Sebastián Ortega expone cómo los medios de comunicación de mayor circulación construyen narrativas sobre lxs migrantes. Para estos, siempre son responsables de los “males” de nuestra sociedad y las noticias vinculadas a ellxs aparecen en la sección Policiales.
Benito y Cristina, venezolanos, de 24 y 25 años, llegaron a la Argentina el 16 de marzo de 2020, tras una travesía por tierra a través de Perú y Bolivia. Después de cumplir dos semanas de cuarentena en un hotel de La Quiaca, subieron a un micro con otras 59 personas, en su mayoría migrantes de países latinoamericanos: venezolanos, colombianos, brasileños, bolivianos y peruanos. Algunos, como Benito y Cristina, tenían planes de radicarse en el país. Otros quedaron varados luego del cierre de las fronteras por la pandemia de Covid-19.
Un grupo de pasajeros contó que los subieron engañados. Les habían prometido llevarlos al aeropuerto, donde había “un vuelo listo” para regresarlos a sus países. En cambio, los trasladaron a Buenos Aires. Después de 30 horas de viaje hacinados, los recibió la policía de la Ciudad, que los demoró durante ocho horas y los trasladó a diferentes hoteles para una nueva cuarentena. “Nos trataron como criminales, como si fuéramos narcotraficantes”, contaron Benito y Cristina a Clarín.
Durante semanas, los medios locales y nacionales cubrieron la noticia: se refirieron al engaño de las autoridades jujeñas, al reclamo de las organizaciones de la sociedad civil, al estado de salud de una nena que llegó con fiebre y debió ser trasladada al hospital, a la investigación de la justicia federal por una posible violación del decreto de aislamiento obligatorio.
Lejos de la mirada estigmatizante y criminalizadora habitual, la mayoría de los medios puso el foco en la vulneración de los derechos de los migrantes. Pero esa atención duró poco: con el paso de los días, las semanas, los meses, los migrantes y refugiados volvieron lentamente a ocupar ese lugar que los medios les tienen reservado, el de las noticias policiales. Volvieron a ser los responsables de los males de nuestra sociedad. Una vez más, los feos, sucios y malos.
En las PASO 2021, 417 mil extranjeros residentes en la Ciudad de Buenos Aires estuvieron habilitados para votar. Veinte veces más que dos años atrás, cuando apenas podían hacerlo 21 mil. El aumento responde a la entrada en vigencia de la totalidad del nuevo Código Electoral porteño, que implementa el empadronamiento automático para los extranjeros mayores de 16 años que tienen domicilio real en la ciudad sobre los que no recae alguna inhabilitación.
Un ejercicio veloz: si escribimos “voto migrante” y otras opciones similares en el buscador de La Nación y Clarín, veremos que, entre el 1 de junio y el 12 de septiembre -día de las Paso-, publicaron, en total, apenas tres notas sobre el tema.
En ese mismo lapso, esos diarios mencionaron a extranjeros de países latinoamericanos en al menos 21 artículos sobre crímenes, violencia narco o robos: 11 de Colombia, cuatro de Brasil, dos de Ecuador y una de Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay.
“Mató en Colombia, huyó a la Argentina y cayó 6 años después por robar un auto en la Ciudad”, “Mono, el narco colombiano que se fugó en la Patagonia y teme por una bala”, “Detienen en Almagro a un dealer colombiano que tenía un posnet para cobrar sus drogas”, “Un misterioso colombiano detrás de Dumbo, el capo narco prófugo”, son algunos de los títulos. Todos vinculan la nacionalidad colombiana con el tráfico de drogas o el sicariato.
La construcción de las narrativas sobre las personas migrantes en los medios de comunicación se produce a través de algunas operaciones básicas: la criminalización, la estigmatización, la espectacularización y la generalización u homogeneización. Todas ellas, vinculadas e interrelacionadas entre sí, apuntan a la construcción de estereotipos a partir de la asociación de la migración con la idea de amenaza. Ese “otro” se convierte en un sujeto “socialmente peligroso” que pone en peligro una determinada forma de vida.
Una operación clásica podría resumirse en el siguiente mito: “Los extranjeros vienen al país a delinquir”, un latiguillo repetido hasta el hartazgo no solo por ciudadanos de a pie, sino también por funcionarios a cargo del diseño de políticas de seguridad. Los datos oficiales lo desmienten: solo el 6 por ciento de las personas detenidas en Argentina son extranjeros. Y un dato aún más significativo: apenas el 1 por ciento de los migrantes tuvieron algún conflicto con la ley penal.
“La población migrante está invisibilizada en los medios de comunicación”, explica Celeste Farbman, coordinadora de Comunicación de la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes (CAREF). “En los pocos casos donde aparecen como protagonistas de las noticias, son ubicadas como responsables de algún delito”, agrega.
Aunque la gran mayoría (el 99 por ciento) nunca tuvo problemas con la justicia, las personas migrantes aparecen sobrerrepresentadas en las páginas policiales. Según el Monitoreo de medios gráficos sobre el tratamiento de las noticias vinculadas a personas migrantes y refugiadas en Argentina publicado por CAREF en 2019, el 61,5% de las noticias de los principales medios nacionales que incluyen a migrantes tratan sobre asuntos policiales y de seguridad. En la gran mayoría de las coberturas, los extranjeros aparecen como victimarios.
En muchas de esas coberturas, el principal foco de la atención no está puesto en el “qué”, sino en el “quién”: “Un colombiano y 4 dominicanos, presos por narcos en la Patagonia” / “Caen dos hermanos paraguayos por crimen del colectivero Alcaraz” / “Haitiana con VIH mordió a una médica”. A partir de estas operaciones, explica el informe, “los medios favorecen la estigmatización de las personas inmigrantes y la proliferación de discursos racistas y xenófobos”.
Otras formas de estigmatización tienen que ver con la construcción de la idea de que los migrantes son responsables de la pérdida de nuestros derechos: “Vienen a estudiar gratis”, “a usar nuestros hospitales” y “nos quitan el trabajo”, una serie de mitos reforzado por la mirada de los medios, que nunca contempla los aportes económicos y sociales de la migración. Según el informe “Cómo los Inmigrantes contribuyen a la Economía Argentina”, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los extranjeros pagan más impuestos que los gastos que le generan al Estado.
La investigación, además, desmiente la supuesta relación entre desocupación y migración. En 1994, por ejemplo, el desempleo alcanzó el 18,4 por ciento del universo de trabajadores y trabajadoras. En 2002, fue del 25 por ciento y en 2015 bajó al 5,9 por ciento. Durante todo ese período, la proporción de inmigrantes en la población del país se mantuvo estable.
Los Simpson lo predijeron. En el capítulo “Y dónde está el inmigrante”, emitido por primera vez en mayo de 1996, una manifestación de vecinos y vecinas llega hasta las puertas de la oficina del alcalde de Springfield para reclamar por el aumento de impuestos. “Este asunto requiere liderazgo de verdad”, anuncia el alcalde Diamante a sus colaboradores mientras sale a enfrentar a los manifestantes: “Sus impuestos son altos por causa de los inmigrantes”, dice. La explicación viene acompañada de un anuncio: expulsarán a todos aquellos que están en situación irregular.
La estrategia de culpar a la migración es una clásica estrategia para desviar la atención de los problemas políticos, sociales o económicos. En octubre de 2018, miles de manifestantes marcharon al Congreso de la Nación para protestar contra el proyecto de Presupuesto que había enviado el entonces presidente Mauricio Macri. La Policía de la Ciudad reprimió a los manifestantes en la plaza y luego salió de cacería por los alrededores, gaseó jubilados, le pegó a hombres y mujeres, y detuvo a 26 personas.
Entre los detenidos, había cuatro extranjeros. Ninguno de ellos había estado esa tarde en las protestas. Al día siguiente, el gobierno de Mauricio Macri lanzó una feroz campaña pública en su contra. Reclamaron un “juicio abreviado” y su expulsión inmediata. Los medios aliados acompañaron la ofensiva. “Quiénes son los cuatro extranjeros detenidos: un turco amante del Che, dos hermanos venezolanos y un paraguayo con dos hijos argentinos”, tituló el diario Clarín.
Juntos, gobierno y medios, construyeron la mentira: dijeron que Anil Baran, un joven turco de 27 años al que detuvieron en la afueras de la estación de trenes de Constitución cuando venía de Córdoba para hacer unos trámites, había llegado al país para organizar las protestas contra el G20, planificado para el mes siguiente. A dos hermanos venezolanos los acusaron de ser espías infiltrados del gobierno de Maduro.
Las mentiras se diluyeron con el tiempo. Se demostró que las versiones eran falsas, que ninguno de los cuatro había participado en las protestas. Todos fueron sobreseídos. Pero al gobierno le sirvió desviar la atención de la opinión pública: durante semanas, se debatió sobre los cuatro extranjeros detenidos y no sobre el brutal ajuste que intentaba aprobar el Congreso.
En la vereda de enfrente, el principal paladín del odio anti-migrantes es Sergio Berni. En 2014, cuando era secretario de Seguridad de la Nación, adjudicó el aumento de los índices de delito a la migración: “Estamos infectados de delincuentes extranjeros”, dijo. Algunos años después, ya en un rol opositor, defendió el DNU de Macri que derogó la ley de Migraciones y habilitaba la expulsión exprés de extranjeros acusados de delitos. Entre 2020 y 2021, ya al frente del ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, construyó una campaña en redes sociales bajo el sello Fuerza Buenos Aires: ahí difunde videos y publicaciones con una narrativa securitaria que vincula la migración latinoamericana con el narcotráfico. Nadie podría acusarlo de oportunista. Lleva casi una década acusando a las personas migrantes de delincuentes.
El virus chino, la cepa india o manaos, la idea de que quienes migran dispersan el virus. A pesar de algunas excepciones, la pandemia de Covid-19 no logró quebrar la mirada estigmatizante de los medios sobre la migración. “Hay una línea de continuidad: ni antes ni ahora la migración fue tratada como un tema de derechos humanos”, dice Farbman.
En esta línea de continuidad no solo opera una mirada criminalizante, sino también un proceso de invisibilización. Según el Monitoreo de medios realizado por CAREF, hay una subrepresentación de las mujeres y del colectivo LGBTTIQ+. Si bien el porcentaje de mujeres que llegan al país es superior al de varones, solo aparecen en el 12,5 por ciento de las publicaciones.
De todas las noticias analizadas, en solo el 5,4 por ciento de los casos las fuentes son los propios migrantes. En la mayoría de los casos, quienes hablan son autoridades gubernamentales, policiales o replican publicaciones de otros medios o de redes sociales. “No son considerados o consideradas como fuentes de información válidas ni siquiera en las noticias que protagonizan”, critica Farbman.
Los medios continúan construyendo un enfoque subjetivo que silencia a las personas inmigrantes: un discurso sobre migrantes, pero sin migrantes.
Imagen de portada: Bacap.
Publicado originalmente en Haroldo
Tomado de La Tinta