Eran las cinco y media de la mañana del día martes quince de octubre. Las calles de la ciudad de Quito lucían muy vacías para un día que no era feriado. Quizás porque la gente aún tenía temor del toque de queda. Caminé desde la terminal de autobuses Quitumbe, (al sur de la ciudad) hasta el centro histórico, escasamente unos catorce kilómetros en los que encontré huellas de lo que fue la batalla: algunos pedazos de llantas quemadas, concreto roto, carbón, hogueras y barricadas que daban cuenta de la resistencia.
Vi algunos automóviles recorrer las avenidas, pero nada más. Me quedé incrédulo, pensando que veinticuatro horas antes había concluido la revuelta en la ciudad y en el país. El silencio no alcanzó a las paredes, que seguían gritando: «Lenin incapaz, Correa nunca más«… «Fuera el FMI«, «Lenin, asesino«, «fuera Romo«, y otras tantas consignas, quedaban como testigos en los muros.
En el parque del arbolito (frente a la casa de la cultura donde se refugiaron miembros de la CONAIE), se encontraba una bandera con moños negros, montada en una estructura metálica de forma circular. Se podía leer ahí un letrero que decía: «En honor a la sangre que fue libertad del pueblo«. Se había formado un pequeño e improvisado memorial a las víctimas que había dejado la insurrección.
Quito fue la puerta de entrada más reciente hacia la resistencia popular contra modelos neoliberales, el ejemplo que fue tomando el mundo, en unos días en los que por cierto, han sido tan complicados para algunos países latinoamericanos. La organización indígena y la de sectores populares del Ecuador, paró un decreto que había dictaminado el Fondo Monetario Internacional que afectaba de manera muy severa al sector indígena y campesino que percibe una entrada cada vez menor al día, mientras se las arregla para sobrevivir con una inflación que ha registrado ser la más alta en al menos diez años.
En Ecuador la gente dice: “si para el campo, se detiene todo”, y así fue. Con el “paquetazo” se vivieron trece días de enorme convulsión social que dejó un gran número de presos políticos, cientos de lesionados, varios muertos y una grave crisis política a la que por poco le cuesta la presidencia a Lenin Moreno. Ha sido difícil volver a la vida cotidiana después de eso. El pueblo ecuatoriano sigue con las heridas que le ha dejado el estado, pero poco a poco va recobrando su cotidianidad sin perder la alegría y la dignidad, mismas que intento retratar en esta serie fotográfica.
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Muchas felicidades. Excelentes fotos que dan cuenta de la lucha del pueblo indígena ecuatoriano por frenar las medidas económicas neoliberales que trataron de imponerles. Buen ojo, composición pero sobre todo vida y sensibilidad en los magníficos retratos. Sigue así.