Foto: Policías húngaros rapan a la fuerza y golpean a las personas migrantes que llegan desde Serbia
El jueves 15 de septiembre, la mayoría de los miembros del Parlamento Europeo (MEP) publicó un informe en el que alertaron sobre la caída del Estado húngaro, a cargo del primer Ministro Viktor Orban, hacia el “autoritarismo”, con “esfuerzos deliberados y sistemáticos” para atentar contra la democracia y los derechos fundamentales. El comunicado de prensa, que contó con la aprobación de 433 eurodiputados y 123 en contra, enciende alarmas en tópicos como la libertad religiosa, la libertad académica, la libertad de asociación y advierte sobre las problemáticas que atraviesan los derechos de las minorías, de los migrantes y de los solicitantes de asilo y refugiados, entre otros.
En línea con lo argumentado y en base a los testimonios de violencia fronteriza que registramos cada semana, No Name Kitchen (NNK) concluye que en el último tiempo se hicieron más frecuentes, notorios y violentos los casos de pushback (devoluciones en caliente) por parte de las fuerzas de seguridad húngaras contra las personas en movimiento. A su vez, se destaca la adopción de mecanismos sistemáticos de humillación y brutalidad, que profundizan aún más en la grave violación a los Derechos Humanos dentro de territorio europeo que hace años lleva adelante el gobierno de Orban bajo la mirada de la Unión Europea.
Un grupo de jóvenes fue devuelto de manera violenta de Hungría a Serbia: se les obligó a comer cigarrillos, les raparon la cabeza a la fuerza, les echaron gas pimienta en los rostros, extrajeron sus móviles y los destruyeron
En un squat (edificio abandonado donde viven personas en tránsito) ubicado en la ciudad de Horgos, se recopilaron testimonios de un grupo de jóvenes que fueron devueltos de manera violenta de Hungría a Serbia y en el que algunos de sus miembros fueron obligados a comer cigarrillos y les raparon la cabeza a la fuerza. Según lo que nos contaron, un joven de 18 años y otros tres de entre 18 y 30 años fueron detenidos cerca de la medianoche por un grupo de cinco agentes húngaros cubiertos con pasamontañas. Les echaron gas pimienta en los rostros, extrajeron sus móviles y los destruyeron, lo mismo con las gafas de una de las víctimas. Luego tomaron lo que había dentro de sus mochilas y lo volcaron sobre sus cabezas, incluyendo latas de atún y bebidas energizantes.
Tras hallar una máquina de afeitar entre los elementos personales, uno de los agentes procedió a rapar las cabezas de los jóvenes. A uno de ellos le afeitaron la forma de una cruz, como se puede ver en las imágenes publicadas por KliKaktiv; mientras que a otro joven lo dejaron con una cresta. Antes de despacharlos en la frontera serbia, los golpearon y patearon en el suelo, en sus cabezas, costillas y pantorrillas. Debido a los golpes, uno de ellos sufrió una fractura en una de sus piernas.
Unos días después, el equipo de NNK registró nuevos testimonios en Sombor, otra localidad serbia cercana a la frontera húngara. En este caso, tal como nos manifestaron las víctimas, una veintena de sirios fueron rodeados de noche por cuatro furgonetas y 16 agentes de la policía húngara a pocas horas de haber cruzado la frontera. Los obligaron a arrodillarse en el suelo y los rociaron con gas pimienta. “Dos policías comenzaron a golpearnos, los demás se limitaron a observar. Ahora no puedo respirar, me duele mucho”, dijo una de las víctimas mientras señalaba los golpes recibidos por porras y patadas en la espalda y la cadera. Al finalizar la golpiza, los subieron a las furgonetas y los echaron a Serbia.
Dos semanas antes, registramos otra situación de abuso policial, esta vez, contra un grupo de cuatro personas que incluían un padre con su hijo. Como nos contaron, tras pasar la noche bajo una lluvia torrencial y perdidos en uno de los bosques que separan Serbia de Hungría, las víctimas, desesperadas por el frío y las dificultades para continuar a pie, se acercaron a una carretera y, el padre, le pidió ayuda a cuatro policías uniformados que vio. Sin mediar palabra, uno de los policías comenzó a golpearle las rodillas y las piernas con una porra. Otro hizo lo mismo con el resto del grupo, dando puñetazos en cabezas y cuellos. Acto seguido, los obligaron a dejar sus teléfonos en el suelo.
Al poco tiempo llegó una furgoneta con más policías, perros y con una veintena de personas en movimiento, entre ellas cinco menores y cuatro mujeres. El padre nos contó que, afectado por problemas de salud en sus pies, pidió asistencia para entrar en la furgoneta pero un policía le respondió con un fuerte golpe en la espalda. Según el testimonio, una vez dentro del vehículo, un policía señaló a los perros y le dijo: “Si intentas hablar o moverte, te daré de comer a los perros”. Permanecieron quietos, en silencio y sin acceso a agua por varias horas hasta que más tarde los dejaron en la frontera serbia.
Otra historia recopilada narra lo sucedido en Kiszombor, una ciudad ubicada al sudeste de Hungría. Durante las primeras horas de la mañana, un grupo de media docena de personas en movimiento y otro joven proveniente de Siria fueron interceptados en dos sitios por agentes de policía. Según el primer testimonio del grupo, que había caminado 22 horas bajo la lluvia, varios agentes uniformados los detuvieron en la calle y uno de estos policías exigió a las personas dinero. Al no obtenerlo, acabó agarrando uno de los teléfonos y lo lanzó contra el suelo. Finalmente, ingresaron a las personas en vehículos, para llevarlas a la estación de policía.
En un lugar cercano, mientras cruzaba el puente que atraviesa el río Mures, un joven proveniente de Siria fue capturado por una oficial de policía que iba acompañado por un hombre de civil. Luego de reconocerse ambos por una devolución previa y de tomarle fotografías con su smartphone, la agente lo obligó a entrar en el vehículo y lo amenazó: “Si lo intentas de nuevo (cruzar el territorio húngaro), la próxima vez te tiraremos debajo del puente”.
Las siete víctimas fueron trasladadas a un centro de detención, donde permanecieron unas cinco horas encerradas en una pequeña celda donde ya se encontraban alrededor de 25 personas más. Pidieron agua y alimento pero la policía se negó. Finalmente, las más de 30 personas fueron trasladadas en un vehículo hasta la frontera y forzadas a cruzar a pie hasta la ciudad de Horgos.
A finales de agosto, un grupo de 20 personas procedentes de Siria —quince de ellas adolescentes— fue interceptado cerca del río Kis Sori Csatorna por dos patrullas y cuatro oficiales uniformados. De acuerdo con lo narrado por uno de los jóvenes, la policía los obligó a inclinarse en el suelo y comenzó a propinar puñetazos, patadas y golpes con bastones y con una rama de árbol. Luego registraron sus mochilas y destruyeron sus teléfonos móviles y baterías externas. También dicen que se quedaron con todo el dinero que llevaban, un total aproximado de 1.200 euros.
Un joven relataba cómo, mientras esperaban que llegara la furgoneta que los trasladaría hasta la frontera serbia, los agentes caminaban entre ellos y los golpeaban: “Elegían a una persona para abofetearla sin ninguna razón, era como un juego para ellos”
La víctima recordó que, mientras esperaban que llegara la furgoneta que los trasladaría hasta la frontera serbia, los agentes caminaban entre ellos y los golpeaban: “Elegían a una persona para abofetearla sin ninguna razón, era como un juego para ellos”. Antes de ser obligados a cruzar la frontera, fueron trasladados a una sala pequeña donde permanecieron detenidos y les tomaron videos.
Una madrugada de septiembre, a pocos metros antes de ingresar a la ciudad húngara de Szeged, un grupo de cuatro sirios levantaron sus brazos al oír el llamado de cinco policías. El testimonio de uno de ellos narra que, tras arrojarles un producto lacrimógeno, dos agentes empezaron a golpearlos. Y otra vez se repitió el mecanismo: los obligaron a sentarse en el suelo y repartieron patadas en las piernas y golpes en el torso mientras los insultaban.
Colocados en fila y de espaldas, ataron sus muñecas con precintos y volvieron a golpearlos tras descubrir que varios miembros del grupo de sirios habían escapado antes de ser capturados. “¡Hermano, por favor, detente!”, dijo una de las víctimas al agente que respondió con nuevos golpes: “Hermano no, hermano una mierda (No brother, fuck brother)”. Una furgoneta blanca los trasladó hasta la frontera después de la golpiza. Antes de marcharse, una víctima recordó que uno de los agentes le amenazó: “Si vuelves a pasar, te dispararé”.
Estos son solo algunos ejemplos de la brutalidad, humillación y la violencia fronteriza que sufren a diario las personas en movimiento que intentan ingresar a Europa a través de Hungría. Otras voces que el equipo de No Name Kitchen registró en el norte de Serbia relatan acerca de vehículos oficiales húngaros arrastrando las escaleras que las personas en movimiento utilizan para cruzar la valla de cuatro metros que separa ambos países. Como resultado de ello y en sintonía con sus testimonios, pueden observarse con mayor frecuencia fracturas, lesiones en rodillas y tobillos, que coinciden con la caída desde altura, así como cortes profundos en manos y brazos, producto del alambre de púas que recubre la valla.
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