Según la propia confesión de sus generales, Israel no estaba amenazado de destrucción en junio de 1967, sino que, además, el estado mayor del ejército había preparado desde hacía mucho su plan de conquista de Cisjordania, Jerusalén, Gaza, Sinaí y el Golán.
E impuso este plan mediante un cuasi golpe de Estado contra el primer ministro Levi Eshkol y los miembros de su gobierno aún dubitativos a la hora de desencadenar las hostilidades.
Dos días después del final de la guerra de junio de 1967, el primer ministro israelí, el laborista Levi Eshkol, declaraba: “La existencia de Israel pendía de un hilo. Pero las esperanzas de los dirigentes árabes de aniquilarle han sido aniquiladas” 1/. Esta tesis -la de que Israel estaba amenazado de desaparición, y con él su población- había estado en el origen de la “guerra preventiva” que acababa de realizar Israel contra sus vecinos árabes. Una vez evaporada la afirmación inicial de los israelíes pretextando que los egipcios habían emprendido las hostilidades, la tesis de la “amenaza existencial” se convirtió en el argumento político y diplomático constante de Israel para justificar su ataque.
Sin embargo, cinco años más tarde, una serie de generales israelíes iban a contradecir vigorosa y públicamente esta afirmación. El exjefe del Estado mayor adjunto Ezer Weizman disparaba el primero: “La hipótesis del exterminio no fue nunca contemplada en ninguna reunión seria” (Haaretz, 29/03/1972), aseguraba quien sería más tarde Presidente del Estado de Israel. Cuatro días después, le tocaba a Chaim Herzog, exjefe de información militar y también futuro presidente, declarar: “No había ningún peligro de aniquilación. El cuartel general israelí jamás creyó algo así” (Maariv, 4/04/1972). En fin, el propio jefe de Estado mayor, el general Haim Bar-Lev, sucesor en el puesto de Yitzhak Rabin, remachaba “No estábamos amenazados de genocidio en vísperas de la guerra de los seis días, y no pensamos jamás en tal posibilidad” (Ibid.).
El general Matti Peled, jefe de la logística, iba a resumir de forma radical la opinión de esos generales: “Pretender que las fuerzas egipcias concentradas en la frontera eran capaces de amenazar la existencia de Israel constituye un insulto no solo a la inteligencia de cualquier persona capaz de analizar este tipo de situación, sino ante todo un insulto al ejército israelí”. Y añadía: “Todas esas historias sobre el enorme peligro que corríamos (…) no fueron jamás tomadas en consideración en nuestros cálculos antes de las hostilidades 2/. Cuando estos generales dicen “nosotros”, o “nuestros cálculos”, se refieren, por supuesto, al estado mayor.
Ciertamente, estas declaraciones datan de 1972, una época en la que emborrachado por su masiva y fulgurante victoria de 1967, el ejército israelí se siente invencible. Los generales que las expresan han podido dulcificar parcialmente el ambiente que reinaba entre ellos cinco años antes. Ocultan por ejemplo que Yitzhak Rabin temía la posibilidad de “varias decenas de miles de muertos” 3/
israelíes en caso de guerra. No obstante, expresan una verdad fundamental. Antes de junio de 1967, casi todos los generales israelíes manifestaban una confianza casi absoluta en su futura victoria. Además, no eran los únicos. John Hadden, director de la sección de la CIA en Tel-Aviv, juzgaba que en caso de guerra con sus vecinos, Israel vencería “en seis o diez días, estaba seguro de ello” 4/
, según escribe el historiador Tom Segev. La CIA había informado de ello a Washington, y esta certeza influyó en gran medida en el acuerdo final que dio el presidente americano Lyndon Johnson al ataque israelí, tras haber manifestado durante mucho tiempo grandes reticencias a la puesta en marcha de una “guerra preventiva”.
“Ampliar las fronteras de Israel”
El motivo por el que los generales israelíes estaban tan seguros de sí mismos es objeto de un capítulo entero de The Six -Day War (Yale University Press, 2017), un reciente libro del historiador israelí Guy Laron. Cuando en 1972 esos generales levantaron el velo sobre sus motivaciones reales para desencadenar la guerra, quien entonces era el jefe del ejército del aire, el general Mordechai Hod -cuyas fuerzas habían aniquilado a las aviaciones egipcia, siria y jordana en apenas más de una hora de la mañana del 5 de junio de 1967- declaró: “Durante diez y seis años, planificamos lo que ocurrió durante esos 80 minutos iniciales. Vivíamos con ese plan, dormíamos con él, comíamos con él. No se dejó de perfeccionar” 5/. Es esta preparación minuciosa y sus motivaciones lo que expone Laron. El título del capítulo que consagra al tema no tiene ninguna ambigüedad: se titula “Ampliar las fronteras de Israel” 6/.
En trece densas páginas, el historiador detalla cómo, casi desde el día siguiente del fin de la guerra de 1948, el estado mayor israelí preparó de forma minuciosa la extensión de las fronteras de Israel. Cuando llega al poder en 1963, el primer ministro Levi Eshkol se reune con el jefe del estado mayor, Tsvi Tsour, que le explica que han que reforzar la capacidad militar del país de forma que, en la ineluctable próxima guerra con sus vecinos, Israel sea capaz de “conquistar el Sinaí, Cisjordania y el Sur de Líbano” 7/. Su adjunto Yitzhak Rabin lo confirma. Ezer Weizman, jefe del ejército del aire, lo dice de forma más altiva aún: “Para su seguridad, el ejército deberá ampliar las fronteras, corresponda o no al planteamiento del gobierno”. El mismo Weizman, cercano al partido Herout, promotor histórico del Gran Israel, sugiere entonces al gobierno “pensar seriamente en lanzar una guerra preventiva” ¡en los próximos cinco años! Otro general, Yeshayahou Gavish, previene de que si el rey Hussein de Jordania fuera derrocado, Israel debería apoderarse inmediatamente de Cisjordania.
Eshkol quedó sorprendido aunque, en realidad, esos oficiales “no hacían más que reiterar conceptos formulados desde los años 1950”, explica Laron. Y multiplica los ejemplos. Todos los círculos del estado mayor desde hacía quince años habían sido educados en la idea de que las fronteras del Estado, tal como habían resultado del armisticio firmado en 1949 con los ejércitos árabes, eran “indefendibles”. Desde 1950, el departamento de planificación del ejército se dedicaba por tanto a trabajar en la puesta en pie de otras fronteras, más seguras. Tres “barreras físicas” fueron señaladas entonces: el Jordán frente a Jordania, los altos del Golán frente a Siria y el río Litani en el Sur de Líbano. Estas tres barreras eran percibidas por los militares como constitutivas de, según su expresión, “el espacio vital estratégico” del país. Un documento de 1953 les añade el Sinaí, para asegurar a Israel recursos petroleros y minerales.
En 1955, un año antes de la operación de Suez realizada por los franceses y los británicos 8/, el jefe de estado mayor Moshé Dayan explicaba que Israel no tendría ninguna dificultad para encontrar un pretexto para lanzar un ataque contra Egipto. “Debemos estar preparados para conquistar Gaza y la zona desmilitarizada [el Sinaí] hasta el estrecho de Tiran. Pero debemos pensar en un plan de tres fases. La segunda será alcanzar el canal de Suez y la tercera El Cairo. Desarrollar o no las tres fases dependerá de los objetivos de la guerra”. En cuanto a Jordania, su plan evocaba “dos fases: la primera será alcanzar la línea de Hebrón, la segunda conquistar el resto hasta el Jordán”.
En fin, añadía, “Líbano no es más que nuestra última prioridad, pero se puede llegar hasta el Litani. Y en Siria, el Golán constituye una primera línea a alcanzar, la segunda sería Damasco”. En 1960, Yitzhak Rabin, convertido en general, redacta un memorándum detallado sobre la forma de hacer evolucionar al ejército a fin de conquistar nuevos territorios en una próxima guerra. En abril de 1963, cuando estallan disturbios en Jordania, Dayan entonces ministro de agricultura y el viceministro de defensa Shimon Peres indican al primer ministro David Ben Gurion que un derrocamiento del rey hachemita “proporcionaría un pretexto” a Israel para conquistar Cisjordania.
Un plan largamente madurado
Este estado de espíritu -el de conquistar nuevos territorios para ampliar las fronteras y en particular “terminar el trabajo” no acabado por la guerra de 1948, es decir, en particular apoderarse de Cisjordania y de la banda de Gaza- no es solo objeto de planes de conquista militares. Éstos van acompañados de una preparación política del día siguiente de las conquistas, mostrando que Israel, incluso a la salida de una guerra que se suponía estrictamente “defensiva”, no consideraba privarse de sus beneficios. Así, cuatro años antes de la guerra “preventiva” de junio de 1967, el fiscal general del ejército israelí Meir Shamgar (futuro presidente del Tribunal Supremo de 1983 a 1995) recibía la orden de comenzar a poner a punto un código jurídico que Israel aplicaría en caso de conquista de nuevos territorios. Se dieron cursos sobre la jurisdicción militar en territorio conquistado a los alumnos oficiales y a los oficiales de la reserva del ejército israelí desde el verano de 1963, según informa Laron. En diciembre de 1963, el jefe de estado mayor asignó al general Herzog a la cabeza de una unidad especial destinada a preparar una ocupación de Cisjordania 9/. A partir de entonces, indica Laron, la Escuela Superior de Estudios Militares israelí incluye en sus cursos la administración militar de las poblaciones de territorios conquistados, y fue imprimido un folleto en este sentido para los futuros responsables de tal actividad. “Numerosas copias de este folleto fueron incorporadas al kit que los jueces y fiscales militares deberían recibir en cuanto comenzara la ocupación”, escribe Laron.
Sin embargo, antes de junio de 1967, la idea de la extensión de las fronteras parecía permanecer confinada en Israel a dos corrientes políticas muy identificadas. De una parte la derecha nacionalista, que no renunciaba a su sueño de Gran Israel “en las dos orillas del Jordán”, del otro la fracción activista del movimiento laborista en el plano territorial, llamada Ahdut Haavoda (Unidad laborista), que no había aceptado nunca la partición de Palestina. Las dos corrientes eran minoritarias. En cuanto a los gobiernos israelíes, a dominante laborista, éstos se dividían tradicionalmente entre “halcones” y “palomas” respecto al espacio árabe vecino. El primer ministro David Ben Gurión constituía en su seno la figura del árbitro halcón, pero pragmático. En cambio, lo que muestra Laron, es que la idea de “recuperar” por la fuerza los territorios de Palestina no conquistados en1948 y más generalmente de “ampliar” las fronteras de Israel estaba presente, a nivel del estado mayor, de forma constante, entre 1948 y 1967 1/
. Por otra parte, es interesante señalar que en el estado mayor, tradicionalmente, el sector Ahdut Haavoda del laborismo estaba sobrerrepresentado. Entre ellos, en bromas, los generales israelíes llamaban a los viejos políticos sionistas “los judíos”, término que simbolizaba a sus ojos la “debilidad” congénita de quienes han mantenido la mentalidad miedosa de la diáspora. A cambio, esos políticos denominaban a los jóvenes generales como “los prusianos”…
Un “putsch a la israelí”
Ciertamente, los servicios de planificación de un estado mayor están hechos para responder a todas las situaciones imaginables, de las más evidentes a las más improbables. Pero la constancia de los planes de conquista israelíes, su lógica y su mejora permanente -el hecho, por ejemplo, de que los dispositivos para evacuar a las poblaciones de Cisjordania y del Golán (en autobús y camiones) estuvieron instantáneamente disponibles en junio de 1967 -muestran sin duda que, como diría el general Hod, el estado mayor había vivido, comido y dormido casi dos decenios con este plan de ampliación de las fronteras “sin dejar nunca de perfeccionarlo”. Es indudablemente con este plan en la cabeza como por todas partes, los generales israelíes comenzaron -sobre todo a partir del 23 de mayo de 1967, fecha del anuncio del cierre por Egipto del estrecho de Tiran, considerado por Israel como un casus belli -a ejercer una presión creciente sobre el gobierno y el primer ministro para que autorizase el lanzamiento de una guerra preventiva.
Estas presiones, durante los doce días que precedieron al ataque israelí, han sido luego ampliamente documentadas. El estado mayor, Rabin a la cabeza, asegura que si Israel no reacciona, su “capacidad de disuasión ” 11/ sufrirá por ello. Convencido de la victoria, el general Ariel Sharon señala al gobierno que no puede desaprovechar una “ocasión histórica” de aumentar el tamaño del país. El general Yigal Alon, miembro del gobierno y jefe del Ahdut Haavoda, propone “inventar un pretexto” para atacar. Frente a las reticencias de Eshkol, que quiere asegurarse un apoyo americano, el general Weizman le llega a exigir públicamente el 1 de junio: “¡Eshkol! Da la orden de comenzar la guerra! (…) Tenemos un ejército fuerte que no espera más que una orden tuya. Danos la orden de ir al combate y venceremos”. El general Hod asesta el golpe de gracia: asegura que cuanto más rápidamente actuemos, menos pérdidas tendremos. El 2 de junio, Eshkol capitula frente a lo que Laron llama “un putsch muy a la israelí”.
Menahem Begin, jefe de los ultranacionalistas, entra en el gobierno. Y Moshé Dayan, el más ferviente partidario de una guerra inmediata, también. Éste afirma inmediatamente: “En dos días, estaremos en el canal” (de Suez). En cuatro, los generales están también en Jerusalén y en el Jordán, en seis en el Golán. Una foto estará pronto en todas las portadas del mundo entero: la de Dayan, en uniforme, y Rabin, acompañados del general Ouzi Narkiss, entrando en el casco antiguo árabe de Jerusalén. “Era la guerra de los generales, y ellos la habían ganado”, concluye Guy Laron 12/. Fueron recompensados por ello: de 1966 a 197, la parte del presupuesto asignada a la defensa comparada con el PIB israelí se cuadruplica, pasando del 6,4% al 24,7%…
Fuente: Comment les généraux israéliens ont préparé la conquête bien avant 1967
Fuente: Sylvain Cypel, Orient XXI / Traducción de Faustino Eguberri para Viento del Sur