La última semana de marzo, más de 10 mil chinos salieron a las calles para protestar contra la construcción de la planta química PX en Maoming. Aunque la represión tuvo un saldo de al menos ocho muertos y 200 heridos, la manifestación no se detuvo. Puede parecer excepcional para una protesta ecologista, pero se trata del producto de un movimiento verde que se desarrolla poco a poco.
El año 2013 fue excepcional para los titulares apocalípticos medioambientales de China. Fotos de la «Smogapocalipsis» mostraron la aparición de figuras enmascaradas en las calles de una Beijing ahogada por la contaminación. Las ventiscas de partículas contaminantes anclaron los vuelos. Una imagen que se volvió muy popular- mostró un amanecer televisado en una pantalla al aire libre, contrastada con un fondo nebuloso. Incluso se especuló (aunque fue desmentido después) que los residentes de la capital china sufrieron falta de luz natural, por lo que recurrieron a proyectar un cielo artificial.
Dentro de China, estas imágenes provocaron indignación. Legiones de jóvenes internautas utilizaron las redes sociales para compartir las fotos de ellos mismos con respiradores y mascarillas con forma de panda. Esta protesta digital, sutilmente perturbadora e inteligentemente anónima, refleja la energía cuidadosamente contenida pero vital del movimiento ambiental de China.
No se podría adivinar desde las representaciones sensacionalistas de los medios occidentales, pero en la última década, el movimiento verde de China creció. Ganó el apoyo de los ciudadanos, de los padres de clase media preocupados por el asma de sus hijos, de los pescadores frustrados por la contaminación de los cauces.
Los niveles de riqueza aumentaron, pero también el disgusto del público con los subproductos del desarrollo industrial explosivo. Miles de grupos se reúnen en torno a la salud del medio ambiente, los problemas de conservación y de energía, y una nueva cosecha de activistas – algunos afiliados a organizaciones formales, otros simplemente preocupados por seguir respirando – canalizan esa conciencia a través de las redes sociales y la protesta social. Al hacerlo, presionan los límites de la disidencia permisible y ganan victorias que van en aumento.
Desde el año 2012, cuando el Ministerio de Protección del Medio Ambiente inició un programa de monitoreo del aire en medio de la frustración pública por el smog, el número de ciudades en China que publican los datos de la calidad del aire en tiempo real pasó de 60 a por lo menos 179. Ahora también se requieren miles de fábricas que publiquen datos sobre la contaminación del aire y el agua.
Junto con la aparición de un movimiento digital para protestar por la contaminación, en los últimos años también hay comunidades que se levantan contra proyectos industriales locales. A finales de 2011, los residentes de la localidad pesquera de Guangdong, Haimen, bloquearon el tráfico durante días para oponerse a los planes de ampliar una planta de carbón, alegando que la contaminación estaba dañando la salud pública y diezmando las poblaciones de peces. La policía respondió al principio con golpes y gases lacrimógenos, pero las autoridades cedieron y acordaron liberar a los manifestantes detenidos y suspender temporalmente los planes.
En mayo de 2013, en la ciudad occidental de Kunming, cientos de personas salieron a protestar por los planes de China National Petroleum para construir una planta de 40 kilómetros en centro de la ciudad, que emitirá la toxina paraxileno (PX). Los rostros cubiertos con máscaras de protección simbólicas mostraron pancartas con la leyenda «anti- PX». Las fotos circularon ampliamente en la web y se constituyeron nuevas voces para los debates sobre políticas ambientales, antes dominados por los funcionarios insulares y medios de comunicación controlados por el Estado.
En un país donde a los ciudadanos les faltan canales institucionales para orquestar el cambio, queda por ver si las turbas de microbloggings o las manifestaciones públicas se suman a una revisión del tema ambiental. Aunque cada vez más sofisticado, el movimiento aún negocia con el gobierno a través de amenazas de provocar desorden, en lugar de un objetivo común de justicia ambiental.
Límites de NEMT
Las protestas estilo «no-en-mi-territorio» (NEMT) tienen como objetivo los proyectos locales y tienden a solicitar concesiones a corto plazo en lugar de un cambio sistémico. Por ejemplo, aunque el levantamiento en Haimen hizo olas en los medios de comunicación, las protestas sólo retrasaron la expansión de la planta de carbón hasta que la protesta se calmó.
Sin embargo, existe evidencia de que la imagen internacional vergonzosa con China como un país ahogado por la contaminación del aire- podría impulsar la acción oficial. El gobierno puso en marcha una iniciativa, en septiembre de 2013, de 277 mil millones dólares para limitar la construcción de nuevas plantas de energía de carbón en algunas regiones, en particular las ciudades centrales de Beijing, Shanghai y Guangzhou.
Pero incluso esta iniciativa, que suena de gran alcance, simplemente desplaza el problema a otra parte. Defensores del medio ambiente y grupos globales como Greenpeace Internacional advierten de que en ausencia de una reestructuración total de la industria, la limpieza de las ciudades de alto perfil no disminuirá las emisiones de gases de efecto invernadero del país.
Las compañías de carbón simplemente cambian sus operaciones hacia las provincias menos pobladas y con más necesidades de inversión. Ailun Yang, del Instituto de Estudios Ambientales de Recursos Mundiales, señala que «más del 80 por ciento de los proyectos propuestos [programados en 2012] están exentos de la prohibición y normas especiales.»
Para ir más allá del NEMT-ismo, los grupos ambientalistas deben lidiar con la desbocada expansión industrial de China y el crecimiento neoliberal, responsable tanto del ascenso del país al nivel de superpotencia económica como de su devastación ecológica masiva. Es una tarea difícil.
Aunque la necesidad de pacificar a un público enojado puede motivar al gobierno central a limpiar la contaminación, su interés en el impulso del crecimiento económico ejerce presión constante sobre los funcionarios de las ciudades para impulsar la inversión regional y el PIB.
Si Beijing impusiera regulaciones ambientales más estrictas, los gobiernos locales podrían simplemente ignorarlas, indica Li Bingqin , profesor de política pública en la Universidad Nacional de Australia. Los políticos locales ven a los mandatos del gobierno central como «pautas para ser manipuladas para servir a sus propios intereses», escribe Li en la revista Medio Ambiente y Urbanización. Mientras los ciudadanos están excluidos del proceso de toma de decisiones a nivel local, los funcionarios apapachan al negocio más que al ecosistema.
Ahogar lo verde
Los grupos ecologistas más radicales enfrentan la represión estatal directa. Desde su llegada a la presidencia en 2013, la administración de Xi Jinping apretó la presión del gobierno contra la disidencia, aumentó la censura en línea y la detención de activistas políticos. Aunque la principal preocupación del gobierno son los agitadores a favor de la democracia, los ambientalistas experimentan los efectos escalofriantes también.
Aparte de la vigilancia intensificada en Internet, las últimas revisiones a la Ley Nacional de Protección al Medio Ambiente sugieren una represión judicial potencial. Los críticos dicen que algunas disposiciones podrían silenciar a los activistas e impedir a las ONG y los ciudadanos demandar a los contaminadores. Este proceso de litigio es una de las pocas vías legales para que las víctimas de la contaminación busquen una compensación por daños a la salud, y para que los defensores impulsen una regulación más fuerte.
La acción, reacción y el progreso ambiental
Pero las metas aparentemente binarias de generación de puestos de trabajo y limitación de los daños ambientales no son irreconciliables. Las crisis ambientales pueden impulsar cambios de política por un camino más verde, más sostenible, aunque las motivaciones sean puramente económicas.
La industria de carbón de China – ahora líder mundial en el consumo y la producción, por delante de los Estados Unidos- empieza a hundirse debido a la recesión global. Y aunque las energías renovables constituyen una pequeña fracción del suministro energético de China, el país es el mayor productor del mundo de equipos de energía solar y ocupa el tercer lugar en capacidad solar, de acuerdo con el Programa Ambiental de las Naciones Unidas.
Las industrias verdes de China tienen la posibilidad de contribuir con millones de puestos de trabajo en los próximos años, por ejemplo en la fabricación de turbinas y el tránsito ferroviario, de acuerdo con el grupo de investigación ambiental Worldwatch Institute. Y puesto que China es un emisor de carbono principal, grupos internacionales como el Consejo de Defensa de Recursos Naturales y Greenpeace hacen campañas allí para promover los sectores de energías renovables, que pueden fomentar una transición de los combustibles fósiles- tanto en China como en el resto del mundo.
A nivel local, la urbanización también podría trenzar al desarrollo y la protección del medio ambiente. Si los niveles de educación y las industrias verdes se elevan, las ciudades envueltas en smog pueden convertirse en semilleros de innovaciones, como proyectos de eficiencia energética de vivienda, nuevas tecnologías de reciclado y la organización de defensa de la conservación.
El desafío es que el «crecimiento verde» -bajo un régimen autoritario- puede fácilmente crecer irresponsablemente, sin responsabilidad para las corporaciones o vigilancia de la opinión pública. Después de la explosión de la fabricación de energía solar en China, por ejemplo, el «exceso de inversión» en el sector aparentemente interrumpió el mercado mundial, bajando los precios y subvalorando a los productores de otros países. Al mismo tiempo, las fábricas de paneles solares son criticadas por causar contaminación al suelo y agua locales. En otras palabras, las industrias de energía «limpia» todavía pueden ser muy sucias.
Mientras tanto, los ciudadanos chinos están aprendiendo la diferencia entre las soluciones ambientales verdaderamente sostenibles y agendas corporativas bajo el lema de verde. El verano pasado, en Heshan, una ciudad del sur del delta del río Perla, manifestantes llevaron a cabo una manifestación masiva contra un proyecto de una planta supuestamente verde una fábrica nuclear de 6 billones de dólares que los funcionarios anunciaron como un «parque industrial». Mil manifestantes salieron a las calles, tras una organización en línea en la que se llamó a la gente a acudir a un «paseo inocente». Los manifestantes se enfrentaron al policía antidisturbios con signos antinucleares y el lema: «queremos a los niños, no a los átomos». En pocos días, la planificación del proyecto fue detenida «con el fin de respetar plenamente la opinión de las masas», señaló un comunicado del gobierno.
El paseo inocente no dio lugar a la revolución, pero planteó cuestiones fundamentales para los ecologistas. Las protestas de alto perfil de los últimos años fueron reactivas y enfocadas a los daños ambientales inmediatos. Pero mirando hacia el futuro, tendrán que buscar soluciones sostenibles, basadas en políticas, tal vez a partir de las demandas de transparencia y la planificación ambiental democrática.
Después de la acción de Heshan, un microblogger local publicó un comentario en el sitio internacional de noticias Global Voices, que captura el aire de incertidumbre: «La disputa ha sido resuelta, pero ¿quién sabrá cuándo o dónde el proyecto puede comenzar de nuevo en el futuro? Por favor, no pongan a prueba los límites de la gente de Jiangmen y del Delta del Río Perla. Mi casa pertenece al Delta».
¿Hasta dónde irán los activistas como los de Heshan? Mientras la conciencia social de los ciudadanos y las expectativas de un gobierno responsable crecen, también sus preocupaciones acerca de la sostenibilidad del medio ambiente. Seguramente será cada vez más difícil para los funcionarios apaciguar a los manifestantes con concesiones temporales y parciales. El desafío que se enfrentan los activistas verdes de China es la manera de trasladar el aumento de los disturbios hacia el cambio sistémico. Para ello es necesario fusionar la ciudadanía política que pide una gobernanza justa con la ciudadanía ecológica que exige participar en la administración ambiental. Más difícil aún será forzar Beijing a entender que estos ideales no son meros trastornos políticos, sino pilares de un desarrollo equilibrado y una sociedad más justa.
06 de abril 2014