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Frente a la cotidianeidad de las desapariciones en México

Araceli Téllez Trejo

Los desaparecidos no son cifras, tendríamos que recordarlo cada día: son seres humanos que han dejado un vacío. Son vacíos alrededor de una mesa a la hora de la comida, en la banca de una escuela secundaria, en un escritorio de oficina, en un taxi abandonado, en una carriola que se oxida, en un pizarrón donde ya nadie enseña, en un periódico que no publicará más sus notas o fotografías. Un gran vacío de cuerpos y también de almas.

Pero, ¿qué significa desaparecer? Desaparecer es “dejar de existir”, dice el diccionario. Y se agrega: “desaparecido(a) es una persona que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive”. En México, todos los días se suman personas desaparecidas a padrones oficiales poco confiables; porque los existentes adolecen de información completa o exacta.

Las declaraciones de funcionarios sobre el número de desaparecidos han variado: se habla de más de veinte mil, como una cifra que trata de ser redonda para un problema de múltiples aristas. Sin embargo, a través de medios de comunicación, redes sociales, colegas, amigas, pláticas en el transporte público y otros sitios, nos enteramos de nuevas desapariciones. Jóvenes, niñas, niños, adultos, migrantes, defensores de derechos humanos, periodistas, y una larga lista de personas desaparecidas, muchas de ellas en colonias populares, municipios o estados que se han vuelto tierra de nadie. Desaparecen por desconocidos criminales o por las fuerzas públicas… o por ambos en colusión.

Dice Rubén Blades en su canción Desapariciones: “¿Y cuándo vuelve el desaparecido? Cada vez que los trae el pensamiento. ¿Cómo se le habla al desaparecido? Con la emoción apretando por dentro”. Porque para sus familias, los desaparecidos albergan justamente la contradicción de no estar y estar, al mismo tiempo. El vacío de un ser humano no se llena más que con el mismo ser humano. No tendríamos que pasar por ese infierno para solidarizarnos con ellas y ellos.

Los desaparecidos en México no habitan en el limbo dantesco, y no esperan encontrar una posibilidad de entrar al paraíso. Viven un infierno que atiza el fuego con los maderos de la impunidad y la incertidumbre de su paradero. Un infierno que es compartido por sus familiares, porque son quienes recorren oficinas, hacen marchas o plantones, se vuelven investigadores o ministerios públicos; un infierno que no termina o quizá sí, para aquellos que en la búsqueda de sus familiares se han encontrado con su propia muerte.

Frente a este panorama, la Universidad Iberoamericana ha elaborado el Manual de acciones frente a la desaparición y la desaparición forzada. Orientaciones para las familias mexicanas de personas desaparecidas, trabajo realizado de la mano de redes de organizaciones y familiares de víctimas de desaparición.

¿En qué país vivimos cuando se necesitan tejer redes de apoyo de todo tipo al margen de las instituciones, donde el soporte y la solidaridad no están en una oficina pública, donde en lugar de abonar para salir del atolladero, se subestima la magnitud del problema y minimizan las causas y consecuencias? Éste es el contexto donde como universidades tenemos un papel que jugar y romper los roles tradicionales de participación; donde tenemos que construir lazos con las organizaciones civiles, las víctimas y sus familiares.

Texto: Maestra Araceli Téllez Trejo, titular de la Dirección General del Medio Universitario

Universidad Iberoamericana Ciudad de México

@iberodgmu

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