Ciudad de México | Desinformémonos. Los cayucos que el Escuadrón Zapatista 421 llevó consigo durante la Travesía por la Vida hacia Europa son exhibidos hoy en el Museo Reina Sofía de Madrid, España, como parte de la sala «Otro mundo posible».
Estos cayucos, explica el Museo, «resumen las particularidades de la cosmovisión del movimiento revolucionario: el imaginario de los pueblos nativos, la resistencia desde la selva Lacandona y la lógica de comunidad».
Los tres cayucos fueron construidos por los zapatistas y llevados en el barco La Montaña, que en junio de 2021 trasladó al Escuadrón 421 a tierras europeas como inicio de la Gira por la Vida, en la que participaron cientos de indígenas de los pueblos de México para compartir sus experiencias de lucha contra el despojo territorial y cultural.
«El maíz, la vida en común, las escuelas o la milpa son también temas del imaginario de esas sociedades indígenas que se repiten en la iconografía zapatista y que encuentran su contrapunto, en la sala de exposición, en la representación bordada de la hidra capitalista elaborada por los insurgentes del EZLN», añade el Museo en su descripción.
A continuación la descripción de la sala por el Museo Reina Sofía:
La resistencia indígena se intensificó en América con la fundación del zapatismo, doctrina social y política que se convertiría en inspiración teórica para el movimiento altermundista. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) cobró carta de naturaleza el 1 de enero de 1994, cuando ocupó varias poblaciones en el Estado mexicano de Chiapas y leyó la Primera Declaración de la Selva Lacandona, texto que pretendía dar visibilidad a los pueblos nativos y cuya propuesta estaba clara: la lucha no debía centrarse solo en la defensa de la identidad, el territorio y los derechos de los aborígenes, o de valores como la democracia, la libertad y la justicia, sino también en el enfrentamiento a las políticas del neoliberalismo.
Coincidiendo con el 27º aniversario del levantamiento del EZLN, el 1 de enero de 2021 el movimiento zapatista publicó en sus redes una Declaración por la vida que suscribieron miles de organizaciones y personas de todo el mundo. En dicha proclama se anunciaba una gira zapatista por los cinco continentes: una travesía con la intención de escuchar, desde las diferencias, a todos los que luchan por la libertad y la justicia y que pretendía replicar, a la inversa, la ruta que quinientos años atrás emprendieron los conquistadores europeos.
En su travesía atlántica, a bordo del barco La Montaña viajaron tres cayucos, construidos por integrantes de las bases de apoyo y milicianos zapatistas. Resumen las particularidades de la cosmovisión del movimiento revolucionario: el imaginario de los pueblos nativos, la resistencia desde la selva Lacandona y la lógica de comunidad. El maíz, la vida en común, las escuelas o la milpa son también temas del imaginario de esas sociedades indígenas que se repiten en la iconografía zapatista y que encuentran su contrapunto, en la sala de exposición, en la representación bordada de la hidra capitalista elaborada por los insurgentes del EZLN. La incorporación de estas piezas a la colección del Museo Reina Sofía ha sido posible gracias a la generosidad de las comunidades zapatistas y a la mediación de los investigadores Natalia Arcos y Francisco de Parres.
Además, en este espacio se presenta una instalación del colectivo ruso Chto Delat? que vincula la actualidad del zapatismo con el centenario del comienzo de la Revolución rusa de 1917. El resultado es una obra postsoviética que indaga en la manera de vivir en armonía con la tierra o en el significado del lema «Para todos, todo. Para nosotros, nada», al tiempo que intenta dar respuesta a preguntas como estas: ¿Qué supondría trasladar a la actual Rusia una teología de la emancipación? ¿Cuál es el papel de la cultura en un proceso de liberación? ¿Cómo se puede construir una autonomía de las «buenas personas» en un mundo hostil?
Junto a la historia de dominación que impuso la conquista hace cinco siglos existe otra historia de resistencia protagonizada por comunidades que llevan el mismo tiempo sosteniendo formas de organización y dialécticas alternativas al razonamiento de la conquista y a la modernidad occidental; comunidades que han mantenido sus saberes, sus cuidados y sus formas de convivencia no extractivistas para que emerjan por los márgenes. Lo que Quijano llama «el regreso del futuro», aquello que se perdió y que vuelve, y Rita Segato, «el mundo-aldea», el que no desapareció pero se mantuvo escondido, discreto, para lograr sobrevivir, esperando el momento idóneo para resurgir.