El poeta de la ciudad perdida

Testimonio recogido por Jaime Quintana Guerrero en la Colonia Santo Domingo, Coyoacán. Fotografías: Lindsey Hoemann

Julián Tello, vecino de la colonia de Santo Domingo Coyoacán – ubicada en el sur de la Ciudad de México y conformada a partir de 1973, con la migración de miles de campesinos -, es conocido en el barrio por su forma de bailar, por su poesía, por ser jefe de obra y por vender libros en las afueras del Metro Universidad.

 

Yo vengo de Ciudad Mante, Tamaulipas. Nací en un ranchito pequeño, me crié en medio de la zafra de caña, levantando la cosecha y aprovechando el tiempo. Yo nací y un año después me llevaron a El Refugio, Querétaro. Por esto, me siento más queretano que tamaulipeco, aunque les debo pleitesía a los dos estados.

Nos salimos del pueblo porque fueron muchos años de sequía. En vez de darse la mazorca se daba molonquitos, que es una mazorca pequeña, y tuvimos que emigrar. Pasó la cosecha de temporal y nada; tienes que emigrar, buscarle, irte y apostarle al peligro sin saber a dónde vas, a la deriva.

Ya estando en Querétaro, en la comunidad Hércules, fui a estudiar. Caminaba catorce kilómetros, algunas personas pensaban que yo traía zapatos pero no, toda la parte de abajo del zapato no existía, también estaba descalzo. Son de las cosas que te hacen humano y maduro a través de los años y llegando a la Ciudad de México no pude estudiar, éramos una familia bastante grande éramos en la familia catorce hijos en Hércules. Sólo comía una vez en la tarde y me aguantaba el hambre con un membrillo con sal.

Toda mi niñez y parte de mi juventud la tengo en Querétaro, en ese lugar fuimos la primera generación que quisimos estudiar, pero no se pudo. Yo, como hijo mayor, ayudé en lo que pude a mis hermanos, ellos sí estudiaron. La vida es así y tenemos que salir adelante.

Por tantas dificultades que existen en nuestras comunidades, los provincianos emigramos a la Ciudad de México, con la esperanza de poder subsistir, establecernos y formar una familia en una de las tantas ciudades perdidas de ese tiempo, la colonia Santo Domingo Coyoacán.

Cuando llegamos al Distrito Federal, vivimos en la colonia Ruiz Cortínez. Todo era desierto, teníamos que atravesar todos los pedregales para ir al pueblo de San Ángel. Después, nos establecimos en la colonia Santo Domingo. El primer paso fue la lucha por un espacio donde vivir y, luego, por hacer las calles en la Colonia.

Cuando mis padres llegaron aquí, primero yo venía de vacaciones. Vine para la ciudad y me decepcioné mucho de ver a mi madre y padre haciendo todo el esfuerzo. Mi madre torteaba y mi padre picaba cantera a un lado de la calle del Imán cerca de Ciudad Universitaria. Cuando vi esto, dije “yo ya no estudio”, y me puse a trabajar. Mis hermanos crecieron, yo fui parte de su apoyo, ellos sacaron una carrera y un título con mucho esfuerzo. Mi padre después se fue a Veracruz a sembrar y allá se quedó.

Conocí a mi esposa Gregoria Gómez en el Refugio, Querétaro, después de que ella llego de San Rafael, San Luis Potosí. Somos una familia ahora, somos dos hombres, una mujer y dos nietos.

Un joven estudiante tiene un compromiso de sacar un título, una carrera, eso es un compromiso. Nosotros traemos la tradición tatuada, es una terapia, una medicina. La tradición se mama, no es un compromiso.

El baile es una terapia para mí, es una comunión entre mi cuerpo y mi alma. Por esto cuando bailo me transformo, me explayo, como decimos acá, es mi única manera de descanso. Y sí me canso cuando vamos a presentaciones de grupos o fiestas, en las que bailas por dos o tres días, diez horas al día. Un joven se me acerco hace tiempo y preguntó por qué no me canso.

Empezamos a bailar desde la dos de la tarde de un día y terminamos a las ocho de la noche del otro. Para nosotros los provincianos es sentir. Me convenció el baile y después vino la poesía.

Para ser poeta tienes que leer mucho y saber escribir poesía, yo aprendí la música y la poesía de manera autodidacta, de poetas arribeños.

Cuando me invitan a los fandangos a veces me quieren pagar, pero recibir dinero como paga es como pudrir la tradición, yo con esto no voy. Yo creo en la palabra popular que es pueblo, nadie es dueño de las tradiciones, de la cultura, de las raíces.

Tenemos que enseñarle a mucha gente que se adueñe de la vestimenta, somos bailadores tradicionales, es el amor a nuestro pueblo lo que nos mueve. Los aplausos son parte del reconocimiento, pero lo mejor es platicar con la gente.

Mucha gente no sabe qué es la tradición, la tradición es por ejemplo bailar con mucho respeto con tu pareja, el sombrero es parte cuando voy tocando mi sombrero es como si tocara a mi pareja de baile, sin necesidad de abrazarla o tocarla. El conectarme con su mirada, con el movimiento de su torso, me transformó y lo que existe es mucho respeto.

De la autoría de Julián Tello:

“Pedregal de Santo Domingo

producto de innovación

eres grande de vocación

beneficio de uno mismo

al despertar del mutismo

a mujeres, niños de pecho

veníamos todos derechos

a patrimonio estadía.

 

Lo veías y no lo creías

para mi familia techo

en esa erosión humana

de las formas de la historia

muy frescas tengo memoria

el andar de sed humana

marchamos en caravana

fuerzas de masas

y regionalismos de razas

septiembre protagonista

mil o dos mil paracaidistas

cenizas que esconden brazas

en la lava negra roca.

 

En mi andar un día llegué

apaciguando derrotas

con ilusiones rotas

llegué a la Ciudad Perdida

con fuerzas imperiosas

esperanzas revoltosas

de luchas desprotegidas

pues recordando ese lema

como doctrina de mapa

los pedregales son Zapata

son mapas estructurales”.

Publicado el 08 de julio de 2013

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