laboral en la oficina. O al menos no desde el principio. «No se alcanza la cima de productividad de inmediato. Lleva tiempo. Hace cinco años no éramos tan productivos como ahora».
Otras compañías que se aventuraron al inexplorado mundo de las jornadas laborales más cortas no están tan satisfechas como Brath.
«Cuando leímos sobre la jornada laboral de seis horas en las noticias, todos nos reímos de la idea», dice Erik Gatenholm, consejero delegado de la empresa de bioimpresión en 3D Cellink, con sede en Gotemburgo. «Aunque no estaba convencido de que fuera una opción viable, decidí hacer una prueba, para tantear el terreno. Lo pusimos en marcha con nuestro personal de producción, pero nos dimos cuenta de que no era para nosotros. Nuestro equipo de producción estaba demasiado estresado y no se sentía capaz de llevar a cabo las tareas que había que hacer a diario», explica Gatenholm. Así que la empresa decidió volver a la jornada laboral normal a las pocas semanas.
A pesar de que el experimento en la residencia de ancianos llegó a su fin, la campaña a favor de una jornada laboral más corta está lejos de concluir. Bernmar explica a Equal Times que está en marcha un plan para realizar el mismo tipo de experimento en grupos más pequeños de trabajadores sociales, otro colectivo de profesionales suecos sometido a un intensa presión.
«Tratamos de seguir experimentando y recopilando datos a pequeña escala, para sustentar nuestros argumentos», explica Bernmar. «Ha sido un viaje fascinante. En Alemania, hay contratos de 28 horas semanales. Algunas personas dijeron que era imposible, pero es algo que ya está sucediendo».
Los resultados del proyecto piloto de Gotemburgo se publicarán en agosto, según Bengt Lorentzon, uno de los investigadores que habló con este medio. Los resultados podrían propiciar un cambio radical en la forma en que se concibe la cultura del trabajo en Suecia y en Europa y demostrar que las 40 horas semanales son una convención validada más por la tradición que por la eficiencia.