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Foto de trabajadoras sexuales de hace 25 años. Muerte y discriminación en la búsqueda de vida

Krizna

Hace 25 años, cuando trabajaba en la calzada de Tlalpan ejerciendo el trabajo sexual, Alma Delia, una compañera del talón de aproximadamente 50 años, nos invitó a otras compañeras y a mí a su tierra, Chilapa, Guerrero, a la fiesta de 15 años de su sobrina.

Del grupo de amigas y compañeras de trabajo fuimos siete: Cinthia, la maestra, y quien también era de Chilapa; Topacio; la Nacha; Gaby, la guapa; Rebeca, la tesoro, Tania Roberts y yo. Trabajamos y nos dedicamos unos 15 días para juntar dinero e ir a la fiesta.

Llegamos un sábado en la mañana y la mamá de Cinthia nos preparó una comida deliciosa. Era una señora humilde, pero de gran corazón, que se esmeró en atendernos y darnos posada. En la tarde comenzamos a maquillarnos para ir a la fiesta en un gran salón. Hubo baile, mucha comida y bebida hasta morir, como se acostumbra en todos los pueblos. Recuerdo que la fiesta se prolongó hasta las cinco de la mañana. Al salir, seguimos tomando en las calles hasta llegar al atrio de la iglesia del pueblo.

Ya en la mañana llegamos a la casa de la mamá de Cinthia sólo para tomar una muda de ropa, porque la maestra nos invitó a un balneario con cabañas. Estaba muy bonito, ella quería que siguiéramos conociendo su tierra. Nos fuimos en un taxi y tardamos como una hora en llegar al balneario y así seguir cotorreando.

Todo fue cervezas y comida. Ya de tanto algunas dormíamos un rato y nos levantábamos para seguir tomando en lo que otras se dormían. Así fueron tres días platicando, conociéndonos y reconociéndonos.

Cinthia me platicó que llegó a la Ciudad de México a dar clases de inglés a una escuela particular, pero la discriminación no le permitió trabajar ahí y tuvo que llegar a trabajar en las calles como trabajadora sexual. Quizá no fue fácil para ella renunciar a sus sueños de ser maestra, pero en esa época no existía la apertura como ahora.

Ella trabajó en diferentes zonas, nunca le gustó estar estable en una sola calle. Además siempre tuvo como prioridad mandarle dinero a su mamá, porque la ilusión de ella era fincar una casita para ella. Muy pronto se volvió brava y comenzó a defenderse de los clientes y de alguna trans que llegara a buscar pleito. Hizo dinero y, hasta donde supe, pudo realizarle el sueño a su mamá.

Desde que llegué al talón, Topacio ya estaba en la esquina de Sinaloa e Insurgentes. Ella tenía como 28 años. Siempre ha sido una mujer muy elegante y su belleza resalta más con sus ojos verdes. Ella es de Xalapa, Veracruz, siempre fue muy tranquila y nada conflictiva. Casi a diario nos echábamos nuestras cervezas, recuerdo su frase “champaña pa’ las arañas”.

En esa época ella tenía pareja, se llamaba Nahin y era militar. A veces nos contaba con emoción cómo lo atendía, le lavaba su ropa y le hacía la comida. En otras ocasiones nos decía casi al punto del llanto que se habían peleado, pero que aun así seguían juntos. Nahin, junto con su perrito Chili Willy, que lo quiso como si fuera su hijo, era su mundo. Trabaja casi a diario para ellos y le iba bien.

Muy al contrario, la Nacha siempre fue un desmadre. Su imagen siempre fue desparpajada, nunca le interesó comprar ropa de marca o vestidos caros, lo mismo le daba usar una blusita que un vestido que alguna comadre le prestara. Me habían contado de ella que era muy tremenda y que era de darse un tiro con quien fuera. Muchas le tenían miedo. Todavía no la conocía cuando oí de ella, pero cuando la conocí nos caímos bien. Ella también era de moverse de una calle a otra y algunas veces me la llegué a topar en algún antro ahogada de borracha. Despertaba y seguía en la fiesta, a ella le daba lo mismo quedarse en la calle que en un hotel o en alguna casa de una amiga.

Algunas veces le hice la plática sobre su familia, pero nunca me contó sobre ella, nunca supe su nombre real. Sólo en una ocasión me dijo que vivía por el metro Candelaria y que tenía un hermano llamado Eleuterio. Una vez en un bar de Garibaldi la encontré muy tomada y la llevé a donde se supone que vivía, pero en cuanto llegamos no se quiso bajar del taxi y la tuve que llevar a mi casa a dormir. Al final se fue a vivir a la casa de la maestra. Después de unos años se enojaron entre ambas y ya no supe más de ella.

A Gaby, la guapa, también la conocí en la calle de Sinaloa. Era una mujer trans despampanante, morena, de cabello lacio largo y negro y de un metro 75 de altura. Ella subía y bajaba de los coches, era de las que más ganaban en la calle. También tenía pareja, pero muy pocas veces platicamos porque su onda era seguir trabajando. No convivimos mucho hasta ese viaje a Chilapa.

Una de sus actividades extras era inyectar aceites en el cuerpo a quien quisiera tener nalgas y busto grandes. En esa época ya sabíamos de los riesgos de infiltrarse líquidos extraños en el cuerpo, pero aun así muchas nos animamos a hacerlo, también queríamos ganar. A mí me inyectó la primera vez un litro de aceite 1 2 3, medio litro en cada nalga, y al medio año fue litro y medio, medio más para las cadera. Gaby se volvió adicta a infiltrarse ella misma aceite, pero llegó un momento en que sentía tanto dolor que prefería irse a su tierra a descasar unas semanas. Ya repuesta regresaba de nuevo a trabajar, pero en una de tantas veces ya no regresó, supe que se había puesto grave.

Tania Roberts era una trabajadora sexual trans de la tercera edad. Siempre la vi como una mujer auténtica, se esmeraba en verse guapa y elegante. A pesar de no trabajar en el mismo lugar, nos encontrábamos en alguna calle y nos compartíamos la pachita de vez en cuando. A veces estaba de malas y decía “chamacas y no ganan, y yo vieja y hasta les pago el vicio”, pero al final terminábamos platicando.

Ella era todo un personaje en el ambiente del talón, pero tenía una adicción muy fuerte al alcohol, a diario estaba tomada. La recuerdo llegar con sus abrigos de pieles exóticas, medias negras de red y con zapatillas de tacón muy alto. Varias me contaron cómo fue ella en su juventud, fue una de las pioneras del talón, era brava y se agarraba a trancazos hasta con los policías.

Rebeca, la tesoro, se cuece aparte. Nos conocimos desde que teníamos 15 años. Curioso, nacimos el mismo año y nuestros cumpleaños tienen un día de diferencia. Cuando llegué a trabajar ella ya llevaba como tres años ahí, pero lo que me contaban de ella era diferente a como la conocí. Era el terror de varias chicas. Tomaba y se transformaba, y por lo general se madreaba a los tipos que nos llegaran a agredir, y más aún si era algún policía.

Recuerdo una vez que un grupo de juniors pasaron en la calle y nos aventaron una botella de vidrio. Se arrancaron a toda velocidad, pero los agarró el semáforo en rojo y fue cuando la tesoro, corriendo con zapatillas, los alcanzó. Quiso abrir una puerta pero estaba cerrada y de un puñetazo rompió el parabrisas, y sacó de los cabellos a uno y se lo comenzó a madrear. Bajaron los demás, que eran cuatro, y la rodearon. Pensé “ya la masacraron”, pero no. Dentro de la bolita se levantó y a uno por uno se los madreó. Lo mismo le hizo a unos patrulleros, era raro no ver a un policía llorar después de pasar por los puños de la tesoro.

Hoy sólo frecuento de vez en cuando a Rebeca. Hace tres días se casó en una boda comunitaria con su pareja, con el que lleva más de 25 años. A Topacio la reencontré en el feis, después de más de tres años de que se regresó a Xalapa. Ya no tiene pareja, terminó hace mucho tiempo con Nahin, pero sigue ejerciendo el trabajo sexual. Su hijo Chili Willy murió, pero ya adoptó a un perrito y a dos gatos.

Después de unos meses del viaje, Tania Roberts murió de cirrosis hepática de tanto alcohol y me enteré hace unas semanas que la Nacha también murió, pero desconozco de qué. De Gaby hasta ahorita no sé qué fue de ella.

Sin embargo, lo más doloroso fue como terminó Cinthia. Hace como 20 años la mataron a balazos trabajando en la calle, allá por el metro General Anaya. Esa noche yo estaba trabajando por el metro San Antonio Abad cuando Alma Delia pasó por mí en un taxi. Ella me dijo “súbete, me acaban de hablar por teléfono, a la maestra la mataron”. “No puede ser posible, tiene menos de una hora que platiqué con ella”, le contesté. A los diez minutos llegamos al lugar donde estaba tirada. Ya había muchos periodistas, cámaras y las luces de los flashes alumbraban su cuerpo sin vida tapado con una tela blanca. Nos pidieron reconocerla y lo hice, le destapé la cara pidiendo dentro de mí que no fuera, pero desgraciadamente sí era ella. Me dio miedo, tristeza e impotencia por el show en que en ese momento se convirtió su asesinato.

A más de 25 años, miro la fotografía que Topacio me hizo llegar hace unas semanas. Tantas historias que vivimos en la calle y tantas cosas que faltan por contar. Algunas de la foto quedaron en el camino y mientras yo estoy aquí, escribiendo, tratando de enamorarme del teclado e intentando rescatar estos recuerdos de mi mente.

Lo que no me habían dicho sobre el periodismo es qué tan difícil es escribir desde una misma y escarbar dentro de la memoria recuerdos gratos e inolvidables, y otros más que a veces quisiera olvidar. Tantas vivencias y ahora sólo algunas seguimos vivas y aquí.

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3 Respuestas a “Foto de trabajadoras sexuales de hace 25 años. Muerte y discriminación en la búsqueda de vida”

  1. Que fuerte. Hoy cosas, estoy segura, que ni ellas querían recordar. Para llegar a ese estilo de vida, se tuvo que haber vivido aldo parecido. QEPD quienes partieron. Gracias por recordarnos que gran sufrimiento que la gente lleva y que uno olvida.

  2. Es muy bello relato, aunque hable de cosas tan terribles y dolorosas cómo la desigualdad y la miseria en nuestro país, que deja con escasas opciones a las personas. Emparicé muchísimo con tu historia y con la tristeza y la impotencia de ver a la gente destruirse en esos contextos obscuros, como si ese fuera su destino, marcado por el origen humilde y estar ahí, sin poder hacer mucho por ellos. Gracias.

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