Palestina. A fines de 2002 me encontré marchando por las calles de A-Ram, un pueblo palestino cerca de Jerusalén. La protesta era contra los planes de construir un muro en el corazón del pueblo; cuando los activistas locales me mostraron el plano del trazado, yo ingenuamente pensé que debía haber un error. Mirando alrededor veía un pueblo como cualquier otro, con casas, comercios, oficinas y escuelas a ambos lados de la calle principal. ¿Cómo podía ser que un muro fuera a construirse en medio de ellas y cortar al pueblo por la mitad? (…) Diez años después, un muro de cemento de 8 metros de altura divide a A-Ram en dos. Caminando a lo largo del muro –por la misma calle principal- ahora sólo se puede ver la mitad de las casas, de los comercios, de las oficinas y escuelas que se veían antes. El pueblo, al igual que las vidas de sus miles de habitantes, quedó partido en dos. (Haggai Matar, activista israelí). (1)
Objetivo: “La mayor cantidad de territorio palestino posible, con la menor cantidad de población palestina posible”
Hace exactamente diez años, Israel comenzó a construir una barrera de separación entre su territorio y los territorios palestinos que ocupa (2). El argumento esgrimido fue –como siempre- la seguridad. No parecía difícil justificar esa decisión ante el mundo: 2002 fue el año más cruento de la segunda Intifada, que había empezado con manifestaciones masivas reprimidas sanguinariamente por Israel y continuó con una escalada de atentados suicidas palestinos.
Sin embargo, los datos crudos del Muro permiten fácilmente inferir cuál era la verdadera intención detrás de la iniciativa: la anexión y fragmentación del territorio palestino, que -al igual que la construcción de colonias judías- busca crear hechos consumados y hacer imposible la existencia de un Estado palestino soberano.
En efecto, 85 por ciento del Muro está construido dentro del territorio de Cisjordania, y sólo 15 por ciento sigue la Línea Verde (frontera reconocida desde el armisticio de 1949, que despojó a los palestinos del 78 por ciento de su territorio). Su sinuosa y arbitraria ruta, que tiene más del doble de extensión que la Línea Verde, está trazada para dejar del lado israelí los principales bloques de colonias judías (ilegales según el derecho internacional). Cuando esté terminado, no sólo habrá fragmentado aún más el territorio palestino (ya reducido a bantustanes): también habrá partido a Cisjordania en dos mitades a la altura de Jerusalén.
Desde que Ariel Sharon anunció la construcción del Muro, su ruta oficial ha sido cambiada o su construcción detenida en distintos períodos. En ambos casos, debido a la controversia dentro de Israel sobre cuánta porción de territorio palestino se debía anexar, o a que las demandas judiciales de las comunidades afectadas llevaron a la Corte Suprema de Israel a frenar la construcción mientras estudiaba los reclamos. En casos excepcionales (los más emblemáticos: Budrus y Bil’in, por la inclaudicable lucha de sus habitantes), la Corte ordenó que la ruta del Muro fuera cambiada para devolverle a las comunidades palestinas una porción (nunca la totalidad) de la tierra robada.
¿Seguridad o anexión?
El Muro y su ruta también fueron motivo de debate entre los distintos grupos de interés en Israel: los colonos más extremistas se oponían a su construcción porque significaba poner un freno a sus ambiciones de expansión ilimitada hacia el territorio palestino. Otros grupos, vinculados al estamento militar, afirman que al no construir el Muro sobre la Línea Verde, Israel ha puesto en peligro la seguridad de sus habitantes y de las fuerzas encargadas de custodiarlo al priorizar los intereses de un grupo específico (los colonos) en detrimento de la seguridad general.
Y es que, siguiendo la ruta del Muro uno se encuentra con varios lugares donde la construcción se interrumpe abruptamente y el pasaje hacia el lado israelí es relativamente fácil. Las razones por las que esos tramos no están terminados son variadas y en algunos casos desconocidas: por falta de financiamiento, porque está pendiente una resolución judicial que podría cuestionar su ruta o porque la resistencia palestina es muy fuerte y ha atraído la atención y condena internacional.
Algunos analistas afirman que a Israel no le conviene concluir la construcción del Muro por la misma razón por la que aún no ha definido sus fronteras definitivas (y por eso no tiene una Constitución): hacerlo significaría renunciar al territorio al este de él y entregarlo a los palestinos, cuando todo el mundo sabe que para los gobiernos israelíes “la tierra de Israel” (Eretz Yisrael) es indivisible entre el Mediterráneo y el Jordán.
Más allá de la intención anexionista, el argumento de seguridad es débil en sí mismo: es verdad que los atentados suicidas se redujeron hasta desaparecer, pero fundamentalmente porque hubo una decisión política de la resistencia palestina de ponerles fin y elegir otras estrategias. De hecho, todos los días unos 60 mil palestinos entran a trabajar en Israel, y sólo la mitad de ellos con permiso legal.
Un ejemplo reciente fue el pasado mes de Ramadán: por primera vez se liberalizó el acceso a Jerusalén, y se calcula que unas 300 mil personas de Cisjordania entraron en Israel –y hasta fueron a la playa en Tel Aviv, muchas por primera vez en su vida. Incluso, miles de hombres jóvenes que no obtuvieron permiso igual treparon el Muro y entraron ilegalmente sin que se registrara un solo incidente de violencia, dando la razón a lo que organismos de derechos humanos vienen sosteniendo desde hace años: someter a todo un pueblo al castigo colectivo por las acciones de un puñado de personas es una política injustificada, inhumana y racista –además de un crimen de guerra, según el IV Convenio de Ginebra.
Impactos catastróficos
Los datos aportados por laOficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA oPt) sobre los impactos del Muro son tan elocuentes como dramáticos.
La población palestina de Cisjordania no tiene acceso a Jerusalén. Sólo quienes consiguen permisos especiales pueden entrar a través de uno de los cuatro checkpoints que la rodean. Los autos con matrícula de Cisjordania tienen prohibido circular por Jerusalén; esto incluye a las ambulancias palestinas, que al llegar al checkpoint deben trasladar al paciente –sin importar su gravedad- a una ambulancia israelí (si el enfermo tiene permiso para entrar). Eso explica por qué muchas personas han muerto y decenas de palestinas han dado a luz en los checkpoints israelíes.
Dentro de Jerusalén Este, el Muro ha dejado “fuera de la ciudad” a muchos barrios, suburbios y aldeas del área metropolitana. Las familias quedaron separadas y la población residente fuera del Muro perdió el acceso a sus hospitales, escuelas, universidades, mezquitas y centros de la vida económica, social y cultural. Estas áreas agonizan en una tierra de nadie, sin servicios municipales ni urbanos, sin seguridad ni autoridades y a merced de la creciente criminalidad.
En Cisjordania, las 7 mil 500 personas que han quedado “atrapadas” entre el Muro y la Línea Verde (en la zona conocida como “de costura”) necesitan un permiso especial para vivir en sus propios hogares, sólo pueden salir a través de un checkpoint y no pueden recibir visitas. Esto ha trastornado su acceso a los lugares de trabajo y estudio, su vida social y familiar, así como la provisión de servicios a estas comunidades (ambulancias, bomberos, proveedores de alimentos y combustible, etcétera). Cuando el Muro esté concluido, 23 mil personas más estarán en esa situación.
Vivimos en algo que es parte cárcel, parte infierno. Nuestra aldea es pequeña, sólo 500 personas, y no tiene hospital, clínica, escuela ni comercios o fuentes de trabajo, así que todo requiere cruzar el checkpoint, pero hacerlo puede tomar una hora como mínimo. Volviendo en auto, tienes que vaciar completamente tu vehículo, pasar cada mínimo objeto a través de una máquina de rayos X; luego el auto es revisado manualmente, después un perro lo olfatea todo, y de cualquier líquido que traigas (incluso agua o aceite) toman una muestra para analizar en el laboratorio. Así es mi regreso a casa cada día. ( Qasab Sha’ur, residente de A-Ramadin)
150 comunidades, cuyas tierras han quedado del otro lado del Muro, deben obtener permiso “de visitante” para acceder a ellas a través de “portones agrícolas” (controlados por soldados), que en su mayoría abren sólo seis semanas al año durante la cosecha de olivo y por un período limitado de horas al día.
Durante la cosecha de 2011, el 42 por ciento de las solicitudes de permiso fueron rechazadas, alegando “razones de seguridad” o “falta de conexión con la tierra”. Las cifras de OCHA muestran una caída sistemática de la cantidad de permisos otorgados cada año. La Oficina de Naciones Unidas de Registro de Daños (UNRoD) ha recibido hasta la fecha más de 26 mil quejas por daño material causado por la construcción del Muro sólo en el norte de Cisjordania (Haggai Matar).
Como resultado de estas restricciones, los agricultores han tenido que abandonar la producción más rentable y cambiar a granos de escaso valor que requieren menos cuidados, con las consiguientes pérdidas económicas. Muchos han tenido que abandonar totalmente sus tierras y el Estado israelí se las ha entregado a las colonias judías, revelando así el verdadero propósito de esta política.
El Muro hizo que decenas de miles de palestinos perdieran su trabajo en Israel. Con una economía estrangulada, el alto desempleo les obliga aún hoy a buscar esa opción, ya sea esperando horas en un checkpoint a las cuatro de la mañana (si tienen permiso) o trepando el Muro clandestinamente y arriesgándose a ser heridos, arrestados o incluso a perder la vida a manos de la policía militarizada (3).
Ahora sólo podemos pasar a través de este cuello de botella del checkpoint. Significa levantarte a las tres, hacer horas de cola en el checkpoint y esperar a que salga el sol. Vuelves a casa de noche, duermes un poco y otra vez tienes que levantarte. Es como ir y volver a una prisión cada día, pero no tenemos opción. (Trabajador palestino de Qalqiliya).
Para nosotros, ir a trabajar es como ir a la guerra. Tienes que prepararte para ser herido, asesinado o arrestado. Cuando salimos de casa decimos adiós a nuestros hijos porque no sabemos si volveremos. No hay trabajo en Cisjordania. Yo tengo que mantener a mis siete hijos, mi esposa y mi madre. Trabajamos para Israel, construimos sus casas. Lo único que espero es que mis hijos tengan un futuro mejor que el mío. (Nidal Kawasba, 31 años, trabaja ilegal en Israel desde los 15).
Condena internacional y resistencia local
En 2004, a pedido de la Asamblea General de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya emitió una opinión consultiva lapidaria sobre el Muro: afirmó categóricamente que si bien Israel tiene derecho a proteger su frontera, la ruta viola el Cuarto Convenio de Ginebra, e Israel debe desmantelar el Muro construido sobre territorio palestino; además, llamó a todos los Estados de la ONU a tomar medidas efectivas para obligarlo a respetar el derecho internacional. Hasta hoy Israel rechaza este juicio, al igual que muchas otras resoluciones de la ONU.
La resistencia palestina comenzó al mismo tiempo que la construcción del Muro. Las aldeas que vieron cómo de la noche a la mañana su vida cotidiana iba a ser trastornada empezaron a manifestarse pacíficamente para salvar sus olivos y sus tierras, recibiendo el apoyo de activistas israelíes e internacionales. Ahora se articulan en el Comité de Coordinación de la Lucha Popular y mantienen la resistencia desarmada, pese a la brutal represión del ejército: cientos han sido asesinados, heridos o arrestados, decenas de olivos fueron incendiados y decenas de animales murieron por el gas lacrimógeno y la munición israelí.
La aldea de Walajah lucha desde 2007 con manifestaciones semanales, actos culturales y artísticos y acciones judiciales e internacionales para frenar el Muro en construcción que, cuando esté concluido, habrá encerrado a la aldea por los cuatro costados, desconectándola de sus tierras, de su capital Belén y de los pueblos vecinos. Además de aislar a Walajah, el Muro atravesará los terrenos del monasterio de Cremisan (en Beit Jala), dejando a los monjes separados de las monjas que viven en el monasterio vecino. En ambos casos, la ruta ha sido trazada para favorecer la expansión de las colonias judías Gilo y Har Gilo.
Nadie está exigiendo a Israel que rinda cuentas por sus actos; tiene total apoyo de los superpoderes, y mientras lo tenga seguirá adelante con sus crímenes. Pero estoy segura de que un día esto va a cambiar. Puede que lleve diez o 15 años, pero las cosas van a cambiar; y cuando ocurra, Israel probablemente no tendrá que vérselas sólo con los palestinos, sino con todo el mundo árabe. Yo espero realmente que los israelíes entiendan esto ahora y encontremos una solución que no nos lleve a matarnos unos a otros. Pero no los veo tratando de cambiar ese destino.(Shirin Al-Araj, líder social de Walajah).
Hasta ahora, la lucha palestina logró que el territorio anexado por el Muro sea un 9 por ciento en lugar del 17 por ciento previsto y, lo que es más importante, llamó la atención internacional sobre la inhumanidad del proyecto israelí. Según los palestinos, uno de sus principales logros ha sido “Mostrarle al mundo que no somos los terroristas, sino las víctimas del terror”, dice Mohamed Khatib, dirigente de Bil’in. Aun así, Israel y sus poderosos aliados han hecho oídos sordos al clamor palestino, al mandato de la CIJ y a la condena de la sociedad civil internacional.
Más allá del Muro de apartheid
Siendo el símbolo más fuerte de la ocupación de Palestina, el Muro no puede ser analizado sin el sistema asociado de permisos y los 500 checkpoints y otras formas de encierro y fragmentación, sin olvidar el bloqueo a Gaza, todo lo cual constituye un proyecto perverso destinado a impedir el movimiento de los palestinos dentro de su territorio, a desconectarles de sus centros urbanos (sobre todo de su capital, Jerusalén Este) y a despojarles de más y más tierras para construir colonias judías, con el fin último de hacer inviable un Estado palestino. En resumen, son las formas modernas de la limpieza étnica en Palestina.
Cada vez más intelectuales, dirigentes políticos y activistas sociales coinciden en que la “solución” de dos Estados (propuesta por la ONU en 1947 e implícita en los Acuerdos de Oslo) ha dejado de ser una opción válida y es necesario moverse hacia otro paradigma: el de un solo Estado, democrático y secular no sionista en toda la Palestina histórica, con igualdad plena de derechos para todos sus habitantes, cualquiera que sea su adscripción étnica, política o religiosa (4). En los hechos, lo que existe hoy es un solo Estado que gobierna desde el Mediterráneo al Jordán imponiendo dos sistemas legales, jurídicos y políticos diferentes sobre dos grupos distintos de población: Israel es una democracia para quienes tienen nacionalidad judía, y un régimen de apartheid para la población árabe.
Esta es precisamente la trampa en que el estado sionista se encuentra actualmente: como dicen sus críticos dentro y fuera del país, ha sido el mismo Israel, con sus políticas de ocupación y colonización, el que ha matado el proyecto de dos Estados separados, y ahora se enfrenta a un dilema crítico: democratizarse realmente (terminando con los privilegios excluyentes del Estado judío) o profundizar el régimen de apartheid que hoy impone a la población palestina a ambos lados de la Línea Verde (5).
Los más pesimistas consideran que para Israel el dilema se resuelve con la opción más cómoda: mantener el status quo (acompañado, como siempre, de la retórica hueca sobre su voluntad de “negociar la paz”), en la medida en que –al menos hasta ahora- ni la resistencia palestina ni la presión internacional han sido suficientemente fuertes para hacerle pagar un costo político por sus acciones.
Los optimistas, en cambio, afirman que el régimen actual es insostenible y que se equivoca quien crea que en el siglo XXI un Estado puede gobernar indefinidamente un territorio sometiendo a la mitad de su población a un régimen de discriminación institucionalizada, opresión brutal y total negación de derechos; más temprano que tarde el estallido será incontrolable, sobre todo en la región más inestable y cambiante del mundo.
Es posible que los primeros tengan razón en el corto plazo, y los segundos en el largo. Lo cierto es que la conciencia mundial sobre la ilegitimidad del apartheid israelí crece día a día, junto con los éxitos impresionantes del también creciente movimiento de boicot, desinversión y sanciones (BDS) para acabar con él. El fantasma de Sudáfrica está siempre presente y en una perspectiva histórica no es difícil imaginar cuál será el desenlace. Es cuestión de tiempo, y el palestino ha probado ser el pueblo más paciente y resiliente del mundo.
NOTAS:
(1) Haggai Matar, The Wall Project, en +972 Magazine. Los testimonios en este artículo también son de esta fuente (traducción de la autora).
(2) La barrera de separación es un muro de cemento alrededor de las ciudades y pueblos palestinos, y una cerca (con monitoreo electrónico, zanjas a ambos lados del camino, alambrado de púas, cámaras de vigilancia, patrullaje militar y con perros) en las zonas no urbanas. Para simplificar, aquí llamaremos “Muro” a ambas formas de la barrera.
(3) El documental “Nine to five” (2009), del director israelí Daniel Gal, muestra las penurias que enfrentan los trabajadores palestinos que cruzan el Muro clandestinamente para trabajar en Israel.
(4) Aunque no es tema de este artículo, conviene aclarar que las críticas al paradigma de “dos Estados” no se basan únicamente en un argumento de tipo pragmático (la inviabilidad), el cual implicaría admitir que Israel ganó con su política de hechos consumados; el argumento de fondo es que admitir un estado palestino con “las fronteras de 1967” implicaría dejarle a este pueblo sólo un 22 por ciento de su territorio original, no resolvería la situación del millón y medio que vive dentro de Israel y, sobre todo, haría imposible el retorno de las cinco a seis millones de refugiadas (la gran mayoría del pueblo palestino).
(5) Ver mi artículo “Haciendo visible el apartheid israelí”.
Publicado el 24 de septiembre 2012