«Aquí se respira resiliencia», así reza un cartel en el barrio la EcoAldea, ubicado sobre la ruta 40 en El Hoyo (Chubut), una de las tantas comunidades afectadas por el fuego iniciado el último 9 de marzo aproximadamente a las 16.30 horas en el Paraje Las Golondrinas. Uno más, en una increíble sucesión de fuegos ocurridos en las últimas décadas, en la misma zona. Recordemos el de 2015 con un impresionante calculo estimativo de 50.000 hectáreas de bosque nativo patagonico y chubutense.
El relevamiento espontáneo de la Brigada Contraincendios arroja el dato más de 700 casas quemadas y más de 2.500 evacuados quienes lo han perdido todo, menos la capacidad de autogestion. El fuego fue controlado en la base gracias a las precipitaciones de la madrugada del 10 de marzo, aunque las diferentes Asociaciones de Bomberos Voluntarios continúan hasta el día de hoy en Guardia de Ceniza debido a alguno pequeños focos en altura que llevan ya 27 días de fuego.
La observación de la zona afectada evidencia el inicio de siete focos periféricos simultáneos, que, según la rotación del viento se unieron en un centro común alcanzando una velocidad de desplazamiento del fuego de aproximadamente 190 km/h, sobre tierras fiscales en las cuales se hallan hasta tres generaciones nacidas y criadas. Los relatos hablan del humo, del desplazamiento físico para poder ver la magnitud de los focos, de la imposibilidad de retornar por el mismo camino a la propia casa, del avance implacable del fuego, del ruido ensordecedor de autos y garrafas de gas explotando, de los animales de corral, mascotas y pequeño ganado, sencillamente, quemados vivos.
Hablamos de la imposibilidad de volver, pero también en algunos casos lamentables, de la imposibilidad de salir vivo de allí. Cuatro personas fallecidas fue el saldo de la tragedia. Varias hipótesis del móvil se deslizan en la voz de quienes aún hoy permanecen en el territorio dentro de una carpa de campamento o en un precario techo de nylon o chapa que ataja las primeras heladas del otoño en la Comarca Andina: intereses inmobiliarios, amedrentamiento a l@s vecin@s de la Asamblea ciudadana por el No a la mina, transformadores de provisión eléctrica en mal estado que chisporrotean hace meses en una plantación artificial y añosa de pino Oregón que se ha impuesto frente al bosque nativo.
Personas que continúan esperando la tenencia precaria de los lotes ocupados desde hace más de 25 años, prácticas partidarias y clientelares que han desmantelado y vaciado el estado municipal y una provincia de rodillas frente al lobby prominero que abona con hasta tres meses -si, noventa días- el sueldo devaluado a los agentes y efectores del estado que están asistiendo y acompañando a las víctimas de la catástrofe. En la recorrida por El Pinar, La Parcela 26, El Playón, La EcoAldea y El Radal, una empleada municipal comenta al pasar que: «Se está a la espera del desembolso de cinco presupuestos anuales que envía Nación para paliar los daños». Frente al silencio que interpela continúa: «No se cómo van a hacer acá, no hay capacidad organizativa para distribuir y ejecutar eso.»
Sigue la recorrida, y en ella más banderas: «Nosotros tenemos valores. Las in$titucione$, precio.»
«Todo fuego es político»
Cientos de viandas gratuitas cocinadas por voluntari@s se distribuyen en la vereda del Centro Cultural Galeano. Al menos cinco equipos de voluntarios sostienen y organizan a la intemperie en cada uno de los barrios mencionados espacios de contención a la niñez y adolescencia, y a las familias en general.
Colaboran para ordenar las donaciones de agua potable, alimentos y ropa que van llegando de diferentes puntos del país. Acompañan en la recorrida a voluntarios que vienen a poner sus manos y voluntades en la reconstrucción de viviendas que también se van haciendo con donaciones de madera, adobes, aberturas, que van llegando desde algún corazón empático. El uso y destino de tales materiales descargados a la entrada de cada barrio, así como también el aprovisionamiento de víveres se da de una manera orgánica. Nadie distribuye, ni monopoliza.
La ayuda se agradece, el movimiento no cesa, las paredes se levantan. Metáfora profunda del lazo social que se trama en la orfandad más densa, en la intemperie política Chubutense, en la más radical incertidumbre jurídica que se vive en una provincia argentina en la cuál al menos hace tres años, las escuelas no abren de manera regular, la justicia está de paro y el sistema de salud colapsado.
Hasta aquí, algunas imágenes impregnadas en la memoria, recolectadas en mi paso junto al equipo de voluntari@s de Pedagogía de la Emergencia de Argentina.
*Belen Saborit. Antropóloga (Flacso). Lic. En Musicoterapia (Usal). Pedagoga del trauma y la emergencia. Abrazada por el colectivo Universidad Trashumante. Desarrollo intervenciones en el Instituto Penitenciario Provincial de Trelew, en el Programa de infancias con derechos vulnerados de la ONG CAINAR de Puerto Madryn, atención de persona a con discapacidad en Fundación el vuelo. Acompaño proyectos educativos inclusivos de autogestión y economía fraterna. Mamá de dos niñas con alma de artistas.