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“Mucho dolor hay en estos dos años de Ayotzinapa”: Celso García Aristeo padre de Abel García Hernández

Yunuhen Rangel / Desinformémonos

Ciudad de México | Desinformémonos. Yo me llamo Celso García Aristeo, soy mixteco, nací en Tonalá, Ayutla de los Libres Guerrero, pero me vine a vivir a Tecuantepec que está situado en el Municipio de Tecoanapa, también en el estado de Guerrero donde conocí a María Micaela Hernández, mi esposa, a los catorce años. Desde entonces hemos estado juntos y procreamos a Jesús, Verónica, Edith y Oscar. A Jorge que se fue a Sonora a trabajar, a Estela y Abel que no están junto a nosotros.

Abel fue desaparecido, el 26 de septiembre de 2014, junto con varios de sus compañeros que estudiaban en la Normal Rural de Ayotzinapa. Estela, quien era un poco más chica que Abel, se mató pasando la festividad de todos santos, el 2 de noviembre de ese mismo año.

Nuestra vida antes de eso era tranquila, yo trabajando en el campo, sembrando el maíz, el frijol, la semilla de calabaza y la jamaica, nosotros comemos lo que cosechamos y si alcanza vendemos. También hago trabajos de albañilería. Mica, como le digo a mi esposa, vende algo de verdura en el pueblo.

Éramos felices, aunque luego uno no sabe bien porque se la pasa en el trabajo. Cuándo yo llegaba hablaba con mis hijos, frente a unas tortillas de mano hechas en la leña, casi no usamos gas, yo los escuchaba, los veía bien.

El dinerito, aunque es re difícil conseguirlo, alcanzó para que todos los hijos estudiaran, menos una que de plano no. Abel siempre quiso ser maestro, un maestro bilingüe que no hablara nomás nuestra lengua indígena sino también español.

La gente siempre dice que un maestro bilingüe gana bien y como no alcanzaba para mandar a los hijos a estudiar hasta a Chilpancingo, Abel jaló a Oscar, el más chico, también a estudiar a Ayotzinapa. Lo bueno es que al menos a uno de los dos no le pasó nada. Ahora Oscar anda junto a mí todo el tiempo buscando a su hermano.

Se quedaron rápido en la escuela después de hacer sus exámenes. Abel vino de visita cuando empezaba septiembre y nos platicó que es dura la disciplina en la normal, que no hay que fallar por que las reprimendas son duras. Contó que pasó frío en su mes de prueba, pero estaba contento.

Era martes, ya en la noche, el día que Abel se quiso regresar a la escuela, justo porque si no cumplía le iría duro, así nos dijo. Aún así yo le insistí en que no se fuera, que se esperara hasta el otro día. El martes es un mal día. El martes lo vi por última vez. Estoy seguro que fue martes el día que Estela se mató o al menos tengo la misma sensación del último martes que vi a Abel.

Y cuando uno sueña la noche previa al martes es peor. Una vez la vecina le insistió a su marido que fuera por leña y el no quería. Él le dijo que aún había suficiente para ese y el siguiente día, ella insistió. Él se fue al monte y al primer hachazo se cortó una pierna por accidente. Es que los martes más vale estar tranquilos.

Luego de que Abel se regresó a la escuela, ya no lo volvimos a ver. El 26 de septiembre llamó a Óscar para contarle que se iban en autobuses a México, que ya estaban subidos en ellos, que luego se comunicaba.

Por la noche le llamamos y ya no respondió.

Al medio día ya del 27 fue que supimos que había pasado algo con los muchachos. A mi me fue a buscar al campo un maestro, que me explicó que había ocurrido un incidente y que debía averiguar cómo está Abel.

Me regresé a la casa y le pedí a Óscar que llamara a la escuela, yo ni celular usaba. No contestaban. Mi yerno, Valentín, llegó y también dijo: Suegro, en serio algo pasó, si quiere yo voy a asomarme a la Normal y les llamo. Acepté y le puse algo de dinero para ir a la escuela que está a unas tres horas y media.

Ya por la noche supimos que Abel había desaparecido con otros muchachos. Que fueron atacados los camiones en los que iban. Que había algunos muertos. Que no se sabía más que eso.

Ahí pues ya perdí todo. A mi hijo, la cosecha de entonces y la de dos años en los que no hemos parado de andar de aquí para allá, buscándolos pues. Han sido dos años muy duros.

Despuesito de que Abel desapareció, mi hija Estela me pidió dinero para comprarse ropa, aunque yo siempre les decía a mis hijos que la ropa se usa hasta que de plano ya no sirve y que con algunas mudas tienes. Ella se enojó mucho e insistió, con mucho esfuerzo le di 800 pesos.

Pasaron los días y la muchacha no compraba nada. Yo andaba con la angustia de Abel, pero hablábamos con la hija, le insistí que me enseñara lo que se había comprado pero me decía nada.

Pasó todo un fin de semana, el lunes y un martes, estoy seguro que fue martes cuando Estela se enhierbó, se tomó un líquido que se usa para el campo. Era mucho. Se mató.

Yo no sé que pasó. La gente comenzó a murmurar que tenía un novio con el que se planeaba ir al norte, por eso me pidió dinero, pero como la mamá del muchacho no se los permitió, ella regresó sola a casa y del coraje o dolor mi hija se mató. No se si eso sea cierto, pero me falta mi hija, me falta Abel.

Mucho dolor hay en estos dos años.

El gobierno no quiere entregarnos a nuestros hijos. Una vez nos ofreció un millón, luego millón y medio, pero uno ni aún con la necesidad que tenemos aceptamos.

Vivimos del apoyo de la gente, de las organizaciones. Unos pueden mantener algo de su trabajo y consiguen un poquito de dinero pa’ andar de aquí para allá, otros reciben apoyo de sus familiares, pero otros como Aristeo están totalmente desamparados.

Así ha sido, y así sigue. Nuestro peregrinar, nuestra búsqueda en la que seguimos necesitando el apoyo de la gente. Porque son nuestros hijos. Porque duele, nos duelen mucho.

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