“43: La vida detrás de cada nombre”, Aldo Gutiérrez Solano

Tzuyuki Flores Romero

A mí no me da miedo la muerte, muerte es no hacer nada. Yo por eso la escuela, los partidos, porque hay que moverse. La muerte debe ser una explosión en la cabeza, luego un zumbido largo, infinito.

No nos apunten, no estamos armados. Es lo que siempre les decíamos a los uniformados, porque a los otros no puedes hablarles, esos nada más te tiran y ya, sin dejar que les hables, sin hablarte. Sí, me llamo Aldo, quiero decirles, ¿en dónde están mis compañeros?

Un día normal es de calor, de campo. A veces cuando vamos a jugar vemos camionetazas pasar en friega, buscando balazo, con tipos chuleándose a las muchachas, burlándose de las mujeres, de los niños, provocando a los hombres.

La gente en el pueblo está harta. Por donde quiera los ojetes causan desmadre. Mis hermanos se hacen de la vista gorda, nadie quiere desmadre. Yo por eso mejor la escuela, para ser alguien, trabajar con los chavitos. Y de todos modos mi ma lloró cuando le dije que me iba. Son dos horas y feria de camino, ma, de todos modos, estar aquí es lo mismo que morirse, si no sales de aquí no haces nada.

No nos apunten, no estamos armados. Pero nos bajaron a madrazos y uno ya sabe que esto es cuestión de resistir, como le hacemos todos los días allá, aguantar o la otra opción es esconderse, que de cualquier forma, no es garantía de seguir respirando. Y uno aguanta, trabaja y va a la escuela, hace boteo hasta que empiezan las detonaciones y pam pam pam pero a mí no me da miedo la muerte porque esa habita en mi pueblo y sus alrededores y allá no hay a quién arrimarse y tiiiiii un zumbido que no termina.

Calmados, no estamos armados, es más, somos de primero. Traigan una ambulancia, que hay un compañero que se está muriendo. Pero morirse es darle chance a los culeros, morirse es no opinar, morirse es dejarse escupir, dejarse violar, morirse es que te desplacen de tus tierras, morirse es ver cómo arrastran por el camino al compadre de tu papá o cómo el hermano de la mamá de tu vecino amanece en el campo, a punto de reventar como los perros muertos sobre la autopista, nomás que en vez de atropellado, baleado, y no poder hacer nada.

Mi papá no chistó. Anda vete, siempre haces lo que quieres. Eso pensaría pero no lo dijo, nomás me abrazó. Por la que siento más feo es por mi mamá, que llora sin sollozos, que llora sin gemidos porque uno de sus hijos se le va. Pero regreso, ma, no llore que se le sube el azúcar, a ver si el otro domingo vengo y me va a ver jugar. Cuando salga de la normal voy a dar clases y me la llevo de aquí. Y mi mamá no chista tampoco, sólo oigo el zumbido, largo, interminable. Mejor prendan la luz.

Un día común es de mucho calor, gente metida en su casa, niños que van a la escuela, los adolescentes ya menos, ya para qué, aquí creces rápido, aquí creen que estudiar los deja igual, aquí los que pueden, los que tienen, ni siquiera estudiaron, aquí es la ley no del más fuerte sino el del más ojete. Y yo quiero ayudar, ser alguien. Los chavos ya para qué, lo malo es que no les quedan muchas opciones. O uniformados o en la mierda que es casi lo mismo. Aquí sólo unirse a la comunitaria, o de maestros, que de cualquier forma no tienes garantía, aunque es bueno lucharle, no rendirse antes de tiempo.

Sigue el zumbido y esas personas que vienen y dicen mi nombre. Yo quiero saber dónde están todos, a dónde se los llevaron o si están aquí al lado mío, con las manos y los pies vendados, pero como está oscuro ni ellos ni yo sabemos, no nos damos cuenta que podemos estar juntos. Sigue el zumbido y esa gente que viene y me pica con el dedo en el pecho y yo les digo, que no, que me dejen. Pero ellos no me oyen. ¿En dónde están mis compañeros? Grito. Y sigue el zumbido. Que alguien me diga dónde están mis compañeros, dónde mis papás, mis hermanos, mi hermana. Por favor, que alguien prenda la luz.

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