Un pueblo asediado, amenazado, agredido cotidianamente en su intento de vivir pacíficamente, decidió una vez más salir a las calles a defender su revolución. Y decidió hacerlo a su modo, pacíficamente, en un pacto invisible con su líder que ya no está físicamente, pero que ahí anda revoloteando en sus conciencias.
Chávez, el militar, tuvo todas las posibilidades de militarizar la política. Chávez, el revolucionario, entre todas las revoluciones que propuso, estuvo la de politizar la creación de poder popular. Chávez hizo revoluciones con la Constitución en la mano. Y a esa fuente volvieron las mujeres y el pueblo chavista, para defender su derecho a seguir haciendo revolución. Por eso, en el límite de la agresión, asistieron de a millones a elegir a sus constituyentes.
Agredidas, agotadas en la tarea diaria de las revoluciones, las mujeres de ese pueblo se colocaron una vez más en la tarea de cuidar la vida de su gente. Sabiendo que ese lugar de cuidadoras es el que sistemáticamente les propone la división sexual del trabajo, de todos modos eligieron hacerlo, porque las revoluciones siempre tienen un algo de transformación y algo que sigue siendo conservador, y sin embargo revolucionario. Así es como las mujeres, cuidando y creando, haciendo política y saliendo a las calles, se revolucionaron una y otra vez. Enterraron a sus hijos e hijas asesinados por las políticas fascistas del odio, que han penetrado incluso en franjas de ese mismo pueblo. Y siguen andando. Aprenden a cocinar con lo que consiguen en las largas colas. Discuten y se enojan denunciando a los corruptos que sacan ventajas de la crisis, dentro y fuera de la revolución. Enfrentan de tú a tú a los burócratas insensibles que no escuchan el corazón bravío de ese pueblo.
El pueblo sale a la calle por miles, por millones. Nueve millones marchando, cruzando ríos, votando, defendiendo la decisión popular de no rendirse, de no entregarse, de seguir revolucionando la revolución bolivariana. El pueblo ganó una batalla más. Es la espada de Bolívar, la que se arma de voluntad de resistencia en todo el continente. Es el corazón de Chávez, el que late en tantas mujeres, lesbianas, travestis, hombres, gays, trans, blancos, negras, indígenas, mestizas. El pueblo tiene todos los colores y gestos, todas las identidades y elecciones políticas, sociales, sexuales.
La revolución es el territorio a cuidar y a defender. Esa consigna unifica. Pero ahora, toca el tiempo de hacer diez revoluciones más. De olvidar la pereza. De limpiar la mugre que se esconde bajo la alfombra de la revolución. De peinar la historia a contrapelo, diría Walter Benjamin. De hacer un socialismo que sea el ejercicio cotidiano de la libertad… de la libertad para ejercer y enunciar las diferencias, diría Rosa Luxemburgo. De endurecerse, pero sin perder la ternura jamás, diría Che. De “Comuna o Nada”, diría Chávez. De concretar en la Constituyente los derechos postergados de las mujeres y de las disidencias sexuales. Aborto legal, seguro y gratuito. Derechos sexuales y reproductivos. Reconocimiento del trabajo del cuidado. Parto respetado.
Despatriarcalización del Estado. Por un socialismo que avance hacia su descolonización, hacia el feminismo y el vivir bien. Un socialismo feminista, con todos los colores de la diversidad de nuestros pueblos, y la defensa de todos los derechos. Una revolución que acorte las distancias entre las palabras y los actos, entre los sueños y la realidad cotidiana.
El pueblo de Venezuela está cuidando la opción de libertad de todos los pueblos de Nuestra América. Nos invita a no bajar los brazos. A no cansarnos. A no volver lentamente a los juegos subordinados del poder.
Las mujeres caminan con la decisión de quienes descubrieron que efectivamente pueden ser libres. Ellas, haciendo esta revolución, hacen también revoluciones en sus casas, en sus camas, en sus plazas. La revolución les posibilitó que estudien, que se organicen, que creen las comunas feministas y socialistas, que denuncien la violencia. Es “su” revolución. Son las mujeres, las protagonistas de este tiempo histórico, porque descubrieron que la libertad de sus cuerpos, de sus territorios, de su pueblo, son parte de una misma transformación social.
Las mujeres bolivarianas, como Manuela Sáenz, están liberando al pueblo libertador. Rehacen la historia en clave colectiva. Y con ellas, laten nuestros corazones rebeldes. Con quienes han hecho del “chavismo bravío”, no un eslogan de culto patriarcal, sino una apuesta a la libertad, desde abajo, desde las comunas socialistas y feministas.
Son ellas, las comuneras, las mujeres comunes del pueblo pobre, las que están abriendo las puertas de la esperanza del continente.
Desde Buenos Aires, para mis hermanas