A cuatro años de la explosión de la Central Nuclear de Fukushima

Pablo Romo Cedano

Fuera, la nieve empieza a cubrir el camino y espolvorea de blanco el bosque.  El vehículo ingresa a la zona restringida.  El paisaje no da cuenta del terrible secreto que esconde.  Los árboles son iguales a los que se encuentran fuera de la zona controlada por la policía. El bambú crece en abundancia y se hacen paso en medio de las montañas. – Itate se avecina, dice Matt con el altoparlante.  Empiezan a verse unas inmensas bolsas negras a los lados de la carretera.  Hombres con cascos blancos y sin guantes están trepados en los tejados de las casas. No alcanzamos a ver claramente lo que hacen porque la nieve se hace más densa. Somos los únicos que recorremos la carretera número 6 que conduce hacia el mar.

Itate Soma es un pueblo desierto, algunos habitantes tienen permiso de regresar a sus casas por tiempo limitado.  No pueden bajar, informa Matt nuevamente de una traducción casi simultánea que hace del japonés.  Los índices de radiación son muy altos y el permiso es solamente para la zona de Namie, no para Itate.  El pueblo fantasma recorre tras nuestra ventanilla mostrándose intacto.  No hay afectaciones visibles del terremoto, menos aún del tsunami – estamos a 25 kilómetros del mar –, sin embargo, el pueblo está vacío: lo evacuaron de urgencia dejando sus habitantes todo, absolutamente todo. Hasta el perro que cuidaba la casa quedó y hoy deambula vagabundo y radioactivo entre las casas silenciosas.

Llegamos a Minami Soma. Podemos bajar, aquí el daño es menor.  Andrey, ingeniero nuclear ruso baja ansioso con su aparato medidor en mano. Le sigue Kumar, experto de la India con sus artefactos de medición.  – Aquí nos esperan para comer, pueden pasar al baño y visitar el pequeño museo del Samurai. Con sus contadores de radioactividad en la mano bajamos de uno a uno del autocar y plantamos los aparatos en cuanto lugar se puede.  Andrey lo acerca a la caída del agua y lo coloca en el suelo: mientras más abajo se mida es más fuerte la radiación, por eso los niños padecen más radioactividad que los adultos.  La nieve derretida lleva más radioactividad que el suelo firme.

Los caprichos atmosféricos empujaron por los vientos la radioactividad más hacia tierra firme y dejaron pequeñas islas entre las montañas con menos radioactividad.  La nube alcanzó el 12 y 13 de marzo de hace cuatro años hasta los doscientos kilómetros.  Pero con los días se concentro en un radio de 40 a 50 kilómetros del Fukushima Daiichi, dependiendo de la orografía, los vientos y las voluntades celestiales.

Permanecemos en silencio.  Todos sospechamos lo mismo sobre los alimentos que comemos pero nadie se atreve a decir nada. El breve almuerzo nos da la suficiente energía para seguir escuchando los relatos de terror que nos narran mientras llegamos a Namie y a la cercanía de la zona Cero.

Namie Soma es la costa y el mar gris y poderoso lame las orillas de otro pueblo fantasma.  Si bien hay una zona que está absolutamente devastada por el tsunami, la mayor parte está simplemente deshabitada. Recorremos las calles en medio de un silencio atroz; algunos semáforos están encendidos y dan el siga o el alto al viento fuerte que entra del mar. Un representante del alcalde nos recibe con un traje gris de trabajo, entre obrero y oficinista.  Su amabilidad conmueve hasta al más escéptico.  El edificio de gobierno está funcionando y algunos oficiales laboran en medio de montañas de papeles como si nunca hubiera pasado nada.  Junto a la alcaldía un inmenso centro de concentración de bolsas negras con basura radioactiva contrasta con la normalidad que quieren imprimir a la labor de Namie Soma.  Las autoridades nos explican que ya se esta laborando normalmente en la alcaldía y que pronto los habitantes del poblado podrán regresar a sus casas una vez que los liquidadores[1] terminen de limpiar de radioactividad la zona.  Nos encontramos a poco más de 8.5 km en línea recta de la zona Cero, donde primero el reactor Uno y después el Tres explotaron causando una nube radioactiva 168 veces más fuerte que la de Hiroshima.  El portavoz del alcalde Tamotsu Baba nos explica cómo las autoridades centrales de Tokio y la propia empresa Tokyo Power Electric Co., (TEPCO) mintieron sobre el peligro que corrían.

De hecho, me parece que hay un antes y un después de la explosión de la planta nuclear de Fukushima, una ruptura epistemológica, que moviliza a millones de japoneses para cerrar las 48 plantas nucleares del país.  La comprensión de que las autoridades les mintieron en pleno desastre es una ofensa inaudita para el pueblo japonés.  De rodillas, semanas después del desastre, en un gimnasio-albergue donde se refugiaban algunos habitantes de Namie Soma, el Presidente de TEPCO, Masataka Shimizules, pidió perdón por la ofensa. La confianza que los japoneses depositaban en sus autoridades y sobre todo en los dueños de sus empresas era (es) tan absoluta que resulta incomprensible para un mexicano que vive la dictadura perfecta.  El tranquilo pueblo de Namie Soma de escasos 21,400 habitantes antes del desastre producía al año 60 billones de yenes (poco más de 7.5 miles de millones de pesos). Su economía estaba basada en la pesca, el comercio y en el trabajo en la Planta Nuclear. En este pueblo costero murieron por el terremoto y el tsunami 182 personas y se afectaron 651 casas.  Sin embargo, el portavoz del Sr. Baba, nos informa que 337 personas han muerto en estos últimos cuatro años como consecuencia del estrés y de la situación de refugio. Ninguno se atreve a preguntar si se trata de suicidio pero lo sospechamos.

La conversación con las autoridades de Namie Soma dejan la impresión que el optimismo y el esfuerzo quieren crear una atmósfera estrictamente hablando que los medidores de radiación no igualan. La basura radioactiva la acumulan en bolsas negras de manera provisional y las ocultan tras bardas blancas para crear la impresión que pronto vendrá la normalidad.  Subimos nuevamente al autobús y esta vez nos dirigimos a la zona devastada por el tsunami.  Se trata de una cuenca plana donde un pequeño río atraviesa en medio de la nada: solo bolsas negras acumuladas, pequeñas casas destruidas, vehículos oxidándose a la orilla del camino y un misterioso edificio en construcción al fondo, cerca del mar.  A nosotros se nos concedió solamente dos horas para visitar la zona de Namie. Tenemos que darnos prisa. La explicación en el autobús proviene de un habitante de la región que prefiere mantener el anonimato. Ahí, al fondo, esas torres que se ven es la planta nuclear. Aquí el tsunami acabó con todo, salvo este hotel que quedó más o menos en pie.

Se trata de un edificio de tres pisos en ruinas.  Subimos por las escaleras que permanecen en pie y nos conducen a la terraza.  Un palco de primera para ver la devastación: por la costa, hacia el sur unas torres que están a 4 kilómetros. Atrás una enorme edificación que será pronto un incinerador de basura radioactiva.  Frente a nosotros un mar gris que duerme digiriendo los desechos que se ha tragado en estos cuatro años.

Alrededor del incinerador, apilada ordenadamente aguardan toneladas de leña contaminada. Un bosque entero, dirá Marcia, la experta brasileña que nos acompaña en la visita. Basura, bolsas, leños, vehículos carcomidos, casas enteras desmanteladas. Decenas de miles de desechos aguardan pacientes en fila para llegar a la estratósfera y flotar ahora por todo el planeta. La radioactividad es muy fuerte aún, tardará muchos años más en que se difunda y se pierda.  Nuestro tiempo pasa veloz en la zona de devastación.  Tenemos que regresar. Ahora vamos a visitar a los desplazados.

Poco se sabe sobre el desastre nuclear de Fukushima, menos aún de los más de 120 mil desplazados que aún viven fuera de la región restringida.  Decenas de contenedores habilitados como nuevos hogares, rodean el “centro de convivencia” –también un contenedor- donde los desplazados nos comparten sus experiencias.  La mayor parte son mujeres, animosas, con una voluntad y una claridad extraordinarias. Nos narran en forma de teatro, con ilustraciones hechas por los niños y niñas del refugio lo que sucedió: como si fuera un cuento, una manga japonesa. La historia tiene un final lleno de esperanza en que pronto regresarán a sus casas. En tanto, la provisionalidad de su refugio les genera un estrés enorme, una desazón que a veces los más viejos no resisten.

Los niños tienen que jugar en lugares cerrados. Olivier, luchador campesino francés, compañero de batallas con Bové, viene en la delegación y nos cuenta el proyecto que ha desarrollado, hermanado zonas rurales francesas con los afectados por el desplazamiento de Fukushima: el proyecto es llevar pequeños grupos de niños y niñas  a Francia y que tengan una especie de “campamentos de verano”. – Los niños juegan con las tierras, nadan en el río y acampan en los bosques.  – Sabemos muy bien lo que representa la energía atómica. En Francia el 70% de la energía eléctrica proviene de Plantas Nucleares.  Las autoridades se empeñan en decir que es limpia y no contamina, sin embargo el índice de incidencia de leucemia se duplica en los poblados cercanos a las plantas nucleares.

Son sobre todo mujeres quienes nos reciben, los hombres andan fuera.  Como suele suceder.  Las mujeres, resilientes, se han convertido en actoras y activistas contra el uso de la energía nuclear.  Son mujeres que han pasado del umbral de la cortesía japonesa a la indignación ante la mentira de los grandes corporativos y de sus empleados los políticos en turno.  Son las mujeres quienes transmiten nuevamente la historia del desastre y la recomposición de la vida.

No deja de haber incertidumbre en el pequeño grupo de adolescentes que nos relatan cómo tuvieron que salir.  Ellas tienen dudas si quieren ser mamás o no. Saben bien que habiendo sufrido por muchos días la radiación, sus bebés pueden tener deformaciones irremediables.  – No sabemos si queremos formar una familia. Tenemos miedo.

En tanto, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, se reúne con los la prensa y los funcionarios encargados de llevar a cabo las olimpiadas en el 2020.  – Fukushima está superado.  Estamos listos para llevar a cabo las mejores olimpiadas de la historia. En efecto, la empresa “olimpiadas” es un negocio que no puede dejar de funcionar a pesar de la radioactividad. Por otra parte, Shinzo Abe quiere modificar la constitución – el artículo 9 – para poder armarse con un ejército y “poderse defender de posibles ataques externos”.

Regresamos a la ciudad de Fukushima sorprendidos por la devastación causada y admirados por la energía de los sobrevivientes que conocimos en los refugios. Andrey nos dice al bajar del autocar, “se parece tanto a lo que vi en Chernovil…” Yo me quedo pensando: se parece tanto a todo el mundo.

 [1] Con el nombre de “liquidadores” se les llamó a las más de 600 mil personas que laboraron en Chernovil para hacer la limpieza de la zona. En Japón se le llama “labor de limpieza” o “de-contaminación”.

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