Brasil en Rojo

Spensy Pimentel

Vuelta a estaca cero

Cuando comenzó su participación en el llamado ciclo progresivo de América Latina, Brasil exhibía indicadores sociales muy malos, incluyendo el título recurrente de «campeón de la desigualdad».

Una considerable reducción de la desigualdad de ingresos y la creación de empleo y el acceso al consumo han sido ampliamente publicitadas como grandes logros en el periodo 2003-2014. Brasil pasó a ocupar un lugar destacado entre las 10 economías más grandes del mundo, y también a formar parte del grupo de los BRICS. En 2014, salió del Mapa del Hambre de la ONU, con la reducción en 82% del número de personas subalimentadas en el país desde 2002. Para coronar todo este logro, fue sede del Mundial de Fútbol 2014 y la Olimpiada de 2016.

Catorce años después de haber comenzado todo ese ciclo, el proceso político desastroso que el país ha vivido desde 2014 mostró lo frágil que era todo.

Desde 2015, con un desgarbado “ajuste” empezado por Dilma Rousseff y boicoteado y saboteado por la oposición, la desigualdad volvió a aumentar, y el nuevo gobierno golpista parece dispuesto a hacer cualquier cosa para dejar a los ricos otra vez más aislados de los otros 99%, tal como antes. El país vuelve a tener tasas de desempleo similares a las de 2002 – ya se acercan al 12%. Otra vez el país se acerca del Fondo Monetario Internacional y las autoridades del gobierno hablan con gran alegría en estrechar lazos con los EE.UU. y dejar de lado relaciones con Africa y America Latina. Y las enormes reservas de petróleo en el pre-sal, descubiertas en la década pasada, y previamente reservadas por ley a estatal Petrobras, ya son blanco de las compañías petroleras internacionales, después que el Congreso ya empezó a modificar la legislación para darles oportunidad.

Hace unos días, el Congreso brasileño aprobó en una primera votación, una enmienda constitucional que, en la práctica, puede congelar el gasto social en el país durante 20 años. Esto puede significar, en la opinión de muchos analistas, un desmantelamiento completo de cualquier sombra de estado de bienestar social que ha existido en Brasil en las últimas décadas.

¿Por qué fue tan fácil destruir los logros que parecían ser tan monumentales? Por cierto, esta es una cuestión que podría dar lugar a reflexiones importantes, ya que nos lleva a una segunda pregunta, tal vez más importante: ¿qué no ha cambiado en Brasil en este período?

Brasil sigue siendo uno de los países con mayor desigualdad en la distribución de las tierras agrícolas.

Brasil continúa con medios altamente concentrados en manos de media docena de familias.

La TV Globo continúa hegemónica en todo el territorio nacional. La familia que la controla es ahora la más rica del país.

El Brasil aún tiene un alto nivel de favelas (chabolas) en sus ciudades.

Los indígenas que no viven en Amazonia permanecen confinados a pequeñas porciones de terreno en el país que no llegan a 2 millones de hectáreas.

A pesar de un déficit de 6,9 millones de hogares, el país tiene incluso más imuebles vacíos.

El Brasil aún no ha hecho una reforma agraria.

El Brasil aún tiene aproximadamente la mitad de su población sin acceso a la recogida y tratamiento de aguas residuales.

Brasil tiene un sistema de salud que es un modelo para el mundo, pero sigue gastando mucho menos de lo que se predijo en la Constitución de 1988 para el sector.

Brasil gasta el 1,3% de su PIB en el poder judicial. Gracias a una serie de artificios jurídicos, jueces brasileños ganan en promedio un 30% más que el límite máximo de los salarios públicos, que debería ser lo del presidente de la Republica.

Brasil ha logrado avances en el acceso a la educación superior pública, pero los ocho grupos más grandes de enseñanza privda, en conjunto, tienen más estudiantes que todas las universidades públicas del país. Sólo uno de cada cuatro estudiantes universitarios está en una institución pública.

Brasil sigue siendo el campeón mundial de muertes por armas de fuego, en números absolutos – casi 60.000 muertes en 2014.

Brasil sigue gastando más en su Legislativo que con programas sociales como Beca Familia – algo como US$ 8 mil millones.

Brasil sigue gastando casi la mitad de su presupuesto anual (45%) para pagar los intereses de la deuda pública – más que con Salud, Educación y Jubilaciones.

Brasil tiene la policía que más mata en el mundo.

Brasil tiene una cuota del 30% de mujeres candidatas para los partidos, pero menos del 10% de mujeres elegidas.

Brasil sigue sin tener un impuesto sobre grandes patrimonios y es considerado por los expertos de la ONU como un paraiso para los super-ricos.

Brasil es el cuarto país con la mayor cantidad de dinero en paraísos fiscales.

Sólo en 2015, la evasión de impuestos en Brasil ha llegado a más de 100 mil millones de dólares.

Adiós a las ilusiones de la autonomía construidas a expensas de los productos de exportación que enriquecieron como nunca una élite asociada con el retraso y el bandolerismo.

La gran obra del «progresismo» en América Latina se convirtió en humo en menos de 24 meses.

Muchos de estos problemas son la acumulación de 500 años de explotación y abandono? Ciertamente. Pero, ¿cuántos de ellos no son exactamente los blancos clave que el tal progresismo debería haber apuntado para poder, de hecho, hacer los cambios que se pretendian? 

De volta à estaca zero

Spensy Pimentel

Quando iniciou sua participação no chamado ciclo progressista latino-americano, o Brasil ostentava péssimos indicadores sociais, entre eles o título recorrente de “campeão da desigualdade”.

Uma considerável redução da desigualdade de renda, bem como a geração de empregos e o acesso ao consumo foram amplamente divulgadas como grandes realizações nesse período. O Brasil passou a figurar com destaque entre as maiores economias do mundo, parte do grupo dos Brics. Passou à lista das 10 maiores economias mundiais. Em 2014, saiu do Mapa da Fome das Nações Unidas, tendo reduzido em 82% o número de pessoas subalimentadas no país desde 2002. Para coroar toda essa conquista, sediou a Copa do Mundo de Futebol de 2014 e a Olimpíada de 2016.

Quatorze anos depois de ter tido início, o desastroso processo político que o país vive desde 2014 mostrou quão frágil tudo isso era.

A desigualdade voltou a subir, e o novo governo parece disposto a fazer de tudo para que os mais ricos novamente se isolem dos 99% que antes começavam a incomodá-los. O país volta a ter índices de desemprego semelhantes aos que ostentava em 2002 – já chegando perto de 12%. Voltaram as reuniões com o Fundo Monetário Internacional, antes mantido à distância, como forma de simbolizar uma espécie de autonomia que o país teria conquistado. E as gigantescas reservas de petróleo do chamado pré-sal, descobertas na década passada, e antes reservadas por lei à estatal Petrobras, já são alvo de cobiça das petroleiras internacionais, depois que o Congresso alterou a legislação especial que se havia construído.

Há poucos dias, o Congresso brasileiro aprovou, em uma primeira votação, uma emenda constitucional que, na prática, poderá congelar os gastos sociais no país por 20 anos. Isso pode significar, na visão de vários analistas, um desmonte completo de qualquer sombra de estado do bem-estar social que tenha existido no Brasil nas últimas décadas.

Por que foi tão fácil destruir realizações que aparentavam ser tão monumentais? Certamente, essa é uma pergunta que poderia levar a importantes reflexões, uma vez que nos leva a uma segunda questão, talvez mais crucial: o que não mudou no Brasil neste período?

O Brasil continua sendo um dos países com a maior desigualdade na distribuição de terras agrícolas.

O Brasil continua tendo meios de comunicação altamente concentrados nas mãos de meia-dúzia de famílias.

A TV Globo continua hegemônica em todo o território nacional. A família que a controla é, hoje, a mais rica do país.

O Brasil continua tendo um alto nível de favelização em suas cidades.

Os indígenas não amazônicos continuam confinados em pequenas porções de terra, que não chegam a 2 milhões de hectares.

Apesar de ter um déficit de 6,9 milhões de moradias, o país tem um número ainda maior que esse de imóveis vazios.

O Brasil continua não tendo feito uma reforma agrária.

O Brasil continua tendo cerca de metade de sua população sem acesso a coleta e tratamento de esgoto.

O Brasil tem um sistema de saúde que é modelo para o mundo, mas continua gastando bem menos do que era previsto na Constituição de 1988 com o setor.

O Brasil gasta 1,3% de seu PIB com o Poder Judiciário, um fato inédito no mundo. Graças a uma série de artifícios legais, os juízes brasileiros ganham, em média, 30% a mais que o teto dos salários públicos, que deveria ser o do presidente da República.

O Brasil avançou no acesso ao ensino universitário público, mas as oito maiores redes privadas de ensino, juntas, têm mais matrículas do que todas as universidades públicas do país. Só um a cada quatro universitários estuda numa instituição pública.

O Brasil continua sendo campeão mundial de mortes por armas de fogo, em números absolutos – quase 60 mil mortes em 2014.

O Brasil continua gastando mais com seu Legislativo do que com programas sociais como o Bolsa Família.

O Brasil continua gastando quase metade de seu orçamento anual com pagamento de juros da dívida pública – mais do que com Saúde, Educação e Previdência somados.

O Brasil tem a polícia que mais mata no mundo.

O Brasil tem uma cota de 30% para candidaturas de mulheres, mas menos de 10% de mulheres eleitas.

O Brasil continua sem ter um imposto sobre grandes fortunas e é considerado por estudiosos da ONU como um paraíso para os super-ricos.

O Brasil é o 4o país com o maior volume de dinheiro em paraísos fiscais.

Somente em 2015, a sonegação de impostos no Brasil chegou a mais de 100 bilhões de dólares.

Adeus às ilusões de uma autonomia construída à custa da exportação de commodities que enriqueceu como nunca uma elite associada ao atraso e o banditismo.

A grande obra do “progressismo” latino-americano virou fumaça em menos de 24 meses.

Muitos desses problemas são o acúmulo de 500 anos de exploração e abandono? Certamente. Mas, quantos deles não são, exatamente, os pontos-chave que o tal progressismo deveria ter mirado para poder, de fato, realizar as mudanças a que se pretendia..

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