Enero cruel en estas tierras sin tierra, baldeadas de cemento. Enero de superpandemia, de variante desaforadamente contagiosa, de calor infrahumano, de mapa rojo oscuro que ubica a este trasero del mundo en la central más inflamada del planeta. Enero sin luz, enero oscuro. Cuando la temperatura letal vuelve a dejar desnuda la inacción corrupta del estado y las privatizadas. Que en treinta años ganaron a raudales e invirtieron con gotero. Y le plantan la oscuridad a los anónimos, a los desgraciados –los extirpados de toda gracia-, a los que se aguantan el infierno con la botella congelada y el ventiladorcito de pie. A los que no tienen aire, en franca competencia con el privilegio, que ostenta uno por habitación. Enero feroz, de comida cara, de inflación que atropella, cuando el acuerdo con el FMI parece ser el eje vital de este mundo. Y terminará de saquear el bolsillerío flaco de estas tierras sin tierra, sin árboles y con varias millonadas de almas apiladas en un milimetraje de territorio.
Enero terrible, enero de fuego. Con las pelopincho en las veredas del sur del conurbano, mientras salga agua de las canillas. Que la luz cuando se va se la lleva, para hacer más infiernazo el infiernito de acá.
Con los pibes quemándose los pies en el pavimento antes de meterse en la pile que es de la cuadra, porque en cada puertita del sur asoman diez familias que viven para adentro, con centenares de chicos apretados en casas internas apretadas en pueblos apretados uno tras otro, baldeados todos de cemento.
140.000 casos de covid por día y 40 grados sobre las cabezas no es calor y contagio. Es zoonosis y desastre climático. No es sólo empresas que no invierten y gobiernos que manejan las tarifas según su interés inmediato. Es la tierra cargada de gente sufriente, saqueada de árboles, devastada de incendios, hambreada por un sistema que le parcela la naturaleza, la destruye y la abandona, agujereada y rota, que le extrae la entraña y la deja morir.
Esta tierra es una zona de sacrificio. Este enero cruel es desasosiego de abajo y desatino y desprecio de arriba. Dice Darío Aranda: “en Argentina se arrasaron en un año 115.000 hectáreas (de árboles) en Santiago del Estero, Jujuy, Salta, Formosa y Chaco. Y en 2021 se incendiaron más de 300 mil hectáreas”.
No es el calor ni los cortes ni la pandemia. La zoonosis, el clima enfurecido y la energía insustentable son la consecuencia de un sistema que el capitalismo encontró como cómplice ideal.
En estas tierras sin tierra, baldeadas de cemento, las noches tienen la densidad de 29 grados a la hora de dormir. Y ya no importa si hay contagio y el otro paga la tos del vecino. Porque todo está pensado para el poder que desarbola y quema. Porque los trabajadores que son contacto estrecho tienen que ir a trabajar. Pero sólo es para los trabajadores. El resto, se aísla.
La impudicia de los que gobiernan para el poder real, el que no se mueve de su barrio cerrado, con lago de humedal, luz artificial de grupo electrógeno y aire hasta en el cuartito de atrás. Si es que hay cuartito de atrás.
Buenos Aires no llegaba a los 40 grados desde 1995 y a los 42 desde 1957, dicen los noticieros, buscando pruebas de que el infierno vive desde siempre. Como los pobres. Es decir, no hay responsables de nada.
En estas tierras sin tierra la gente arma sus pelopinchos en la vereda y el monstruaje de twitter dice que los negros se apropian del espacio público. Como los restaurantes, los bares, las agencias de autos y etcétera etcétera. Y no hacen feliz a nadie.
Un recolector de residuos se zambulló en la pile de una vereda de San Martín. Hacía 40 grados el martes y él levantaba basura. Pudo seguir un rato más con el agua en el cuerpo, peleándole al fuego de la siesta conurbana. Al fuego que hicieron otros, tan lejos y tan cerca.
En la zona de sacrificio. Inmensa, que nadie ve.
Fotos: Télam y Conurmaps
Publicado originalmente en Pelota de Trapo