Con las manos sobre una manivela metálica, Wailyn, un joven dominicano que estudia primaria, se dispone a primera hora de la mañana a empujar la puerta de entrada a su escuela con todas sus fuerzas. Cada mañana, de lunes a viernes, toma un camino recientemente asfaltado desde La Ciénega, una de las barriadas más pobres de la República Dominicana, a 40 kilómetros al este de la ciudad portuaria de Puerto Plata.
Unos minutos más tarde van llegando sus compañeros dominicanos o haitianos que viven, como él, en La Ciénega, pero también hijos de expatriados que viven a unos 100 metros, en residencias privadas vigiladas por guardias armados. La escuela está cerca de Cabarete, antigua ciudad de pescadores, que se ha hecho famosa por su playa, que atrae a los apasionados del kitesurf. Una ciudad turística llena de contrastes, dependiendo del lado de la carretera en el que se vive.
A primera vista, la escuela no parece diferente de otras escuelas. Hay niños que llegan a pie, como Wailyn, mientras que otros bajan de los 4×4 de sus padres o llegan directamente en motoconchos, taxis de dos ruedas. Los 36 alumnos matriculados, con edades comprendidas entre 1 y 11 años, son recibidos por sus profesores y por Sarah Ludwig-Ross, la directora y creadora del proyecto. En total trabajan 14 personas. Nueve de ellas son dominicanas o haitianas, ya que la República Dominicana y Haití comparten la misma isla, La Española.
La idea original de Sarah Ludwig-Ross, una estadounidense de Michigan, era establecer un sistema económico que puede resultar sorprendente: solo la mitad de los niños paga las tasas escolares. La educación es gratuita para los alumnos dominicanos y haitianos que viven en La Ciénega. La escuela funciona en parte gracias al dinero transferido por familias de expatriados –que disponen de más medios–, que viven en Cabarete y han matriculado a sus hijos en esta escuela. Un sistema totalmente transparente.
Desigualdad y pobreza
Sarah Ludwig-Ross se embarcó en esta aventura en 2009, después de haber asistido a una conferencia Montessori en Luisiana a la que asistió el realizador Spike Lee como invitado principal. Al final de la conferencia tomó la palabra delante de más de 3.000 personas para exponer su proyecto: crear una escuela multicultural en la que la comunidad local sea una de las prioridades principales.
“Llegué a Santiago, en la República Dominicana, en 1997. Enseñé tres años en una universidad antes de mudarme aquí, a Cabarete, para ser directora de programas en una ONG. Después de dimitir, decidí abrir esta escuela, ya que, aunque la costa norte del país es conocida por sus numerosas escuelas internacionales, ninguna de ellas acoge a tantos niños de diferentes entornos socioeconómicos”. Según Oxfam, este país con 10 millones de habitantes presenta grandes desigualdades puesto que el 50% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, a pesar de registrar un crecimiento sostenido desde hace más de 40 años.
La escuela, que al principio solo contaba con una clase de primaria con niños de entre 3 y 6 años, ha crecido rápidamente, gracias a la ayuda de los padres, pero también de numerosos donantes y voluntarios.
Casira, una organización canadiense de cooperación humanitaria, ha participado muy activamente. “Su entusiasmo con nuestro proyecto nos emociona. Gracias a su ayuda para construir nuevos edificios, ahora tenemos tres aulas, una biblioteca, una tiendecita donde se pueden encontrar ropa y juguetes, sin olvidar un corral para dar de comer a nuestros animales: siete gallinas, doce pollitos e incluso una cabra”, concluye, riendo de buen grado.
Concretamente, durante el año escolar 2016-2017, la escuela obtuvo unos beneficios de 133.302 dólares USD (unos 114.115 euros), de los cuales el 22% provenía de estas tasas escolares. El 78% restante procedía de donaciones realizadas gracias a campañas en Internet o actos caritativos. Una familia de expatriados paga 1.500 dólares al año (unos 1.280 euros) por escolarizar a su hijo en esta escuela, en comparación con los 5.000 (unos 4.280 euros) dólares que se pagan en la escuela internacional privada de Sosua, ciudad vecina de Cabarete. El dinero recaudado se reinvierte posteriormente en la escuela en numerosos programas: elaborar menús equilibrados, financiar la formación continua de los profesores o participar en proyectos de construcción directamente en La Ciénega, todos gastos esenciales según la filosofía de la escuela.
Juntos, nada más
“A veces me preguntan cómo consigo convencer a ciertas familias para que paguen por las otras”, admite Sarah Ludwing-Ross, “pero, a decir verdad, no lo intento. Los padres son libres de venir a visitar la escuela y ver las ventajas del método Montessori y de este entorno multicultural difícil de encontrar en otra parte. Decidimos llamarnos ‘3 Mariposas Montessori’ en referencia a los tres actores principales de esta comunidad: los niños, los padres y los profesores, todos juntos para hacer avanzar las cosas”.
Juan José Jr. Stabilito, un expatriado venezolano músico y profesor de surf y kitesurf, decidió con su mujer, también profesora, matricular a su hija, Sara, en esta escuela por diversos motivos: “En función del estado de ánimo de la persona, el lugar y las condiciones meteorológicas donde dé mis cursos, debo ser capaz de utilizar diferentes métodos para transmitir mis conocimientos. Aquí es lo mismo, con un sistema que respeta y anima al niño a ir a su ritmo, teniendo en cuenta el entorno que lo rodea. Cuando llegamos a Cabarete, una amiga nos explicó detalladamente la pedagogía Montessori y enseguida nos enamoró. Nuestra situación económica era delicada cuando llegamos por la crisis actual en Venezuela; Sarah Ludwig-Ross nos ayudó dándonos la posibilidad de pagar de forma fraccionada las tasas escolares. Estamos muy contentos de formar parte de esta comunidad local”.
Belkys Inoa, la madre de Gerson, alumno dominicano de elemental, confirma esta fuerte relación entre la escuela y las familias: “Mi hijo está aquí desde hace cinco años y estoy segura de que esta oportunidad le va a abrir puertas en el futuro, en particular gracias al inglés, un idioma esencial para encontrar trabajo en Cabarete. Marielis, mi hija mayor, también es asistente en una de las clases y esto la ayuda a pagar las tasas de la universidad. Parece tener mucha más confianza en sí misma desde que trabaja aquí”.
La autonomía, la concentración, la curiosidad y el placer de aprender son competencias que se valoran en 3 Mariposas Montessori. También se hace un gran hincapié en la tolerancia y el respeto entre las diferentes nacionalidades.
En un país marcado por un fuerte racismo por parte de los dominicanos hacia los haitianos, a los que se acusa de “robarles el trabajo”, y por una segmentación entre los expatriados que viven en residencias privadas y la población local en barrios populares, este lugar se impregna de toda su diversidad para hacer cambiar las mentalidades poco a poco.
Construir una nueva torre de Babel
Los ejercicios colectivos van en este sentido: a partir de una fotografía de una familia típica de Panamá presentada por Patty Anton, profesora estadounidense de educación elemental, los niños, sentados en círculo, imaginan las diferencias y las similitudes con sus respectivas familias. Es un ejercicio que les permite hablar de su vida cotidiana y tomar conciencia de la vida de sus compañeros de clase.
En clase o en el recreo, las conversaciones se desarrollan en español, inglés o a veces incluso francés. Gina Andrade, estadounidense de origen colombiano y profesora de primaria, cita el ejemplo de Blu, un francés de cinco años y fácil de reconocer por su cabello rubio y rizado: “Habla con fluidez francés con su familia, español porque vive en Cabarete desde hace varios años e inglés en la escuela con sus amigos. Desde hace varias semanas aprende alemán. Estos niños son capaces de cambiar muy fácilmente de idioma según su interlocutor, ¡es impresionante!”.
La pausa para el almuerzo es de 11:00 a 11:30. La docena de alumnos entre 1 y 3 años se quedan en su espacio reservado, mientras que los de enseñanza primaria y elemental comen juntos en una gran terraza exterior que da al patio de recreo. Los sitios no están asignados y los alumnos pueden sentarse donde lo deseen antes de lavar su plato para poder ir a jugar en el jardín.
Un vasto terreno de juego que da rienda suelta a su imaginación.
Mientras que unos juegan a kickball –una mezcla de baloncesto, fútbol y balón prisionero– Félix, el hijo de Sarah Ludwig-Ross, Bo y Estevenson tienen una ocupación desde hace varios días: construir un fuerte con bloques de hormigón y tablas de madera. Para ello, tienen permiso para utilizar martillos, clavos y cubos llenos de arena.
Es esencial que cooperen, en español o en inglés, para no hacerse daño. Viéndolos apilar ladrillo tras ladrillo, nos encanta imaginar la reconstrucción de la mítica torre de Babel. En la escuela de las tres mariposas, los 36 alumnos parecen estar preparados para levantar el vuelo gracias a sus alas adornadas con tolerancia.