Brasil, Maré de terror

Marianna Araujo e Vitor Castro, Agencia Pública Traducción: Brisa Araujo Foto: Aramis Assis, Elisângela Leite

Río de Janeiro, Brasil. Es la noche del lunes 24 de junio. Un grupo no identificado efectuó un robo en la avenida Brasil, vía rápida localizada en la zona norte de Río de Janeiro, que marca el límite del conjunto de favelas Maré (marea, español). Según la policía, hubo un saqueo a la avenida, y el grupo huyó para la Maré, por la calle Teixeira Ribeiro, uno de los accesos más transitados de la favela. El Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) inició una incursión en la favela en respuesta a los robos, cuenta la versión oficial. Durante la operación, un sargento del BOPE, Ednelson dos Santos, sufrió un disparo y murió.

A partir de ese momento, los vecinos cuentan haber sido testigos de escenas de terror. “Cerca de las siete de la noche yo supe que habían disparado a un joven. Y se escucharon los tiros hasta la mañana. Toda la madrugada se oyeron balazos”, afirma Bira Carvalho, fotógrafo y vecino de la comunidad.

Bira es líder de la favela y durante todo el miércoles permaneció en las calles, constantemente requerido por vecinos que relataron casos de violencia, abusos y extorsión. “Lo que escuché fue sobre la brutalidad del Estado, la falta de respeto, las casas invadidas. Mataron a la gente en sus casas. La muerte de un policía generó mucha matanza por aquí”, relató el fotógrafo.

“Lo que pasó aquí fue inédito. Fue un caos. Muchos balazos. Uno de los policías vio que una vecina veía por la ventana, se detuvo ante su puerta y gritó ‘no vas a salir, ¿verdad?, ¡puta! Si yo subo, voy a hacer que me la mames’. Ellos nos pasan un miedo muy grande. Los niños están aterrorizados”, cuenta el vecino W., que pidió que no lo identificaran.

A una señora – que también prefiere no ser identificada –le balacearon por la espalda a su hijo, un albañil, quien recibió el tiro cuando retiraba a un niño que observaba el tiroteo por la ventana. Eran cerca de las nueve de la noche. “Nosotros mismos lo ayudamos. No sabemos de dónde vino el disparo”, dice la madre. “Esperamos algún tiempo en la casa antes de salir. Mi hijo perdió mucha sangre. La confrontación siguió y tuvimos que salir en medio del tiroteo para el hospital”.

La hermana del joven herido, espantada, tuvo que correr para llegar a su casa. “Entraron aquí en un muy mal horario. Fue exactamente cuando todos llegan de sus trabajos”, explica, mientras una vecina a su lado expone el miedo y terror al que son sometidos los habitantes: “Tenemos que estar muy calladitos en la casa. Encerrados. Porque no hay eso de ‘balas perdidas’, sólo ‘balas encontradas’. Dormí con el portón de mi casa abierto, porque me dio miedo salir para cerrarlo. Subí, apagué las luces y me puse a rezar”.

C. también volvía para la casa con su esposa. Iban en coche e intentaron entrar por un acceso que parecía más tranquilo. “Cuando entré a la favela, el ‘caveirão’ entró detrás. Sólo escuché el ruido de las balas que rompieron el vidrio. El tiroteo empezó después de que me balearon”, dice. Su esposa explicó que así como entraron, llegaron los balazos del ‘caveirão’ y su marido se acostó sobre ella para protegerla. “Luego vino un disparo en mi dirección. Yo lo vi salir por el parabrisas, si no me hubiera agachado, me atinaría en la nuca. Cuando me levanté, vi que mi esposo ya estaba en el piso, herido. Todos los disparos entraron por la trasera del coche, vinieron del ‘caveirão’. Me bajé, grité por socorro, puse las manos arriba y caminé en su dirección – yo decía que quien pedía socorro era un trabajador. Ellos no salieron para ayudarlo. Salieron con el ‘caveirão’ y después un coche que pasó nos ayudó”. C. estuvo en el hospital hasta la tarde del siguiente día, cuando el equipo médico dijo que no sería posible remover el proyectil. Después de dado de alta, debería buscar el puesto de salud de la zona para que le pusieran vendajes. Cuando llegó al puesto, la familia se enteró de que no había material para hacer los vendajes. Tuvieron que comprarlas. La familia guardó fotos del coche y pretenden levantar el acta del evento.

Fue el peor operativo que vi en mi vida

En la tarde del martes, 25 de junio, menos de 24 horas después de la entrada de la policía en la favela, el número oficial de muertos ya era de nueve personas. Mucho más gente sufrió, subraya el fotógrafo Bira: “No es sólo la muerte de personas, es el olvido, la forma como tratan los vecinos, son las groserías que gritan aquí. La violencia más evidente son las muertes, pero la violencia que pasa aquí dentro es generalizada, es sicológica, es el miedo que nos queda para toda la vida. Queda una marca en el alma, más que físicamente”, dice.

Una movilización reunió a 500 personas que marcharon y, al final del día, las fuerzas policiacas se retiraron de la favela y asumieron el compromiso de no realizar otra incursión la misma noche. Parte de la Maré entró en su segunda noche sin luz, ya que los transformadores fueron dañados por los disparos. Muchas casas tampoco tenían internet. El servicio de energía eléctrica sólo fue restablecido cerca de las 11 de la mañana del día 26.

Aunque ya no viva en la Maré, Eliana Sousa es otra líder de la comunidad. Dirige una organización que actúa en la región, creció allá y ya fue presidenta de la asociación de vecinos. Ella llegó al lugar el martes por la mañana. “Yo ya sabía que había muerto un policía y escuché en las calles cosas como ‘sólo saldremos de aquí después de matar mucho’. Me espanté porque en realidad ellos estaban indignados con la muerte y esto generó una reacción que no pudieron controlar”, dijo.

Los testimonios de casas invadidas, recogidos por el reportaje de la Agencia Pública, son muchos. “Fue un terror. Nací y crecí en esta calle. Nunca vi algo así. Nadie podía salir de su casa ni para comprar pan. Fue la peor operación que ya vi en la vida”, resumió una vecina que, como la mayoría, pidió que no la identificaran.

Ella es vecina de M., quien tuvo su puerta derrumbada y su casa invadida por los policías enmedio de la madrugada. Los 15 hombres se quedaron hasta el alba – su terraza fue usada como base durante la operación, explica. “Cuando llegaron hasta arriba, dijeron a mi hijo y a mi yerno ‘si encuentro cualquier cosa, mato a los dos’. Cuando bajaron me dijeron que cerrara la puerta. Yo contesté ‘pero ¿qué puerta? Recibo un sueldo, ¿cómo pagaré por la puerta?’ El policía sacó 180 reales de su bolso y me los dio. Pero una nueva puerta me costó 380 reales”, cuenta y dice que no tiene con quien quejarse del abuso. “Sacaron sus armas y tomaron fotos de nosotros. ¿Para qué denuncio?”

Otra vecina cuenta que la casa fue invadida mientras ella y su hijo de 17 años dormían. “Eran las 8 de la mañana. Sacaron a mi hijo de su cama. Él tiene una enfermedad siquiátrica y estaba dormido. Entonces el plicía dijo ‘este es un vago’. Y empezó a gritar ‘¿dónde está el diagnóstico de este mierda? Yo le dije ‘ustedes están haciendo su trabajo, pero tiene que ser de acuerdo a la ley. Invadieron a mi casa, sin orden, sin denuncia’. Hicieron un revoltijo, despertaron a todos, aunque no se llevaron nada. Sé que robaron 300 reales de otra casa. Nadie durmió aquí. A las 5 de la mañana todavía se escuchaban los disparos”, cuenta. “Los vi ofender a maestros en la calle, sacando el celular de sus manos. Los ofendían con palabras horribles, sólo porque ellos los filmaron cuando los policías rompían coches en la calle. Yo lo vi”, cuenta X., indignada.

Caminando por las calles, el reportero encontró a E., que recogía dinero con vecinos para completar el pago del entierro de su hijo de 21 años, que costó 2 mil 700 reales. “Él vendía comida rápida y trabajaba conmigo en la cerrajería. Le dispararon cuando él abría la tienda para recoger los alimentos”, afirma su padre. En la otra esquina, amigos imprimían playeras con la foto del joven asesinado como forma de prestarle un homenaje. “Nos sentimos oprimidos y humillados. Yo casi hago una tontería: llenar una bolsa con piedras, subir en el puente peatonal y tirarla al primer coche de policía que pase. Pero después me di cuenta de que podía pegarle a alguien”, dice E.

Para Eliana, este escenario de terror todavía persiste porque la idea de que el BOPE va a las favelas para solucionar una situación de guerra se generalizó. “Es cuando vemos que el BOPE no es una policía preparada para esto, porque está preparada para situaciones límite, de guerra. El contexto de la favela es complejo, por eso es necesario pensar formas inteligentes de actuar, que identifiquen a quien comete actos ilícitos pero que no juzgue a todos los que viven ahí. La policía tiene que garantizar seguridad para la gente, investigar crímenes. Una policía que agarra a una persona cometiendo un acto ilícito y de inmediato la juzga y la condena a la muerte, es inaceptable”, afirma.

Publicado el 08 de julio de 2013

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