En Cuba, con el huracán se perdió todo, menos la esperanza

María de las Mercedes Rodríguez Puzo

Santiago de Cuba, Cuba. El huracán Sandy, a su paso por la provincia de Santiago de Cuba, no solamente causó una inesperada y gigantesca destrucción; también activó los mecanismos solidarios de los cubanos.

En el justo momento en que la playa Mar Verde, ubicada a 14 kilómetros del suroeste de la ciudad, acogió al ciclón, aumentó su furia y se tornó un huracán. La costa fue la primera en recibir sus olas, elevadas hasta seis metros de altura. Los ecos de su paso ya se escuchan. ¿Su nombre? Sandy.

Lillibel Rodríguez Rivera, una joven museóloga que reside en la localidad marítima La Estrella, trae a la memoria la vivencia de aquellos que tuvieron la infortunada primicia de conocerlo.

“Las olas fueron altísimas, alcanzaron dimensiones extraordinarias como nunca antes. Las personas nadaban dentro de las casas e intentaban treparse a las placas, expuestas a los embates del viento y a los zines volando.

«El pueblo santiaguero en general ha sufrido mucho con el huracán, pero me sensibilizo con los moradores de Siboney porque laboro aquí. Casas enteras se las llevó el mar con todas sus pertenencias dentro. Se han quedado sin agua potable, pues los reservorios se llenaron de agua salada», relata Lillibel.

Alejados del litoral, alrededor de un millón de personas perdieron el sueño o quizás no llegaron a conciliarlo. En medio de la oscuridad, ya que las autoridades cortaron el fluido eléctrico como medida preventiva, Norvelys Vázquez temía por su vida y la de su familia.

«Estaba aterrada, me parecía que era un monstruo que venía a comernos y como no lo logró, decidió destruirnos. El viento era infernal, mi esposo y mi hijo sujetaban las puertas y las ventanas, querían salir volando. En el patio caían las tejas de los vecinos, oíamos a algunos gritar, pero era imposible salir a ayudarlos», recuenta.

Reina Castillo tiene 80 años y vive sola. Con los ojos llenos de lágrimas recuerda el mal rato que pasó. “Las tejas del techo se levantaban, las veía desprenderse y no podía hacer nada. Sentí que el viento me hablaba, me gritaba algo indescifrable. Valga que mi hija salió del trabajo y vino para acá; a mi lado, intentaba calmarme. Cuando nos quedamos al descubierto, me dijo firme, Mamá tenemos que cruzar a la casa de Rigoberto, el vecino de enfrente, si no, vamos a morir. Era la una de la mañana.

«Cuando empezó a llover fuerte, fuerte, el viento empeoró. Somos cuatro familias habitando en la misma casa y los tres lugares se derrumbaron a la misma vez. Los niños se asustaron, igual que nosotros, solo que nos tocó mantener la calma”, relata Lidia Tamayo Rodríguez.

Y continúa: “Pedíamos auxilio y nadie nos escuchaba, hasta que un vecino nos dijo que abriría su puerta. Velamos que una ráfaga no fuera tan fuerte para salir, con miedo porque un zinc podría habernos matado.»

Una madrugada inolvidable

Ésas son las palabras precisas para describir las pocas horas en que Sandy visitó la provincia de Santiago de Cuba, aunque otros adjetivos bien podrían sumarse: fatídica, terrible y mortal.

Bastaron aproximadamente 300 minutos para que el huracán casi alcanzara categoría tres y con un viento sostenido de 177 kilómetros por hora -y ráfagas superiores a los 200 kilómetros por hora en las zonas más elevadas- destrozara lo que tomó años y esfuerzos en construir.

A las 6:30 de la mañana del 25 de octubre de 2012 no había salido el sol, pero en la penumbra las personas visualizaban los daños en sus barrios, sin imaginar la devastación total que imperaba en el territorio.

“Desde la placa el panorama es desolador, la mayoría de las casas del vecindario están destruidas», comentó Javier Hernández, mientras recogía los restos de su puerta frontal, de madera, hecha añicos en la calle.

Rafaela Monier, presidenta del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) número dos en el Reparto Portuondo, advirtió: «La situación en la cuadra es bastante crítica, hay tres casas totalmente derrumbadas y tenemos 29 viviendas afectadas fundamentalmente por pérdida del techo y derrumbes parciales de paredes. Los cables eléctricos están caídos.

“No imaginamos que el ciclón tuviera tanta fuerza, no tomamos ninguna medida ni vino la Defensa Civil como en otros años. Los árboles no se podaron a tiempo ni evacuamos al personal con peligro de derrumbe».

Luz María Laurel Pérez reside en Aguilera 913 y medio, y como muchos moradores, se vio afectada por un árbol que se empotró contra su vivienda.
«La mata gigante de anoncillo de al lado se cayó encima de la placa, nos ha roto la ventana, un pedazo de la azotea, y aplastó la casetica del perrito con él adentro. El frente estaba incomunicado, zines de diferentes lugares me cayeron encima de la puerta y obstruyeron el paso. Gracias a los vecinos, que cuando amaneció vinieron a socorrernos y la movieron, pudimos salir. Esto ha sido un desastre», señala Luz María.

Solidaridad, esperanza y recuperación van de la mano

Tras Sandy llegaron dos niñas pequeñas, jimaguas según cuentan los que las vieron, pues aunque no se parecían mucho físicamente, nacieron del mismo vientre, el corazón humano. Ellas son Solidaridad y Esperanza, y han crecido a la par de la recuperación de la ciudad de las montañas.

«El Estelar», como es más conocido el taxista Bartolomé Soto, fue de los primeros en contribuir a la recuperación de su comunidad. «No hemos tenido oportunidad de dormir, pendientes de evacuar a varios compañeros de la cuadra que vivían en malas condiciones y el ciclón les derrumbó la casa.

«Muchos se han trepado a los techos a poner las tejas y zines encontrados. Ahora me encuentro recogiendo los escombros, acumulándolos para cuando venga el carro a recogerlos. Por suerte de la naturaleza, el único daño que tuve en la casa fue que me llevó la ventana del cuarto de mi hijo, hasta ahora no hay problemas y a seguir luchando», expone el taxista.

«Cuando Expósito anunció que el golpe del ciclón contra la provincia era inminente, nos pusimos en posición», explicó Bienvenido Vázquez, chofer de un camión y miembro del contingente José Maceo de la ECOI 24.

«Estamos saneando totalmente, empezamos por Carretera del Morro; limpiamos Corona, Santo Tomás, parte de Trocha, Celda completa y ahora Aguilera. Mi hijo perdió la mitad de la casa y tengo muchos vecinos afectados, apenas he tenido tiempo de ir por allá, pero la ciudad quedó devastada y reconstruirla es nuestra prioridad», agregó.
Juliet Trujillo Columbié es educadora del Círculo Infantil Ana de Quesada; su casa se derrumbó totalmente. En cuanto pudo resolver algunos de los problemas que se le presentaron y dejar a sus hijas en terreno firme, se incorporó a su centro laboral, donde 49 mujeres y cuatro hombres hacían de hachas, machetes, sacos y las propias manos, eficaces herramientas en la recuperación.

Optimista, expresó: «Estamos unidos enfrentando duros momentos, pero no nos sentimos derrotados por las pérdidas del ciclón, al contrario, tenemos más fuerza y energía que antes. Esperamos seguir trabajando con los niños sin percances, ese es nuestro deber».

De todas partes del país se movilizan brigadas para apoyar a Santiago de Cuba. Vienen prestos a cualquier tarea, la palabra de orden es solidaridad. Jóvenes de 18 a 22 años que cumplen el servicio militar activo también se suman. Su pronta edad no aminora el ímpetu de ser útil.

«Nos sentimos satisfechos de venir a cumplir la misión que nos dio el país, en ayuda fraterna con los santiagueros, a restablecer la vialidad y la limpieza de las calles. Ya que no podemos resolver el problema de las viviendas, al menos contribuimos en el acceso, para que lleguen la alimentación y el apoyo de otras zonas a los municipios más intrincados», afirmó el primer teniente Gabriel Roda Carbés, jefe de la Compañía Salvadores, del Batallón Liniero de Granma.

Desde La Perla del Sur llegaron 36 hombres que, a fuerza de trabajo duro, se han vuelto santiagueros. Se incorporaron el martes 30; entran al campo a las seis de la mañana y salen a las diez de la noche.

Orlando Rodríguez Trujillo, chofer de la ECOA 37, compartió su experiencia: “Estoy actualmente como multioficio, recojo escombros, arreglo ponches y manejo mi rastra. Dejamos libre la vía principal y apoyamos a la localidad El Oasis».

«Nos encargaron limpiar la ciudad y esperamos que así se cumpla, nos esforzamos para que en el menor tiempo posible estén despejadas de escombros las calles», declaró Jorge Luis León Mederos, representante del equipo cienfueguero.

Veinte trabajadores de la Empresa de Cítricos Victoria de Girón, en Jagüey Grande, se integraron a los 47 obreros del organopónico Campo Antena, en Santa María. Un solo propósito los impulsa, «ayudar al pueblo santiaguero que bien se lo merece por lo aguerrido y solidario que ha sido siempre», expresó Orestes Menéndez, responsable del colectivo técnico.

«Cuando pasó el ciclón Michel nosotros estuvimos en una situación similar y contamos con la mano de Santiago de Cuba. Estamos aquí para levantar la estructura de las casas de cultivo protegidas. Sabemos que la faena es dura, pero vinimos preparados», declara Orestes.

La comunidad evangélica cubana no se ha quedado atrás en la recuperación. En la mayoría de las iglesias a lo largo del archipiélago se recopilan artículos de primera necesidad, comida y ropas. También se desarrollan vigilias de oración.

El Centro Cristiano de Servicio y Capacitación Bartolomé Gregorio Lavastida puso al servicio de la comunidad todos los alimentos que tenía almacenados. Actualmente, traza estrategias de ayuda. Jóvenes de la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba cocinan para los evacuados, priorizando a las 183 personas damnificadas de Siboney.
La directiva del Movimiento Estudiantil Cristiano inmediatamente contactó con el grupo local afectado y todos sus miembros están recogiendo suministros. Prevén ayudar en la reconstrucción de las viviendas.

El Centro Memorial Martin Luther King Jr., junto al Consejo de Iglesias de Cuba y otras organizaciones ecuménicas, ha hecho un llamado a la cooperación ecuménica internacional y a otros donantes, para movilizar recursos financieros y materiales destinados a las zonas más afectadas.

Sandy es, sencillamente, incomparable

Ni el ciclón Flora en 1963, considerado de grado cuatro por los meteorólogos de Estados Unidos, hizo tanto daño, aun cuando su saldo fue de mil 500 muertos y más de 10 mil damnificados.

Nueve fallecidos, una población consternada, 14 mil 207 derrumbes totales y 32 mil 144 parciales; 34 mil 556 casas con afectaciones parciales y 42 mil 256 que perdieron el techo completamente, son las cifras preliminares de la devastación ocasionada por Sandy.

Un mandamiento se pone de manifiesto día a día en el suelo santiaguero. «Ama al prójimo como a ti mismo» ya no es una utopía, en momentos duros como éste se hace realidad.

La identificación y el apoyo con un pueblo que ha perdido todo, menos la esperanza, es una muestra de la humanidad que nos distingue y un aliciente a seguir poniendo en práctica un ideal de Che Guevara: «En la tierra hacen falta personas que trabajen más y critiquen menos, que construyan más y destruyan menos, que prometan menos y resuelvan más, que esperen recibir menos y dar más, que digan mejor ahora que mañana».

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