Venezuela, el golpe de estado y “el ungido del Señor”

Geraldina Colotti

Foto: Títere Guaidó

Venezuela en el centro de la escena, pero enmarcada por un solo ángulo, el imperial. En realidad, hay un “golpe institucional” en el país organizado por los Estados Unidos a través de la derecha extremista. Un nuevo tipo de golpe de estado, basado en una peligrosa simulación y con la complicidad de la llamada “comunidad internacional”. En la versión mediática, por un lado, hay un “dictador comunista” que no puede dirigir un país siendo un antiguo trabajador del metro, que mata de hambre a su gente y luego la oprime cuando pide “libertad”. Por otro lado, existe un dinámico joven pero desconocido que ha decidido declararse presidente y socavar al “usurpador” de una vez por todas.

El primero responde al nombre de Nicolás Maduro, el segundo es un tal Juan Guaidó. Para apoyar al primero, el actual presidente, elegido el 20 de mayo de 2017 con más de 6 millones de votos, hay una multitud de camisas rojas, mujeres, jóvenes de los barrios, trabajadores, indígenas y afrodescendientes. A escuchar las proclamaciones del segundo – militante del partido de extrema derecha Voluntad Popular, actual presidente del Parlamento” en desacato” -, van los sectores de clase media, tan distintos y compuestos bajo las cámaras, como dedicados al golpe de Estado y a la desestabilización en la realidad de la política actual. Los conflictos políticos los resuelven quemando vivos a los adversarios. Ocurrió durante las violentas protestas de 2017, y ahora otra vez, pero los grandes medios de comunicación continuarán acreditando los muertos al chavismo.

Ningún líder de la oposición ha elegido como presidente al desconocido de 35 años, ya que la parte más extrema de la derecha decidió sabotear la última elección, para abrir el camino a los planes de Washington. Y de hecho, por primera vez en la historia de Venezuela, fue Donald Trump quien decidió que el país bolivariano debía tener un “presidente interino” nombrado directamente por la Casa Blanca. Inmediatamente, los vasallos le hicieron eco: el secretario general de la OEA, Luis Almagro, los países neoliberales de América Latina e incluso la Europa hipócrita, que dio un ultimátum a Maduro: si no organiza las elecciones “democráticas” en el menor tiempo, Guaidó será reconocido como presidente.

Una situación grotesca, que viola los principios más básicos de independencia de un país soberano y la legalidad internacional. Lo que no se basa en ninguna cláusula constitucional, que ignora las instituciones internas y la voluntad de los votantes, y exige una invasión militar por parte de un país extranjero.

¿Todo esto se llama “democracia”? Evidentemente sí, dada la larga sujeción de los gobiernos europeos a los dictados de la Troika y el Fondo Monetario Internacional. Evidentemente, sí para los gobiernos latinoamericanos de la derecha, nostálgicos por el tiempo en que el continente fue considerado el “patio trasero de los Estados Unidos”.

La imposición de una nueva “doctrina Monroe” por los Estados Unidos ciertamente está en la base de las estrategias desestabilizadoras que apuntan a la Venezuela bolivariana. Un país rebosante de recursos estratégicos, desde petróleo, oro, coltán y otros minerales, pero también rico en agua. Meter su mano en ello significaría, entre otras cosas, que EE. UU. tenga inmensas reservas de petróleo disponibles a poca distancia, lo que acorta el tiempo para el suministro enviado por los países del Medio Oriente a los Estados Unidos.

También significaría un mejor contraste entre los proyectos chinos para la nueva Ruta de la Seda. Además, Venezuela ha estado gobernada durante veinte años por una “democracia participada y protagonista” en la cual a disfrutar de esas riquezas ya no esta solo una oligarquía restringida subordinada a las grandes transnacionales, sino el pueblo.

Un país que en pocos años ha otorgado a los sectores tradicionalmente excluidos derechos y beneficios, lo que indica un camino diferente al del capitalismo. Un ejemplo peligroso para ser aplastado por todos los medios: infectando y multiplicando las viejas heridas, mediante el uso de sistemas modernos de sicariado especulativo para hacer “gritar la economía”, como hicieron el profesor Friedman y sus Chicago Boys por orden de la CIA con Allende en Chile.

El del golpe chileno de 1973 es un ejemplo que en Venezuela está muy presente. El pilar fundamental de la revolución bolivariana, de hecho, es la unión cívico-militar: Fuerzas Armadas entrenadas por el ejemplo de los “libertadores” y el “socialismo humanista”, dispuestos a dar la vida para defender la “paz con justicia social” y no para venderse al mejor postor.

Y este es el primer escollo que debe enfrentar el imperialismo para imponer su “gobierno de transición” en el modelo sirio o libio al país bolivariano. El segundo obstáculo es el apoyo popular que goza el chavismo, a pesar de los altos costos impuestos por la guerra económica e incluso a pesar de los límites de un “experimento” posterior al siglo veinte que intenta trazar un nuevo camino en aguas infestadas de tiburones.

El tercer obstáculo a los apetitos de Trump es la posición de Venezuela en las relaciones internacionales. A raíz de la política de relaciones Sur-Sur construida por los gobiernos de Chávez, el gobierno bolivariano ha privilegiado las relaciones con Rusia, China, Irán y ahora también Turquía. Desde la Presidencia pro-tempore del Movimiento de los Países No Alineados (MNOAL, la organización más grande después de la ONU) ha colocado a la diplomacia de la paz en el centro, que quiere reiterar a la presidencia de la OPEP, ejercida en este momento.

Hasta ahora, estos obstáculos han impedido que triunfe la estrategia del “caos controlado”, un objetivo perseguido por el imperialismo tanto con la guerra económica, con las sanciones y con el aislamiento internacional, como con la creación de una presunta “crisis humanitaria” de migrantes a las fronteras. Argumentos con los que tratan de involucrar a los países vecinos, convirtiendo a la Venezuela bolivariana en un problema para la seguridad de estos estados, obviamente aliados de Washington. Una estrategia que, con el giro del Ecuador de Lenin Moreno, ha golpeado con ferocidad las alianzas del Alba, creadas por Fidel Castro y Hugo Chávez.

Venezuela es un laboratorio para las guerras de la cuarta y quinta generación que utiliza a los grandes medios de comunicación como actores de los conflictos armados. Al igual que en agresiones anteriores (Afganistán, Irak, Libia, Siria), se construyen y difunden pretextos para impulsar aún más el nivel de conflicto. En este caso, con la imposición de instituciones internacionales totalmente artificiales (como el Grupo de Lima), hay un aumento adicional en el umbral y la política de hechos alcanzados. Lo que hoy toca a Venezuela, mañana puede tocar a cualquier otro país, incluso a aquellos que hoy apoyan las políticas del complejo militar industrial. Porque el imperialismo no conoce banderas.

Revisión Gabriela Pereira

 

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