Desaparición forzada: la historia de una vida y el doloroso recuerdo del 68

Marcela Salas Cassani

México DF. En el marco de la presentación de la segunda edición de su novela Desaparición Forzada. Una refrescada de memoria, el economista de profesión y escritor oaxaqueño Rafael López Jiménez, habla en entrevista con Desinformémonos de las circunstancias que lo llevaron a unirse al movimiento estudiantil de 1968; de la represión en el México de los setenta; y de los motivos que lo llevaron a escribir este relato.

Rafael López comparte también con los lectores de Desinformémonos el primer capítulo de Desaparición Forzada, que puede ser descargado en el siguiente enlace.

Descarga el primer capítulo aquí

LEn mi pueblo, Ixcapa, Oaxaca, no había oportunidades para estudiar. La secundaria la terminé en Pinotepa Nacional, la única ciudad en donde había una secundaria en toda la región de la Costa Chica. Si uno quería estudiar, tenía que salir de la región. Por eso llegué a estudiar la preparatoria en el Distrito Federal, en la Vocacional número 7, que era la única de todas las escuelas vocacionales que tenía un programa piloto para la impartición de materias sociales.

Eso me permitió allegarme a diversas ideas políticas y enterarme de problemáticas sociales y económicas que existían en el país. En la voca 7 se hacían muchas actividades: había festivales culturales, conferencias, visitas de líderes obreros, estudiantiles, magisteriales. Allí escuché hablar por primera vez de los presos políticos, que estaban encarcelados acusados de “disolución social”. Además, nos enterábamos de los movimientos sociales de los ferrocarrileros, de la lucha magisterial, de la de los médicos, y de las huelgas que había en universidades de estados como Sonora, Tabasco y Michoacán donde, por supuesto, el gobierno ya estaba reprimiendo.

En 1968, yo estudiaba en la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional (IPN). EL 26 de julio, estábamos en las instalaciones de la universidad, celebrando el triunfo de la Revolución Cubana cuando llegaron al plantel estudiantes de esa y otras universidades que habían participado en una manifestación, y habían sido reprimidos. Eran compañeros de la Universidad de Chapingo, de la Escuela Normal Superior de Maestros, de la Facultad de Derecho y Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la Escuela de Filosofía y Letras y de algunas otras. Hubo mucha irritación entre nosotros por el nivel de represión que se estaba viviendo, porque no había respuesta a las demandas estudiantiles.

Mi participación en el movimiento consistió en repartir pancartas y manifiestos que nosotros mismos hacíamos, y en la organización de mítines. También hacíamos jornadas de brigadeo, para que la gente conociera las demandas de nuestro movimiento estudiantil. En realidad eran demandas muy concretas, y todas podían haber sido atendidas, pero el autoritarismo que privaba entonces no permitía el diálogo con el gobierno.

En los mítines y manifestaciones siempre corríamos riesgos. Estábamos conscientes de eso. Sabíamos que si agarraban a alguien se lo podían llevar preso. Cuando aparecían los azules (policías) los líderes del movimiento tomaban la palabra para pedir: “¡Qué no cunda el pánico!” Durante ese tiempo escuché esa frase infinidad de veces.

La represión del Estado fue subiendo de tono, hasta que ocurrió el caso extremo de la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco, que fue una firme demostración de lo que el gobierno autoritario era capaz de hacer. El cinismo y la impunidad llegó a tal grado, que incluso años después, el entonces ya ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien había ordenado y orquestado la represión del 68, declaró en una conferencia de prensa, después de haber sido nombrado embajador en España, que “estaba muy orgulloso de haber servido a su país, y que de lo que más orgulloso estaba era de lo del 68”.

Pasó el tiempo, seguí estudiando, terminé la carrera y me fui a vivir a Veracruz. Trabajaba como funcionario en una paraestatal tabacalera. Inesperadamente, un día de 1973 fui secuestrado por la policía. Claro, ellos dijeron que me aprehendieron, pero ni orden de aprehensión tenían. Una de las imputaciones que me hacían era por mi participación en el movimiento del 68, además de terrorismo y actividades guerrilleras.

Cuatro policías me subieron a un coche sin placas y me llevaron a la Procuraduría General de la República, en la Ciudad de México. Todo el camino tuve que soportar sus insultos y sus amenazas. Finalmente llegamos. Me llevaron a los separos que estaban en la calle de Clavijero y avenida Hidalgo, donde actualmente hay unas oficinas de la Secretaría de Hacienda. Y allí me torturaron durante siete días.

El primer día recibí toques eléctricos y golpes. El segundo día me asfixiaban a ratos con un trapo mojado, y recibí más golpes. Al tercer día ya “sólo” me golpearon. Querían que identificara a miembros de un grupo armado del cual, según ellos, yo formaba parte. Después me hablaron de guerrilleros, me pidieron que dijera si los conocía y me contaron que habían atentado contra una familia muy influyente de la Costa Chica de Oaxaca, en donde yo crecí. Pero yo no sabía nada.

Después de haber sido torturado física y mentalmente durante siete días, me llevaron con el entonces procurador de la República, Pedro Ojeda, quien me dijo: “Como usted sabrá, lo llamé a que viniera para pedirle una disculpa, quise hacerlo personalmente, porque desde que lo trajeron yo ya sabía que usted era inocente”. La policía se había comunicado con mi jefe, el director general de Tabacos México, donde trabajaba en Veracruz, y sabía ya que no tenía ninguna relación con grupos guerrilleros. Aún así, me detuvieron acusado de haber participado en el movimiento del 68 y me torturaron por espacio de una semana.

Pasaron nueve años antes de que pudiera escribir los apuntes de esta terrible experiencia, pero sentía una profunda necesidad de compartirla. Fue en unas vacaciones de semana santa, en la Costa Chica, cuando empecé a bosquejar y durante años acumulé información y fui estructurando todas las anotaciones, hasta que aquello se convirtió en una novela. Son experiencias muy dolorosas, si uno no las externa siguen torturando a pesar de que pasa el tiempo, asfixian.

Las bases sentadas por el movimiento estudiantil del 1968 han sido pilares fundamentales de la actual organización política de base en el país. Y, aunque muchos que formaron parte del movimiento terminaron en puestos políticos, el movimiento aportó una gran experiencia política a los jóvenes, y a la lucha por la democracia que desde ese momento nunca ha dejado de ser constante y continúa hasta ahora.

Sobre la relación del movimiento histórico del 68 y el surgimiento de un nuevo movimiento estudiantil en el 2012, el #YoSoy132, creo que ambos coinciden en poner de manifiesto esa inconformidad natural que existe en los jóvenes. En la historia podemos ver que son los inconformes quienes han cambiado el mundo.

Publicado el 15 de Octubre de 2012

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de cultura   Geografía   méxico  

Dejar una Respuesta