En Brasil, el sistema de salud padece de sordera crónica

Nathalia Mota Sardelli Traducción: Brisa Araujo

São Paulo, Brasil. La salud va mal. Como una enfermedad autoinmune, el sistema repele a los responsables del buen funcionamiento de sus órganos. El país posee actualmente un déficit de 54 mil médicos, de acuerdo con datos del gobierno, y el problema es especialmente grave en las regiones marginadas, lejanas de las grandes ciudades. Los municipios muchas veces no tienen ningún médico que viva en las cercanías.

La precariedad se extiende como una metástasis en las grandes ciudades. Largas filas se forman diariamente y los pacientes esperan en el piso de los pasillos por atención o camas adecuadas. El Ministerio de Salud informa que el promedio de profesionales en el país es 1.8 médicos para cada mil habitantes, mientras el mismo promedio es de 2.4 en México, 3.2 en Argentina y seis en Cuba. Para disminuir este déficit, el gobierno federal hizo dos propuestas: la primera, traer médicos extranjeros para trabajar en las zonas más marginadas; la segunda, establecer como obligatorio el servicio social de dos años para que los nuevos médicos puedan recibir sus diplomas. Ambas propuestas encontraron baja aceptación en el sector médico.

Una de las quejas más comunes en los hospitales de São Paulo se refiere a la atención básica. Rosa Maria Rodrigues, administradora de empresas de 56 años, relata una decena de episodios de abandono profesional. “Creo que aquí no faltan médicos”, afirma, “¿sabe qué falta? Enfermeros, personas con la capacidad de darnos atención”.

Los esfuerzos del gobierno, por otro lado, provocan reacciones adversas. “El médico es otro enfermo”, dice Marjorie Arruda, estudiante del último período de medicina de la Facultad de Ciencias Médicas de la Santa Casa de São Paulo, y presidenta de la organización estudiantil del curso, en entrevista con Desinformémonos. Se quejan de remuneración inadecuada, retrasos en los pagos, malas condiciones de trabajo, insuficientes vacantes en los cursos de residencia y ausencia de un plan de carrera.

Los pacientes se quejan todavía más, cuando tienen condiciones para hacerlo. Les falta infraestructura básica, como aparatos – que muchas veces son muy antiguos o inexistentes -, instrumentos para el trabajo de médicos y enfermeros, camas y vacantes en los hospitales.

Examen complicado

Las organizaciones médicas rápidamente se mostraron contrarias a la llegada de colegas extranjeros, y se realizan protestas en diversos estados brasileños, con paros y huelgas en hospitales de varias ciudades. El sector de médicos argumenta que la admisión de estos profesionales, propuesta por el gobierno de Dilma Rouseff, es un acto “irresponsable”, ya que los candidatos no estarían sometidos a las evaluaciones de revalidación del título adquirido en otro país, y tampoco se les exigirá hablar de manera fluida el portugués.

El Consejo Federal de Medicina (CFM) presentó al gobierno propuestas de cambios e inversión en infraestructura, así como la creación de un plan de carrera en el sistema público que se asemeja a las carreras del poder judicial.

Fuera de las organizaciones oficiales, pocos desvinculados del movimiento quisieron hablar y, cuando lo hicieron, evitaron involucrar sus nombres. Una clínica comunitaria, que ofrece servicios de alta calidad y bajo costo en una de las regiones marginadas de São Paulo, no se quiso pronunciar debido a la “coyuntura delicada”. La visita a hospitales fue realizada extraoficialmente, sin contacto con asesorías de prensa, lo que limitó el acceso a la circulación y la declaración de los profesionales en general – de médicos a personal de seguridad.

En las salas de espera, los testimonios fueron abundantes. En uno de los hospitales visitados en el centro de la ciudad, a las 19:30 horas de un martes, la fila era grande en la entrada de urgencias. Pacientes y familiares dijeron que esperan por horas para tan sólo pasar por la selección. Después de ser encaminados al área correspondiente, todavía esperarán muchas más para la atención –por lo que tuvieron mucho tiempo para contar sus casos.

Cleide de Sousa Santos, de 40 años, acudió por su hijo, que tiene anemia. “Mi hijo, Michael, llegó con dolores muy intensos. Cuando llegamos lo empezaron a medicar, sin previa averiguación. Le tomaron pruebas y luego nos dijeron que necesitaba una bolsa de sangre”, relata la madre. “Estuvimos aquí desde las 11 de la mañana, y a las 11 de la noche me avisaron que no recibiría la bolsa de sangre porque no la necesitaba”.

Aunque no se sentía bien, Michael recibió el alta. Antes de llegar al portón del hospital, tuvo otra crisis. Sousa Santos dice que el médico se rehusó a atenderlo de nuevo, argumentando que el joven necesitaba pasar por el proceso de selección una vez más. Una funcionaria lo llevó para adentro, poco antes de que Michael se desmayara por los dolores. Su madre cuenta que el niño lloraba por el dolor y decía “me quiero morir, mamá”. Cuando el médico dijo que regresaría con una medicina, lo hizo cuarenta minutos después. “[Los médicos] no te escuchan, no ponen atención, pasan por ti como si no hubiera nadie ahí”, se queja Sousa.

“La salud debe ser preventiva. Es curativa cuando algo va mal”, dice Marjorie Arruda. La estudiante fue una de las pocas personas dispuestas a dar declaraciones. Ella está comprometida con las discusiones que rodean la profesión, y enumera los muchos problemas, ya conocidos por profesionales y pacientes, que enfrentan los médicos en Brasil. Reconoce que el Sistema Único de Salud (SUS) es una iniciativa democrática y esencial, pero todavía muy deficitaria en la práctica. “En la Constitución es maravilloso, pero el proyecto no fue aplicado y la estructura no está hecha. La falta de médicos es la mayor evidencia de esto. La solución, dicen, es poner más médicos. Es necesaria una medida inmediata, pero falta lo estructural”, evalúa.

Para Arruda, existe un error de base: la salud pública es coordinada por personas que no la viven. El programa gubernamental “Más Médicos” retoma propuestas antiguas, pero intenta aplicarlas sin diálogo con las asociaciones, universidades y los mismos médicos, acusa. Por causa de esta brecha, la iniciativa, condena la presidenta de la asociación estudiantil de la Santa Casa, “está destinada al fracaso”.

La presión viene de las entidades médicas, como la Asociación Médica Brasileña (AMB) y el CFM, que interpusieron demandas en el ministerio público federal para detener el programa. El casó llegó al supremo tribunal federal, que rechazó la demanda – lo que fomentó las demandas civiles individuales contra el programa. En ellas, se exige que los médicos extranjeros sean registrados solamente con la revalidación del diploma y exámenes de competencia en portugués – lo que consideran esencial para la atención adecuada a los pacientes.

¿Es un problema de habla, doctor?

Los usuarios, sin embargo, no parecen estar preocupados con el acento de los médicos que los atenderán. Para ellos, los propios médicos brasileños no hablan y no escuchan su mismo idioma. Los pacientes buscan atención efectiva, sin importar el origen de quien está sentado del otro lado del consultorio – lo importante es que haya alguien ahí.

“Creo que hay muchos médicos en formación, veo esto por la cantidad de residentes en el hospital”, dice Rosa Maria Rodrigues. Ella acompaña a su suegro, de 88 años, víctima de un accidente vascular cerebral (AVC) y con un cuadro de neumonía. Rodrigues cuenta que hace cinco días que el señor no es bañado y sólo recibe comidas cuando son solicitadas por la familia. Él ocupa hace cuatro días una cama de urgencias, y no está internado, como consta en su prontuario.

“Es hipocresía decir que faltan médicos en Brasil. Es ridículo. Falta un plan de reconocimiento, un plan de mejor atención para los médicos que están en proceso de formación, y mejorar la formación de los enfermeros. Los médicos son importantes, pero sin los enfermeros, no hacen nada. No es el médico quien está con nosotros y nos pone catéteres. El médico manda. Y para mandar, hay muchos en Brasil”, se indigna la señora Rodrigues.

Rosa Maria Rodrigues cree que falta a los médicos la “formación humana”, y no la académica. Los médicos, por otro lado, afirman que la indiferencia es un síntoma de su agotamiento – causado por la necesidad de una imposible productividad y la sobrepoblación de los hospitales, lo que exige una rapidez casi mecánica en los tratamientos. Uno de los médicos entrevistados, que prefiere no identificarse, explica que en las urgencias “la atención tiene que ser muy dinámica y rápida. Es una atención inmediata, y los médicos tienen que ser muy prácticos y resolutivos”.

En la periferia, la situación es todavía más intermitente. Samuel Carvalho, de 24 años, vive en São Miguel Paulista, ciudad conurbada ubicada en el extremo leste de la capital. Él relata que los hospitales de la región son muy distinguidos, pero por su precaria atención. “En 2011 tuve un raro temblor en mis manos. Me mandaron al neurólogo, porque el clínico (que mal me vio la cara) dijo que era una alteración en mi sistema nervioso debido a mi trabajo. A principios de 2013 me contactaron para la consulta, pero mis temblores ya se habían ido, naturalmente. Mi pregunta es: si esto fuera algo realmente grave, si necesitara esto con urgencia, ¿qué hubiera pasado? Es así como funcionan las cosas”, se resigna.

Carvalho cree que la situación en su región está entre las peores. No niega que el esfuerzo de traer nuevos médicos será positivo, pero no cree en la efectividad de la medida. “La iniciativa es válida, pero en el papel siempre es funcional. Todavía peor parece con el dato de que Brasil tiene más de 700 municipios con hospitales sin médicos. Pero es necesario discutir esto con más ganas, pues el asunto no recibe la atención necesaria”, evalúa.

Uno de los médicos entrevistados explica la carencia en sus diferentes niveles: en las grandes ciudades, el tráfico y la violencia impiden la buena atención en las periferias. En las pequeñas y en los estados, falta estructura que rebasa los hospitales y aparatos. “El médico no va solo a estos lugares, tiene que llevar su familia. Pero no se va a mudar a una ciudad que no tiene buenas escuelas para sus hijos, un trabajo para su cónyuge, una estructura de vida, y muchas veces por un sueldo que no compensará la mudanza a otro estado”, evalúa.

El problema de la salud brasileña no es necesariamente crónico. Una medicina amarga, aunque eficiente, sería la reforma general del sistema de salud en nivel estructural, afirma Marjorie Arruda, “[una reforma] con medidas para diez años en adelante y que no esté vinculada a los intereses de los partidos políticos”, pondera. Pero la parte crónica del problema también tiene sus crisis y exige atención inmediata. Mientras los sectores responsables, gobiernos, médicos y asociaciones no deciden el tratamiento adecuado para el Brasil, este paciente sigue mal y no puede esperar. Cecilia Ramos Castelo, paciente de 88 años, sabe bien esto. “Esta vida es muy preciosa, hija. Hay que cuidarla, sólo tenemos esta”, aconseja.

Publicado el 19 de agosto de 2013

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