«Yo, Patán; Memorias de un combatiente»

Manuel Cortés Iturrieta y Arnaldo Pérez Guerra

«Hay personajes que concentran en una sola experiencia de vida un crisol de existencias. Manuel Cortés Iturrieta, “Patán”, es uno de ellos. Fue miembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla del Che en Bolivia y, más tarde, como militante del Partido Socialista integró de modo destacado el dispositivo de seguridad del Presidente Salvador Allende, GAP. En esas funciones le correspondió ser “chofer 1” para el Comandante Fidel Castro Ruz durante su visita de Estado a Chile, y acompañar al Presidente Allende en varias de sus giras internacionales. El 11 de septiembre de 1973 combatió con las armas a los golpistas desde el Ministerio de Obras Públicas, a pasos de La Moneda. Posteriormente, luego de una temporada exiliado en México, se formó como oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba y, junto a decenas de otros internacionalistas chilenos, integró en Nicaragua las fuerzas del Frente Sur del FSLN. Entró a Managua liberada un cuarto para las ocho de la mañana del día 20 de julio de 1979 y no volvió a irse durante varios años, entregándose de lleno a la conformación y entrenamiento del Ejército Popular Sandinista.

La vida y combates de “Patán”, narrados aquí en primera persona con sencillez y pasión, son un testimonio imprescindible; aquellos con que han de escribirse los momentos más luminosos y dramáticos de nuestra historia».

MANUEL CORTÉS ITURRIETA, “Patán”. (Santiago de Chile, 1942).  Miembro del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla del Che en Bolivia. Integró de modo destacado el dispositivo de seguridad del Presidente Salvador Allende, GAP. “Chofer 1” para el Comandante Fidel Castro Ruz durante su visita de Estado a Chile. Combatió con las armas a los golpistas desde el Ministerio de Obras Públicas el día 11 de septiembre de 1973; Oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Integró en Nicaragua las fuerzas del Frente Sur del FSLN y más tarde puso a disposición del gobierno revolucionario su experiencia militar para la conformación y entrenamiento del Ejército Popular Sandinista».

ARNALDO PÉREZ GUERRA (Santiago de Chile, 1971) es licenciado en Historia por la Universidad de Chile, y ha trabajado como periodista y colaborador de medios de comunicación chilenos como Punto Final, Periódico Mapuche Azkintuwe, Web Liberación, entre otros.Ha publicado en medios internacionales como La Insignia, Rebelión, y Proceso. Formó parte entre los años 1987 y 2000 de movimientos revolucionarios y subversivos, y fue prisionero político en 1991 y 1996.

A continuación, con la autorización del autor publicamos el Capítulo XVII «Bajo la protección de México»:

BAJO LA PROTECCIÓN DE MÉXICO

Tras el golpe, muchos ingresamos a la embajada de México a solicitar asilo. A los que quedamos “quemados”[1], la dictadura no nos daba el salvoconducto. Decían que estábamos “diferidos”[2]. Nunca pudimos entender lo que realmente significaba, pero no nos lo daban, a pesar que había Convenios internacionales de asilo firmados entre México y Chile.

No podíamos salir de la embajada porque nos detenían y, a los “diferidos” simplemente nos matarían. Hubo momentos en que éramos trescientos, y hasta cuatrocientos asilados en la sede[3]. Madres con niños pequeños, personas mayores, jóvenes, etcétera. Yo le ayudé al “chico Lalo” -un cabro del GAP que era de Pudahuel-, a ingresar a la embajada a su mujer con cinco cabros chicos.

Había una marimba de cabros pelusas, maldadosos y mañosos para comer. Preparaban comida por turnos los que sabían cocinar mejor. Yo fui jefe de turno todos los días jueves. Había que llamar al almuerzo a las doce por orden de abecedario. Terminábamos como a las cinco o seis de la tarde. Era mucho trabajo y mucha demora…

Descubrí que todo se demoraba más a medida que entraban las mamás con los cabros chicos… Teníamos una mesa grande que, con unos alargues, hacía como cuarenta personas por turno, pero seguían quedando rezagadas las mamás con los cabros chicos. Le correspondía al siguiente turno y cada vez había menos cupos para llenar. Estaba lleno de niños y niñas que no querían comer[4].

Zorca, una de las hijas de Pedro Vuskovic -que fue ministro de Economía de Allende-, era Parvularia. Le propusimos hacer una especie de colegio para mantener a los niños, por lo menos toda la mañana, con alguna actividad. Le pedimos al administrador de la embajada[5] que nos trajera implementos: lápices, cartulinas, cuadernos, de todo. Y Zorca, toda la mañana, los entretenía… Un día le pregunté: -“¿A qué hora terminas las clases?”-“A mediodía, a las doce”, me dijo. Y yo: -“No sueltes a los cabros chicos, que las mamás no se los lleven, y me los traes formaditos y los metes al comedor. Con un grupo de voluntarios les vamos a dar la comida para que salgamos más rápido de esto…”. Y salimos temprano con todos los cabros chicos almorzados, y después todos los adultos. Los niños me decían “tío Patán”, todos me conocían… Teníamos unos diez ayudantes para treinta y cinco niños…

Se me ocurrió darles un tratamiento de shock. Les mostré un cuchillo grande y les dije: -“¡Ya! Todos los niñitos que pasan por aquí… ¡Se comen toda la comida, y rápido, rápido, rápido!… El que no se coma la comida rápido… ¡Le corto la pichula[6]!, ¿está claro?”. Ninguna mamá supo. La hija del ex director de Salud, el doctor Sergio Infante, tenía dos hijos. A uno rubiecito le llamábamos “Di Giorgio”, por un delincuente que había salido en las noticias, porque era muy malo, y María José, que debe haber tenido unos cuatro años. Ella me dijo: -“Tío Tatán… ¿Usted a mí no me corta la tolola?”. -“No mi amor, a ti no, pero a todos estos conchesumadre sí…”. Y se comieron todo en menos de quince minutos, y después con una manzana en la mano desfilando fuera. Había una puerta de corredera con espejos. Yo cerré la puerta, eché llave, y las mamás no podían ver nada… Cuando abrí la puerta, todos los niños salieron corriendo con su manzana en la mano, apurados. -“¿Cómo hiciste, Patán, para que los niños comieran tan rápido?”, me preguntaban. -“¿Ah?, pura psicología, psicología”. Así, con los cabros chicos arreglamos el problema, y salíamos a las dos y media o tres de la tarde, todo el mundo almorzado.

***

Antes de ingresar a la embajada, estuve clandestino, desde septiembre hasta noviembre; escondido en la casa de mi suegro; durmiendo en la calle, en la casa de la mamá de un amigo… Después descubrí que a mi amigo lo tenían preso en Calama y en cualquier momento le caerían a la casa…

Con algunos compañeros estuvimos tratando de contactarnos con dirigentes del PS, y era bastante difícil. Hasta que logramos dar con dirigentes del Comité Central de la Juventud y del Partido. Nos ofrecimos, en una casa de seguridad, a darles clases de manejo de armamento, chequeos y contra chequeos, de inteligencia y todo ese tipo de cosas. Pero estaban muy asustados. Los de la Juventud nos dijeron: -“No, ustedes son gente peligrosa, que ya está quemada, que se tiene que ir del país… Váyanse”. Y nosotros: -“No queremos irnos”. Total que empezamos a dar vueltas de una casa en otra…

Estuve donde un tío de mi mujer, militar, cerca de Avenida Larraín, en La Reina. Pero me estaba “regalando”[7] en la calle, tratando de hacer contactos o encontrarme con alguien del Partido. A veces no tenía donde dormir. Siempre andaba bien vestido y con un diario El Mercurio debajo del brazo, y mientras caminaba empezaba a echarle el ojo[8] a los sitios baldíos, eriazos, por Ñuñoa, y cuando estaba oscureciendo, de terno y corbata me metía a algún sitio baldío que previamente había mirado, y me escondía entre las matas y arbustos. Tiraba un cuerpo del diario en el suelo, y el otro cuerpo me lo ponía bajo la camisa. Al otro día, a las seis de la mañana, salía bien arregladito a caminar por las calles. Anduve dando vueltas sin contactos, apoyos y sin poder acercarme a mi familia.

Después, pude tomar contacto con Marcelo Schilling. Me dijo que estaba escondido en la casa del padre de una novia que tenía, Carmen Danyau, sobrina del general que fue comandante en jefe de la Fuerza Aérea: César Ruiz Danyau, que vivía por calle Amapolas. Me dijo: -“Vente conmigo”. Y estuvimos dos o tres días ahí. Luego, me contacté con el rucio “Ramón”, Víctor Olmedo, y estuve en un departamento en Ramón Cruz con Avenida Grecia, como diez días. Después, contacté con mi viejo y me llevé a Marcelo.

Me conecté con el cabro que me había metido en política, y que era de mi barrio: Germinal  Domínguez, el “Loro”, estudiante del Pedagógico. Él siempre había sido ELN clandestino, así que se podía mover. Me trajo un plan, un mapa para que me asilara en la embajada de Venezuela y me mandó un muchacho en un Fiat 600 para que nos viniera a buscar y nos metiera a la embajada. Pero la cuestión falló.

Me acuerdo que fue el 1 de noviembre. El muchacho llegó con Marcelo Schilling. Como era feriado estaba pelado, no había nadie, sólo los carabineros, que andaban hueviando con sus tanquetas.

Teníamos que caminar a pie unas dos cuadras para meternos a la embajada. Yo dije: -“Acá no nos metemos ni a palos. Yo no me meto”. Así que nos quedamos en el puente de la Plaza Pedro de Valdivia. Nos sentamos. Habíamos llegado a las siete de la mañana y como a las diez le digo a Marcelo: -“Caminemos, vamos caminando…”.

Estaban los pacos echando a toda la gente que estaba cerca de las rejas de la embajada. Atravieso al frente y me quedo en una bomba de bencina. Miré hacia atrás y estaba plagado de policías. Incluso había un chofer que fue de la escolta presidencial y que nos conocía. Era corpulento, nosotros le decíamos el “embajador”, porque era fantoche… Y me ve y se clava. En vez de correrme, me acerqué y lo encaré. Le dije: -“Hola compadre, ¿cómo estás? ¿Qué andas haciendo”. Me dice: -“Compadre, váyanse al tiro[9] porque desde los edificios están tomando fotografías, están ‘careando’”.

Atravesé hacia la embajada para ver si había alguna posibilidad de entrar, pero los pacos tenían la cagada con la gente. Seguí por la orilla de la vereda, y Marcelo caminando, miramos hacia atrás y en eso viene un taxi, lo hicimos parar y nos fuimos. Realmente no se podía entrar.

Después, le avisé al “Loro” lo sucedido y me indicó: -“En dos días más tengo una ‘entrada’ para la embajada de México, pero me tienes que hacer un favor, como ustedes son operativos, necesito que metan a dos más que no se atreven solos y más encima no conocen Santiago”.

Me mandó el mismo Fiat 600, que nos fue a dejar antes de las ocho de la mañana a la Rotonda Pérez Zujovic. Nos bajamos. Me había dicho que a unos cuatrocientos metros estaba la embajada. Pasamos por el frente y había dos carabineros. El plan decía que yo pasara de largo y que la casa del lado tenía rejas bajas, que me metiera a esa casa por la puerta del lado derecho que era la puerta de servicio, de las empleadas. Que pasara hasta la cocina que iba a dar inmediatamente a un patio y desde ahí saltáramos al patio de la embajada.

Así que eso hicimos. A las dos empleadas les dije: -“Quédense tranquilas, que no pasa nada”. Me puse simpático y entré a la Embajada a las ocho de la mañana del día 3 de noviembre del 1973[10]. Metí a Marcelo Schilling y a los dos compadres que había que ingresar. Uno venia de Coyhaique y estaba muy perdido.

Cuando entré a la embajada, inmediatamente me llevaron ante el capitán del ejército mexicano Mario Del Valle. Me preguntó por qué había entrado saltando el muro. Le dije que estaba en lista de fusilamientos, y le conté lo que yo había hecho durante el gobierno de Allende[11].

Anotó mis datos y me dijo que me quedara tranquilo, que él no me podía dar asilo, pero que enviaría la información por télex a México. Y que allá se vería si aceptaban asilarme, y que una vez aceptado me vendrían a buscar para llevarme a México… Y que me mantuviera lejos de las ventanas. A la semana, muy ceremonioso me llamó a su oficina. Me dijo que había salido la resolución y que yo estaba “bajo la protección de México”. El trámite siguiente era que ellos presentarían mis papeles en el Ministerio de Relaciones Exteriores y, según el Convenio, Chile estaba obligado a darme el salvoconducto para salir[12]

A la embajada entraban dos, cinco, diez personas al día, por distintos métodos. Entró gente de manera mucho más visible. Por ejemplo, unos jóvenes conocidos como Las Urracas, que eran del MIR, de Concepción… Como a las once de la mañana estábamos en la reja y aparecen dos tipos con cascos y una güincha grande de cincuenta metros midiendo la vereda, y con un tarrito con unos pinceles haciendo unas marcas… Había dos carabineros en la puerta de la embajada y ellos aparecieron midiendo la vereda. Y cuando la puerta de la embajada se abre entran corriendo y el huevón recogiendo hasta la güincha…

A otro cabro le pusimos el “Teléfono”. Era del PC. Muy moreno, negro. Le pusimos “Teléfono” porque resulta que a todas las piezas de la embajada les sacaron los muebles, estaban desocupadas para que la gente pudiera dormir. En la pieza que había sido del embajador dormían unas cuarenta personas, y justo cuando él llega se va un grupo de gente y quedan varios huecos libres, y entre esos huecos queda uno en la esquina del cuarto, donde antes hubo un velador y encima el teléfono del embajador. Todos los compañeros, como lo vieron negrito y sentado donde antes estaba el teléfono, lo miraban, hasta que  alguien dijo: -“¿Bah? ¿Llegó teléfono nuevo?”. Era negro como los teléfonos de esa época…

El Teléfono entró exhibiendo una tarjeta de la Sociedad de Escritores de Chile, y con dos montones de libros. Se presentó ante los carabineros y les dijo: -“Vengo de la Sociedad de Escritores de Chile, me han mandado a dejar estos libros, creo que son para gente que está aquí”. Y los carabineros llamaron al administrador de la embajada, que empieza a decir extrañado: -“…No, nosotros no…”. Nos dimos cuenta inmediatamente: -“Sí, sí, yo me acuerdo…”, y empezamos a decirle: -“Pase no más”. Y él pasó con los libros. Ya estaba adentro y los carabineros quedaron ¡plop![13]

Otro llegó con dos bandejas de locos -un molusco comestible- en los brazos. En la Plaza Baquedano, donde está el teatro de la Universidad de Chile, estaban los famosos establecimientos “Oriente”, de comida y banquetes. Como había gente de plata, mandaban a pedir comida. Él dijo que traía dos bandejas de locos a la embajada, desde el “Oriente”. Los pacos lo miraron y no le creyeron, pero llevaba los locos en las bandejas. Y empieza una discusión. Entonces, el muchacho le pega a un paco un bandejazo en la cara, y quedó el reguero de locos por todos lados, y nosotros abriendo la puerta para que pudiera entrar… y en cuclillas recogiendo todos los locos que pudimos[14]

Cuando llegó el oficio diciendo que éramos asilados bajo la protección del gobierno mexicano, la Embajada empezó a gestionar nuestros salvoconductos con el Ministerio de Relaciones Exteriores[15]. Pero el gobierno chileno empezó a negarlos a los ex funcionarios de gobierno de Allende. En realidad no era negarlos, sino que demorarlos. Nos ponían un timbre que decía “diferido”. El “diferido” mío duró hasta junio de 1974[16]. Entre los “diferidos” de la embajada de México estaban Pedro Vuskovic, Jaime Faivovich, Sergio Infante, Jaime Schatz, Armando Arancibia, Álvaro Covacevich, Jorge Chadwick, Jorge Ibarra, Luis Maira, Carlos Molina, Juan Vadell, y Agustín García[17].

Durante ese tiempo hicimos de todo, desde comida, pasando por juegos, hasta planes de fuga… Por lo menos, unas quince personas o más habían sido funcionarios importantes de la Unidad Popular: ex ministros, el ex director del Servicio Nacional de Salud, el ex subsecretario de Salud, el ex superintendente de Servicios Eléctricos, el ex de Impuestos Internos, etcétera… También estaba el “guatón” Chadwick, que no era nada, pero era muy simpático…

Había un montón de gente de la OIR, Oficina de Información y Radiodifusión de la Presidencia, y todos ellos figuraban como “diferidos”, además de los sobrevivientes del GAP… Se empezó a juntar y juntar gente. Llegó un momento en que habíamos setenta u ochenta diferidos. Todo el resto de la gente pasaba el periplo normal y al mes o mes y medio salía los días jueves en el avión de Aeroméxico, que se iba lleno.

Sólo nos fuimos quedando los “diferidos”. En mayo anunció un viaje el Secretario de Relaciones Exteriores de México. Venía a Chile y lo pusieron en todos los diarios, en la televisión. Era noticia importante, porque antes de él no había venido ninguna autoridad de ningún país, nadie. Los militares estaban felices. Empezaban a “abrirse las relaciones internacionales de la Junta Militar”. Eso decían las noticias. Emilio Rabasa estuvo dos días en Chile, firmó unos convenios de compra de urea a cambio del petróleo de México y con eso le logró sacar a Pinochet el salvoconducto para los setenta y un “diferidos” que esperábamos en la Embajada.

Así que el 2 de junio del 1974, viajamos en un avión con el Secretario, que era como Canciller o Ministro[18]. No sé si se reunió con Pinochet, pero me imagino que sí, con todo el boato, porque era el primer ministro de otro país que venía a “conversar con la Junta Militar y a hacer convenios económicos”. Como hizo el convenio a cambio de urea, entre las bromas de los exiliados estaba que a nosotros nos cambiaron por guano y que valía más el guano…

Salimos como a las diez de la mañana en tres buses en dirección al Aeropuerto de Cerrillos, con el Secretario Rabasa en uno de ellos, el capitán Jara en otro y el capitán Orlando Carrillo en el último, y adelante, con patrullas. Atrás dos convoyes de militares. Cuando nos bajaron nos hicieron prontuario. Estampar las huellas y todo eso, y al avión… Llegamos como a las once de la noche a México. Allá nos esperaba todo el mundo, porque iba Vuskovic, Faivovich y otros dirigentes de la UP… Y los pelusas del GAP…

Nos llevaron a un hotel. A las familias les asignaban departamentos. Los republicanos españoles donaron vales de setenta mil pesos -un poco más del sueldo mínimo-, para comprarnos ropa. Había quienes se fueron con lo puesto. A mí me regalaron seis blue jeans, seis camisas, seis calzoncillos y seis pares de calcetines… Nos trataban con mucho cariño. Al otro día, en la mañana, salía la noticia en todos los periódicos: -“México rompe relaciones con la dictadura militar chilena”.

Hubo muchas anécdotas en la Embajada. Anécdotas bonitas, porque era una forma de por lo menos mantener la cordura… Conversábamos, discutíamos de política, se hacían clases, actividades con los niños. Después, cuando pasa el tiempo, a los cinco meses, yo casi no dormía en la noche. Dormía de día. En la noche conversábamos, jodíamos, jugábamos a las cartas, escuchábamos Radio Moscú… Llegó un momento en que estábamos tan desesperados que veíamos que no habría salida, que íbamos a pasar ahí un año, dos años en la embajada… Y preparamos descabellados planes de fuga.

Al embajador Martínez Corbalá[19] le regalaron un libro que era un compendio de los Mapas de Chile, porque había asistido a la inauguración del Instituto Geográfico Militar. Estaba casi todo Chile en mapas de 1:150.000, y empezamos ahí a mirar los distintos pasos para salir hacia Argentina y Bolivia. Había un periodista y fotógrafo, el “Pancho”, que logró entrar una máquina fotográfica Exakta, alemana. Con el foco fabriqué una ampliadora con unos tarros de leche y un palo de escoba. Con la ampliadora empezamos a fotografiar la documentación, la del viejo Vuskovic -que estaba escribiendo como loco-, y a reducirlas a micro punto. Poníamos en una pared cuatro hojas y quedaba en el negativo un puntito. Ese negativo lo dejábamos en cualquier parte pegado, y así sacábamos la documentación…

Después, hicimos contacto con el Partido. Resultó que todos los días pasaba un camión de retiro de la basura, a sacar cuatro, seis, ocho tarros de doscientos litros. Uno de los basureros era socialista. Alguien lo reconoció y en uno de los tarros dejábamos la documentación, pegada al borde interior. Él tomaba el tarro con su mano, tapando la documentación y así nadie se daba cuenta. También nos hacían llegar informes y documentación desde el exterior de esa forma.

Hicimos hartas cosas y, siguiendo con el plan de fuga, preparamos ropa… Había que pasar la cordillera de Los Andes a pie. Contactamos con gente de Puente Alto que trasladó a algunos a pie. Demorabas cinco días en llegar a Argentina. Yo me dediqué a hacer un cordel, una soga. La parte de delante de la embajada estaba llena de matas de pita. Empecé a cortar la pita, a macerarla, secarla, sacar la fibra y hacer un cordel de media pulgada, de tres hebras, torcido. Un cordel de doce metros de largo. Empezamos a cuadrar todo para salir. Y en eso vino el Secretario de Relaciones Exteriores de México y consiguió sacarnos. Pero no nos quedamos nunca quietos.

La parte de atrás colindaba por el patio con el Club de Golf. Había unas rejas y, por ahí, alguna gente intentaba saltar hacia la embajada, pero Investigaciones puso dos camionetas en el Club para cazarlos… Se metían por las rejas de Avenida Kennedy y tenían que atravesar por el medio del campo de golf, y ahí los detenían… Un día, como a las seis de la tarde, sentimos una gritadera. Viejas y huevones gritando, y salimos corriendo al patio a ver qué sucedía. Había un tipo de Concepción, que logró llegar hasta la reja, y cuando estaba saltando se le doblo una mano y se ensartó una púa en el estómago. Los de adentro lo tiraban mientras los policías se colgaban de sus pies y lo tironeaban hacia afuera. Y todo a chuchadas. Hasta que lo soltaron. Lo logramos coger en el aire, lo desensartamos y lo metimos dentro. Le pusimos “el Anticucho”. Llegó ensartado en un fierro. Tuvimos que tomar las cosas en broma, era parte de nuestra salud mental… Si lo echabas a la tragedia, te morías.

Nuestros familiares intentaban acercarse a la embajada para tener noticias, pero había un carabinero que les disparaba balazos por la cabeza. También había gente buena… Ideamos un plan para que la gente se acercara y pudieran conversar, y los que querían asilarse tuvieran una hora donde sí podía ser factible, a pesar de la vigilancia… Cambiamos la actitud y pusimos a cuatro compañeros buenos para conversar, simpáticos, a que se hicieran “amigos” de los carabineros. A las cuatro o cinco de la tarde, les decían a los carabineros: -“¿Un tecito, un cafecito, compañeros?”. Y les traían una bandeja con sándwiches, té o café, y como estaban en la calle y al ladito adentro había una casetita, entraban y cerrábamos la puerta “para que no los vayan a ver que están tomando onces, porque no pueden”. Ahí, la puerta era nuestra y podíamos ingresar a cualquiera…

Un día, me enteré que el administrador tenía una camioneta que estaba mala, y le dije: -“Yo se la arreglo”. Y me puse a trabajar, a arreglarle el tren delantero, y a inventar cosas: -“Necesito soldar esto… Necesito soldar… Necesito una soldadora”, y le daba la dirección: -“Vaya donde este caballero y dígale por favor que traiga la soldadora, que traiga las cosas”. Lo mandé donde mi papá. Le pasé un papelito, donde le mandaba decir a mi papá que trajera dos garrafas de chicha… Al “guatón” Chadwick le entramos una caja de pisco; él tenía plata…

Ocurrieron muchas anécdotas. Una vez, un paco nuevito, lo mandaron que hiciera guardia atrás. Lo dejaron por el patio a diez pasos de la reja que daba al Club de Golf. Los huevones malos empezaron a decirle que mostrara el fusil, y él empezó a desarmarlo, y cuando lo tenía desarmado, se fueron y lo dejaron solo. Eran las siete de la tarde y venía el cambio de guardia, y el paco lloraba tratando de armar el fusil y no podía. No sabía hacerlo. A última hora fuimos a armárselo y le dijimos: -“Ya huevón, ándate…”.

Ese tiempo fue bonito y triste… Triste pero bonito…

En la embajada estaba el abogado socialista Jaime Faivovich Waisbluth, ex Intendente de Santiago. Se le declaró un cáncer. Tenía un lunar negro en la espalda y otro en la frente. Se ponía todos los días a hacer ejercicio en el patio, y con el sol, se le activaron. Fue cosa de un mes y medio. Los mexicanos lo iban a llevar a una clínica. Los militares no aceptaron. Era de vida o muerte, pero tenía que ir al Hospital Militar a operarse. Ahí lo torturaron psicológicamente. Él nos contó después… Los mexicanos se las pusieron duras y les dijeron que no lo podían tocar, pero llegaban a su lado a dejarle una pistola en la cama y decirle: -“¡Mátate, huevón!… De aquí no vas a salir vivo”. Y él aguantó, hasta que lo operaron. Demoró como quince días. Ese viejo era bien divertido. Salía al patio a hacer gimnasia. Le sacaron los ganglios, algo así… Y salía en la mañana y se ponía a andar con pasitos cortos. Había una pequeña rotonda adentro del patio y ahí se instalaba. Estaban casi todos durmiendo cuando aparecía. Yo me ponía en la ventana a hacer pesas. Y decía: -“¡Miren al viejo ‘Faivoviche’, se va a ‘echar el pollo’[20], va a volar, va a volar! Está calentando motores, va a volar, está aleteando, va a emprender el vuelo…”. El viejo caminaba y empezaba a mover los brazos como aleteando. -“¡Va a volar, está calentado motores!”. Y todos adentro muertos de la risa, y yo transmitiendo como en la radio: -“Sigue carreteando, dos vueltas más, ahora sí se va, se va, se va… No se fue”. El viejo no tenía idea por qué estaban todos muriéndose de la risa.

Un cabro del MIR, de Concepción, venía muy mal cuando llegó. Se sentía perseguido y desconfiaba de todo el mundo. Le hablabas dos palabras y le hacías una pregunta, y ya se ponía saltón. No dormía nada. En las noches, siempre estaba en un rincón, en una esquina escondido, mirando. Andaba con un terno negro y camisa negra. Te lo encontrabas a boca de jarro en la oscuridad. Y le pusieron “el Zorro”, por la serie de televisión mexicana… Todo el mundo estaba rayado de alguna manera, hasta los viejos…

Como yo era más o menos de confianza y de seguridad conocía algo, me llamó a su oficina el capitán Orlando Carrillo. Me dijo que había recibido información que los militares golpistas habían apostado a francotiradores casi frente a la embajada, en unos edificios en construcción… Que les habían dado el dato que querían matar a Vuskovic y a Faivovich… Después les llegó otra información, que los militares estaban en realidad preparando un asalto, para secuestrarlos. -“Ante eso… -me dijo, mientras abría un closet donde guardaba armas-…Mira, acá hay seis UZI. Yo y el capitán Jara no podremos solos, pero con ustedes sí. Necesito que te pongas a cargo de seis hombres. Y cuando pase cualquier cosa aquí está el armamento…”. No pasó nunca nada, pero pusimos un vigía en el techo con un binocular que él nos facilitó para mirar al frente y buscar a los francotiradores.

***

Una vez a la semana partía un avión con asilados que podían salir. De repente, vuelve el capitán bajando del bus con Sergio Maurín envuelto en la bandera mexicana. Lo traía en brazos como a un bebé. Se habían equivocado y no estaba en la lista. Se logró escabullir y el capitán lo envolvió en la bandera mexicana y se lo trajo de vuelta porque si se lo quitan hasta ahí no más llega. Él juraba que lo habían nombrado. Se salvó…

Cuando los “diferidos” llegamos a México, el gobierno del presidente Luis Echeverría Álvarez rompió relaciones con Chile. Y nosotros nos empezamos a organizar. Del Fondo de Cultura Económica, le pasaron a Vuskovic una cantidad de dinero para que instaláramos una Casa de solidaridad con Chile, que fuera realmente la embajada de los chilenos en el exilio.

Llegamos a México unos siete u ocho mil chilenos. Pedro Vuskovic y otros más, incluyendo a Hugo Miranda Ramírez, que había sido senador del Partido Radical, nos pusimos a conformar la Casa de Chile. Miranda salió en 1975 exiliado a Venezuela y de allí pasó a México, invitado por el gobierno, y finalmente se radicó. Llegó a ser el director de la Casa de Chile.

Nos pusimos a trabajar en seguridad, cuidando la casa y a todos los que habían sido altos funcionarios del gobierno de Allende. Hicimos un equipo de seguridad, con ex GAP, principalmente. Los cuidábamos a ellos y a sus familias.

Encontramos una casa en una calle que se llamaba “De Insurgente Sur”. Era una casa inmensa de tres pisos, de piedra. Abajo tenía subterráneos. Y armamos la Casa de Chile[21], con biblioteca, sala de cine con capacidad para ciento veinte butacas, equipos de fotografía de última generación, las primeras fotocopiadoras, todo eso. Así que teníamos una infraestructura para hacer de todo: propaganda, libros -salieron varios de economía, poesía, testimonios, veinte mil cosas-.

En el año 1974, en Helsinki, se había hecho el primer tribunal para juzgar los crímenes de la junta militar chilena. Al año siguiente, el segundo tribunal se realizó en México. Tuvimos que trabajar en grande. Llegaron muchos chilenos desde diferentes países, todos dirigentes exiliados. Justo antes pasó por México un avión LAN, con el Ministro de Relaciones Exteriores, el vicealmirante Ismael Huerta Díaz, que fue reemplazado después por el vicealmirante Patricio Carvajal. Huerta se dirigía a las Naciones Unidas, como Delegado de la Junta Militar a exponer que en Chile no se violaban los derechos humanos, que no había detenidos desaparecidos ni ejecutados… Y dejó en México a un montón de agentes de la DINA que lo acompañaban. Su misión era asesinar a los ex líderes de la Unidad Popular, entre ellos a Carlos Altamirano Orrego, Clodomiro Almeyda Medina, Volodia Teiteilboim Volosky, Anselmo Sule Candia y José Cademartori Invernizzi, y a todos los que pudieran…

Nosotros vigilamos a esos agentes y les dimos seguridad a los ex dirigentes de la UP. En México existía en ese entonces el “policía adjunto”. Cualquier empresa te hacía un contrato como “policía adjunto”. Con ese contrato ibas a la Policía y te anotaban, te daban una chapa y el permiso para portar armas. Nosotros comprábamos las chapas y los “catutos”[22], muy rápido. Andábamos todos “acatutados” en México, persiguiendo a los agentes de la DINA. Les hicimos el seguimiento a la coreana, pegados a sus talones, para que sintieran que no se podían mover a sus anchas. Más no podíamos hacer; sólo inhibirlos. Finalmente, no pudieron hacer nada. El tribunal contra la dictadura sesionó en el Hotel Camino Real. Participaron ex prisioneros políticos, exiliados, familiares de víctimas, gente que había sido torturada brutalmente. Participaron juristas de todo el mundo. Se distribuyeron resúmenes de los alegatos y testimonios. Esa fue la tarea más relevante que hicimos en México.

***

Y los militantes socialistas que estábamos en México comenzamos a analizar la situación política chilena, a hacernos preguntas: ¿Por qué se había producido un golpe? ¿Qué conclusiones podíamos sacar? ¿Cuáles fueron los errores? ¿Qué había que hacer ahora? Para nosotros no era una derrota, había que seguir peleando…

Me acuerdo que hicimos un Pleno. No teníamos derecho estatutario, pero lo hicimos igual. Y sacamos un tremendo documento, crítico total. Nombramos una nueva dirección elegida. Como presidente votamos a Pedro Gastón Pascal Allende, arquitecto, militante muy centrado y muy derecho. Un gran amigo. En la dirección también quedó el “negro” Sergio Maurín Urzúa, quien fue gerente de Editorial Quimantú…

Éramos como trescientos militantes activos del PS y la Casa de Chile, nuestra sede. Incluso, en uno de los subterráneos que tenía unas murallas de piedra gruesa, camuflé la entrada y montamos un campo de tiro… A los tres meses llegaron desde la RDA el “huaso” Calderón, Alejandro Giliberto y Adonis Sepúlveda, también de la Comisión Política.

La dirección del Partido había decidido intervenir nuestra seccional en México. No les había gustado lo que habíamos hecho ni nuestro documento. Y nos intervinieron, pero quedó la embarrada en el subterráneo. Una pelea gigantesca… El viejo Adonis salió por el pasillo dándole “guatazos”[23] a todos. Como yo estaba de seguridad, me paré en medio y el viejo me quiso pegar un “guatazo”. Yo lo vi venir y me quedé rígido… Y rebotó y se cayó de espaldas, mientras el “huaso” Calderón arrancaba por el pasillo. Desaparecieron… Ese fue el primer palo que nos pegaron y que nos demostró que las cosas venían cambiando…

[1] En este contexto el vocablo es usado con el sentido de quedar al descubierto, visible o fácil de ubicar. Indica también la pérdida de la calidad de clandestino.

[2] En “Abrir la casa. México y los asilados políticos chilenos”, de Gabriela Díaz Prieto, se relata: “Guiada por la arbitrariedad, el 6 de febrero de 1974 la Junta Militar entregó una circular a la embajada donde pedía una lista de las personas asiladas en la sede diplomática hasta esa fecha. A aquellos que ingresaran posteriormente no se les otorgaría salvoconducto; tendrían que salir de Chile ‘cumpliendo los trámites normales para la obtención de pasaporte’. La respuesta de Tlatelolco fue categórica: México seguiría tratando todos los casos de asilo presentados antes y después del 6 de febrero con estricto apego a la Convención de Montevideo, confiando en el cumplimiento chileno de sus obligaciones internacionales. Sin embargo, desde principios de octubre de 1973, la Junta Militar había establecido que un grupo de 120 personas tenían cargos pendientes con la justicia, por lo que se les negarían los salvoconductos. Este grupo de ‘diferidos’, como se les llamó, ministros y gobernadores –que después llegaron a tener una participación notoria en la dirección de las organizaciones del exilio chileno-, pasó ocho meses dentro de la embajada mexicana. (…) En marzo de 1974 un boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores chileno indicaba el deseo del gobierno de Pinochet de ‘deshacerse de los elementos indeseables encontrados en las embajadas como asilados diferidos’. El nuevo recurso propuesto por la Junta fue otorgar los salvoconductos a cambio del compromiso de México, una vez que estuvieran en territorio mexicano, de extraditarlos. Solución que México tampoco aceptó. Para abril, el exilio chileno organizado en el exterior consiguió que se planteara en Europa como uno de los requisitos para conceder la renegociación de la deuda externa chilena, la entrega de los salvoconductos a los 120 diferidos. El gobierno militar se vio presionado al punto que el secretario de Relaciones Exteriores de México, Emilio Rabasa, viajó a fines de mayo a Chile a ‘negociar’ los salvoconductos, y finalmente, el 2 de junio de 1974 un avión trasladó a México al último contingente de asilados (…)”.

[3] México contaba con dos casas en Santiago: la cancillería u oficina de la embajada, situada en la calle de Pérez Valenzuela, y la residencia del embajador, ubicada en Américo Vespucio. Ambos inmuebles, de cuatro y cinco recámaras respectivamente, fueron habilitados para dar cabida hasta a 400 asilados al mismo tiempo.

[4] “Fue un tiempo de niños saltando y gente en la escalera que desquiciaba a los adultos, quienes sólo hallaban refugio encerrándose en el baño a leer. De padres que reclamaban la custodia de sus hijos para que la madre no los sacara de Chile. Fue un tiempo de rumbo perdido y desencanto devastador: todos deprimidos, irritables. De convivencia complicada, sin privacía, con el sentido de las cosas transfigurado. De riñas, porque no había comentarios inocentes, con escasos espacios para tolerar. Un tiempo de colas para bañarse, para obsesionarse con la telecomedia mexicana, para apostar cigarros que posteriormente serían redistribuidos, mientras se jugaba la versión mexicana del pócker. Hubo un tiempo balsámico para la lectura, había buena biblioteca, sobre todo con publicaciones del Fondo de Cultura Económica. Tiempo de discrepancias, pero también  un tiempo donde se hicieron amistades entrañables. Tiempo para encontrar la manera de hacer llegar un pastel y festejar un cumpleaños 25. Tiempo para agruparse a conversar sobre la experiencia de los mil días de Allende, los principales errores, los primeros balances políticos de la derrota. Tiempo de búsqueda de explicaciones. Tiempo de incomunicación que convirtió a las visitas en rituales: mirar desde la ventana al padre pasar, devoto e incesante, cada domingo, cuatro de la tarde por la vereda central”. (Gabriela Díaz Prieto).

[5] “La actitud del embajador y los funcionarios fue valiente. La imagen ‘salvadora’ de Martínez Corbalá persiste en la memoria de los asilados, a pesar de su muy corta estancia en la embajada, pues regresó definitivamente a México a principios de octubre de 1973. Al frente de la misión quedó el encargado de negocios Miguel González Taush (…) Mayor contacto establecieron los asilados con el capitán Orlando Carrillo Olea y el capitán Mario del Valle, cuyas relaciones cordiales no olvidan. Varios asilados recuerdan como uno de ellos salvó de los golpistas a Sergio Maurín, director de la Editorial Quimantú, ‘envolviéndolo en la bandera mexicana como un tamal’, para garantizar su ingreso a la Embajada” (Gabriela Díaz Prieto).

[6] Vocablo del habla vulgar de Chile que refiere al pene.

[7] En este contexto, la palabra se usa en el sentido de exponerse sin tomar resguardo alguno para su seguridad, lo que implica un regalo para los aparatos represivos.

[8] Frase coloquial que significa buscar con cuidado o mirar atentamente.

[9] Frase coloquial que significa rápido o inmediatamente.

[10] “El enorme flujo de chilenos que acudió a la embajada durante los primeros días y la solidaridad mexicana exasperaron a los golpistas, quienes se encargaron de dificultar el acceso a la sede diplomática. Además de sitiarla, corrían rumores de que sería allanada. La noche del 14 de septiembre, estando la familia Allende asilada, dos carabineros ingresaron y con armas amenazaron al embajador Martínez Corbalá. En la banqueta mataron a dos jóvenes, cuyos cadáveres dejaron toda la noche para atemorizar a los asilados. En adelante, el cerco de carabineros y militares velaría la embajada. Entrar se convirtió en una empresa de ingenio y audacia. En los casos críticos, como el del entonces diputado Luis Maira, el embajador tomó una conducta activa; personalmente gestionó su ingreso a la embajada en colaboración con el cardenal Raúl Silva Henríquez. Maquillado, bigote incipiente, menos peso, otro color de pelo y pantalones de ‘pata de elefante’, apostaron a que pasara por hijo del embajador. Llegó en automóvil, acompañado por el agregado militar de la Embajada. ‘Entramos conversando informalmente, yo venía hablando como mexicano, o sea, como Cantinflas’ (Luis Maira).Un buen número ingresó por cuenta propia, subrepticiamente. Una madre y sus hijas uniformadas para el colegio se colaron mientras llegaba el camión de la basura. Otro más saltó la barda; al atorarse en un árbol se rompió el pantalón que tendría que usar varias semanas. Desde el interior, los amigos hacían señas para indicar el momento propicio, o estrechaban sus manos para facilitar el ingreso o para jalarlos de las manos de los carabineros. También se llegó pasando por la casa vecina, ayudados por la empleada doméstica, quien también terminó saltando al jardín mexicano”. (Gabriela Díaz Prieto).

[11] “La persecución política los obligó a buscar asilo. Llegaban desde la clandestinidad, de haber experimentado cortos periodos de detención -algunos en el Estadio Nacional- espantados por los interrogatorios e incluso por las torturas. Venían dejando sus casas allanadas, con órdenes de detención o fusilamiento o con terror por una persecución implacable. Acudían expulsados del trabajo y las universidades, pero a pesar de ello vivían contradictoriamente aquellos días donde la tranquilizante sensación que daba estar en la sede diplomática se cruzaba con el sentimiento de pérdida”. (Gabriela Díaz Prieto).

[12] “Pero el asilo no se limitó a las invitaciones especiales. La embajada abrió sus puertas y comenzó a otorgar asilo a todos los que llegaron a la misión diplomática y lo solicitaron. El único trámite exigido fue contestar un cuestionario. ‘La casa llena’ era una situación completamente inédita; no había experiencia a la cual recurrir. El personal estaba preocupado por no saber cómo determinar quién estaba en serio peligro y quién no. Una de las prioridades fue establecer un criterio de selección en la toma de decisiones. En un primer cuestionario se les preguntó el motivo por el cual solicitaban el asilo y por qué a México. En sus memorias, a 25 años de distancia, el ex embajador Gonzalo Martínez Corbalá admite que aquel criterio para calificar el peligro en que se hallaban los solicitantes pudo haber sido formulado apresuradamente, sin mayores averiguaciones. ‘Yo en ningún caso rechacé el asilo. Sabía que podía equivocarme, pudiera ser que ellos estuvieran exagerando el peligro a su vida o libertad. Preferí equivocarme (…) y no exponerlos y regresarlos a la calle, así que todos los que entraron a la embajada vinieron a México’”. (Gabriela Díaz Prieto).

[13] “No daban las seis de la mañana y ya estaban detrás de la puerta, esperando buenas noticias en los diarios. Luego el café y el cigarro para quemar la pena y la pérdida, minutos de otro día igual. Los mismos asilados crearon un gobierno para el aseo, la cocina, el cuidado de los niños y la resolución de conflictos. Organizados en equipos, trabajaban por turnos; si tocaba cocina había que prepararlo todo. Los alimentos, financiados por la embajada, llegaban en canastos a la puerta. El menú era una variación de los mismos huevos, pollo, fideos y tomate. A pesar del cerco militar, nunca faltó comida, aunque el reparto no siempre fue fácil. Después de cocinar, servir y lavar para centenares, había quien perdía el apetito; para otros fue la oportunidad de entrar a una cocina y descubrir nuevos goces”. (Gabriela Díaz Prieto).

[14] “En la calle Américo Vespucio, cinco recámaras, pasillos, escaleras y garaje alojaban a un enorme contingente. El tiempo de espera para abandonar el país variaba desde un par de días hasta varios meses. Hombro con hombro se dormía en el piso, con lo más, medio colchón o una bolsa de dormir; no había sábanas. Los ‘jerarcas’ -cautivos por meses- contaban con una recámara y una pequeña sala. Había habitaciones dispuestas para parejas. Arriba quedaban ‘los búfalos’, reconocidos por el olor que emanaba aquel cuarto encerrado. Cuando fue necesario, se habilitó la oficina del télex como sala de parto, entró el notario a casar a unos novios, y algunos médicos especialistas para hacer diagnósticos”. (Gabriela Díaz Prieto).

[15] “En los bandos militares transmitidos antes del mediodía del 11 de septiembre se anunció el toque de queda en todo el país. Cortaron las líneas de teléfono, télex y telégrafo, la embajada de México quedó incomunicada. ‘Nadie se pudo asilar en las primeras veinticuatro horas, pero levantado el toque de queda al día siguiente, a las siete de la mañana, inmediatamente comenzaron a llegar solicitantes de asilo. Para cuando recibí de México el primer télex, ordenándome dar protección a la familia de Allende, ya tenía 400 personas dentro de la cancillería y la residencia’ (Gonzalo Martínez Corbalá). El gobierno de México extendió invitaciones de asilo a ciertas personalidades. Así fue como el embajador personalmente recogió a la viuda de Allende con sus hijas y nietos, y buscó a Hugo Miranda para convencerlo de aceptar el asilo. ‘Entre las instrucciones que yo llevaba, que eran muy concretas, estaba la de invitar a Pablo Neruda para que viniera a México. El lunes 22, en vez de acompañarlo a México, lo acompañamos a sepultarlo en una mañana lluviosa, muy fría, en donde había un ambiente dramático’. La misma invitación se extendió al general Prats para que dejara Buenos Aires y se viniera a México, ‘todavía conservo una carta de él que le traje al presidente en la que considera que no corre ningún peligro’”. (Gabriela Díaz Prieto).

[16]  “Para 1974 se diseñó una nueva versión de solicitud de asilo en colaboración con los propios asilados chilenos. El nuevo formato planteaba un cambio importante en la dirección del cuestionario. La participación política era un requisito indispensable, por lo tanto se ahondó en las preguntas sobre la filiación política y trayectoria laboral, la vinculación con el gobierno de Allende, las personas con las que estuvieron relacionadas en su actividad política y los antecedentes penales. Esto se debió en parte a la preocupación de los funcionarios de la embajada y de los mismos asilados de que se infiltrara en la residencia algún informante o persona que no estuviera realmente en peligro. Para México, el reconocimiento político entre los chilenos se convirtió en un requisito muy importante para el otorgamiento del asilo”. (Gabriela Díaz Prieto).

[17]  “(…) El segundo contingente de chilenos que llegó a México en marzo y mayo de 1975, integrado por los 163 presos políticos que fueron liberados por la Junta Militar y que fueron trasladados a México. (…) Podría conjeturarse que el exilio chileno en México abarcó entre 6.000 y 8.000 personas”. (Gabriela Díaz Prieto).

[18] “Aeroméxico y Canadian Pacific entramaron un puente aéreo entre Santiago y la ciudad de México. El flujo fue constante durante los cuatro meses que siguieron al golpe, cuando viajaron  636 personas (88% del total de asilados). Molesto con la política mexicana y la ausencia de un embajador, el ministro del Exterior de Chile, el vicealmirante Ismael Huerta, calificó de ‘extremadamente rígida’ la posición mexicana frente al gobierno de Chile y criticó el hecho de que la embajada mexicana tuviera las puertas abiertas ‘para mantener problemas indefinidamente’, en consecuencia restringió el otorgamiento de salvoconductos. En el transcurso de los primeros cinco meses de 1974 tan sólo 18 asilados pudieron viajar. México libró entonces una dura batalla para conseguir los salvoconductos, pues quedaban todavía 71 asilados en su embajada”. (Gabriela Díaz Prieto).

[19]  “El gobierno de México otorgó asilo siguiendo los criterios establecidos en la legislación mexicana y en los términos de las convenciones de La Habana de 1928, de Montevideo de 1933, y de Caracas de 1954. Con base a ellas solicitó los salvoconductos para la salida de Chile de los asilados. Martínez Corbalá resalta el hecho que Chile no había ratificado la Convención de Caracas de 1954, por lo que no estaba comprometido a acatarla, cuestión ignorada por los militares, quienes entre el 15 de septiembre de 1973 y el 9 de enero de 1974 entregaron 636 salvoconductos para los asilados en la embajada de México. Conseguir esos documentos fue un problema para los diplomáticos mexicanos. La Convención de Asilo presenta ciertas limitaciones, en palabras de Martínez Corbalá ‘es un arma muy corta frente a los Pinochets para defender la vida o la libertad de quienes están en peligro de perderla’. Las convenciones, si bien establecen que es el Estado asilante quien califica el asilo, no estipulan de cuánto tiempo dispone el país territorial para otorgar los salvoconductos. (…) Hubo fricciones desde el primer pedido de salvoconductos. El 15 de septiembre de 1973 aterrizó en Pudahuel un avión mexicano con víveres y medicamentos. En él saldrían los primeros asilados rumbo a México en compañía del embajador. Partieron rumbo al aeropuerto en un camión turístico con bandera mexicana, seguidos por una caravana diplomática internacional. Martínez Corbalá relata que en el trayecto del edificio del aeropuerto al avión la Convención de Asilo no se aplicaba: ‘Ahí fue el jaloneo con los coroneles, echarle valor al asunto y ver quién grita más fuerte, sacar y subir a los asilados a los aviones’”. (Gabriela Díaz Prieto).

[20] Frase coloquial de Chile que significa irse de un lugar.

[21] “La Casa de Chile funcionó como embajada del pueblo chileno, y simbólicamente designó ‘embajador del presidente Allende en México’ a Hugo Vigorena, quien fuera embajador en tiempos de la Unidad Popular. Por su parte, el gobierno mexicano aportó el inmueble, algunos salarios para los empleados y el reconocimiento oficial.(…) Así fue como la Casa de Chile constituyó un punto de encuentro y un centro político. Allí se diseñaron las campañas de solidaridad; en sus habitaciones hubo infinidad de juntas, conferencias, actos y fiestas. ‘La Casa de Chile era una caja de resonancia de la problemática chilena, ya que representaba una vía de acceso a los gobiernos, a los organismos internacionales y a los frentes de solidaridad’ (Victoria Morales Etchevers, conocida como Moy de Tohá)”.

[22] En el contexto la frase significa placas policiales y armas.

[23] En el contexto significa golpes con el estómago.

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Una Respuesta a “«Yo, Patán; Memorias de un combatiente»”

  1. David Garay

    Saludos gracias por dejar para la el futuro estas cronicas vividas de un hombre luchador que sobrevivio aquellos acontesimientos, muchas gracias le doy de mi parte esperando que su vida sirva de ejemplo para muchos otros pueblos que aman la libertad y la toman como propia.Soy hijo de un hombre que murio como martir y santo en esta tierra Nicaraguense. el fue en todo el sentido de la palabra un gran hombre, mi padre combatio la opresion con el arma mas poderosa que existe, el amor a un pueblo….. aunque no lograra ver el fruto de su sacrificio, hoy esta presente en mi corazon….Era Nicaraguense viviendo en Venezuela desde 1972 con trabajo, estudios, y un futuro para el y su familia. logro concretar su ultimo paso iniciado en 1961 cuando cae preso por el regimen somosista por participar en una manifestacion en las calles de managua y luego nunca desfallecio y desde distintas trinchiras su ideal siempre fue mas fuerte….en abril de 1979 deja definitivamente caracas y decide ingresar por la frontera sur a formar parte de las columanas de izquierda de FS , participa en la toma de la embajada en caracas en julio de 1978, ese mismo año se toman el autobus de la delegacion de beisbol de Nicararagua en los juegos panamericanos de colombia, es correo activo del FS, y existe una unica foto tomada a finales de 1978 o inicios de 1979 con un grupo de jovenes guerrilleros diriguidos por Laureano Mairena, su seudonimo fue » Leonardo» entro los otros seudonimos con que lo reconocen algunos exmiembros de aquella guerrilla tambien me dijeron que lo conocieron como Andres en el norte, el tiquillo Armando Garay a como lo describen en un relato en internet, probablemente por su acento diferente. Algunos que lo confunden como panameño, se le podia ver en algun campamento con alguna lectura o la biblia en su mano conversando con algunos de sus amigos a sus 29 años se podia considerar como uno de los mayores de esos campamentos . Existe anecdotas de algunos de los que quedaron vivos hace 40 años que indican su muerte, en la colina 155 entre los hombres de Laureano, y que fue visto por sapoa y la calera.Su gran amor a Dios y a su pueblo fue manifestado cuando leia a sus amigos salmos y lecturas biblicas, quienes le llegaron a decir el padrecito,algunos lo recuerdan vestido de sotana para realizar alguna inflitracion, o con su boina con estrellas, pero su actuacion en las filas de hombres y niños de aquella epoca lo recuerdan dentro del grupo como un verdaderos revolucionario, segun su amigo el excoronel Jose Valdivia, que solo su corazon limpio y puro lo llevo a tomar aquella gran decicion de ofrendar su vida. Estaria cumpliendo 40 años de aquella victoria cuando Armando Vicente Garay, Leonardo, el Tiquillo…se convirtio en un heroe anonimo que derramo su sangre y su cuerpo para que su alma se purificara entre las luces, nubes, piedras , montaña y rios de aquella tierra llamada nicaragua.

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