Asomados al holocausto nuclear

El Salto

Por: Pablo Elorduy

El exactor y presidente Ronald Reagan era un gran aficionado a las películas de ciencia ficción. Una noche, ya en la Casa Blanca, vio una película de serie B, hoy de culto, llamada El día después. Consternado ante la recreación de las consecuencias de un estallido atómico, el expresidente escribió en su diario: “[El día después] Presenta cómo Lawrence, Kansas ha sido destruido en una guerra nuclear con Rusia (…). Es muy eficaz y me dejó muy deprimido”.

Reagan no se convirtió en un pacifista, pero —y algunos historiadores lo achacan al impacto de esa película— en su segundo mandato comenzaron los pasos para la distensión con la URSS. Pasos importantes como la firma en 1987 del Tratado sobre las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio y del Acuerdo de Notificación de Lanzamiento de Misiles Balísticos, un año después.

El fin de la URSS –en parte provocado por los presupuestos (incompatibles con la vida en destinados a Defensa durante la Guerra Fría para tratar de alcanzar a EE UU– y la crisis en la que entró Rusia  alejó la posibilidad de una escalada bélica que volviera a sacar de sus silos las armas nucleares.

En 2010, en un discurso en Praga, Barack Obama abogó por la prohibición de este tipo de armamento, pero sus palabras fueron barridas por el viento. Desde entonces hasta Trump, la industria militar mantuvo guardadas sus ojivas y se aplicó en el uso de otros productos para su uso militar sobre el terreno, como los drones o la bomba Moab lanzada en 2017 en Nangarhar (Afganistán). La guerra, el dolor y el crimen siguieron extendiéndose se norte a sur, pero se reservaron, amenazantes, las armas capaces de aniquilar la vida de manera más rápida y definitiva.

En su campaña electoral, Trump se hizo la pregunta más temida siempre que se habla de armas nucleares: “Si las tenemos, ¿por qué no usarlas?”

En todos estos años la Conferencia de Desarme de la ONU no ha avanzado en su propósito de superar el Tratado de No Proliferación, hecho a la medida de los intereses de Estados Unidos en 1968. Aunque sí ha habido avances por parte de la sociedad civil, que ha forzado a la ONU a moverse. En 2017, el premio Nobel de la Paz fue para la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares, una amalgama de ONG pacifistas que ha impulsado un Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares que 122 países aprobaron en junio de 2017 y han firmado 56 desde entonces.

Hasta aquí las buenas noticias.

Las malas son más importantes y actuales. El 11 de noviembre se filtró en la edición estadounidense del Huffington Post el borrador de Revisión de la Doctrina Nuclear (NPR, por sus siglas en inglés) elaborado por el Pentágono. Un texto que pone negro sobre blanco un deseo del actual presidente, Donald Trump: que Estados Unidos tenga más armas nucleares y… que comiencen a usarse. En su campaña electoral, Trump se hizo la pregunta más temida siempre que se habla de armas nucleares: “Si las tenemos, ¿por qué no usarlas?”.

EL PENTÁGONO QUIERE GOLPEAR PRIMERO

El Pentágono plantea en su NPR un uso “más eficaz y con más sentido” de las armas nucleares, además de una rebaja de las cortapisas para su uso. La revisión de esta doctrina también contempla, por primera vez, la ruptura de uno de los límites que señalan todos los actores de las ONG contra las armas nucleares, el hecho de que se puedan usar en respuesta a ataques no nucleares, entre los que el Pentágono incluye los ciberataques.

Los halcones del Pentágono han lanzado la idea de que las cabezas nucleares en los arsenales son “demasiado” grandes y letales para ser usadas, por eso proponen la fabricación de armas más pequeñas o de menor alcance, conocidas como mini-nukes. Todo bien, si no fuera porque las bombas Little Boy y Fat Man, arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 9 de agosto de 1945, tenían una capacidad destructora menor que las armas que hoy se consideran de bajo alcance.

Durante la escalada de tensión entre el presidente rubio y Kim Jong-un, Trump ha amenazado con la “destrucción total” de Corea del Norte. Sin embargo, los mandatos de la carta de Naciones Unidas y la propia legislación estadounidense son, ahora mismo, un límite para Trump: el presidente no tiene capacidad de ordenar un “primer golpe” (first strike) nuclear.

En 1996, la Corte Internacional de Justicia estableció la respuesta con armas nucleares a un ataque de las mismas características, pero prohibió el first strike, es decir, el uso de armas nucleares en respuesta a un ataque convencional o para destruir de manera preventiva las armas del adversario.

Pero la doctrina que el Pentágono tiene previsto presentar este mes —su portavoz dijo que «no comentaba» la aparición en los medios del borrador—, abre la posibilidad de estos ataques y sitúa al mundo a un paso del fin, como teme el Boletín de Científicos Atómicos, que hace unas semanas anunció que su simbólico «reloj de la medianoche» se sitúa a solo dos minutos del fin de la civilización, especialmente tras la tensión vivida entre Estados Unidos y Corea del Norte.

«La retórica exagerada y las acciones de provocación en los dos lados  ha incrementado la posibilidad de la guerra nuclear por accidente o por un error de cálculo», refería el citado boletín, en el que participan hasta 15 científicos distinguidos con el Premio Nobel.

REACCIONES INTERNACIONALES

Además de Corea del Norte, Rusia y China son los objetivos confesos de esa revisión de la doctrina. A pesar de que China no ha ratificado el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, como ningún país de los que poseen este tipo de bombas, Ren Guoqiang, portavoz del Gobierno chino, ha pedido a Estados Unidos que abandone “esa mentalidad de Guerra fría” y asuma el liderazgo hacia el desarme armas nucleares. Por su parte, Sergei Lavrov, ministro de Exteriores ruso, ha asegurado que su país solo usaría sus ojivas nucleares en casos de defensa ante un ataque de esas características.

La Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares no quiere responsabilizar únicamente a Trump de esta escalada y por eso denunció ayer, 7 de febrero, que «Rusia, China y el resto de estados nucleares se están embarcando en una nueva carrera armamentística nuclear», en declaraciones tomadas por agencias.

Beatrice Fihn, directora de la campaña, pidió corresponsabilidad a los Estados europeos para frenar a su socio Trump, en el marco de la OTAN, mediante la firma del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares. Algunos países son reacios a aceptar ese tratado para no contravenir a Estados Unidos. Un seguidismo en el que se encuadra España.

El mismo 7 de febrero, el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, respondió a una pregunta de Pablo Bustinduy afirmando que el Gobierno se niega a firmar un Tratado con el que está de acuerdo «en espíritu» porque este “socavaría el régimen del tratado de no proliferación [de 1968] y por solidaridad con los aliados de la OTAN”.

EVITAR LA TRAGEDIA

Beatrice Fihn advierte que la respuesta humanitaria no será posible si, como teme la campaña, las bombas salen del silo y entran en el campo de batalla. Países como Nueva Zelanda han marcado un camino para aquellos países que no tienen armas nucleares pero forman parte de lo que Dastis denominó «multilateralismo». En el país oceánico, cuyas costas sufrieron el impacto de las pruebas nucleares por parte de Francia y Estados Unidos, está prohibido el tránsito y la financiación de armas nucleares y también es un delito amenazar, usar o asistir a cualquier país que tenga armas nucleares.

Leer: Entrevista a Alyn Ware, de Parlamentarios por la No Proliferación y el Desarme Nuclear

En 1999, el escritor sueco Sven Lindqvist publicó su Historia de los bombardeos, un libro en forma de laberinto que recorre la escalada hasta el terror vivido en Hiroshima y Nagasaki. En el libro, Lindqvist recoge el testimonio de un doctor japonés, 30 días después de la bomba, que fue publicado en un medio de comunicación inglés:

“Al principio tratamos las quemaduras como hubiéramos tratado cualquier otra, pero los pacientes simplemente se consumían y morían. Luego la gente… no sólo aquí, donde explotó la bomba, enfermaba y moría. Por ninguna razón aparente, su salud empezaba a fallar. Perdían el apetito y el pelo de la cabeza, sus cuerpos se cubrían de manchas azuladas, y comenzaban a sangrar por la nariz, la boca y los ojos. Empezamos a suministrarles inyecciones de vitaminas, pero descubrimos que la carne se pudría alrededor del pinchazo de la aguja. Todos los pacientes terminan por morir. Ahora sabemos que hay algo que acaba con los glóbulos blancos y no podemos hacer nada para remediarlo. Toda persona que llega como paciente, sale cadáver”.

El día después del lanzamiento de la primera bomba, Harry Solomon Truman habló de Hiroshima como si se tratara de una base militar, elegida ex profeso, según Truman, para «evitar, en la medida de lo posible, que se produjera la muerte de civiles». Hoy, las cifras oficiales elevan a más de 240.000 las víctimas de aquellas dos jornadas. Su recuerdo se ha perdido cuando solo quedan dos minutos para la medianoche.

Este material fue compartido con autorización de El Salto

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